¡Hola!
Bueno, quería empezar a escribir algo de esta historia ya que estoy en vela por el estreno de la película. Está situada en el primer libro, antes de que Minho encuentre el penitente "muerto" en el laberinto. Él es mi personaje favorito, así que el Fic va estar enfocado en él. Y en Thomas, que me encanta también.
Espero que les guste el personaje que inventé; lo hice con mucho cariño. Realmente yo no era de querer muchos los OC, pero teniendo en cuenta la trama de la historia y que los personajes femeninos de la misma son relativamente pocos decidí amigarme con ellos.
En fin, saludos.
PD: Acepto todo tipo de crítica mientras sea con respeto. Échenle un vistazo a mi perfil. En mi canal de Youtube, subí un vídeo que hice acerca de "The Maze Runner."
El Fic está basado en la saga "The Maze Runner" , escrita por James Dashner. Los personajes son de su invención. A excepción de aquellos que no han parecido a lo largo de la saga.
Parte I: Buen Comienzo, Novata.
Ginevra
Capítulo 1
Retomó su conciencia acostada sobre un piso de metal. El jadeo que se desprendió de sus labios entumeció el aire y se incorporó impulsada por una súbita sensación de terror.
«Mi nombre es Gin. Y soy una chica»
Eso fue lo único que su memoria reveló antes de que el suelo diese un estrepitoso bandazo y empezara a subir, con un ensordecedor crujido de cuerdas y poleas. El brusco movimiento de ascenso deslizó su cuerpo y golpeó sus costillas contra la pared. El impacto la ahogó y, sintiéndose asfixiada, abrió la boca y respiró aire sólido y pesado, viciado de tanta tierra, que le ardieron los ojos y la garganta y tuvo que toser para aliviar el escozor.
Al tener las manos sudadas y las piernas adormecidas y blandas moverse significaba un gran esfuerzo de su parte. El piso se mecía de un lado a otro cada vez que buscaba ponerse de pie y la recibía duramente tan pronto fallaba. Sin embargo, al tercer intento, logró al fin incorporarse y encontrar apoyo en la pared que se ubicaba detrás. Aquella acción desgarró sus músculos y sintió un cosquilleo expandirse hacia sus pies. Su cuerpo caliente y amoratado rechazó el frío metal con un ligero espasmo, pero después se acostumbró al contacto y aguardó hasta tranquilizarse.
Su sorpresa fue igual de grande que el horror que le siguió cuando se descubrió sentada en un oscuro y caluroso recinto, similar a un viejo y atrofiado elevador. Charcos de aceite cubrían el piso y el ambiente estaba cargado de un olor hediondo y putrefacto, como a metal quemado y engranajes oxidados. No estaba segura cuanto tiempo había transcurrido hasta el momento, pero le daba la sensación de que aquello no acabaría jamás. El cubículo ascendía rápido y fugaz y era lo más parecido a una bengala atravesando el cielo nocturno.
No supo desde dónde asoció el recuerdo y tampoco tuvo tiempo para pensarlo. En la vorágine, se oyó un resoplido, un silbido chirriante que azotó el piso y la envió de nuevo hacia adelante. El vértigo anudó su estómago y, sin poder retenerse por la falta de equilibrio, rebotó, cayó de costado y chapoteó sobre un charco de aceite. Tal situación le produjo nauseas y, reprimiendo el ardor de su rostro y las ganas de vomitar, se arrastró por el piso y terminó sentada en otra esquina del recinto.
En ese momento, cerró los ojos y varias imágenes carentes de sentido se enhebraban en su mente. No sabía cuántos años tenía, cómo lucía y qué había sucedido con ella. Su vida se hallaba vacía, al igual que un bebé recién nacido. No tenía idea por qué razón había terminado allí, en el interior de un álgido y desolado cubículo sin poder acordarse de nada. Ni de nadie. Todo lo que había vivido hasta entonces, todo lo que era y fue, se había esfumado como si nunca hubiese existido. Podía recordar el nombre de las cosas y su funcionamiento básico, pero quién se lo había enseñado y cómo lo había aprendido le resultó ser un perturbador misterio. En su memoria, no alberga siquiera el recuerdo de sus padres. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué no podía acordarse de nada?
De pronto, el horror de sus cavilaciones se vio interrumpidas por el traqueteo de las cadenas, que irrumpieron sorpresivamente en el ahuecado comportamiento. El montacargas se detuvo en seco y una especie de chicharra retumbó en el interior del lugar. El corazón se le aceleró por el terror y aferró sus manos al suelo por miedo a salir despedida hacia arriba.
Al cabo de un momento, el ruido cesó y se puso de pie. Horrorizada frente a la realidad que le tocaba experimentar, husmeó las paredes buscando alguna una salida y no encontró ninguna. Fue entonces cuando el miedo le retorció las entrañas y, desesperada, avanzó a ciegas y le propinó una patada a la pared que tenía de frente. Probó una, dos, tres veces. Pero nada ocurrió.
—¡Ayu … da! —gritó y escuchó su voz atiplada y gangosa por primera vez. Le pareció forzada y oxidada, como si no la hubiese usado hace mucho tiempo—. ¿Hay alguien… ahí afuera? —continuó—. ¡Estoy encerrada aquí! ¡Por favor… Ayuda!
La falta de respuesta le heló la sangre e intentó esta vez con más fuerza. Puños estruendosos y desesperados recargaron contra las paredes de metal.
—¡Ayuda! ¡Sáquenme de aquí! —sollozó—. ¡Por favor, sáquenme de aquí!
Entonces ocurrió. Detectó movimiento arriba de su cabeza y dejó de gritar. Alzó la vista y observó como las puertas superiores del cubículo chirriaban férreamente y luego, comenzaban a separarse, dejando entrar un fuerte resplandor de luz. Manchas negras salpicaron sus ojos al instante y cubrió su cara con las manos. Entre el hueco de sus dedos, notó siluetas difusas recortar la claridad del día al igual que una estampa, que se cernían sobre ella.
—¡No puede ser! —llegó a oír—. ¡Dijeron que la chica iba a hacer la última!
—¡Esto es todo culpa del Novato! ¡Desde que este garlopo llegó todo se ha ido al diablo!
—Cállate de una miertera vez, Gally. Tus comentarios no ayudan en estos momentos, ¿sabes?
—¡Mueve el trasero, Shank! ¡Quiero ver al larcho!
Se quedó muda y conteniendo el aliento. Las sonidos que procedían desde la superficie eran voces masculinas y el primer rastro mundano que escuchaba desde que había despertado sola en ese horrendo y sombrío lugar. ¿Qué tenía que hacer ahora? ¿Cómo se suponía qué debía actuar? ¿Qué significaba toda esa hilera de palabras? Shank. Miertero. Larcho. Garlopo. ¿Adónde estaba? ¿Qué tipo de idioma era? No lograba reconocerlo.
Las figuras que se agolpaban unas con otras, encaramadas sobre ella, retrocedieron al unísono, dejándole el paso a otra más impotente, que tomó el frente. Cuando enfocó la vista y el efecto contraluz se disipó, descubrió que se trataba de un chico. El desconcierto se manifestó en ambos al mirarse y ella se echó atrás asustada por la revelación.
—¿Qué sucede, Alby? —irrumpió un muchacho desde el fondo—. ¿El larcho está muerto?
El chico no respondió en seguida. La contempló con horror y algo de asombro y, por un instante, creyó que no apartaría su mirada de ella hasta que refunfuñó y se dirigió a alguien que se encontraba detrás de él. Ella lo observó todo en silencio, cohibida ante cualquier tipo de reacción por su parte. El muchacho debería rondar los diecisiete años de edad. Alto y fornido, de piel oscura y ojos bien grandes, vestía de gris y llevaba su remera impregnada de manchas de tierra y aceite. A simple vista, no parecía ser alguien peligroso, pero estaba aterrada por la situación.
Cuando el chico decidió hablar, lo hizo con voz ronca.
—No —respondió él tajantemente—. No está muerto. Está vivo. Y es una chica.
Un griterío voraz se desató al unísono y Gin tapó sus orejas por miedo a quedar sorda. No tenía idea de cuántas personas se encontraban allá afuera, pero a juzgar por la magnitud del bullicio y lo vocingleros que resultaban ser, calculó que debería haber más de treinta. Alby se volvió irritado hacia la supuesta multitud que ella no alcanzaba a ver ni siquiera en puntas de pie. La profundidad del cubículo era similar a la de un pozo ciego.
—¡Ya cierren la boca mangas de garlopos! —dirimió el muchacho—.¡Traigan una cuerda! ¡Hay que sacarla de la Caja!
Nadie se atrevió a quejarse. Desde el fondo, otro sujeto apareció. Había caminado hasta poner los pies al borde de la superficie y bajar la cabeza para mirarla. La sombra de su figura se proyectó como una diminuta y alargada versión de si mismo y cuando miró a Gin, su expresión cautelosa mudó a una de espanto. Era flaco, alto y pálido. Y si bien llevaba la misma ropa andrajosa, holgada y de color gris lucía diferente a Alby. Daba la impresión de ser un año o dos más joven que él. Tenía una mandíbula rígida y cuadrada y el cabello rubio, apagado y desgreñado. A pesar de su expresión ceñuda, parecía ser una persona amable. Le lanzó una soga con un nudo en el extremo y después dijo:
—¡Vamos, sube!
No obstante, Gin no se movió.
—¿Dónde estoy? —balbuceó. Los murmuros se despertaron en la superficie tan pronto ella habló—. ¿Quién eres tú? —siguió luego.
—No es momento para las preguntas —se exasperó el muchacho—. Tú solo sube.
—Si no quiere subir, podemos dejarla, Newt —insinuó alguien.
—Buena esa —vitoreó otra persona.
—Tienes tres minutos —dijo el chico rubio, ignorando a sus compañeros—. Si no subes, cerraré la Caja.
El tono mordaz no le dio tiempo a dudas. Gin apartó la mirada de él y tomó la soga con sus manos, todavía temblando de pies a cabeza.
—Dos minutos, Novicia —avisó Alby desde arriba.
Gin reprimió un escalofrío. Quería saber por qué la llamaba Novicia, pero no se animó a pregonar su duda en voz alta. El humor de aquellos muchachos era por poco decadente. Haciéndose dueña de un inusitado coraje, subió el pie derecho y abrazó la soga. No tardaron en izarla hacia arriba y cuando llegó a la superficie, desorientada ante el cambio de ambiente y el aire húmedo y tórrido, una mano robusta, de dedos largos y cubierta de tierra la recibió. Era Alby, que ante su vacilación, actuó rápido. Sostuvo su muñeca y la jaló hacia adelante.
Gin se desmoronó de rodillas al suelo y, aún perturbada, escuchó risas. Levantó la cabeza y, al hacerlo, le costó asimilar lo que estaba viendo. No eran treinta, como había creído en un principio, eran muchos más de los que podía llegar a imaginar. Todos hombres. Algunos niños, otros adolescentes. Pero muy diferentes unos de otros. Variaban en edad, tamaño y apariencia, sin embargo albergaba entre ellos cierto aire de hermandad y complicidad.
—¡Oigan, ella es mía! ¡Es bonita!
—Pero… ¿cuántos años tiene, garlopo?
—Miren su aspecto de plopus...
Con el ceño fruncido, Alby calló los gritos histéricos de sus compañeros e irrumpió a empellones entre medio de dos chicos.
—¡Basta de estupideces! —gruñó Alby y se dirigió hacia Gin, todavía estupefacta en el suelo—. Levántate.
Gin se puso de pie tan rápido como pudo, pero sin dejar de observar los rostros curiosos y prepotentes que la miraban.
—¿Tiene alguna nota? —preguntó el muchacho rubio, el que le había lanzado la soga para subir.
Alby la miró de arriba abajo.
—No, Newt —contestó—. Ésta vino consciente y sin nota.
Desde donde estaba, Gin era capaz de atisbar el lugar al que acababa de llegar. Era un recinto enorme, con un césped brilloso y enmarcado por cuatro muros de piedra, de color gris; que formaban un cuadrado simétrico y perfecto. Las paredes eran altísimas, tapiadas por una espesa enredadera, con grietas atiborradas de hiedra y maleza. Parecían acariciar el cielo diurno y proyectar sombras fantasmagóricas sobre las aberturas que separaban una de otras. Detrás de la multitud que la circundaba, se encontraba una especie de choza, de aspecto deplorable y rodeada de inmensos árboles, cuyas raíces se arqueaban en la tierra al igual que una serpiente alrededor de su presa.
—¿Qué es este lugar? —murmuró Gin—. ¿Por qué estoy aquí?
—Porque los Creadores así lo quisieron, larcha —respondió Alby con acritud—. Bienvenida al Área.
Gin no era capaz de articular alguna palabra sin sentir la tentación de llorar. Alby, de pie a su lado, se movió abruptamente. De mala gana, tomó a un chico por el cuello de la camisa y lo apartó a rastras de los demás. El niño, que estaba junto a él, dio un sobresalto hacia atrás igual de sorprendido que su amigo. Era gordito, de piernas cortas y cabellos crispados. Quizá el más pequeño de todos. Gin supuso que no pasaba los diez años y se preguntó qué hacía un niño en un lugar tan inhóspito como aquel.
—¿Conoces a esta chica, larcho? —le gritó Alby al chico que había apartado—.¡Y no me vengas con esa miertera mentira de que no las has visto antes!
El chico estaba blanco del miedo.
—No, no la conozco —aseveró él—. Y no es mentira, ¿por qué garlopas me preguntas a mí? ¡Hay más de cincuenta larchos aquí! ¡Yo no conozco a nadie; excepto a ustedes! Ya te lo he dicho.
—¿Estás seguro, shank? Porque aseguraste lo mismo con la chica anterior. Y si mal no recuerdo, ella te conoce.
—Eso es lo que tú crees —respondió el muchacho—. Pero no las conozco. A ninguna de las dos.
El comentario irritó a Alby de tal forma que enrojeció de ira. Lo observó unos segundos a la cara hasta que decidió creerle y cuando lo soltó, su compañero terminó aterrizando en el suelo; levantado una nube de tierra detrás de él. Gin esperó oír risas, sin embargo ninguno de los sujetos rezagados en la disputa se rió tras la bochornosa escena. No era el momento más propicio para hacerlo y era consciente de ello. Alby estaba fuera de sí y nadie se animaba objetar una mísera palabra que pudiera exacerbar su temperamento.
—Shuck —masculló—. Están empezando a suceder cosas muy extrañas. Primero la chica media muerta y ahora ella. Esto no es coincidencia.
En el piso, el chico arrastró con los codos y, ruborizado por la humillación vivida, enfiló su vista hacia él cuando se incorporó.
—¿Y qué te hace pensar qué yo tengo algo que ver con esto?
—¡Qué nunca antes había pasado algo igual! —bramó Alby—. ¡Todo empezó a cambiar desde que tú llegaste!
—Yo no sé siquiera sé adónde estaba hace dos días y tú me vienes acusar de la aparición de dos chicas. ¡No tengo ni la más pálida idea de lo que está pasando!
—Mirá, garlopo —le advirtió Alby —. Si me llegó a enterar que nos estás ocultando algo, te juro que...
En ese momento, Newt decidió intervenir. A paso firme, avanzó hacia ellos y se plantó entre medio de ambos, con los brazos extendidos y las palmas abiertas en señal de calma. Mientras que Alby tenía gala de líder, Newt parecía ser algo así como el segundo al mando. Tras un largo suspiró, alternó la mirada entre Alby y el muchacho, y después dijo:
—Oigan, tranquilos. No conseguiremos nada si nos alteramos de esta manera. Alby, hermano, ¡vamos, relájate!
El silencio fue cabal. Gin creyó que Alby iba a despotricar en contra de su amigo, pero, en cambio, le dedicó una mueca turbia y se volvió hacia ella. Su expresión colérica era pronunciada y dura.
—Supongo que tienes un nombre, ¿cierto? —preguntó—.¿Cómo te llamas? Al principio, Gin dudó en decir su nombre, sin embargo, tomó coraje y se atrevió a decirlo—. Él es Thomas —continuó Alby, apuntando a su compañero—. ¿Lo conoces?
Gin desvió la mirada hacia el adolescente. Tenia una postura nervuda, que reflejaba cierta fragilidad, y la piel carcomida por el calor y el sudor. Era de nariz pequeña, ojos grandes y almendrados, y tan delgado, que los pómulos se le aplastaban contra los huesos de su cara como si estuviese enfermo. Llevaba el cabello castaño hecho una maraña, que llegaba inclusive a cubrirle las orejas. Su apariencia no era mejor que la de los demás, de hecho daba la impresión de destacar por su deteriorado estado.
Hacia un momento atrás, Gin hubiera jurado que no lo conocía. Ahora, mirándolo con más detalle, era como si pudiese ver un destello de luz en el abismo en el que estaba sumergida su memoria. Tenía la impresión de que él estaba escondido en algún rincón de su cabeza, sólo que no lograba encontrarlo, sin embargo no se animaba a confesarlo y mintió por temor a la reacción de Alby.
—¿Segura que no lo conoces? —insistió.
—Sí.
—Esto es irritante —murmuró él para sí—. Pensé que jamás iba a volver a decir esto de nuevo: eres la nueva Novata, larcha. Así que escúchame con atención. Estarás atontada un momento, pero te acostumbrarás. Intenta no hacer nada estúpido o...
—Déjamelo a mí, viejo. Vas a matarla. Soy Newt —intervino este y le tendió una mano a Gin, quien le devolvió el saludo—. Perdón por lo del principio. Me he comportado como un verdadero garlopo contigo. Pero créeme cuando te digo que realmente ninguno te esperaba aquí. Este es el Área y nos llamamos a nosotros mismos Los Habitantes. Verás…
—¿Por qué estoy aquí? —lo cortó Gin—. ¿Por qué no recuerdo nada? ¿Qué ha pasado? Yo…
Y no pudo continuar. Alby la había agarrado por el cuello de la camisa.
—¡Basta de preguntas, Novata insulsa! —gruñó—. No has llegado en un buen momento, larcha. Los Creadores nos habían dicho que la chica sería la última y al día siguiente tú apareces dentro de la Caja. Algo no anda a bien, ¿qué garlopa significa esto?
Gin soslayó el lugar otra vez. Se preguntaba a quién se referían con la chica. Era evidente que había otra, aunque no alcanzaba a verla por ningún lado.
—¿Me estás escuchando, larcha? —espetó Alby, encolerizado por su falta de atención—. ¿Qué significa esto? ¿Quién eres tú?
—No sé...—intentó decir—. Yo no recuerdo quién soy...
—Ella mencionó algo así como que todo iba a cambiar, Alby. Quizá se refería a ésto —optó por decir Newt. Al escucharlo, Alby se tensó; giró el cuello y lo observó por encima del hombro. Newt siguió hablando al notar que había conseguido su atención:—. Quizá fue un error y ella es la última. Como sea, ya suéltala. ¡La estás lastimando, shank!
Alby volteó la cabeza y la miró unos segundos. Gin le sostuvo la mirada en un gesto suplicante. El muchacho pareció ceder; resopló, relajó sus dedos, duros como tenazas y la soltó. Gin cayó al suelo y tosió entre el hueco de sus manos, intentado normalizar su respiración.
—¿Estás loco? —sollozó dirigiéndose a Alby e incorporándose a medias—. ¿Por qué me has hecho eso?
—Escúchame, Novata —respondió—. Acá las reglas son claras y debes adaptarte a ellas, ¿me captas?. Las preguntas están prohibidas en «Tu primer día». Sólo sabrás lo necesario. Así que recuerda bien lo que te voy a decir: tu vida anterior ya no existe. Ahora eres un Habitante más. Eres uno de los nuestros.
«Uno de los suyos»
El pensamiento la horrorizó y negó la cabeza para deshacerse de él. No quería permanecer allí, en un lugar desconocido y rodeada de sujetos extraños.
—¡Tú, larcho. Ven conmigo! —le ordenó Alby a Thomas, quién había permanecido en silencio—. Newt, llévate a la Novata. Consíguele una cama y haz que se duerma. Hoy no estoy de humor para soportar preguntas mierteras o algo parecido. ¡Se acabó el espectáculo! ¡Todos a trabajar! ¡Ahora!
Alby arengó a los demás con efusivos aplausos. Después, giró sobre sus talones y caminó hacia al ruinoso edificio de madera. Thomas tuvo el ademán de seguirlo, pero un chico se deslizó por la muchedumbre y lo interceptó antes de que se marche. Parado frente a él y cruzado los brazos por encima del pecho, su mentón alzado le daba un aspecto intimidante, como si se tratara de un matón. Tal vez lo fuese. Su cara era redonda y sufría de un incipiente acné, que había brotado en su nariz y por la longitud del cuello. Tenía el pelo oscuro y revuelto y los ojos, aún más sombrío, estaban cargados de ira. Su piel había adquirido el tono abrasador que suele conseguirse al exponerse tantas horas al sol y le llevaba varios centímetros de altura a Thomas, que era bajito y escuálido.
Cuando habló, Gin percibió el desdén en cada una de sus palabras.
—Bien hecho, Novato —soltó—. Has llenado de plopus este lugar.
Thomas le lanzó una mirada contrariada.
—Déjame en paz, Gally.
—Yo te vi, sé que hay algo raro en ti —masculló Gally—. Y lo voy averiguar, ¿me captas?
—Has lo que se te dé la gana. Yo no tengo nada que ver con esto —respondió Thomas y se corrió hacia un costado, echándose andar tras Alby y con el niño gordinflón siguiéndole los pasos detrás.
Gally, ensimismado en su ira, contempló a Thomas, de pie y sin medir palabras. Luego, volteó la cabeza y la descubrió observándolo. Gin sintió que el alma se le escapaba del cuerpo cuando se percató del odio que promulgaba su rostro. Quiso moverse, decir algo, pero sólo pudo quedarse rígida y conteniendo el aliento hasta que al chico le dejó de parecer repugnante y se marchó a zancadas. Recién entonces se animó a respirar. ¿Qué era todo aquello? ¿Por qué estaba allí? ¿Qué propósito había? Era como si hubiese vuelto a nacer, como si la hubieran extirpado de sus raíces. No tenía historia, recuerdos, amigos ni familia. Estaba sola. Completamente sola.
—Tranquila, larcha —dijo Newt—. Todos hemos pasado por esto.
—¿Todos llegaron acá recordando solamente sus nombres?.
—Sí —concedió—. Es lo único que nos dejan conservar. Es normal, relájate.
«Es lo único que nos dejan conservar»
La frase le generó escalofríos.
—Eso es aterrador.
—Probablemente —replicó Newt—. Pero es lo que hay. Vamos. Te buscaré una cama para que puedas descansar. Mañana será un largo día para ti, Novata. Créeme.
Gracias por leer. Espero que les haya gustado.
Perdón por los dedazos y las faltas de ortografía.
Un gran, enorme y cariñoso saludo.
Gaba.
