¡HOLA!
Ahora lo que sigue es esta historia inspirada en una gran amiga que quiero mucho y que tengo el honor de conocerla desde que estábamos en la secundaria: Ángeles.
Y pues yo la verdad no soy fanática de Tokio Hotel, pero en serio, esto lo estoy haciendo por ella…¡ESPERO QUE TE GUSTE, MI ANGIE QUERIDA!
DISCLAIMER: Pues creo que sólo diré que la historia está basada en mi amiga y en Bill Kaulitz, vocalista del grupo alemán Tokio Hotel.
MI ENCUENTRO CON ÉL.
Berlín sí que es una ciudad de muchos contrastes. A pesar que el Muro fue derribado en 1989, casi veinte años, aún siento que la gente está dividida. Yo percibo una tranquilidad si no fingida, tal vez impuesta. ¡Ah, demonios! ¿Qué estoy diciendo? Creo que ando más paranoica que de costumbre.
Recorro tranquilamente pero a la vez observo los detalles de las arterias principales de la capital alemana. Sus edificios y calles tienen un estilo sobrio, pero a la vez se me hace algo pintoresco: los coches, la gente caucásica caminando ya sea sola o acompañada de otra persona. Van en pares y en escasos momentos veo a personas con hijos, o sea, en familia…y eso me pone algo nostálgica.
Extraño mi país, mi gente. A pesar que me he encontrado a gente muy agradable y amable en Berlín, aún no le llegan a la calidez de una persona mexicana, como yo.
Acepté este intercambio cultural para abrirme hacia nuevos horizontes y créanme, me siento a gusto, pero siento que algo le falta a mi vida. Y no, no es un novio. También me quise alejar de mi propio ambiente porque ya estoy harta y cansada de las relaciones amorosas. No he tenido muchas conquistas, pero ya como dice mi abuela: "estoy curada de espanto".
Hay he caminado por horas y no he parado. Por fin me siento agotada y me detengo en un café llamado Luft. Curiosamente este pequeño café está hacia la calle, por lo que el nombre le queda más que perfecto. Me acomodo en una mesa, pido una limonada muy fría y un pastelito de café. Ya estaba disfrutando de mi comida cuando vi a un tipo corriendo y venía hacia acá. Él vio el café y tuvo que reducir su loca carrera. Entró un tanto nervioso al restaurante y casi en un dos por tres se adueñó y se sentó de golpe en la silla que estaba desocupada en mi mesa.
-¡Ya todo mundo entra como Juan en su casa! –le dije sarcástica.
-¡Perdóname! Pero creo que me has salvado la vida, por ahora. –exhaló ruidosamente mi improvisado acompañante. –¿Puedo quedarme contigo hasta que pase un rato?
Yo ya ni le había puesto atención a su presencia, estaba más interesada en satisfacer mi hambre y mi sed y de reojo le dije que no importaba, que si lo deseaba, se quedara.
-Eso sí, no intentes empezar una conversación conmigo mientras estoy comiendo… –le advertí con un tono seco.
Me tomé mi tiempo para terminar mis sagrados antojos y él se me quedó mirando por un buen rato, en una de esas abrió la boca y como que quería soltar una palabra de su boca, pero recordó enseguida mi amenaza y se abstuvo hasta que yo acabé.
-Tú eres latina, ¿cierto? –me preguntó con cierta curiosidad ya más repuesto y sin miedo a que yo lo delatara o algo.
-Creo que mi respuesta sería muy obvia, pues. –le respondí. –Sí, y soy de México.
-¡Oh! Yo conozco ahí, es muy bonito y su comida es muy buena, muy picante, pero deliciosa.
-¿Y por qué lo conoces?
-Yo he ido a una entrega de premios ahí.
-¿Acaso eres una estrella de rock o algo así? –pregunté un tanto incrédula.
Mi acompañante asintió.
-¡Pareces salido más bien de un cubetazo de agua…así luces como fideo escurrido! –me reí, total, era una burla sana. Él también se rió. –¿Y por qué estabas corriendo como condenado?
-¡No sabes! Es que un grupo de fanáticas me estaba persiguiendo.
-¡Ajá! Te estaban persiguiendo los del manicomio –pensé para mí misma. –¡Ya veo! ¿Y desde cuándo y dónde te estaban persiguiendo? –volví a preguntar ya con un poco más de interés.
-Desde hace casi media hora, yo andaba solo aquí por el parque cuando el ejército de chicas comenzó a seguirme sin parar.
-¡Pobre de ti! Creo que se te olvidó tomar tu medicina para tus delirios… –ahora apunté burlonamente, con la mera intención de herir su susceptibilidad.
Y a lo lejos pude ver que un montón de niñas gritonas enajenadas se acercaba al café. Él huyó como conejo y se dirigió a los baños. Entre la pequeña muchedumbre vi que una chica tapizada de pecas y con lentes grandes cargaba un poster con la cara del mismo chico que me estaba acompañando, y en ese poster decía con letras hechas por lápiz labial rosado: "¡Te amo, Bill Kaulitz!".
Yo apenas daba crédito de lo que estaba sucediendo. Después de todo el tipo no me estaba mintiendo. Esa misma chica me preguntó que si yo lo había visto, a lo que sólo respondí encogiéndome de hombros y sacudiendo la cabeza varias veces.
-¡AHÍ VA, VAMOS! –gritó eufórica otra chica alta y rubia y las demás también gritaron y se fueron por el lado contrario.
No pude evitar darme la carcajada de mi vida, la escena fue patética, pero hilarante al mismo tiempo.
-¡Te agradezco enormemente! Hoy hiciste la obra de caridad del día. Te irás al cielo con todo y limonada…¡ehmm!
-¡Sí, sí! Bueno, y pues ahora tú discúlpame a mí por no haberte creído. Y me llamo Angie.
-¡Gracias, Angie! Espero que no sea la última vez que nos veamos… –me tomó de la mano, me dio un beso en la mejilla y se fue sin más.
Pedí la cuenta a la mesera, pagué y me retiré del café. Llegué al parque y me senté en una banca y recordé todo lo ocurrido. Creo que esta es la primer rara experiencia con un chico, y ojalá no sea el final.
Continuará…
