Nota de mí ^^u:

¡Hola a todos! Espero que estén bien. Aquí me tienen, una vez más, volviendo a incursionar en el genero romántico. Sé que he tenido tropiezos con este genero (ningún fic ha llegado a coronarse con un final), pero estoy dispuesta a reivindicarme. Y para esto he decidido hacer uso de los oneshot divididos en dos partes. Y para inaugurar esta saga con sabor a mermelada (XP) les presento mi más reciente trabajo: un MiloxShaina que espero les guste.

Así que les dejo con la primera parte (la segunda vera la luz después que actualice "Grecia"). ¡Ah! Por asuntos que ahora me da pereza explicar (XD) me vi obligada a cambiarle el nombre a mi fic "La leyenda de las tres kileraz" por "El renacer de los Génesis", sólo será por algún tiempo, luego le regresare su nombre original. Ya con esta aclaración, ahora si disfruten la lectura.

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Como Violetas en el Mar

Por Luna_sj

Si no era la acera, era el cielo azul. Lo que tenía por delante le importaba muy poco mientras caminaba por la pintoresca callezuela. A su paso las personas se volvían a observarlo, algo desconcertadas y sorprendidas. En ese pueblo jamás se había visto hombre más hermoso. El porte de su cuerpo, aun envuelto en el grueso abrigo, recordaba las esculturas griegas de la plazoleta; su mismo rostro parecía haber sido cincelado por diestros artistas. Su piel bronceada hacía pensar que provenía de tierras costeras, donde el sol imparte igualdad bruñendo la piel de los hombres. Su larga cabellera azulada, sedosamente ondulada, no parecía ser prudente en un simple mortal. Y como si eso fuera poco, su figura derrochaba una gallardía muy antigua; perteneciente a los primeros dioses.

No debía tener más de treinta años, sin embargo sus ojos azulados parecían haber despertado de muchas vidas ya. Sus pupilas eran inconmovibles, sus manos fuertes y sus pasos firmes. Por donde pasaba las cosas, incluso las personas, se hacían insignificantes; como si junto a él sólo fueran espectros de algo que nunca existió. Él en cambio había nacido con las estrellas.

Todavía era objeto de miradas curiosas cuando se detuvo frente a la única posada del pueblo. Leyó el rustico letrero y al comprobar que estaba en el lugar correcto, adelantó un par de pasos hacia la puerta. Adentro, detrás de un modesto mostrador, lo recibió un amable anciano que lo saludó como si siempre lo hubiera esperado. ¿Una señal? Tal vez. Tanta atención le hizo sonreír, sin conseguir espantar del todo la pesada nostalgia de sus ojos. Como si hubiera nacido con ella.

---Necesito una habitación por siete días –anunció–. La más grande y privada que tenga.

El anciano le ofreció la única del tercer piso; era amplia y nadie le molestaría al estar totalmente apartada de las demás. El hombre asintió por toda conformidad y recitó mecánicamente su nombre y apellidos, mientras sacaba su billetera para pagar el servicio. A la pregunta de si necesitaba ayuda con su equipaje, levantó la pequeña maleta de cuero que llevaba consigo y luego la volvió a bajar. No, no la necesitaba. El anciano lo observó detenidamente mientras firmaba el registro y sintió un escalofrió al percatarse que cargaba sobre sus hombros el mundo y todos sus pecados.

---Sígame por favor, le guiare a su habitación –le dijo.

Siempre mirando sus propios pasos, el recién llegado siguió al anciano hasta su nuevo refugio. Más que refugio, fortaleza, desde donde esperaría la culminación de su búsqueda. Si bien estaba jugando su última carta, estaba seguro que resultara lo que resultara, al final de esos siete días aquel estigma dejaría de dolerle en el pecho. Las noches dejarían de arderle en los ojos y podría, al fin, dormir en paz consigo mismo sabiendo que todo cuanto había podido hacer, lo había hecho. Tres años de viajes frustrados acabarían en esa humilde posada; irónico en verdad. Pero así era la vida: sarcástica. Hiriente a veces.

Ya adentro de la habitación, siguió con ausente atención la demostración de los servicios que le hizo el anciano: un modesto baño, un antiguo ropero, un hermoso escritorio y una confortable cama. Justo lo que esperaba. Después de permanecer por varios segundos en el centro de la habitación, los rayos de la tarde filtrándose por las cortinas del balcón le hicieron caminar hasta allí. Se detuvo al borde de las barandas y vio el paisaje campestre que se extendía hasta las orillas del mar. Hectáreas y hectáreas de sembríos; uvas en su mayoría, pero también olivos y aceitunas. Uvas… Claro, uvas para los vinos italianos, los únicos que Camus reconocía como auténticos competidores a los de su país… Respiró profundamente, llenándose los pulmones de las exuberantes fragancias. Estaba en Italia. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? No se le había ocurrido porque habían hablado tanto de un día recorrer esos viñedos, los que ahora admiraba, que en algún momento creyó que lo habían hecho en verdad y que por eso ella nunca "regresaría" a ese lugar.

---¿Necesita algo más? –escuchó que le preguntaban. Volvió el rostro y descubrió al buen anciano.

---Si –respondió, dándose vuelta para dirigirse hacia la cama. En el camino levantó la maleta que había dejado en el piso de madera. La abrió con cuidado y sacó un sobre–. Necesito que este sobre sea entregado a una persona que vive a cinco calles de aquí. Estoy dispuesto a pagar el servicio.

---Se lo pediré a mi sobrino –dijo el anciano–. Y no tiene que pagarle nada, va por cuenta de la casa. Sólo déme el nombre de la persona y su dirección exacta.

El hombre miró por un par de segundos al anciano: un padre, no, un abuelo; algo que nunca había tenido, ni tendría. Pero que, tal vez, podría ser un día. Claro, para eso primero necesitaba que ella entrara por la puerta de su más reciente fortaleza, dispuesta a amarlo. ¿Pedía mucho? Si. Pero tres años de búsqueda lo merecían, o al menos eso creía. Tres años por la felicidad del resto de su vida: una buena inversión sin duda, algo egoísta, pero buena al fin y al cabo. Además, los días a su lado le habían demostrado que su felicidad también dependía de él. Esta verdad, siendo en demasía trascendental para sus rutinarias existencias, había sido tercamente obviada por ellos. Por eso ahora él, un ex santo dorado, era peregrino en el mundo que hace mucho había dejado de amar, pero que igualmente había protegido. Ahora, que terminara andando de país en país había sido totalmente culpa suya. Aunque claro, también estaba la excelente excusa de que un guerrero al servicio de Atena no podía pensar en un futuro junto a otra persona, por la simple y extraña razón de que no tenía futuro alguno. Así que la idea de compartirlo con alguien era, evidentemente, inaplicable. Ingenuo, estúpido e innecesario para Camus de Acuario.

Sus ojos se apagaron aun más. ¿Por qué tenía que ser Camus, justamente Camus, el que le restregara esas miserias? Eran amigos ¿no? Quizá no a todas horas ni en todos lados, pero cuando ya sólo se tenían el uno al otro si que lo eran. Y se suponía que un amigo debía maquillar las desgracias de su camarada; en este caso no por incondicional afecto –pedirle eso a Camus era demasiado, él solo apreciaba lo realmente admirable, el resto podía irse a la merde–, sino más bien por lealtad. Pero claro, para Camus la lealtad también se ganaba, con sangre.

Pero para qué pensar en el calculador acuariano. Si ya se sentía el peor imbécil por haber recorrido medio mundo en busca de un amor estupidamente perdido, traer a la mente la expresión de "pobre ingenuo" que Camus le había puesto a su planes de reconquista le hacían quererse pegar un tiro. Y es que a los ojos del acuariano todo lo relacionada a los sentimientos incondicionales resultaba verdaderamente insufrible, casi vulgar. Por Atena, eran santos dorados: devotos fieles, rudos guerreros, incuestionables defensores e inquebrantables pilares. El amor y sus derivados era cosa de gente común, personas sin ninguna misión en el mundo: almas débiles que debían vivir arrimados a un sentimiento del que poco o nada entendían. En lastimoso resumen: patéticos ingenuos. Así de intransigente era Camus de Acuario. Sinceramente a veces daba miedo.

Una melancólica sonrisa asomó nuevamente a sus labios cuando de su abrigo sacó un lapicero. Escribió la dirección y el nombre en el mismo sobre y después de corroborar que eran correctos, se lo extendió al anciano. Que lo entregaran esa misma tarde, le pidió guardando el lapicero. Ya con la habitación sólo para él, cayó de rodillas al borde de la cama y con las manos entrelazadas, elevó una oración a su diosa, pidiendo que las cartas que contenía el sobre fueran leídas. Era cierto que tenían tres años de retrazo, pero aun contaban la historia de cómo un tú y yo se había convertido en un nosotros, por lo tanto aun contenían su razón hecha pedazos. Porque para terminar como él había terminado, siendo un santo dorado, era necesario estar irremediablemente demente.

29 de Enero del 2009.

Deja que te llame amor, sólo por esta vez. Cuando recibí tu llamada me dieron ganas de volar. Deseaba volar hasta ti y decirte, casi rogándote, que te adoro, que eres increíble, que después de todo te amo, y que sólo basto una palabra tuya para regresar de donde nunca debí salir. Sin embargo estuve en la terraza de mi Templo, de pie, meditabundo, con un tabaco o dos, o quizá fueron tres. Pero me quedé allí pensando y recordando cada palabra tuya, cada imagen que guardo de ti. Quizá fue mi error, en algún momento estuve seguro que me querías y aun así hice lo que hice. Sé que en algún momento debí ser más dictador, debí haberme impuesto a tu obstinación, a tus ganas de no amar, a tus silencios agónicos y miradas vacías. Pero estaba seguro que me amabas y por eso pensé que tú lo sabias, que eras conciente y a la vez dura, contigo y conmigo. Sé que debí hablar, gritar, pero en cambio me quedé callado y acepté en silencio tu partida. Me odio por eso, porque hay tantas ilusiones que llevan tu rostro, tantos momentos sin vivir arrullados por el sonido de tu voz… Me es difícil pensar que todo eso no va ser posible nunca más, y quiero rasgar todo lo que hice, regresar al pasado y rectificar mi actitud. Sé que es imposible e igual estoy siendo muy trágico e ingenuo, pero es mi dolor; la frustración de saber que a pesar de querernos, esto no puede ser.

Amor, amor que debiste ser y no fuiste… Me niego a perderte, no quiero. Quiero estar contigo porque contigo me siento completo. Sé que a estas alturas es una estupidez, pero es lo que siento. Tengo ganas de dejar todo, de olvidar todo y regresar a ser lo que antes fuimos. Me niego a resignarme, no puedo, no quiero y seguro no debo porque eres mi vida, mi gran esperanza, mi ilusión permanente. Y siempre, siempre, lo serás.

Te extraño, te amo,

Milo.

29 de Diciembre del 2008.

Camus de Acuario abrió la puerta, se detuvo bajo el lintel y frunció el ceño. Toda la habitación estaba a oscuras; olía a tabaco y alcohol, había ropa regada y de la cama colgaban las sabanas. Un verdadero desastre, pero podía ser peor. Respiró hondamente y caminó hasta uno de los ventanales, sujetó las gruesas cortinas y las abrió enérgicamente. Como un milagro concedido, se hizo la luz en la habitación y la mañana fresca no tardo en instalarse hasta en el último rincón.

––¡Qué rayos! –se oyó una exclamación desde debajo de las sabanas.

––Ya casi es medio día, levántate –casi ordenó Camus. Un par de gruñidos dieron cuenta de que un hombre yacía bajo el edredón, algo que quedó comprobado cuando entre las alomadas asomó una melena azulada.

––Carajo, franchute. ¿Desde cuando eres mi maldita niñera?

––Pensé que con la salida del viernes habías tenido suficiente, pero al parecer no –comentó el francés, cruzado de brazos y recargado contra el ventanal–. Anoche volviste a salir y regresaste ya entrada la mañana…

––No empieces, Camus –le interrumpió Milo, revolviéndose entre las sabanas–. Hoy no estoy dispuesto a soportar sermones. Un maldito dolor de cabeza me esta reventando el cerebro.

––¿Sermón? Para darte un sermón primero tendría que interesarme tu estúpida vida; algo que esta lejos de suceder.

---Si no te interesa mi vida, ¿entonces qué cuerno haces acá?

---Vine a recordarte que no basta ser un santo dentro del Santuario, también hay que serlo fuera.

---¿Algo más?

---¡Por un coño, Milo, estoy hablando en serio! ¿Qué carajos sucede contigo?

Unas sonoras carcajadas se amortiguaron bajo el edredón. "Y después dices que yo soy el grosero, franchute", habló Milo. Parecía divertido con la situación. Camus recuperó su inmutabilidad, escondiendo de si mismo la frustración que le causaba la escena, y decidió irse al comprender que todas sus palabras se toparían con la ironía de su camarada. Aioria ya le había advertido que perdería su tiempo yendo a Escorpio, pero él no había querido creerlo, no después de recordar que era el mejor y tal vez el único amigo de Milo.

El ruido del portazo taladró el ya maltratado cerebro de Milo. Otra vez todo fue silencio en la habitación principal de Escorpio. Otra vez Milo se sintió solo, algo bueno para dormir, pero no para vivir. Pero mejor no pensaba que con la resaca ya tenía bastante. Volvió a acomodarse entre las sabanas y no tardó en quedarse dormido, algo que resultaba increíble teniendo en cuenta su atroz dolor de cabeza. ¿Beneficios de ser un santo dorado? Digamos que si. La superioridad de la elite dorada iba, en definitiva, desde lo más vulgar hasta lo más trascendental.

Despertó ya entrada la noche y lo primero que hizo fue buscar un analgésico, luego se dio un duchazo y finalmente se vistió para salir nuevamente. Esta vez sólo en busca de aire fresco y un sitió tranquilo donde fumar un par de cigarrillos. Con esa idea abandonó su Templo y bajó hasta el Coliseo, topándose en el camino con dos santos: DM y Afrodita. Por Zeus y toda su problemática prole, ¿tenían que ser justo ellos?

––¿Con dolor de cabeza, Milo? –lo saludó DM.

––Agradece que somos discretos, Escorpio –le siguió Afrodita–. Pero no creas que lo hacemos por ti, es sólo que sería vergonzoso escuchar murmuraciones sobre uno de nosotros.

Vaya, vaya. Allí, justo frente a él, estaban los dos santos más hipócritas del Santuario dándole una lección de moral. Las cosas que, supuestamente, tenía que soportar en nombre de Atena. Lamentablemente él nunca había asimilado muy bien la palabra "soportar"; lo había intentado si, hace mucho tratando de ser un buen aprendiz, pero el asunto había terminado produciéndole urticaria. Tanto así que al final tuvo que mandar al otro mundo a su maestro. No se sentía orgulloso de ello. De hecho, le parecía repugnante que un aprendiz matara a su maestro, pero digamos que el suyo no era de los que merecían vivir. Pero no era momento para reflexionar sobre esos incidentes; era momento de devolverles el veneno a DM y Afrodita. Y sabía muy bien cómo hacerlo.

---¿Es mi imaginación o últimamente los veo juntos en todos lados?

---¡Maldito bastardo! –exclamó DM furioso–. ¿Qué mierda tratas de insinuar?

---¿Insinuar? –Sonrió Milo–. Vamos, DM, yo sólo hice una pregunta.

---Pues mide tus preguntas –escupió Afrodita.

---Y ustedes midan sus lenguas o un día de estos tendrán que buscarles reemplazos.

---¿Es una amenaza? –sonrió, cínico, Piscis.

---Si, es una amenaza –le devolvió la sonrisa Milo–. Ahora con su permiso me retito, no sin antes decirles que cuando lo decidan pueden contar conmigo para apadrinar la boda. Para que vean que no soy rencoroso.

---¡Hijo de puta! ¡Te haré tragar tus palabras! –gritó iracundo DM. El altercado le habría resbalado a Milo de no ser porque al llegar a Aries, su sonrisa cínica se dio contra la serena de Mu. El santo del primer Templo había escuchado, sin querer, su colorido intercambio de ideas con Piscis y Cáncer, y en ese momento lo veía con expresión impávida, casi benevolente.

Milo tragó saliva ante esa digna figura. Era desconcertante, pero siempre trataba de mostrar su lado más decente frente al lemuriano. Que los demás supieran sus faltas fuera del Santuario le llegaba realmente al cuerno, pero que Mu se topara con su lado oscuro le hacía retorcerse de culpa. Debía ser porque entre todos los santos dorados, sólo la opinión de él valía a la hora de asignarles un perfil de comportamiento. Digamos que sólo el ariano tenía la suficiente autoridad ética-neutral para hacerlo. Todos los demás juzgaban desde su propio dilema existencial.

---Buenas noches, Milo –lo saludó, para variar amablemente–. ¿Todo bien?

---Más o menos –le respondió Milo, bastante incomodo–. Disculpa por…

---No importa. A veces DM puede ser impertinente. Pero sería bueno que evitaras confrontarlo.

---Me pides demasiado, Mu, pero tratare. Ahora si me disculpas tengo que alejarme de los Doce Templos o el analgésico que tomé para mi dolor de cabeza no surtirá efecto.

Mu asintió con una leve sonrisa y se hizo a un lado para permitirle el paso. Ya libre de las sombras sagradas de ese fin de mundo, Milo cruzó el Coliseo sin detenerse a mirar quién estaba de turno esa noche, siguiendo de largo hasta llegar a unas construcciones en ruina. Fumar entre sus columnas cuarteadas le producía un placer extraño, además le libraba de todas sus obligaciones, pues hasta allí nadie más se acercaba y por lo tanto nadie le recordaba que cuesta arriba estaba su razón de existir: el Templo de Escorpio.

Se adentró entre los bloques de caliza arrumados por el tiempo y lentamente se fue fundiendo con la historia del lugar. Unos cuantos pasos más y estaría por fin disfrutando, recargado contra una roca, el calor del cigarro viajando por su garganta. Rodeó un pilar a punto de derrumbarse y respiró hondamente de camino a su roca favorita, buscando en el bolsillo de su casaca el encendedor y la cajetilla de cigarrillos. Al momento de sacarlos sus llaves resbalaron por un lado del bolsillo y terminaron enterradas en la arena. Murmuró un par de palabrotas y se inclinó para recogerlas; ya las había tomado cuando al levantar levemente el rostro, divisó entre las sombras una silueta encogida. Frunció el ceño y lentamente se incorporó; sin creer que alguien más visitara su refugió. Sea quien fuera, lo echaría a patadas. No estaba dispuesto a compartir ese lugar con absolutamente nadie.

Con esta idea sacó a relucir su más amenazante expresión y se acercó con paso firme hasta donde el intruso se encontraba. Ya iba a soltar una palabrota cuando, por Atena, se dio cuenta que no se trataba de un intruso, sino de una intrusa. Sería difícil explicar cómo había corregido su primera percepción considerando que bajo la vigilia de la luna un hombre y una mujer no se distinguían con facilidad. Mucho menos en semejante posición de encogimiento. Sin embargo él había sentido un pinchazo –¿o sería una estocada?– que frenó sus pasos en seco al sentirse vulnerable por algo inexplicable pero terriblemente amenazante. Semejante sensación le habría hecho ponerse en guardia al tratarse de un hombre, pero en cambio lo congeló en un instante de desconcierto.

Una amazona. La intrusa era una amazona. ¿Cuál de todas? Imposible saberlo con esa espantosa mascara cubriendo el perfil de su rostro. Él, en su absoluto desinterés por los rangos menores, sabía de la existencia de esas guerreras en el Santuario. De hecho, se había cruzado con alguna en más de una ocasión, pero, indolente y arrogante como decían que era, había pasado de frente sin invertir mirada alguna para la chica en cuestión.

Desde que tenía uso de razón sabía que en su mundo existían mujeres y amazonas; las primeras fascinantes hasta la imprudencia, las segundas peligrosas hasta el tedio. Y vaya surte la suya, en ese momento una de éstas ultimas se encontraba a menos de dos metros de él. Pero eso no era lo peor de su infortunado encuentro. Lo peor era que ella estaba sumergida en un charco de sufrimiento. Su alma, o lo que sea que le permitiera existir por encima de la vulgar materia, estaba lastimosamente desgarrada. Cómo lo sabía le era imposible explicar, simplemente lo sabía. Lo sentía; y, de alguna forma o por alguna razón, le dolía.

---Una amazona a estas horas y en este lugar, demasiado imprudente para mi gusto –habló.

Un sobresalto erizó la piel de la guerrera al saberse descubierta. Esa voz, grave y amenazante, la había escuchado antes. Por un instante se negó a creer que se tratara de él, del déspota y arrogante hombre que miraba por encima del hombro a sus menores: Milo de escorpio. Definitivamente la vida se hacía cada día más insufrible; no bastaba que su cuerpo y mente estuvieran escurriendo restos de vida, sino también tenía que soportar el desden de un honorable santo dorado. Porque no necesitaba voltearse para ser testigo de su pedantería; sobre su espalda sentía su dura mirada escrutándola, prácticamente reduciéndola a cenizas.

---¿Y bien? ¿No vas a decir nada, amazona? –Volvió a escucharlo, esta vez más cerca. Se incorporó y sin fuerzas para confrontarlo, se quedó de pie dándole la espalda. No había sido el mejor día de su vida y sólo quería que terminara.

---No sé que esperas que diga, pero sea lo que sea, tómalo por dicho.

Milo frunció el ceño: ¿era su imaginación o acababan de mandarlo al quinto infierno? La osadía en verdad le había tomado desprevenido. Intentó hacer o decir algo, pero la amazona fue más rápida y de un salto se impulsó hasta las sombras y finalmente se esfumó. "¡Carajo!", escupió el santo. Esa mocosa si que había pecado de atrevida. Pero las cosas no se quedarían así. Ya vería.

17 de Diciembre del 2008:

Posiblemente esto no debió empezar así. No debiste fingir y yo no debí ser tan comprensivo. Es verdad, no fue un buen inicio, al menos no el que imagine… Estoy escuchando una canción antigua y siempre que tengo su melodía en los oídos, no se porqué, tú llegas o surges de repente, como si hubieras estado siempre dentro de mi. Esa música más tu imagen me lleva lejos, a un lugar inmaterial. Allí no hay principio ni fin, como lo nuestro. Allí todo esta lleno de tu risa, de tu mirada y de tus gestos.

Imagino que mi vida a tu lado sería como ese lugar. Y yo hombre, ser humano, rodeado de todo tu ser, tu carne y tu espíritu. Sé que existe ese lugar, a tu lado. Con tu compañía podría hacerlo real. Es por esa ilusión que tengo ganas de dejarlo todo, de olvidar toda mi vida que no te incluya y empezar otra vez; como debimos empezar: yo conquistándote, tú intransigente; yo conquistándote, tú menos intransigente; yo conquistándote, tú cediendo; yo amándote, tú queriéndome; yo adorándote, tú amándome. Así debimos empezar, como cualquier pareja empieza. Pero no, no empezamos así. ¡Y cómo hacerlo si no somos como cualquier pareja! No empezamos así porque, creo, somos distintos al mundo entero. Necesitamos embrollarlo todo, para que todo tenga más significado; para saber realmente que yo te necesito y quizás tú me necesites, que yo te amo sobre todas las cosas y tú algún día me amaras. Somos raros y me siento orgulloso de ello, porque me hace creer, realmente creer, que aun podemos llegar a ese lugar soñado, y eso es algo a lo que no quiero renunciar. No quiero olvidarlo y mucho menos fingir que no puede pasar. Quiero tener una esperanza y luchar por ella. Por eso siempre que pueda te diré que te amo y te extraño. Sé que es amor y por eso siempre estaré dispuesto a dejarlo todo por ti, por intentar algo, porque puede que en ese "algo" quepa toda la felicidad que espero de esta vida. Y sabes qué más, aunque no quieras te considerare mi mujer, mi tierna y dulce y perversa y cruel y encantadora mujer.

Eres lo mejor que me ha pasado y no quiero perderte. Pienso que no es hora de buscar culpables, es hora de ver, de intentar que esto no se pierda. Aunque al final terminemos heridos, no podemos dejar que esto se muera o se olvide.

Te amo,

Milo.

01 de Enero de 1998.

Era increíble como pasaba el tiempo para el escorpión; como un estanque en el que se sumergía, exploraba su pequeño mundo acuático aguantando la respiración, ocupado en hacer todo cuanto podía hasta que simplemente ya no resistía más y salía a la superficie en busca de una bocanada de aire. Entonces veía a su alrededor y se daba cuenta que mientras él se esforzaba bajo el agua, arriba la vida había continuado. Los días se habían hecho semanas y las semanas meses. Y él, embotado de responsabilidades, no había sido parte de eso. No había disfrutado de los frescos amaneceres, de las reflexivas tardes, ni de las nostálgicas noches. Porque al final sólo era esclavo de una causa que, pisoteando sus más profundos deseos, trataba de defender lo indefendible.

---Mi vida por la de los demás –pensó en voz alta.

A esa simple frase se resumía su existencia. Era un santo dorado, un servidor. Un mortal que hacía la diferencia en un mundo que creaba individuos idénticos. Por eso, ah temprana edad, lo habían aislado del mundo exterior. Su vida valía demasiado como para dejarla en manos de escuetos mortales, que lejos de ayudarlo a escalar la cuesta que sería su existencia, lo hundirían en absurdas cotidianidades domésticas. Eh ahí la razón de la muerte de su madre y la desaparición de su padre: un santo dorado no nacía para ser hijo.

---Así que sólo me queda existir –concluyó con un hondo resoplido.

El santo se encontraba sentado en las segundas escalinatas del Coliseo. Toda la tarde había estado patrullando los alrededores y en ese momento se permitía un descanso. En el centro de la arena, dos aspirantes a armaduras plateadas se enfrentaban, según él, en insípida pelea. Definitivamente las nuevas generaciones dejaban mucho que desear. Para él, más allá de justificar sus propias existencias, entrenar a unos pobres niños no tenía mayor sentido. Los dioses ya se habían cansado de jugar a conquistar el mundo y ocupaban su tiempo en cosas más productivas, como decidir quién mandaba sobre quién, porque con eso de que en el cielo también se debía respetar la diversidad cultural la hegemonía del Olimpo se veía amenazada.

Pero si en cielo el panorama era desalentador, en la tierra era intolerable. Los humanos seguían haciendo de las suyas y contra su estupidez no había poder sobrenatural que sirviera. No importaba mucho tampoco, al menos no para los guerreros atenienses. Ellos habían hecho su parte, y en todo caso su jurisdicción no cubría idioteces mortales, a menos que éstas fueran una amenaza global.

---¿Analizando la posibilidad de tener un aprendiz, Milo?

Regresó de sus pensamientos y vio que a su lado se había detenido Aioria de Leo.

---Creo que ya te había dicho que primero muerto, de nuevo.

---Me lo habías dicho, pero pensé que era una más de tus pataletas.

El león dorado se ganó una mirada de hartazgo. Pero lejos de retirarse, se dejó caer con pesadez en el primer escalón y desde allí comentó lo extremadamente gratificante que podía ser guiar una pequeña alma con ambiciones de grandeza. Milo escuchó la perorata deseando que un rayo le partiera a su compañero de armas; la palabra "maestro" le caía como un bloque de cemento en su ya cansado cuerpo. En verdad no entendía como sus compañeros se rebajaban a entrenar niñatos que más que aprendices, parecían señoritas sabelotodos. Estaba distraído con esos nada fraternales sentimientos cuando "algo" llamó su atención.

---¿Quién es? –le preguntó a su compañero. Aioria giró el rostro para observarlo, descubriendo el punto exacto donde sus ojos estaban anclados.

---Shaina de Ofiuco. Pensé que la conocías.

---Había escuchado su nombre.

---Es una de las amazonas más fuertes; una excelente maestra también.

---Y una insolente.

Aioria se volvió a mirar a su compañero y ya no lo encontró.

* –*– *

Shaina de Ofiuco, harta y aburrida como estaba por esos días, iba por todos lados sin quedarse quieta en ninguno. Se sentía triste, frustrada y vacía. Triste porque de pronto su vida había caído en una abominable rutina; frustrada porque la resignación iba contra su orgullo; y vacía porque no conseguía olvidar. Olvidar aquello que nunca supo manejar, pero que la hizo sentirse útil para algo más que matar. Había querido creer que era orgullo, uno muy terco y constante, pero los años le habían demostrado que en verdad era dolor. Lo peor era que en toda su dignidad de guerrera no sabía como enfrentarse a eso. Porque ella había sentido todo tipo de dolores, algunos que la llegaron a doblegar hasta el desmayo, pero de golpe y sin humillarla. Sin embargo éste calaba hondo en sus extrañas, sometiéndola lentamente.

Se sentía herida como mujer. Marín, incluso June, se sabían amadas; sabían que los días alejadas de los hombres que les robaban el sueño les dolían tanto a ellas como a ellos, y eso justificaba cualquier calvario. Lo que no pasaba con ella. Había querido creer que no le importaba, que había nacido con la misión de servir a Atena y que todo lo demás era sinónimo de estorbo. Sin embargo, cuando estaba sola y con la noche a cuestas, se preguntaba si en ella había algo malo, algo que la incapacitara de amar y ser amada. Una noche incluso había corrido al baño y se había desvestido frente al pequeño espejo del recinto; estudiando su cuerpo en busca de algo imperfecto o poco atractivo. No halló nada; o más bien, encontró todo lo que una mujer debía tener. Entonces el problema no era su físico, aun más; pensarlo había sido estúpido, pues sólo una mente estúpida limitaría su abstracción a la frívola carne. ¿Entonces dónde estaba el problema?

---El respeto no es precisamente tu virtud, Ofiuco –escuchó una voz. Sorprendida, salió de su ensimismamiento y sus ojos buscaron con apremio. Cuando halló al dueño de la voz, simplemente no lo pudo creer. Se trataba de Milo de Escorpio.

El santo, recargando en una columna, sonrió con sorna al imaginar sus ojos abiertos de par en par. Era curioso, incluso desconcertante, pero casi podía ver a través de la fría máscara plateada. Tan transparente y familiar le resultaba, que cuando la amazona invirtió toda su fuerza de voluntad para regresar del desconcierto, él sintió que acababa de meterse en terrenos poco explorados.

---¿Acaso me haz seguido? –le preguntó ella.

---Cuidado, amazona, estás hablando con tu superior.

---Con mi superior que se pasa de fisgón.

Milo le iba a devolver la estocada, pero lo pensó mejor y concluyó que nada ganaba peleando con ella. En realidad nada ganaba estando en ese lugar. Aun así habría jurado que no se imaginaba en otra parte, lejos de ella. Con esa extraña sensación se le quedó mirando, al principio escéptico de su propio comportamiento, luego medio hipnotizado por la imagen de un ave herida a los pies de un predador. Ella era el ave y él el predador. Sabía que podía darle el golpe final; bastaba una mirada o una palabra desdeñosa para terminar de hundirla. Sin embargo, y contrario a sus instintos, tanto poder le dio miedo y se quedó paralizado.

Pero mientras el predador se debatía en matar o no, el ave se encogía interiormente al saberse herida y descubierta. Esta vez no escaparía, y tal vez era mejor así. Hace mucho que esperaba una razón, para el mundo; una excusa, para ella, para echar todo por tierra y salir huyendo de ese pedazo de existencia. Ya había dado todo cuanto tenía y permanecer allí carecía de sentido. Ya no servia a la causa de su diosa estando conciente de que por ella había perdido todo cuanto había deseado. Si quería evitar su inminente muerte en vida tenía que alejarse, de todo y de todos.

---La otra noche –habló Milo de pronto–… ¿Qué hacías en ese lugar?

La pregunta había llegado como una invitación de consuelo, o al menos eso le pareció a ella, que con el corazón desbocado miró como el santo había desterrado de su rostro la arrogancia y en su lugar mostraba una mezcla de sobrecogimiento y ternura.

---No… es de tu incumbencia.

Y lo dijo dudosa, como si no creyera sus propias palabras. Su corazón saltaba en su pecho en extraña danza de fascinación y miedo, expandiendo por su cuerpo un vértigo agradable. Jamás, en ningún ser humano, ni siquiera en un dios, había visto tanto brillo como el que Milo proyectaba en ese momento. Ante esos ojos azulados, que la observaban con docilidad, sintió ganas de llorar. Quería acurrucarse contra ese amplio pecho para dejar que el peso de su alma se escurriera en forma de lágrimas, con esos fuertes brazos rodeándola. Profesándole protección.

---No sé qué haz venido a buscar y tampoco me interesa –volvió a hablar, luchando con ella misma. De pronto había recordado que era el arrogante escorpión quien le había inspirado ese torbellino de sensaciones–. Hazme un favor y desaparece, Escorpio.

Fue como si a Milo le sacaran de un trance. Había estado caminando entre brumas, perdido en unos ojos que jamás había visto, pero que sin embargo conocía muy bien. Los había visto llorar, cerrarse en busca de un sueño ansiado y abrirse al no hallarlo. Estaban sufriendo y él podía sentirlo. Como si una parte de él sufriera con ella. Ese sentimiento, sumado a su voz pidiéndole desaparecer, lo devolvió al presente, confundido y… asustado.

---¿Por qué crees que puedes hablarme así, amazona? –escupió con autentico enfado.

---Sólo quiero que me dejes en paz.

---¿Y quién dice que a mí me interesa prolongar este tedioso encuentro? Ahora mismo me largo.

Dio un resoplido y se irguió para empezar a caminar, sin poder evitar verla por última vez. ¿En qué estaría pensando? Bufó una vez más y se alejó a pasos firmes del lugar.

22 de Noviembre del 2008:

Quisiera decir que después de todo no te amo y no siento necesidad de ti, pero es imposible. Cada vez que imagino un te quiero o un te amo viniendo de ti, simplemente me vuelvo loco. Empiezo a imaginarnos a los dos en algún lugar del mundo. Empiezo a ver por tus ojos y a escuchar por tus oídos. Empiezo a querer vivir y sentir por tu cuerpo. Hay algo en ti que me llama, un algo que me hace querer romper con mi realidad.

Ayer estuve en una playa y allí había un malecón muy bonito, con restaurantes cerca del mar. Había también unos increíbles hoteles, todos como castillos o como moles de cemento. Fui hasta ese lugar para olvidarte, pero lo único que hice fue anhelarte. Mientras paseaba por la playa nos imagine caminando solos, de la mano como enamorados. Tú tan lejos de Italia y yo tan lejos de Grecia. Me imagine preguntándonos qué harían en ese momento nuestros amigos. Pensé que sentiríamos nostalgia de aquellos mundos de los que siempre quisimos huir, pero que sin embargo extrañaríamos. Recordaríamos la primera vez que nos vimos de verdad, cuando nos dimos cuenta de que siempre nos estuvimos buscando, y comentaríamos que la vida a veces es muy inesperada e irónica, porque casi siempre se encapricha con lo imposible. Hablaríamos y recordaríamos caminando por la orilla de ese gran charco que es el Atlántico. Quizás algún día eso pueda ser real. Quizás algún día caminemos por el mismo lugar, hablando sobre como un santo y una amazona se conocieron y tiempo después se enamoraron; de como, de esa forma tan rara como hacían ellos las cosas, pudieron vivir acompañándose entre estrellas y dioses.

Extrañándote,

Milo

22 de Febrero de 2008.

Milo había estado distraído buscando en el recinto alguna señal de la reunión anterior, como si se tratara de la pista definitiva que lo conduciría directo al criminal. Quería acusarlo y mandarlo al paredón sin mediación alguna; se lo merecía y nadie le haría cambiar de opinión. Pero para su desgracia, o fortuna, no encontró nada acusable. Todo estaba limpio y ordenado como de costumbre, algo que le frustró aun más. Era un sabotaje, un acto de alta traición, y él no tenía las pruebas suficientes para levantar los cargos. Nada con que reclamar semejante desplante. Pero lo peor no era eso, sino que no entendía por qué le jodía tanto el asunto; estaba seguro que la famosa reunión había resultado como una visita a la abuelita enferma. Tal vez era eso, claro; Camus había querido evitarle la insufrible noche. Quería creerlo en verdad, pensar que el francés le había ahorrado el mal rato en nombre de la amistad.

---No te invitamos porque creímos que tendrías cosas más interesantes que hacer.

¿Creímos? ¿Entonces había más de un implicado?: el escorpión giró sobre sus talones y se topó con la fría expresión de su camarada. Y la odio. La odio tanto que deseo borrársela a golpes. Pero se contuvo. No podía dejarse llevar por la rabia y demostrar su frustración. Esconderla sería, en definitiva, la mejor forma de darle vuelta a la situación. Y si de esconder se trataba, pues nadie mejor que él; el maestro del camuflaje emocional. Además, y analizándolo bien, sus compañeros eran lastimosamente trasparentes. Pensar que de esa manera le iban a cobrar todos sus desplantes era ridículo hasta las carcajadas. Si hasta pena ajena le daba. Aunque también se sorprendió y, por qué no, se admiró: no imaginaba que su aptitud les importara tanto como para armarle semejante jaleo. Y Camus, pobre Camus, era el corresponsal de la campaña pro-remisión-Escorpio. Porque en el colmo de lo melodramático los honorables –y supuestamente ya inseparables– santos dorados, sentían que lo estaban perdiendo.

¿Pero a qué se debía semejante drama? Pues a que Milo ya no era más el joven de paporreteadas ilusiones de cambiar el mundo, de hacerlo un lugar mejor para todos. Incluso para ellos. De luchar, hasta quemar su último aliento, por un ideal tan abstracto como deslumbrante; sin importar que en el camino derramara su propia humanidad. No, ya no era más ese joven. Ahora era una mezcla inexorable de tedio y rendición. Y no podían culparlo, de hecho, ni siquiera podían reclamárselo, por muy hermanos suyos que se consideraran.

---Hicieron bien –concluyó–. Me habría resultado tedioso buscar una disculpa creíble.

---Milo… –Camus, en toda su inmutabilidad, no cabía en su indignación–. No entiendes que…

---Ustedes son los que no entienden, francés. Si tanto les gusta vivir en el pasado; rodeados de este lugar detenido en el tiempo, pues háganlo, pero no cuenten conmigo. Allá afuera yo tengo más cosas por las que vivir y no pienso renunciar a ellas ahora que puedo tenerlas.

El "francés", como lo llamaba Milo cuando quería restregarle algo más que ironía, sintió que en ese momento bien podría matar a su compañero. Pero lamentablemente hace unos días se había aprobado una norma que les obligaba a respetar la vida de sus compañeros de rango. Frustrante en verdad, pero el acuariano no estaba para ir contra reglas oficiales y terminar sentenciado también a muerte; no por él, sino por su diosa. Atena ya tenía suficiente de peleas, irónico tomando en cuenta que era una diosa de Guerra.

---Si tú no quieres intentarlo es tú problema –dijo al fin, bastante harto–. Nadie te va a obligar a nada.

––Tampoco podrían –le restregó Milo. Miró una vez más el curioso reloj del recinto, uno en forma de alforja, y dio media vuelta para irse. Salió de Acuario y bajó los escalones con dirección a su Templo, pensando dormir temprano. Pero al llegar y respirar su aire solitario, decidió caminar un poco.

Todo estaba de cabeza. Su vuelta a la tierra había sido, sin duda, un error de piedad de Atena, porque una cosa era regresarlos de la muerte y otra muy distinta era darles una vida. Y su diosa, en toda su misericordia, había hecho lo primero ignorando que luego no podría hacer lo segundo. No era su culpa por supuesto, Ella sólo hacía lo que le dictaba su corazón; y su corazón, puro y compasivo como ninguno, muchas veces le dictaba mal. Nada reprochable, era apenas una niña, una muy dulce y despistada cuando de captar lo elemental se trataba. Ahora, que pasara mucho tiempo con los santos de Bronce ya era otra cosa, porque sin hablar ni pensar mal, esos muchachos, siendo los héroes que eran, estaban lejos de ganarse el premio a la percepción. Los pobres eran patéticamente ingenuos. Hablar con ellos era como hablar con un disco rayado: protegeremos este mundo aun con nuestras vidas. Una frase tan básica para un santo en ellos sonaba absurda. Y que lo disculpara Camus, pero su aprendiz dejaba mucho que desear con su reducido pensamiento.

Sin darse cuenta había llegado hasta el lugar que consideraba su refugio. Se recargó contra su roca preferida y buscó en el bolsillo de su casaca. Hace días no fumaba y suponía que se merecía eso al menos; un cigarrillo, o tal vez dos.

––No deberías fumar esas cosas –escuchó atrás de él. Habría girado el rostro, pero le dio pereza y se limitó a mirar de reojo, sólo un segundo, para después regresar la vista al frente.

––En mis veintitrés años de vida eh hecho lo que eh querido; aun yendo en contra de los mandatos de mi maestro: ¿por qué escucharía las palabras de una simple amazona?

––Tu bienestar no me preocupa, si es lo que piensas, Escorpio. –Shaina, que había estado sentada en la cúpula de un pilar, bajó de un salto al suelo–. Pero mi padre murió por…

––No me interesa lo que le ocurrió a tu padre, Ofiuco.

Un cuchillo, eso fue lo que sintió Shaina ante esas palabras. Quiso llorar, pero se contuvo, no iba a hacerlo delante de él. Respiró profundamente tragándose su dolor y dio media vuelta para regresar a la aldea de las amazonas. Milo la sintió alejarse mientras encendía el primer cigarro de la noche. Aspiró, el humo se filtró por su garganta y recorrió sus entrañas; aspiró otra vez, pensando repetir el proceso de envenenamiento voluntario, pero se vio interrumpido por unos ojos tristes y un remordimiento punzante le hizo expulsar el humo.

––¡Carajo! –exclamó impotente, y con asco lanzó el cigarro muy lejos. De pronto estaba furioso con él mismo. Un par de palabrotas más y se sorprendió corriendo detrás de la amazona.

La alcanzó en los perímetros del Coliseo, que a esas horas de la noche estaba desolado y silencioso, y sin pensarlo la tomó por el brazo y la hizo detenerse. Por instinto ella rechazó el contacto, con un jalón, girando molesta. Pero su sangre se heló cuando entre las penumbras reconoció la mirada de Milo. Cuando se recobró de la sorpresa, retrocedió e intentó verse amenazante, sin lograrlo pues la expresión del santo continuó infranqueable, porque aun después de haber corrido tras ella, seguía siendo un santo dorado y ella una simple amazona.

––Escorpio…

––Discúlpame.

––¿Qué?

––No debí decir eso de tu padre. Discúlpame.

El cielo negro, sin luna, esa noche parecía más próximo a la tierra. Hacía frió y el aire se sentía pesado por la humedad que pululaba en el ambiente, señal de que el invierno se acercaba inexorablemente. Después de la inesperada disculpa, Shaina no había podido dar cuenta de vida al permanecer inmóvil frente al santo. Milo tampoco había vuelto a emitir sonido alguno. Luego de aquel primer encuentro en las ruinas, no había día en que sus pasos no se cruzaran. En todos lados y a todas horas, sus miradas se topaban. Ellos fingían indiferencia y seguían su camino sin intercambiar palabra alguna. Estos encuentros sin embargo no eran cosa de esos días; habían sucedido una y otra vez durante los últimos quince años, sólo que ellos recién eran concientes de la existencia del otro.

––¿Y bien? –Rompió el silencio el santo–. ¿Me disculpas?

Shaina regresó de sus pensamientos.

––Como quieras.

––Entonces estoy disculpado –dijo él, y dio media vuelta.

Mientras lo veía alejarse, la amazona se preguntó quién era en realidad Milo de Escorpio. En el Santuario no había reunión donde no se le mencionara, ya sea para alabarlo por su impecable desempeño, o para criticarlo por su supuesto libertinaje. Nadie sin embargo estaba seguro de nada respecto a él, pues para todos su persona resultaba inalcanzable, por asuntos de respeto con los de su mismo rango y miedo con los de menores.

23 de Octubre de 2008:

No sé cómo llegamos a querernos, y tampoco cómo es que queriéndonos no estamos juntos. Supongo que ambos somos culpables. Tú por tu maldita necesidad de sentirte independiente, poderosa; y yo por mi miedo a ser sólo un escape para ti. Por eso quiero que te equivoques, para que sepas que realmente me quieres… Para que cuando estemos juntos nunca más me dejes. Igual tal vez son sólo excusas, tuyas y mías.

Aun así quiero que sepas que yo te amo sabiendo que no estaremos juntos por ahora, te amo sabiendo que puedes encontrar a alguien más, te amo siendo conciente que siempre preferirás Italia a Grecia. Te amo dándote la potestad de reclamarme, ser irónica y cruel con tus palabras; de reprocharme todas las veces que estoy con alguien que no eres tú. Me lo merezco. Ódiame, pero, por favor, ten siempre en cuenta que detrás de todos mis errores está la frustración de traicionarme a mi mismo cuando estrecho un cuerpo que no es el tuyo. De alguna manera te pertenezco y digo esto porque en todo este tiempo mi único anhelo ah sido que me ames.

Siempre supe que este día llegaría, pero nunca imagine que dolería tanto. Quisiera decir que hay alguna solución, pero no la hay, al menos no por ahora. Escriba lo que escriba, tú te iras y con eso yo moriré, una vez más. Ya estoy muriendo, de a poco, al pensar que uno de estos días despertarás lejos de mí ya sin amarme, y todo lo que vivimos te parecerá absurdo. Te arrepentirás de las palabras que me dijiste hoy y ya no le encontraras sentido a lo nuestro. O, con lo impredecible que eres, despertaras amándome más que nunca y lloraras al pensar que pudimos estar juntos, que podemos o que podremos.

Despiertes como despiertes, quiero que sepas que aun me derrites con toda tu ternura guardada, con las incongruencias de tus sentimientos y con toda esa maldita manía de negar todas las sensaciones que hago nacer en ti. Porque así eres tú, cariño, insustancial a la hora de amarme. Yo en cambio te amo siempre, a todas horas y en todos los lugares. Me levanto todos los días estando seguro de que es a ti a quien quiero entregar mi vida, porque aunque hoy nos separemos, juro por Atena que en algún futuro estaremos juntos. Pero ahora nos toca darle tiempo al tiempo, para que con los golpes de la vida nos terminemos de convencer que estamos hechos el uno para el otro y que por lo tanto nos necesitamos. Hasta que llegué un día en que el amor nos ahogue y debamos dejarlo todo para ir por el otro. Yo esperare ese día, con toda mi alma y todo mi cuerpo.

Empezando a esperar,

Milo.

23 de Marzo del 2008.

Dos semanas habían pasado desde que Shaina escuchó, incrédula, la disculpa que Milo le pidió. No lo había vuelto a ver después de esa noche, pero su voz todavía resonaba en sus oídos. Su mente, insufrible como andaba por esos días, más de una vez le había sorprendido evocando la imagen del escorpión dorado. Como en ese preciso momento; mientras tenía al Mediterráneo bailando delante de ella, con sus calidas aguas floreciendo bajo el sol de la tarde.

Era un paisaje de ensueño no había duda de ello, sin embargo a los ojos de la amazona carecía de realismo. Como un bello cuadro tras una vitrina. No quería ser dramática, pero la vida había dejado de ser agradable hace mucho tiempo. Todo era absurdo y monótono; incluso aquel dolor que tiempo atrás le hacía sentir en una ruleta rusa, ahora era parte de sus días. Su molestia había dejado de importarle; estaba ahí y punto. Era una realidad patética, pero era la única que tenía viviendo bajo el juramento de guerrera. Un juramento que después de haberse anunciado el fin de las Guerras Santas le resultaba incoherente. Se suponía, pensando optimistamente, que su presencia era necesaria por la constante amenaza de guerra; ahora bien, esa amenaza después de la derrota definitiva de Hades había pasado a ser historia, por tanto la conclusión lógica sería que su presencia ya no era necesaria. Qué hacía allí entonces era algo que ni ella misma entendía, pero suponía que se debía al miedo que le inspiraba enfrentar el mundo. En el Santuario, mal que bien, vivía rodeada por una realidad; una que la protegía de la incertidumbre de casi tener dieciocho años y no ser nada a los ojos del exigente mundo exterior.

Dieciocho años, esa era otra cosa que le arruinaba la existencia. Nadie sería capaz de entender lo aborrecible que le resultaba sumarle un año más a su vida, y, premiada como andaba esos días, esa medianoche tendría que hacerlo. Si, era víspera de su odioso cumpleaños; motivo suficiente para estar deprimida. Y de hecho lo estaba. Por eso había ido a ese lugar, porque las cuatro paredes de su habitación la ahogaban al punto de hacerle pensar en la manera más sencilla y menos dramática de reclamar su libertad. Este último pensamiento le provocó un escalofrío: definitivamente había llegado a detestar el Santuario.

––Debes ser masoquista para todavía estar aquí –se dijo a si misma.

––¿Ahora hablas sola? –una voz le sobresaltó. Enojada por el susto, se dio vuelta dispuesta a romperle la cara al bastardo que había osado hablarle, sin embargo no pudo ni respirar cuando vio que el bastardo en cuestión era nada más y nada menos que Milo de Escorpio. El santo parecía divertido, no como un común mortal, sino más bien como el hombre que había regresado de la muerte, es decir, un ser superior en todo el sentido de la palabra. Sonrió y dueño de aquella seguridad que le hacía ser amo y señor de toda situación, caminó hacia ella.

––Voy a creer que vives detrás de mí, Ofiuco –le dijo–: primero en las ruinas y ahora aquí; ambos lugares considerados mis refugios secretos, pero que sin embargo tú insistes en frecuentar.

Shaina, sorprendida aun, no supo qué responder a semejante majadería. Ahora resultaba que ella, ¡ella!, vivía detrás de él, cuando era él quien se le atravesaba en todos lados. Como si no tuviera bastante con sus dilemas, ahora debía soportar, una vez más, la arrogancia del escorpión.

––Vete al demonio, Escorpio.

––Y seguimos con la agresividad. No sé cómo sobreviviste en este lugar siendo tan irrespetuosa.

––¿Qué quieres de mí?

––¿Yo de ti? –frunció el ceño Milo. Finalmente sonrió con su habitual ironía–. Nada por supuesto. Sin embargo tú no puedes decir lo mismo.

––¿Qué?

––No estoy con ganas de jugar al gato y al ratón, Ofiuco, así que seré claro. ¿Vez aquel lugar? Pues bien, me sentare allí a meditar algunos asuntos. No tengo mucho tiempo, pero si te interesa puedo hacer de cuenta que tengo la tarde libre. Tú decides.

¿Había escuchado mal? Shaina casi se va de espaldas. De milagro se sostuvo en sus dos pies y miró, escéptica hasta la medula, como el escorpión se alejaba con dirección al mar. Lo vio detenerse y finalmente sentarse en la orilla; donde las olas perdían sus fuerzas y retrocedían. De espaldas y distraído con el atardecer, parecía un joven ordinario. Como si la inmensa responsabilidad que pesaba sobre sus hombros de pronto se hubiera extinguido. Pesaba, esa era la palabra exacta para describir su titulo y ella recién se daba cuenta. Que tonta y engreída había sido.

––Te lo vuelvo a preguntar, Escorpio; ¿qué quieres de mí? –hizo notar su presencia. A pesar de la firmeza de sus palabras, estaba nerviosa y se reprochaba el haber decidido aceptar la indirecta invitación. Sus últimos encuentros habían terminado mal y el repentino acercamiento le resultaba inverosímil. Claro, inverosímil para ella, porque seguro que para él el asunto no tendría mayor importancia. Ella era la de los fantasmas, la de los tontos presentimientos. De nada había servido la perseverante lucha por la igualdad de géneros en ese fin de mundo, los hombres seguían siendo hombres y las mujeres, mujeres. Y las mascaras, irónicamente, sólo eran una confirmación de ello. Frustrante en verdad; más aun estando cerca del presumido escorpión.

––Ya deja de ser tan paranoica –alzó la vista Milo, mirándola con dureza–. No eh tenido un buen día y al parecer tú tampoco, por eso pensé que podríamos… ¡Arg! Ya no creo que sea buena idea. Vete si es lo que deseas y olvídate de todo.

Shaina pasó saliva con dificultad. Sus manos sudaban horriblemente y sus piernas temblaban. Lo correcto habría sido irse, sin embargo no quería hacerlo. Quería quedarse y enterarse a qué se debía la docilidad de su compañero de armas. Sin pensarlo se inclinó y con cuidado se dejó caer sobre la arena, sentándose a su lado.

––Supongo que me arrepentiré de esto –murmuró para ella misma.

––Supongo que si –le sonrió Milo. Shaina se sorprendió ante el gesto, pero después lo compartió. Por varios minutos no volvieron a hablar. Era más agradable observar el ir y venir de las olas.

––¿Qué sabes de mí? –le preguntó de pronto Milo.

––Nada –respondió ella–. Es decir, nada concreto… Auque he escuchado muchas cosas.

––¿Por ejemplo?

––Que como santo eres uno de los mejores, pero que como persona dejas mucho que desear.

––Vaya. Cuanto amor para mí. ¿Qué más?

––Que fuera del Santuario vives una vida libertina; parrandeas noches enteras y fumas como pagado. ¿Sigo?

––¿Hay más? –Rió el escorpión–. Vale, sigue.

––Que no piensas entrenar ningún aprendiz porque para ti eso es rebajarse. Que estas harto de la vida en el Santuario y que estas estudiando una carrera para poder irte.

Shaina terminó su avalancha de acusaciones con una sensación desagradable en el estomago. Miró de soslayo a Milo y lo encontró pensativo. Definitivamente había hablado de más. Ella y su lengua, renegó para sus adentros y se encogió preguntándose porqué de pronto a Milo le interesaba lo que pensaba la gente. En los tres años que llevaban viviendo su nueva vida, iba por el Santuario sin ver a nadie. Soldados, aprendices, amazonas y santos; todos parecían sombras a su lado. Como si siempre tuviera cosas más importantes en que pensar. ¿Pero qué podía ser más importante que su lugar en la elite dorada? Imposible saberlo. Todo él era una gran contradicción. Y las cosas empeoraban cuando se tenía en cuenta que era uno de los más cercanos a Camus de Acuario. El francés era un hombre perfeccionista, terriblemente infranqueable y distinguido. Era difícil imaginárselo compartiendo un sencillo saludo con un amigo, más aun si ese amigo era Milo, que también tenía su cuota de perfeccionismo y altanería.

––Como siempre los rumores tienen algo de cierto –rompió el silencio él; sobresaltándola–. Es cierto que tengo una vida fuera del Santuario, pero no es precisamente libertina. Sucede que tengo veintitrés años y trato de aprovecharlos; estudiando y divirtiéndome. No voy a ser joven toda la vida y ahora que las Guerras Santas son cosa de ayer, me veo obligado a pensar en el futuro. Eso no quiere decir que este harto del Santuario, es sólo que aquí el tiempo se ha detenido; lo que no es malo, pero tampoco bueno, al menos para mí. A diferencia de mis compañeros, yo no puedo vivir sólo el presente… Allá afuera también tengo responsabilidades a las que no puedo faltar.

––No tienes que decirme todo esto, Escorpio –se atrevió a hablar Shaina, todavía incrédula con la situación–. Son cosas que no me incumben.

––Definitivamente no te incumben, Ofiuco –frunció el ceño Milo–. Pero si no hablo yo, tú no lo harás.

––No sé a qué te refieres.

––A que es víspera de tu cumpleaños dieciocho y no luces precisamente emocionada.

Esta vez definitivamente había oído mal, pensó Shaina tensándose toda. Podía escuchar los latidos de su corazón y su boca se había secado. Intentó incorporarse, pero Milo sujetó su muñeca y la obligó a quedarse quieta; mirándola con una mezcla extraña de reprensión y decisión. Intimidada por esa expresión, abrazó sus rodillas y bajó el rostro intentado esconder su inminente derrumbe. Milo en cambio permaneció impávido.

––Cómo lo sé no importa –dijo–, es sólo que alguna vez también tuve dieciocho años y me sentí perdido al no hallarle rumbo a mi vida. A cualquiera le bastaría ser un santo dorado para sentirse encaminado, pero eso nunca sucedió en mi caso. En mi adolescencia cometí muchas estupideces y todas tuvieron consecuencias, sin embargo hubo una que marcó mi vida. Viví años martirizado por esto y cuando morí frente al Muro de los Lamentos me sentí librado de un gran peso. Pero como las cosas nunca suceden como uno quiere, Atena nos devolvió a la vida y con ello mi martirio surgió nuevamente. Sin poder enfrentarlo, me sentí perdido por varios meses hasta que mi conciencia reaccionó y me obligó a armarme de valor para asumir la responsabilidad de mis actos.

Shaina, con desconfianza, alzó la cabeza y lo encontró con la mirada nublada por una madurez intimidante. Una a una las capaz de la coraza que lo hacían ver invencible se habían disuelto dejando al descubierto un hombre que se batía con la vida como cualquier otro mortal. ¿Qué era aquello que lo reducía a ese nivel de existencia? Shaina hubiera pagado por saberlo.

––Crecer duele, pero resistirte a hacerlo duele más –volvió a hablar Milo–, así que sólo queda dejarse llevar.

Shaina no había terminado de asimilar las palabras cuando el escorpión se incorporó y le extendió una mano. El desconcierto la invadió y demoró en reaccionar.

––¿Qué haces?

––Cumples años ¿no? Hay que festejarlo.

––¿Haciendo qué?

Milo se echó a reír con la pregunta.

––No te voy a hacer una propuesta indecente si eso es lo que piensas, aunque no lo creas soy un caballero; es sólo que en mi refrigerador tengo un pastel de crema; esta allí hace un par de días y pide a gritos ser comido, así que pensé que podías ayudar en la causa. No lo hagas por mí, hazlo por el pastel, el pobre se siente un completo fracaso como postre.

––¿Ahora eres terapeuta de pasteles?

––Si tu hablas sola, yo puedo hablar con pasteles.

––Estas loco –rió Shaina.

––Lo sé, pero ya sabes lo que dicen: "De poetas y locos, todos tenemos un poco" –se encogió de hombros Milo–. ¿Vienes entonces?

08 de Septiembre de 2008:

Hace unas semanas sostuvimos una conversación sensata. La más sensata que tuvimos hasta hoy. En ella fuiste sincera; pero sobretodo conciente de tus cambios. De aquellos ciclos donde a veces estás muy arriba; detestándome, o muy abajo; amándome. Se me hace sencillo enumerar las razones que tienes para odiarme, soy culpable de todas ellas; pero se me hace imposible imaginar las razones que tienes para amarme. Sé que aporto algo a tu vida, pero no sé exactamente qué. Quiero creer que es algo importante, tanto que me necesitas más de lo que yo a ti.

Que te ame no es tu logro, niña linda. No caí en esto estando ciego. No. Amarte ah sido mi decisión y voluntad. Aunque debo admitir que hubo cosas que no pude controlar, como el que influyeras en mí. Nunca eh pensado cómo lo haz hecho y no lo haré ahora. En realidad esta carta es para hablarte del otro Milo, el que sólo aparece cuando no hay nadie cerca. Te aterraría saber lo frió que es ese Milo; o lo obsesivo, celoso, posesivo y calculador que puede ser. El odio que le inspiran las personas ignorantes, porque es de los que pueden perdonar una traición, pero condenan una falta de criterio. Irónicamente, ese Milo también puede llegar a ser totalmente dependiente de las personas que le rodean. En ellas busca estabilidad y cobijo; cosas que tú aun no eres capaz de brindarle. Supongo que tampoco te gustaría saber que muchas veces no soporta tu egocentrismo y tu supuesta independencia.

Aun así, ese Milo te busca siempre que puede. ¿Sabes por qué? Porque le haces bien. Porque le apartas de todo lo que le rodea al constituir un mundo distinto. Por eso quiere descubrir más cosas de ti, conocerte para reconocerse. El problema es que tú no lo dejas y hoy por hoy no sabe cuánto te conoce. Duda que sea mucho o poco, suficiente o no, o si todo es verdadero o medianamente falso. De nada está seguro contigo, sin embargo es capaz de asegurar que tú a él si lo conoces, al menos en lo único que realmente importa: su amor por la libertad. Tú lo entiendes en ello y hasta coludes con él para escapar de este fin de mundo.

¿Comprendes ahora nuestro problema? Hemos nacido para estar juntos, pero tú no haz sido capaz de sentir amor leal y estable. Todo lo contrario; callas, te muestras reacia, escondes tus miedos e inseguridades. Quiero ayudarte, pero tú no me ayudas a hacerlo y con eso nos condenas a seguir siendo amigos a pesar de amarnos tanto. Igual tal vez soy yo el necio y ser amigos hasta donde nos alcance la vida es nuestro destino. El detalle es que yo al destino lo mande al cuerno hace mucho tiempo, rompí con él y ahora hago lo que quiero. Por eso he tomado la decisión de renunciar a mi titulo de santo. No lo hago por ti, ni siquiera por mí. Lo hago por mi hijo. Es muy difícil explicar lo que se siente ser padre, pero es bonito y cada día que paso sin ejercer ese papel me duele mucho. Además, la vida me debe demasiado y permitirme estar junto a él será su primer pago, el resto de la deuda me la pagara contigo –si, me estoy riendo al imaginar tu enojo por esto–, así que prepárate porque no descansare hasta que seas mi esposa.

Aun no sé cuando le voy a dar la gran noticia a Shion, pero desde mañana empezare a romper cada uno de los lazos que me atan a este lugar, para estar libre cuando llegue el momento de irme. No sé si para ese entonces tú todavía estés aquí, si lo estás te llevare conmigo, pero si no, iré a buscarte.

Es una promesa,

Milo.

Bien, allí estaban: frente a la imponente entrada del Templo de Escorpio. Shaina siempre había tenido la impresión de que entre todos los templos, el octavo era el más amenazante. Tal vez por la fama de su guardián o porque el signo de Escorpio en si inspira una fascinación de doble filo al ser portador de dos fuerzas tremendamente opuestas: la pasión y la espiritualidad. ¿Qué tan buen representante de su signo era Milo? Eso era algo que Shaina quería saber. Por eso había aceptado su invitación, por eso y porque, increíblemente, el santo le inspiraba mucha familiaridad. El Santuario entero podría tildarla de loca, pero eso era lo que sentía y por primera vez no quería reprimirlo.

Lastima que tanta valentía se esfumó cuando Milo le pidió que lo siguiera. En ese momento, viendo sus penetrantes ojos azules, sintió un atroz pánico y quiso dar vuelta para salir corriendo. Sin embargo el escorpión fue lo bastante perceptivo y suavizó su expresión para decirle que estaba segura con él. Nadie osaría a hablar sobre el asunto porque él se encargaría de cerrarles la boca a todos, incluso a sus iguales. Pero eso no era lo que le preocupaba a la amazona, sino la inquietante sensación de estar a su merced.

El escorpión era quizá el mortal más atrayente que había conocido y tenerlo tan interesado en ella le producía un enorme desconcierto. Después de todo era una simple amazona y él un santo de oro, ¡un santo de oro! ¿Qué interés podría moverlo para buscar su amistad? Porque eso le había dicho de camino al octavo templo, que no debía buscarle la quinta pata al gato porque su único interés era una amistad. Y lo dijo muy serio, como para que no quedara duda alguna. Ahora, eso estaría bien de tratarse de otro hombre, no del arrogante escorpión que hasta hace algunas semanas la veía por encima del hombro. ¿A que se debía el repentino cambio? Otra pregunta sin responder. Como sea, ya no había vuelta atrás, él no lo permitiría, así que lo único que quedaba hacer era avanzar. Con este ultimo pensamiento, la amazona respiró profundamente y con paso firme empezó a adentrarse en el templo, siguiendo a su guardián. En silencio, atravesaron el Salón de Batallas y siguieron de frente hasta el corredor residencial.

––Imagino que nunca viste un Templo por dentro –habló Milo. Shaina, nerviosa como estaba, sólo negó con la cabeza–. Ya veo… Los Templos han sido construidos pensando en la naturaleza de sus guardianes y por eso todos son diferentes. Desde la estructura hasta la decoración, todo esta caracterizado por el signo zodiacal al que albergan.

Milo continuó su explicación mientras guiaba a la amazona a través de los corredores, mostrándole los diferentes ambientes y contándole curiosidades de ciertos objetos o antiguos habitantes; como aquella historia donde uno de sus antecesores se atrevió a desobedecer la orden de celibato que en la antigüedad regia entre los santos de oro para vivir un romance tórrido con una sacerdotisa. Fueron felices por varios años hasta que un compañero los descubrió y los denunció. Ella murió ejecutada por atreverse a tentar a un santo y él fue encerrado de por vida en los calabozos por deshonrar sus vestiduras sagradas. La historia culminaba con la afirmación de que en las noches de luna llena la sacerdotisa bajaba hasta los calabozos buscando a su amante, sin encontrarlo nunca pues el guerrero, loco de dolor, se había quitado la vida y con eso se había condenado.

––Mi escudero asegura haber oído llantos, pero yo creo que sólo son patrañas –terminó de brazos cruzados Milo. Parecía satisfecho con su conclusión.

––Que insensible y poco romántico eres –le reprochó Shaina, lo que le hizo reír.

––¿Me vas a decir que tú si eres romántica?

––¡Por supuesto que no! –se puso a la defensiva ella–, pero me da pena la suerte de la chica; no es justo que la mataran y al santo sólo lo encerraran.

––¡Ah! Entonces sólo es fraternidad femenina. Pues bien, amazona, déjame decirte que la sacerdotisa recibió la mejor parte: la muerte. En cambio el pobre hombre tuvo que sufrir su ausencia, sintiéndose culpable y además indigno, a tal punto que prefirió quitarse la vida.

Shaina reflexionó; había pensado que Milo sólo sacaría a relucir el asunto de la honorabilidad de un santo, pero en vez de eso lo había escuchado nombrar también el dolor por una ausencia y la culpa; dos cosas que ella habría jurado que él no conocía.

Siguieron el recorrido y se detuvieron frente al estudio. Era un ambiente muy elegante, con altísimos estantes repletos de libros de todos los tamaños. Los títulos iban desde arte y cultura, pasando por física, hasta terminar en matemática aplicada a la economía. Shaina tomó uno de estos libros y los hojeó, sonriendo.

––Así que Economía ¿no? –miró a su anfitrión. Milo se encogió de hombros.

––Siempre me ha gustado y ahora se ha vuelto una pasión. La Economía, aun con su imagen fría y calculadora, te da las herramientas necesarias para hacer de este mundo un lugar con mejores oportunidades, al menos en teoría, porque aun con los modelos más complicados es difícil encontrarle solución a todos los problemas. Aun así, los economistas son los únicos que pueden decidir que es lo que posiblemente sea bueno o malo para un país y por consiguiente para el mundo, el problema es que nunca están seguros. De ahí la frase: Los economistas dominan al mundo, pero no están seguros de qué hacer con él.

Shaina rió, divertida con la curiosa frase.

––Mientras no olviden que detrás de los números y gráficos hay personas, supongo que esta bien.

––Si, supongo que si.

La amazona devolvió el libro a su lugar y preguntó por la próxima parada. La media hora siguiente se entretuvieron explorando los salones de estar y las terrazas hasta que el final del pasillo se anunció con una imponente puerta: la que conducía a la habitación principal, es decir, la habitación de Milo. El santo, medio en broma medio en serio, le preguntó a Shaina si también quería conocerla y se ganó una mirada amenazante. "Era una broma", se defendió con sonrisa inocente. Decidieron dar media vuelta y regresar sobre sus pasos. Entraron a la sala y el aire fresco que se colaba por la terraza le hizo sentirse a gusto de inmediato a la amazona. Ante la mirada atenta del santo, caminó entre los muebles y disfrutó de la elegancia del recinto. Pilares de mármol, repisas con adornos de porcelana, antiguas vasijas, bellos frescos y lámparas recubiertas de plata, sin olvidar la hermosa vista del mar que ofrecía la terraza; ella nunca había estado entre tanto lujo y la idea de pasar los días en un lugar así le pareció suficiente para ser feliz. Respiró hondamente y una sonrisa escapó de sus labios cuando sobre la chimenea descubrió una fila de fotografías enmarcadas. ¿Milo atesorando recuerdos? Eso tenía que verlo.

Se acercó y entusiasmada miró cada una de las imágenes. En ellas se apreciaba al santo con paisajes de fondo bastante exóticos; casi siempre solo, pero también acompañado por Camus de Acuario o Saga de Géminis; los dos últimos siempre propios aun teniendo a un emocionado escorpión pidiéndoles sonreírle al pajarito. Eran fotos tomadas al paso, pero contenían momentos inolvidables al estar en tan privilegiado lugar, al menos eso le pareció a Shaina cuando se detuvo frente a una en particular. Se trataba de la imagen de un niño de más o menos seis años, que con expresión radiante le sonreía a la cámara, o a quien sea que estuviera detrás de ella.

––Soy yo hace diecisiete años –habló el santo detrás de la amazona, sobresaltándola–. ¿Verdad que era adorable?

Shaina, repuesta del susto, observó con más detenimiento la fotografía y efectivamente reconoció a un pequeño Milo en ella; el mismo brillo y color de los ojos, la misma expresión traviesa cuando sonreía, incluso el mismo misterio revoloteando a su alrededor. Todo, menos el cabello. De Milo era más claro y ondulado, del niño era más oscuro y lacio. Además, la mirada del pequeño estaba empapada de una cristalina felicidad; algo que no concordaba con la hoja de vida del escorpión, ya que a esa edad Milo ya era huérfano y sobrevivía a su nueva vida en el Santuario.

––¿De verdad eres tú? –preguntó la amazona algo escéptica.

––¿Quién más entonces? –Sonrió Milo–. Pero ya fue suficiente de fotos; tenemos una celebración pendiente ¿recuerdas?

Shaina asintió aun pensativa y antes de alejarse de la chimenea, observó una vez más al niño de la fotografía: en verdad era adorable, como un angelito de alas invisibles… Milo le invitó a tomar asiento y fue hasta una repisa de caoba empotrada en la pared; se entretuvo buscando entre los cajones y por fin sacó lo que parecía ser un disco compacto. Sin decir palabra fue hasta el equipo de sonido y pronto toda la sala fue invadida por una agradable melodía.

––Me and Mrs. Jones, original de Billy Paul,cantada por el canadiense Michael Bublé –tomó asiento frente a la amazona–. Yo prefiero la versión original, pero las mujeres mueren por Bublé.

El santo terminó con una mueca infantil que divirtió a Shaina. Ella jamás en su vida había oído de cantante alguno, pero la voz que le daba letras a la melodía le gustaba porque sonaba muy calida y sensual, así que decidió ponerse cómoda y disfrutar de la canción. No entendía las letras porque estaban en ingles, pero había algo en ellas que le erizaba la piel. Como si le hablaran de algo que ella ya sabía, o que sabría muy pronto. Y Milo, sagaz como era, pareció percibirlo.

––La canción cuenta la historia de dos amantes que suelen encontrarse todos los días en un café justo a la seis y media de la noche –empezó a narrar–. Cada uno tiene una vida, con obligaciones y sueños, pero es tan fuerte lo que sienten que no pueden separarse. Y mientras escuchan su canción favorita hacen todo tipo de planes, aun sabiendo que son imposibles. Terminada la velada él la ve partir y siente un dolor atroz porque sabe que fuera de ese café ella seguirá su camino y él tendrá que esperar hasta el día siguiente para ser parte de su vida nuevamente.

––Es la historia de todos los amantes.

––Si, pero a mí me gusta pensar que él es sólo un muchacho y que ella ya es toda una mujer.

––¿Ella mayor que él?

Milo asintió, y Shaina quiso saber más.

––¿Por cuantos años?

––Por diez.

––¿Y cómo se conocieron?

––En la puertas de ese café, una tarde lluviosa de Marzo. Ella había tenido un mal día y él una semana atroz, sin embargo bastó que se miraran para que el mundo volviera a tener sentido… Se sentaron en la bara, todavía escuchando la lluvia que caía afuera, y pidieron un café y una cajetilla de cigarrillos. No probaron el café, pero se terminaron todos los cigarrillos mientras conversaban sobre lo absurda que puede ser a veces la vida.

––¿Y qué sucedió después?

––Quedaron en verse al día siguiente, a la misma hora y en el mismo lugar. Así lo hicieron y desde entonces tratan de hacer coincidir sus vidas con la esperanza de que algún día ya no tengan que despedirse.

Shaina se puso de pie de golpe y contuvo las ganas de gritar todo tipo de reclamos, pero recordó lo que Milo le había dicho de camino a Escorpio: que sólo quería ser su amigo, su amigo. Lo miró y volvió a ver la misma expresión seria, inconmovible, pero también calida y compresiva. Tendría bastante con estas dos últimas, pero de pronto le parecían muy poco. De pronto necesitaba algo más y haber pensado que Milo se lo podía dar había sido ingenuo. Después de todo ella era sólo una amazona, casi una adolescente. Irse de allí era lo mejor.

No dijo nada y dando media vuelta caminó hacia la puerta. Milo la vio cruzar el lintel y luego desaparecer. Cuando se quedó solo su mirada se nubló y un suspiro cansado escapó de sus labios.

10 de Agosto del 2008:

Tu cuerpo tal y como vive en mi mente es de paisaje suave. Son rasgos curvos de un sueño que quiere ir más allá, atravesar el vidrio que separa nuestros mundos para fundirse con ellos. Si no tendría miedo de asustarte podría inclusive rozar tu piel. Dejar de imaginar para realmente sentir.

Te amo, más que ayer, pero menos que mañana, y tener ese vidrio entre nosotros es torturante, porque a veces quiero tomar tus labios y no puedo. Sin embargo eso no evita que sueñe. Nos veo juntos, a cualquier lado del vidrio, sin estar necesariamente mezclados. Sintiéndonos cerca simplemente. Tu respiración acariciando mi rostro y tu voz recorriendo sólo la distancia de tus labios a mis oídos. Estando concientes de que no mezclarnos también es poder contemplarnos enteros, definiendo las ideas vagas que tenemos de nuestros cuerpos. Tú estando atenta a mi experiencia y yo a tus curiosidades… Ciegos de deseo y pasión, nos observaríamos en silencio, sin prisa porque la vida siempre puede esperar cuando dos amantes deciden concretar su amor. Tú estarías nerviosa y yo lo sabría. Te abrazaría y susurraría palabras de amor, aun siendo tu amigo y cómplice. Luego, ya siendo tu amante, mataría tus miedos con roces prudentes. Estudiando el brillo de tus ojos.

¿Dónde empiezas?... ¿Dónde terminas? En los labios. Allí iría yo. Nacería de nuevo con un beso y haría de mi nuevo hogar tu aliento. Mis manos se deslizarían aun temerosas de asustarte, pero dispuestas a correr el riesgo porque han esperado mucho y necesitan conocerte. Muero por tenerte, lo admito, pero sabré esperar mientras luchas con tus dudas. Te daré un beso en la frente y detendré mis manos; obligándolas a quedarse quietas para amar tu indecisión. Porque aun agonizando de deseo soy capaz de entender.

Me conformare con mirar aquel lunar despistado. ¡Maravillosamente despistado! Justo donde el valle de tu pecho se convierte en ladera; donde nace la curva suave de tu seno izquierdo. Esa visión me hará arder y tú te reirás de mi expresión necesitada, siendo una vez más cruel cuando acaricies con la yema de tus dedos la oscuridad insignificante de ese círculo. Beberé tu risa amenazándote con perder el control y tú finalmente cederás. Dulce y mansamente. Yo te sostendré en cuerpo y alma, siempre lo eh hecho. Te envolveré con mis brazos y guiado por mis instintos te buscare bajo la tímida vigilia de la luna. Mis manos se sumergirán en el mar de tus deseos y te harán vibrar con cada roce. Tu respiración se arremolinara en tu garganta y yo seré feliz al saberte rendida a tus sentidos. Te besare mucho, tratando de traspasar la línea de tus pensamientos; probando la humedad de tu boca. Nuestras lenguas danzaran un baile ancestral y nos envenenaremos de ansiedad al querer más, muchos más.

Un abrazo y finalmente caerás sobre las sabanas. Y yo iré por ti; despacio, como un puma a la caza de un antílope. Me deslizare hasta alcanzar tu mirada y te sonreiré ahogado por la ternura que aun en ese momento me inspiraras. Nuestros labios se volverán a encontrar y por fin podré definir el sabor de tu aliento, siendo conciente de que hubiera podido esperar mil años más con tal de probarlo. Sentiré tus manos resbalando por mi espalda y me apartare para mirarte, hallando en tus ojos la más sublime pureza. Me preguntare si soy merecedor de ella. La respuesta llegara cuando te remuevas bajo mi cuerpo. Ruborizada por mi atención, acariciaras el contorno de mi rostro y me confesaras un pequeño secreto: "Te eh soñado así muchas veces". Aquellas palabras le dirán "si" a todas mis preguntas y harán que deje de pensar para actuar.

Bajare por tu cuello robándote varios suspiros; retrocediendo en mi avance hasta llegar a tu agitado pecho. Me detendré allí, pues es mi derecho conocer cada centímetro de ese mágico lugar. Acariciare tus senos y no tardare en amarlos porque serán justo como me los describiste: pequeños y firmes. Me parecerán tiernos, como tú, y temiendo que sean sólo una ilusión, los probare con cuidado; disfrutando de aquel insignificante lunar. Te oiré suspirar cuando la punta de mi lengua dibuje el contorno de esos pequeños botones que airosos palpitaran al ritmo de tu excitación. Ellos serán mis perfectos cómplices a la hora de vengar tus crueles partidas; pues los pasare por alto para saltar a tu vientre. Pegado a tu piel escuchare los rumores de tu cuerpo que entrecortados dirán mi nombre; aclamándome como su único dueño. Sin embargo haré de esclavo cuando, lento y tenaz, siga mi camino hacia el sur.

Apenada trataras de evitarlo, pero yo seré más rápido y doblegare tu voluntad con un toque acertado de mis dedos. Temblaras y caerás rendida, jadeando mi nombre en un intento de hacerme desistir, sin lograrlo porque me deslizare entre tus piernas y con mi aliento entibiare tu intimidad. Te oiré gemir y seré feliz comprobando que tu interior es como el resto de tu cuerpo, suave e inmaculado. Extasiada tiritaras y cerraras los ojos con fuerza, empuñando las sabanas. Tus gemidos serán música para mis oídos y yo tratare de acariciarte al ritmo de ellos. Bebiendo de tu cuerpo mientras imagino tu lunar desorientado subiendo y bajando por la fuerza de tu respiración. Tu primer clímax llegara como un torrente desbordado, arrastrándote por los placeres egoístas de tu carne. Ahogada de satisfacción dirás mi nombre y yo te observare maravillado mientras te ondulas sobre las sabanas. Por unos segundos te alejaras de mí y yo deberé esperar, una vez más. Y mientras lo hago acariciare el largo de tus muslos; imaginándome entre ellos. Ansioso ya, besare tu vientre y jugare con tu ombligo hasta escucharte reír. Entonces sabré que haz vuelto y me esperas.

Mis labios estudiaran tu cuerpo nuevamente y tú me miraras con paciencia. Con cada beso iré apagando las estrellas, para que sólo tú brilles en la noche, y con efervescente deseo me acomodare sobre tu cuerpo. Mis ojos te dirán "te amo" y sólo entonces me uniré a ti; suavemente para no hacerle daño. Me abrazaras fuerte; mitigando tu llanto en mi cuello, y yo empujare débilmente entre tus entrañas; rogándole a los dioses convertir tu dolor en placer. Mis plegarias serán contestadas y entonces serás tú quien suplicara que el tiempo se detenga, para acostumbrarte a tenerme dentro de ti.

Me miraras fijamente y comprobaras lo mucho que te amo, que eres lo más grande que me ha sucedido y que aun sin conocerte te he pertenecido. Con todas estas certezas fijas en tu mente, me sonreirás y el ritual dará inicio. Moviéndome lentamente, haciendo pausas, ahogándome y rogando que el tiempo siga, que no se detenga mientras pueda tenerte. El sudor de nuestros cuerpos hará más intenso nuestro delirio y de un momento a otro ambos comprenderemos que no es necesario estar muertos para alcanzar el cielo.

Tuyo para siempre,

Milo.

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Continuara…

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