LA LISTA
Por quinta vez desde que se puso esa ropa, se ajustó la camisa y la falda. No quería que quedara una sola arruga en la carísima falda de lino, ni en la preciosa camisa de seda. Su atuendo tenía que ser perfecto para la ocasión. Gastó sus ahorros en ese atuendo con la esperanza de que sirviera de algo más que de trapito. Los hombres de su época caían rendidos ante las mujeres que se vestían de esa forma, ¿por qué no un hombre de la época feudal?
Se pasó una mano por la larga melena azabache mientras repasaba mentalmente la estrategia. Desde que acabó la lucha por la esfera, tras la muerte de Naraku, justo cuando ella comenzó la preparatoria… Inuyasha estaba muy distante. ¿Cómo iba a concentrarse en sus estudios si no podía quitarse de la cabeza que el hanyou desaparecería de su vida cualquier día de esos? Temía tanto que eso sucediera, se sentía tan desamparada ante la idea de perderlo para siempre. ¿Por cuánto tiempo se alargaría su sufrimiento? Estaba harta de ser la segunda, la detectora de fragmentos de la esfera, la indefensa niña que solo daba problemas.
Empezó a percatarse de que la actitud de Inuyasha hacia ella cambiaba por pequeños detalles que se habían convertido en una rutina en su vida. Muchas noches, el hanyou ya no iba a cenar a su casa, cosa que antes hacía con frecuencia. Cuando hablaban se mostraba algo distraído y terminaba huyendo de la conversación. Ya no la molestaba cuando estaba estudiando. De hecho, ya no la molestaba nunca. Si ella no fuera a la época Sengoku, estaba segura de que el hanyou no volvería a su casa a visitarla.
De ahí, que había decidido lanzarse al ataque. Esa era la prueba de fuego y si el hanyou no respondía, se resignaría. No necesitaba mantener esa relación tan tormentosa sin obtener el beneficio de su cariño como mínimo. Le había costado decidirse, pero debía admitir que sus amigas tuvieron mucho que ver con esa decisión.
— Kagome, ¿te has vuelto a pelear con tu novio? — le preguntó Yuka mientras devoraba una hamburguesa — Te ves triste.
— ¡No es mi novio! — exclamó rápidamente — Es solo un amigo…
— Kagome, — Ayumi rió suavemente — no te esfuerces por seguir intentando ocultarlo. Ya lo sabemos todas.
— Pero lo entendisteis mal… — quiso aclarar.
Las tres muchachas sentadas frente a ella en su hamburguesería favorita la miraron sin terminar de creerla. ¿Quién la creería? Llevaba la mentira escrita en la frente. Estaba tan enamorada de Inuyasha que era incapaz de concentrarse en nada. Su vida se iba al traste desde que lo conoció y la colaboración de Kikio cuando aún vivía en aquel entramado no fue en absoluto de ayuda.
— Kagome, hace un año que estás suspirando por ese chico — continuó Yuka — Además, las pocas veces que le vimos, él parecía sentir lo mismo… — sugirió.
— Os lo habréis imaginado… — murmuró la azabache.
— ¿Las tres a la vez? — inquirió Eri sorbiendo parte de su batido de fresa — Es muy guapo, aprovecha — le guiñó un ojo — No todas tenemos la suerte de encontrar chicos tan guapos y atentos.
— ¿Inuyasha es guapo y atento? — cuestionó.
Que era guapo, era mucho más que innegable. Aquella melena plateada tan suave y bien peinada gracias a sus cuidados enmarcaba su fuerte y varonil mentón. Sus ojos… ¡Qué ojos! Dorados, profundos, intensos. Cada vez que la miraba, sentía que la iba a consumir si se lo permitía. Además, algo que solo ella sabía era que bajo ese grueso haori se encontraba un cuerpo atlético y musculado. Una figura esbelta fuerte enmarcada por ondulantes músculos de acero. Ella había acariciado la dureza de su torso y su espalda desnuda cientos de veces, y, una vez, incluso vio lo que se ocultaba bajo su hakama. Pasó vergüenza porque era la primera vez que veía a un hombre porque y porque Inuyasha parecía estar pasándolo peor que ella en ese instante, pero era incapaz de olvidar lo que vio. El hombre al que amaba desnudo era más de lo que podía soportar.
Eso de que era atento, era otra cuestión a tratar por separado. ¿Cuándo había sido Inuyasha atento con ella? La única atenta en esa no relación era ella y él despreciaba todos sus esfuerzos, sus cuidados y sus atenciones. Se desvivía por él a cambio de nada mientras que la difunta Kikio se llevaba todo lo que le correspondía a ella por su esfuerzo. Aunque sí que se preocupaba por ella, la protegía ante el peligro incluso frente a la sacerdotisa y en cierto modo llegó a cuidarla cuando estuvo enferma. ¿Estaba siendo injusta con él? ¿Eran sus celos los que la cegaban?
— ¿Creéis que tendrá fiebre? — preguntó con cierta preocupación Ayumi.
— Yo creo que Kagome no es tan inocentona como parece. — Yuka sonrió con malicia — Seguro que ya ha probado un poco de esto y un poco de aquello.
— Pero, ¿qué dices? — exclamó Kagome.
La azabache incluso saltó del lugar en el que estaba sentada al escuchar a Yuka. Sabía a la perfección lo que quería decir y el solo pensamiento la espantó durante un instante. Antes de poder levantar aquellas murallas de timidez, desconocimiento e inocencia en su mente, las imágenes eróticas la asaltaron. Los dos solos, abrazados, besándose, la ropa desapareciendo lentamente, la luna llena, un futón mullido solo para ellos, las caricias… ¡Dios, había visto demasiadas películas románticas!
— Ya me imagino a Kagome. — continuó Yuka — Fijo que siempre en la posición del misionero, abrazada a él y besándole. — suspiró — Así una y otra vez, y, claro, los preliminares muy leeeeeeeentamente… — levantó la mano para llamar al camarero — ¡Qué aburrido!
Kagome se sonrojó al escuchar como su amiga hablaba de su supuesta vida sexual, y estaba a punto de exigirle explicaciones cuando el camarero se detuvo junto a la mesa. Entonces, se encogió de hombros con las mejillas sonrojadas e intentó no pensar en el sexo por su propia salud mental.
— ¿Puedes traerme otra hamburguesa especial de la casa? — le pidió Yuka — Y esta vez no racanees con la mayonesa.
El camarero tomó nota de lo que le pedía Yuka y también volvió a tomarle nota a las demás.
— ¿Y usted señorita?
Kagome miró al camarero y luego se volvió hacia su comida. No había terminado, pero, para cuando le llegara el helado si lo pedía en ese momento, habría dado cuenta de su comida.
— Cuando pueda, tráigame una copa italiana, por favor.
El camarero asintió, y, antes de irse, arrancó una hoja de su libreta y la deslizó sobre la mesa hacia ella muy sonrojado. Antes de que terminara de darse la vuelta, Yuka agarró la hoja que le había pasado a Kagome y la leyó en voz alta.
— ¿Quieres salir conmigo?— leyó en voz alta — Este es mi número de teléfono… — sonrió — Vaya a donde vaya, Kagome siempre triunfa.
Volvió a encogerse en el sitio por la vergüenza que le provocaba el episodio ocurrido, y, entonces, recordó lo que debía preguntarle a Yuka.
— ¿Qué quisiste decir con lo de antes?
— ¿Con qué? — le respondió sin entender.
— Con eso… eso de que… — balbuceó sonrojada — que con Inuyasha siempre sería lo mismo…
— ¡Que eres muy aburrida! — se terminó su batido — No me extraña que te vaya mal con él. Seguro que se está aburriendo de lo mismo.
— ¿Vosotras creéis?
Las tres muchachas asintieron simultáneamente, consiguiendo que se encogiera en el sitio. Nunca se había considerado tan aburrida y repetitiva.
Desde aquel día había transcurrido una semana entera en la que se había estado preparando para el gran momento. Si Inuyasha la consideraba aburrida, ella iba a cambiar eso. Aunque no se acostaba con él y solo de pensarlo se sonrojaba hasta las raíces del cabello, en otros aspectos de su vida que compartían, a lo mejor sí que le resultaba demasiado aburrida e incluso inocentona. Por eso, se había propuesto cambiar y convertirse en la clase de mujer que un hombre perseguía.
Estaba claro que el hanyou no se animaba a dar el paso adelante así que estaba decidida a hacerlo ella misma. Si había algo que pudiera hacer para quedarse con el hanyou, lo haría.
— ¿Y qué debo hacer para remediarlo?
— Mi madre siempre me ha dicho que a un hombre se le conquista por el estómago. — le indicó Ayumi — Deberías prepararle algo delicioso.
Kagome sacó su cuaderno de matemáticas y comenzó a apuntar todo lo que sus amigas le estaban diciendo en la última hoja del cuaderno. Copió palabra por palabra, tal y como hacía cuando tomaba apuntes en clase, y, una vez en a su casa, realizó un esquema del que sacó una lista de diez componentes. Esos diez puntos de la lista se habían convertido en sus diez mandamientos. Todo lo que decía la lista era sagrado y debía cumplirlo a raja tabla para conquistar al hanyou.
Pasos para realizar el proceso de seducción:
1. Prepararle al sujeto en cuestión una deliciosa comida. A poder ser, algo que sepas que le gusta especialmente.2. Llevar la piel desnuda en los tres puntos clave: piernas, vientre y pecho (escote).3. Algo de maquillaje para que vea que te interesa llamar su atención.4. Llevar algún objeto que te haya regalado otro chico para provocar una reacción por parte del sujeto.5. Tacones. Las niñas llevan zapatos planos, las mujeres utilizan tacones altos, finos y sexis.6. En vez de llamarle por su nombre, utilizar apelativos de este tipo: cariño, cielo, guapo, querido, machote…7. Ser misteriosa. Que parezca que estás disponible, pero luego nunca lo estés.8. Nada de balbuceos, ni de expresar ningún tipo de duda. Tienes que parecer segura.9. Movimientos sexis, premeditados.10. Nunca, bajo ningún concepto, le pidas que recuerde las fechas importantes. Eso solo provoca peleas inútiles.Kagome, tras releer toda la lista, la dejó sobre la mesa, y volvió a mirarse en el espejo. Tenía la fiambrera con un delicioso pastel de mora que le había preparado a sabiendas de que era su favorito. La minifalda y la corta camisa revelaban a la perfección los tres puntos clave y sus labios pintados de rojo ruso llamaban seriamente la atención. En su mano, llevaba una pulsera de la suerte que le regaló Houjo para los exámenes finales cuando aún iba al instituto.
Decidida a enfrentarse al hanyou, salió de su habitación y bajó las escaleras. Por suerte, su familia no estaba en casa para verla así vestida. No quería ni imaginar la reacción de un hombre anciano tan conservador como su abuelo. Eso por no hablar de las burlas de su hermano pequeño, que ya no era tan pequeño, y de su madre, quien se reiría y le lanzaría guiños alentadores. Se puso los zapatos negros de tacón de aguja en la entrada y se dirigió a paso lento hacia el pozo debido a lo altos que eran. Iba a aprender a andar bien con esos zapatos y más teniendo en cuenta que le costaron la paga de dos meses. Había ahorrado mucho dinero de su paga desde que empezó a viajar a la era Sengoku, pero tampoco tanto.
Cogió aire antes de sentarse en el pozo y se lanzó sin poder esperar más. Era ahora o nunca. Inuyasha caía o estaba claro que nunca habría nada entre ellos.
— ¿Pero no estabas haciendo exámenes, mujer?
Kagome se sorprendió al escuchar su voz nada más aparecer en el pozo comehuesos. Inuyasha siempre corría hacía el pozo cuando detectaba su olor, mas no era tan rápido ni de lejos. No podía haber llegado tan de prisa al pozo, era imposible. A no ser que… ¿Estaría allí sentado esperándola? ¿sería siempre así? No, no podía creerlo. El hanyou no se comportaría de esa forma por ella, ¿no?
Al alzar la vista, vio la mano del hanyou extendida, esperando para alzarla. La agarró y sintió como flotaba hasta que sus pies volvieron a posarse sobre el suelo, con la fría y húmeda hierba rozándole los tobillos. Ya estaba atardeciendo, el panorama era perfecto. El cielo anaranjado, el calor del sol desapareciendo lentamente, el trino de los pájaros, la calma del prado. ¡Todo estaba a su favor!
El hanyou estudió atentamente su atuendo, sin demostrar si le gustaba o no con su expresión. Luego, lanzó un bufido muy poco elegante.
— ¡Vas a coger un resfriado!
Muy típico del hanyou el ser incapaz de lanzarle un elogio.
— Estoy segura de que entraré en calor en seguida, querido. — le guiñó un ojo.
El hanyou la miró asombrado y la sombra de la sospecha se avistó en su rostro. Debía de pensar que estaba enferma o loca.
— Te he preparado una deliciosa tarta de mora, cariño.
A Inuyasha le afectó que le dijera "cariño". Pudo notarlo en sus mejillas sonrojadas al escuchar la palabra y en las miradas furtivas que le lanzaba. Estaba muy avergonzado por alguna razón. Seguramente, Kikio nunca se refirió a él con apelativos cariñosos. ¿Y cómo iba a hacer eso una mujer que incluso intentó matarlo? ¡Kikio otra vez! ¿Acaso no podía dejar de interponerla entre ellos? Se hizo a un lado en su momento y aceptó la realidad, ¿por qué volvían las inseguridades ahora que ella ya no estaba allí? Tenía que reaccionar antes de que su plan se fuera al traste por culpa de sus quebraderos de cabeza.
Kagome abrió la fiambrera y en vez de darle la cuchara al hanyou, tal y como él esperaba, cogió ella misma con la cuchara un pedazo de pastel y se acercó. Inuyasha retrocedió instintivamente hasta que sus rodillas se doblaron, y cayó sentado en el borde del pozo al chocar con él. Kagome se apoyó en él apretando su vientre y su pecho contra su torso y le ofreció el pedazo de tarta. Le venía de perlas que el hanyou estuviera sentado.
— Di "aaahhhhhh".
— ¿Estás bromando? — esquivó la cuchara.
— Vamos, no seas un niño malo, Inu.
El que le llamara "Inu" debió gustarle porque instantáneamente abrió la boca y masticó el pedazo de tarta. Se apuntaría que ese apelativo era su favorito.
— ¿Está rica la tarta?
— Sí…
Kagome sonrió y se apartó del cuerpo del hanyou encantada. Sí que debía gustarle ya que Inuyasha no regalaba elogios fácilmente. Quizás, lo había desconcertado lo sufici9ente con su nueva actitud como para que bajara la guardia. Lenta y premeditadamente dio exactamente cinco pasos, dándole la espalda. Había movido las caderas tal y como le había enseñado Yuka, él tendría que haberse fijado.
— Oye Kagome, ¿has crecido? — le preguntó con curiosidad — Te veo más alta.
— No, son los tacones… — murmuró decepcionada.
Se giró lentamente, encontrándose con que el hanyou seguía sentado en el pozo, exactamente donde lo dejó, miránd9ola fijamente, y se mordió el labio inferior coquetamente. Entonces, Inuyasha se fijó en sus labios, unos labios pintados de un rojo intenso, rojo ruso.
— Ka-Kagome… — se sonrojó — ¿desde cuándo tú usas esas cosas para los labios?
— Am, esto… — se colocó un dedo sobre el labio mientras le lanzaba una mirada hambrienta — Bueno, ya me estoy haciendo una mujer. Pensé que sería hora de empezar a usarlo.
— Ya eres una mujer, ¿eh?
El hanyou lo repitió más para sí mismo que para ella, pero Kagome no desaprovecharía la oportunidad.
— Sí, ya soy toda una mujer. — señaló sin descaro toda la extensión de su propio cuerpo — ¿No lo ves?
— Sí, lo veo…
La azabache volvió a caminar hasta llegar al pozo, y, en vez de sentarse a su lado, se sentó sobre su regazo y apoyó la cabeza en su hombro. El gesto era muy tierno más que seductor, pero tampoco estaba mal algo de ternura dentro de toda esa red de seducción. No quería perder su auténtica personalidad en pos de un hombre. Quería que Inuyasha la amase tal y como ella era. Aquello solo era para darle un empujoncito y no le importaba volverse seductora de vez en cuando mientras que él la amase.
— Necesito que esta noche vengas al árbol sagrado, al de esta época.
— ¿Esta noche? — repitió recordando la norma número siete — Puede que esté ocupada.
— Entonces, anúlalo — le dijo tajante — Esto es más importante.
— Eso lo decidiré yo. Por si no lo sabías, tengo más compromisos a parte de venir a la época Sengoku.
Quiso levantarse, pero, entonces, él agarró su mano, casualmente la mano en la que llevaba la pulsera que le había regalado Houjo. El hanyou observó la pulsera con curiosidad al principio, inspeccionando el objeto. Luego, se la acercó a la nariz y la olisqueó. Al instante, su expresión se volvió dura e inflexible. Estaba segura de que había identificado el olor. ¿Por qué no le dijo nada? En vez de ponerse como una furia y tener uno de sus característicos ataques de celos, se levantó del sitio y ocultó la mirada bajo su flequillo.
— ¿Por qué me has traído esa tarta?
El tono de voz del hanyou la asustó en cierta medida. Parecía más disgustado que nunca. ¡Demonios, estaba haciendo todo lo de la lista! ¿Qué se le estaba escapando?
— Porque me apetecía prepararte una tarta, ¿es que no puedo? — intentó volverlo en su contra.
— Entonces, no lo has hecho por el día que es hoy… — murmuró desilusionado.
— ¿De qué me estás hablando?
El hanyou por fin mostró sus ojos y vio reflejados en ellos auténtico dolor. Había incluso lágrimas luchando por salir, pero Inuyasha las contenía con todas sus fuerzas. ¡Dios Santo! ¿Qué le ocurría? No podía estar haciéndolo tan mal como para haber provocado en él esa reacción tan exagerada. Sabía que corría el riesgo de que su seducción no funcionase, mas esperaba una respuesta furiosa, no eso. No estaba preparada para lidiar con la parte más sensible de Inuyasha. Tenía que hacer algo antes de que él se cerrara en banda, y sabía que lo haría para proteger su orgullo.
Extendió los brazos hacia él, dispuesta abrazarle, a intentar consolarlo. Inuyasha se apartó bruscamente de ella, como si tuviera la lepra, y la miró con una mezcla de dolor y de rabia.
— Hoy, hace un año exactamente que nos conocimos, hace un año que quitaste de mi pecho la flecha que me mantenía sellado — se puso la mano derecha sobre el corazón — hace un año que estamos juntos… — murmuró — Lamento que para ti no sea tan importante…
La muchacha le miró con los ojos abiertos como platos ante la sorpresa. Recordaba haber estado rompiéndose la cabeza dos semanas antes para buscar el regalo perfecto para Inuyasha por ese día tan especial. Recordaba la ilusión con la que había leído una y otra vez libros de cocina en busca de una cena ideal para los dos. Recordaba la tienda de objetos de fiesta que había visitado. Ella tenía planeado celebrar un aniversario en condiciones. Quería celebrar el día en que se conocieron, y lo olvidó.
Cuando habló con sus amigas y le dijeron aquello, olvidó todo lo demás. ¿Qué era más importante? ¿Una semana de entrenamiento inútil para seducir al hanyou o una maravillosa noche celebrando que llevaban un año juntos? Un año de maravillosas experiencias, de amistad, de cariño…
— Inuyasha yo…
— No digas nada más — la interrumpió — Vienes aquí vestida para seducir, intentas tentarme con tus deliciosos labios, — puso sus manos sobre sus hombros — me preparas mi tarta favorita haciéndome creer que era para celebrar este día, — le lanzó una mirada furtiva a la fiambrera donde se encuentra la tarta — me hablas como si fuera tu amante para luego me rechazarme, y encima… — levantó su mano derecha — ¡Vienes aquí llevando puesto el presente de otro hombre!
¡Maldita lista del demonio! Aquella puñetera lista lo estaba estropeando todo con Inuyasha. Su relación no era perfecta, pero sí ideal hasta que tuvo la estúpida ocurrencia de hacer caso a sus amigas. Ellas no conocían a Inuyasha, no conocían su entorno, ni siquiera sabían cuál era su relación. ¿Cómo pudo confiar en que sabrían guiarla en su conquista? ¡Ya estaba harta!
Sollozando, se soltó del agarre de Inuyasha y se dirigió hacia el pozo de nuevo. Se quitó la pulsera para lanzarla bien lejos, se bajó de los incómodos zapatos, y se limpió con una manga los labios pintados. Ya no le importaba estropear esa camisa tan cara. Ya no le importaba nada. Todo aquel teatro que había organizado fue inútil porque ella había olvidado lo más importante. ¡Qué egoísta fue!
— Aunque no te lo creas… — murmuró — lo siento... me he equivocado… he intentado no hacerlo, pero me he equivocado…
Se sentó en el pozo dispuesta a lanzarse para regresar a su época. Para su sorpresa, Inuyasha la agarró desde atrás y le impidió saltar. Antes de que pudiera quejarse, él la alzó en sus brazos hasta tenerla en vilo y comenzó a andar.
— ¿A-A dónde me llevas? — preguntó nerviosa.
— ¡Calla!
Kagome, por primera vez en su vida, obedeció la seca orden lanzada por Inuyasha sin oponer ninguna resistencia. Se calló, y no hizo amago tan siquiera de volver a pronunciar una sola palabra hasta que llegaron al claro en el que se encontraba el árbol sagrado.
Se sintió desfallecer al toparse con aquella maravillosa sorpresa. Ya había anochecido y estaba todo iluminado por unas velas aromáticas que endulzaban el ambiente. Sobre el suelo había una gran manta bien colocada con unos almohadones para la cabeza y en una esquina más mantas. Se sonrojó pensando que a lo mejor el hanyou preparó todo aquello para que hicieran el amor, pero, entonces, sacudió la cabeza, percatándose de que el hanyou no tenía una mente tan perversa. Inuyasha era mucho más romántico de lo que estaba dispuesto a admitir.
— ¿Y esto?
— Pensé que podríamos ver las estrellas juntos… — musitó avergonzado — ¿Querrías?
— Claro que sí.
La joven permitió que el hanyou la tumbara sobre la manta con la cabeza sobre un almohadón y sonrió cuando él se sentó junto a ella. Las estrellas se veían especialmente hermosas en esa noche de primavera. Era todo tan perfecto que parecía irreal. Necesitaba tener un contacto con la realidad para no sucumbir a la fantasía. Necesitaba el contacto del hanyou…
Lentamente y con la mirada fija en el firmamento, fue moviendo su mano sobre la manta hasta rozar la mano de él. Inuyasha reaccionó agarrando su mano con entusiasmo.
— Intenté seducirte. — confesó — Últimamente, te notaba algo distante, por lo que estuve muy deprimida. — le sintió tomar aire con fuerza — Mis amigas notaron que no me sentía bien y dictaminaron que probablemente tú estabas aburrido de mí. — sintió que el hanyou iba a replicar pero se lo impidió con un ademán —
Hicimos una lista en la que había diez normas a respetar para seducirte… Han fracasado todas y cada una de ellas. — admitió.
Inuyasha se incorporó, quedando sentado a su lado sin soltar su mano, y suspiró.
— Desde que murió Naraku, no hago más que torturarme un día tras otro pensando que algún día tú no querrás volver. — confesó él — Cuando estabas en tu mundo, ya no iba a buscarte porque pensé que te sentirías presionada y dejarías de venir antes, — le hizo una señal para que se callara cuando sintió que iba a interrumpirlo — Me paso los días enteros sentado en el pozo, esperando a que vuelvas, y, cuando te retrasas más de lo prometido, me pongo muy nervioso. — confesó — Yo también hice una lista, pero la mía se redujo a una única cosa…
Kagome se incorporó y colocó su otra mano sobre la mano de Inuyasha sujetando su mano.
— ¿Qué norma?
— Te amo, Kagome.
¡Dios, qué estúpida era! Inuyasha había sido mucho más inteligente que ella por más que le doliera admitirlo. Todo se reducía a eso, ¿por qué complicarlo más?
— Yo también te amo, Inuyasha.
Inuyasha sonrió como no lo hacía en mucho tiempo y la besó suavemente antes de ayudarla a tumbarse otra vez. En esa ocasión, tumbada entre la calidez de sus brazos, contemplaron el firmamento. De ahí en adelante, verían las estrellas juntos, abrazados, durante todos y cada uno de los días del resto de su existencia.
FIN
