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Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.
(Universo AU)
|Narrador|
—¿Crees que llueva? —La joven que miraba fijamente por la ventana del salón procuró evadir la atención de su acompañante, no a falta de interés; sino que el panorama, la vista y el momento eran simplemente perfectos: cielo gris, aire frío y estaba él… Bueno, siempre estaba él.
—Así parece —contestó en cambio al cabo de unos minutos.
Para su vista, sus pensamientos y puede ser que también su corazón, no había mejor paisaje que el cuerpo de ella: las delgadas y finas líneas que formaban su rostro, las sombras que daban lugar a curvas y sus ojos... Sin duda alguna sus ojos eran lo mejor de todo: azules como el mar, tranquilos como la brisa de verano y repletos de emociones inexpresables; acompañados con un brillo tan único, tan fuerte, que simplemente era precioso.
Caminó hasta quedar a su lado y así contemplar lo que ella tanto observaba.
La tranquilidad permaneció inmutable.
—Sesshomaru —Kagome habló un poco más bajo de lo habitual.
—Dime.
—¿Por qué me gustan tanto estos días? ¿Lo sabes? —preguntó al momento en que una muy pequeña risa salía de sus labios ya agrietados por las bajas temperaturas.
Él le miró, y pensando un poco la respuesta asumió que los días lluviosos debían traerle tranquilidad, paz y algo de nostalgia—. Son relajantes —concluyó.
Ella rio de nuevo mientras le tomaba por el hombro—. En parte sí, pero no es por eso —aclaró.
—Entonces, ¿por qué?
Sin que él la mirara, pudo notar que realmente la respuesta a aquello no le interesaba mucho.
Sesshomaru era distante, indiferente y frío; esas facetas que él tomaba la mayor parte del tiempo ella las conocía muy bien; las había estudiado cual libro y ahora, llevando más de 7 años de amistad inquebrantable, tenía su cariño. El cual para ella fue el premio por tal esfuerzo—. Nosotros nos conocimos en un día parecido a este, ¿no lo recuerdas?
—Lanzaste tu pastel y manchaste mi camisa favorita en mi cumpleaños, ¿cómo no recordarlo? —Con un muy ligero humor dijo él.
—Tú te lo buscaste —se defendió—. Fuiste muy grosero.
—Tú altanera y boba. —El recuerdo de como ella estando jugando con la pelota le había tirado el jugo de frutas para terminar manchando sus libros, gracias a este mismo tiro perdido, alumbró su memoria. Siendo él un niño culto no buscó pelea, pero tampoco dejó las cosas así como así. Enfrentó la situación sin la necesidad de rebajarse a su nivel… O bueno, no tanto. Entonces, una enojada y pequeña Higurashi estampó su pastel contra la camiseta blanca del muchacho, dejando una bella paleta de colores en el pulcro planchado—. Ese fue un mal día para mí.
—Y para mí…
Silencio.
Amaban el silencio. Podían estar horas así y no les molestaba en lo más mínimo. Sus presencias bastaban para no tener la necesidad de escucharse, sólo mirarse.
Las puertas del salón se abrieron de golpe, dejando ver un grupo de personas que sonreían y bromeaban entre si mientras saludaban a los que desde hacía rato estaban adentro.
—¿Sabes si Mao vendrá? No hice la tarea. —Al tiempo que la mejor amiga de Kagome se lamentaba; Koga, Miroku e InuYasha tomaban asiento donde les correspondía. Por otro lado, Shippo y Rin comenzaban a anotar algunas cosas en el pizarrón por órdenes del maestro, mientras que los demás alumnos terminaban por pasar.
La muchacha sonrió y tomó asiento al lado de la castaña—. Esperemos que no.
—... Oye.
—Dime.
—¿Crees que le agrade a Miroku? —La de ojos achocolatados adoptó una posición más cómoda para hablar—. No lo sé, estos días ha estado muy extraño... Como distraído, anda en las nubes y no logro bajarlo.
—No lo sé, Sango. Miroku siempre ha sido distraído. —Con aburrimiento miró el ejercicio que Rin apuntaba. Recargó su cabeza en su mano mientras comenzaba a escribir, restándole importancia a las palabras de la mujer al lado.
—Lo sé, pero ahora es aún más. ¿Crees que le esté pasando algo?
La azabache dirigió su atención hacia el mencionado, que estaba a tres butacas hacia su izquierda. Sus ojos miraban un punto indefinido y sus manos jugaban con el lapicero, haciendo que todo su perímetro permaneciera en estado ausente.
Intentó tirarle una bola de papel que exitosamente golpeó su hombro, mas no reaccionó.
—Lo ves…
—Tal vez le dijeron que reprobará química, matemáticas e historia —bromeó aquella con la verdad—. Aunque probablemente él ya lo sabe. No entregó ningún trabajo, ¿verdad?
—Es un desobligado. Nunca pone esfuerzo en nada —se quejó Sango—. Me pregunto si por una sola vez en su vida se tomará algo en serio, no puede estar jugando siempre... Las cosas no funcionan así.
—Pues dile.
—¿Qué cosa?
—Lo que me acabas de decir a mí. —Kagome acomodó su cabello despeinado—. ¿Te importa tanto? Pues habla con él.
—… No me importa.
—Puedes engañar a todos, incluso a ti misma; pero a mí no. Como se miran, como hablan, como se tratan. ¿Quieres más?
—No, no. Así está bien, Kagome.
—De acuerdo, clase. —El hombre de mayor edad entró al aula con su típico portafolio, algunas hojas en blanco y demás—. Saquen un lápiz, borrador y bolígrafo color negro. Hoy hay examen.
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|Kagome|
—Sí, está lloviendo. —Miraba por la ventana como las gotas de diferentes tamaños se estrellaban seguidamente haciendo un sonido húmedo y dejando un que otra onda empañada—. Y me tengo que ir caminando a casa... No quiero mojar mi mochila.
—Te llevaría, pero tengo que hacer algunas vueltas. —Se lamentaba Sango después de dejar sus hojas de prueba junto con las demás.
—No te preocupes, ya veré que hacer. —Guardé las cosas que había sacado de la mochila con algo de impotencia. El maestro miraba el cuadro de papeles que momentos antes había entregado haciendo uno que otro gesto desaprobatorio e inconforme. Suspiré—. Lo mejor será salir rápido, porque la lluvia de seguro va a empeorar.
—Maldito calvo —susurró la que me acompañaba—. ¿Examen sorpresa? ¿En viernes? ¡Por dios!
—Señoritas, guarden silencio. —Seguí esperando.
—No estuvo tan mal... Bueno, nos pudo ir peor. —Quise calmar las cosas con mi buena vecina de pupitres. Su actitud a veces era algo… Explosiva.
—¡¿Aún peor?!
—¡Shhh! —Me encogí un poco de hombros cuando el señor nos chitó.
También era muy escandalosa.
—Sango… —A pesar de mis numerosas señales, ella nunca cerró su boca.
Suspiré dándome por vencida.
—Kagome, ¿tienes el trabajo de taller? —Alto, bien parecido y de sonrisa juguetona; ese era el chico que tenía al otro lado—. Lo necesito, ¿podrías prestármelo?
—¡Hola, InuYasha! ¿Cómo estás? ¿Bien? Me alegro ¿Cómo estoy yo? Oh, muy bien. Gracias por preguntar... Deberías ser más educado, con modales. —Le regañé mientras buscaba en mi mochila el dichoso trabajo. Era un idiota; pero mi amigo al fin y al cabo.
—Perdón, lo que pasa es que tengo algo de prisa. —Diablos, ¿ya estábamos saliendo?—. Eres la mejor, ¿te lo he dicho?
Sonreí—. Siempre.
Aun no comprendía la razón por la que siempre era la última en salir del aula.
—Es hora de irnos. —Sesshomaru llegó de la nada (como era de costumbre). Le sonreí un momento para después levantarme de mi asiento y posicionarme a su lado—. Lo mejor será que te llevemos a casa. —¿Miraba bien? Las puertas del cielo se abrían ante mis ojos y el atisbo de esperanza inundaba mi triste y desgraciada vida.
—¿En verdad? —Asintió—. ¡Muchas gracias! —Sí, ese era mi mejor amigo ayudándome en los momentos más desesperantes.
Atrás de nosotros, Koga y Miroku llegaban como compañía; pero no notaron mi existencia por estar tan encerrados en sus videojuegos.
—Chicos, ¿irán a casa? —preguntó InuYasha a los hombres—. Podríamos hacer unas partidas, compré un nuevo juego ayer.
—¿En verdad? —dijo el moreno que se acercó a él para seguir hablando junto con Miroku, mientras yo admiraba al pálido cubito de hielo unos segundos, sintiendo una felicidad enorme por su propuesta tan oportuna.
—¿Cómo te fue en el. —Alzó la mano callándome.
Su móvil sonaba.
—Diga. —Odiaba que me ignorara, pero bueno; me llevaría a casa así que no me podía enojar con él—. Está conmigo —siguió hablando—. De acuerdo.
—¿Pasó algo? —No quería ser entrometida; pero lamentablemente soy muy curiosa.
—Era mi padre.
—Oh, ¿y qué dijo?
—Dijo que lo esperemos en la entrada. Tu madre llamó y comentó que pasaría por ti a nuestra casa después de que la lluvia cesase. —Miré hacia afuera. Los alumnos corrían tratando de cubrirse del agua; sin embargo, todo intento era en vano. Me di cuenta de que ahora las gotas caían más fuerte, más grandes y más frías… De irme caminando terminaría con hipotermia o algo parecido—. Andando.
El paraguas que sacó era lo suficientemente grande como para los dos, así que entré sin problemas. Al lado de nosotros, su medio hermano (InuYasha) caminaba distraído en su celular, pasando por encima de charcos sin importarle que sus zapatos se ensuciaran.
Reí en el momento que casi pierde el equilibrio y cae.
"Maldición… ¡Me estoy congelando!", pensaba. Hacía frío, mas no quería quedar como una quejumbrosa al lado de ellos dos. Sin permiso (que a decir verdad poco lo ocupaba), tomé el brazo de Sesshomaru.
En verdad hacía frío.
|Narrador|
Los minutos transcurrían lentamente dejando que el agua inundara las calles de la ciudad.
Parecía que el cielo caía sobre ellos y todos podían presenciarlo, también sentirlo.
Ninguno de los tres personajes se movía de su lugar, aunque sus pies y parte de sus piernas estuvieran empapadas por el agua, nadie se dignó en mover un músculo. Kagome se rehusaba a soltar el brazo del joven chico, mientras que este trataba de mandar mensajes a su padre preguntando dónde demonios estaba. Para su desgracia, a los pocos minutos aquel ya no le respondió; provocando el mal humor en el pálido, la desesperación en ella y algo de incomodidad en un tercero.
Kagome jugó con sus zapatos mojados al momento que rascaba su nariz rojiza.
—Demonios. —El más pequeño sacudió su saco quitando algunas ramas que se habían pegado con ayuda del agua lodosa—. ¿Dónde rayos está ese viejo? —Se quejaba por lo bajo entretanto caminaba hacia aquellos dos con el pensamiento de que tal vez el frío aminoraría al estar con alguien más.
—¡Ahí! —habló la joven con los dientes castañeados—. Que alegría… —Sin poder evitarlo, imaginó a Inu No Taisho llegar en una carroza con grandes pegasos y ángeles tocando sus trompetas.
Está de más decir que la imaginación de la ojos azules era muy, muy grande.
—¡Tardaste mucho! —Fue la observación de su hijo menor.
El saludo por parte del hombre de edad no se hizo esperar para ninguno, su calidez y amabilidad casi funcionaba como una segunda calefacción en aquel lujoso automóvil—. Perdón; pero el tráfico está horrible en estos momentos. Hay calles inundadas, la gente no respetaba los señalamientos… —Con mucho cuidado, Kagome subió al carro primero que Sesshomaru. Era imposible no manchar los tapetes del vehículo, por lo que después de un rato dejó de importarle y se permitió estar lo más cómoda posible—. Es un desastre con esta tormenta. —El senil tomó mano derecha y dio vuelta en "U" para después retomar la calle principal que, sorpresivamente, ya estaba menos visitada. Se podían ver a los bomberos con enormes mangueras que jalaban el agua estancada y la guardaban en grandes tanques, para probablemente llevarla a alguna laguna cercana y así liberar las vías—. Tú madre dijo que pasaría por ti más tarde, Kagome. La lluvia no la deja salir de casa.
—Muchas gracias por aceptar, señor.
—No es nada, hija. Siempre que quieras puedes quedarte. Es tu casa también. —Kagome sonrió.
Sesshomaru por otra parte, ajeno a la conversación, miraba desinteresado las avenidas y algunos nuevos baches que salían por el agua estancada. Tal era su suerte que el auto cayó en uno, logrando hacer que su móvil volara de sus manos y se estrellase en el sucio suelo—. Rayos…
—¿Sesshomaru? —llamó su padre.
—¿Hn?
—¿No me estabas escuchando? —inquirió este con molestia, ganando una risa por parte de la joven—. ¿Qué pasó con la planilla de la escuela? ¿Necesitas algo?
—Un secretario y probablemente un tesorero. En lo material: nada importante, sólo algunas propuestas que luego imprimiré.
—Me parece perfecto. ¿Por qué no dejas que Kagome sea tu secretaria? —El hombre maniobró para subir por la carretera y luego girar a la derecha.
El chico, extrañado por la pregunta, miró su móvil ya limpio sin mayor preocupación y agregó—: Porque quiero ganar.
—¿Eh? Pero si sería una buena secretaria —intervino ella con evidente indignación.
—No seas grosero, Sesshomaru. Estoy seguro de que Kagome es muy responsable. —InuYasha rio, Sesshomaru sonrió y ella gruñó internamente. "¿Acaso no pueden ser más idiotas?", pensaba la mártir—. ¿O me equivoco?
—Soy responsable con las cosas que me importan —sintetizó su explicación con esas simples palabras.
No quería volver a exponer su discurso de "Mi desobligación tiene sus razones".
—Ya lo creo —interfirió el copiloto—. Oye, ¿qué hizo de comer mamá?
—Algo muy delicioso, seguramente.
Kagome apuñaló con sus expresivas canicas al de al lado; sin embargo, este no cruzaba mirada por no considerarlo necesario. Sin prestar más atención de la necesaria a la conversación que sostenían su padre y medio hermano, el aburrido joven comenzó a pensar que quizá la idea de meter a Kagome como secretaria de planilla no sería tan absurda; muy por el contrario, ella podría distribuir las propuestas gracias a su simpatía y su habilidad social.
Sus ojos caminaron hasta ella para darse cuenta de que aún le observaba de la forma antes mencionada. Sesshomaru alzó una ceja mostrando duda, mientras Kagome le dedicaba uno de sus desprecios—. Idiota...
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—¡Llegamos! —InuYasha abrió la puerta de aquel lugar dando paso no sólo a las otras personas, sino también al calante frío húmedo y algo de brisa que mojó el piso de madera. Los zapatos, empapados, hacían pequeños charcos que pronto comenzaría a hinchar las tablas, convirtiendo la tarea de limpieza en una misión imposible.
—¡Oh, por dios! Miren nada más como vienen. —La señora les abrazaba sin importar la suciedad, haciendo que los muchachos sintieran no sólo el calor infernal de su madre, sino que también la gran preocupación que expulsaba de su ser—. ¡Kagome! —chilló al ver el cuerpo de la fémina pasar por el lumbral de la puerta—. Mi pequeña muñeca, te puedes resfriar —decía al tiempo que tocaba la fría y mojada ropa que llevaban puesta—. Rápido y sin discusión cámbiense para comer —sentenció—, y no te preocupes linda; de seguro encontraremos algo para ti. —Amablemente condujo a la chica por los pasillos (aunque ella ya los conocía) para dejarla en las escaleras—. ¡Dense prisa para que no se enfríe la comida!
—Sí, madre —respondió InuYasha.
Pronto, la sala de estar quedó semivacía. Los únicos rastros de vida eran las huellas enlodadas que adornaban el antes pulcro piso de mármol y esas dos silenciosas presencias que se acercaban lentamente la una a la otra, como si de imanes se tratara.
—... Tardaste. —admitía ella.
—Todos me lo han reprochado hoy, mujer. ¿Qué comeremos? —Dejando aquello de lado, su pareja procuró interrogar con emoción a su esposa.
—Es una sorpresa —bromeó la aludida con una de sus cucharas en mano.
—Eres una mujer llena de sorpresas, Izayoi.
Toga acorraló de la manera más delicada a su mujer, abrazando su cuerpo y dejando pequeños besos por el camino de su hombro.
—Eso te gusta, ¿o me equivoco? —respondió la dama siguiendo el juego.
—Tú nunca te equivocas.
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—Esto no me va a quedar, Sesshomaru. ¡Está súper grande! —se quejaba la chica con asombro ante el tamaño de la prenda.
—Mi madre e InuYasha tiene ropa también.
Ambos miraron por la puerta abierta la habitación del mencionado. Había videojuegos regados por el suelo, cajas de pizza en la cama y botellas de refresco con extraños y pestilentes líquidos.
—No, gracias.
—Entonces toma y báñate.
—¿Qué me pondré abajo? —Sin poder evitarlo, un sonrojo tomó el papel protagonista por accidente y salió a la luz. Miró los shorts de su amigo, pero ella tenía una cintura muy pequeña; por más ajustados que quedaran nunca le cerrarían y acabarían cayéndose a cada paso. Sin muchas opciones en la cabeza, Sesshomaru abrió su cajón de ropa interior y buscó algo que ayudara con el problema.
—Toma —dijo una vez encontrada la pieza del rompecabezas.
—¿Qué? —expresó confundida.
—Son calzoncillos que olvidó Hakudoshi, seguro te servirán.
—Pero…
Sin dar tiempo a nada, el albino salió del cuarto para entrar al de su hermano y ducharse. Ahora, estando Kagome sola, cerró la puerta y lentamente se despojó de sus prendas, dejándolas en la canasta que la señora Izayoi le había dado (suponiendo que sería para que la madera no se mojase aún más). Abrió el grifo de la tina y luego accionó la regadera. El agua caliente mojó su cuerpo, haciendo que su piel se erizara. Suspiró, quitó las hojas de su cabello y la suciedad de sus piernas. Las pequeñas ramas y demás caían lentamente siguiendo las líneas de su cuerpo, para después irse por la coladera. El jabón limpió y el shampoo fregó su cabeza dejando cada vez un lugar más presentable.
Minutos después, ya satisfecha, cerró la llave y se envolvió en la toalla para salir a cambiarse. El cuarto conservaba su frigidez, pero el piso no ayudaba mucho; así que tomó asiento en la cama.
—Tan suave —pensó en alto—. Me preguntó si… —Con más confianza de la debida, se recostó en ella; ocasionando que la toalla se deslizara un poco dejando ver no mucho más que piernas y hombros desnudos. Parecía que ese colchón había sido creado para ella y sólo ella por la forma tan perfecta que se amoldaba a su persona—. Es increíblemente cómodo, ¿cómo es que Sesshomaru llega tan cansado a clases? —Cerró sus ojos un momento dejándose llevar por el confort que este le ofrecía.
Hasta que la puerta chilló.
Sus brazos actuaron como un resorte y en menos de un segundo colocó la ropa en su lugar a pesar de la humedad en su cuerpo—. Sólo voy a tomar unas calcetas —informó el mayor antes de ingresar por completo en sus aposentos.
—Sí… —Avergonzada, miró como esta persona abría un cajón separado de los demás.
—¿Sucede algo?
—¿Eh? No
—Bien —sacó un par negro y cerró la gaveta—, te espero abajo —indicó mientras cerraba la puerta.
—Está bien.
Nuevamente sólo era ella y la soledad de un espacio vacío.
Tocó su pecho que había adoptado un acelerado vaivén de un momento a otro, sus mejillas ardían y sus manos temblaban, ¿qué sucedía? Sesshomaru casi la descubre desnuda sobre su cama, eso sucedía—. No puede ser, ¿en qué pensabas, Kagome? —Se apresuró a sacarse nuevamente la camiseta y ponerse el sostén húmedo, luego los boxers y, de nueva cuenta, la camiseta color blanco. Se ató una cola alta con ayuda de un cepillo que el dueño de la habitación tenía en el baño y después limpió sus oídos—. Bien... Espero que mi madre llegue pronto —hablaba consigo misma mientras bajaba las escaleras.
No le agradaba la idea de que los demás la vieran en ese estado tan… Tan expuesto, por más confianza que tuvieran.
—Kagome, ven a sentarte. —Izayoi la miró con aprobación—. Te ves bien. —Le señaló un lugar para que los acompañara.
—Gracias por la comida. —El menor de los hijos se apresuró a devorar su buena porción de filete en salsa y especias. Desde hacía un buen rato su estómago le había implorado algo de alimento—. ¡Está muy bueno! —dijo con la boca llena, logrando que pequeños pedazos de carne cayeran devuelta a su plato.
—Eres asqueroso —le reprendió su hermano.
—Cállate —replicó él.
—InuYasha, no seas mal educado. ¿No ves que hay visitas? —Taisho mayor señaló a la joven que degustaba pequeñas cantidades en silencio.
—...Disculpa.
—Kagome, tú madre llamó hace unos minutos —comentó la señora mientras se servía más arroz—. Te quería comunicar con ella, pero estabas en la ducha.
—¿En verdad? ¿Y qué dijo? —quiso saber la mencionada después de tomar un poco de té.
—Dijo que no iba a poder salir de su casa por la lluvia. —la de cabello lacio ingirió algo de comida tras terminar de hablar y luego limpió su boca con una servilleta.
Kagome miró su plato algo compungida.
Su madre debía estar preocupada—. Oh. —Miró el interior de la pequeña tasa ahora desanimada—, entonces supongo que...
—Te quedarás aquí a dormir. —Las palabras del señor Taisho sonaron más como una condena que una solución.
—¿No les molesta?
—En lo más mínimo —continuó él—, así pagaremos el favor que nos hicieron cuando InuYasha rompió el vidrio de su auto, ¿no?
El mencionado se ahogó con la comida.
Recordar ese día en especial le provocaba escalofríos por las consecuencias que había traído consigo la pequeña travesía.
—Ya lo creo.
—Puedes descansar en la habitación de invitados, a no ser que Sesshomaru quiera prestarte la suya.
Kagome miró al pálido.
—Por mí no hay problema —aclaró él.
—Entonces como te sientas más cómoda. —Toga continuó comiendo, dando por terminada la conversación.
—Muchas gracias, en verdad.
El ambiente se suavizó dejando una cálida tranquilidad, ahora podría saciar su apetito sin interrupciones.
La comida de Izayoi había sido desde siempre la mejor que había probado (claro que este comentario lo guardaba para si misma, ya que su madre podía llegar a ser muy celosa en el tema). Tenía sazón, una textura envidiable y sabores únicos.
Siempre lograba darle un toque distintivo, sólo de ella y eso le gustaba mucho. Nadie ahí presente notó lo rápido que el tiempo había pasado hasta que sus platos, ahora vacíos, eran lavados por unas finas y delicadas manos femeninas.
Kagome suspiró.
—No es necesario que los laves hija, ve a descansar —insistía la señora Taisho.
—Es lo menos que puedo hacer por el hospedaje, además no estoy cansada.
—Te tomaré la palabra sólo esta vez… A veces siento que cargo el mundo sobre mis hombros.
—No se preocupe, ande, yo termino aquí.
—Eres un amor. —Ambas sonrieron como despedida, y sin más la mayor salió de escena.
Kagome tallaba rápidamente los platos, vasos y algunos sartenes que de la comida habían quedado sucios. Las sobras habían sido guardadas en el refrigerador y lo demás tirado a la basura. Sintiéndose insatisfecha y notando que tenía tiempo de sobra; tomó la escoba y sacó el polvo que había por ahí.
—Bien. —Limpió con el dorso de su mano las pequeñas gotas de sudor en su frente e inhaló con fuerza.
Estaba contenta con el resultado.
—¿No vendrás a dormir?
—¡Ah! —Su voz resonó por la estancia al sentir unos fríos dedos en su cintura—. Dios, Sesshomaru, casi muero —murmuró ya más tranquila al ver aquellas lagunas doradas.
Profundas y solitarias aguas de oro puro.
—Te llamé tres veces —confesó con disgusto.
—No te escuché.
—Hn. —No muy convencido, tomó un vaso—. Es tarde —sus dedos se dirigieron al purificador para oprimir el botón de expulsión y llenar su recipiente—, será mejor que descanses.
—Mañana es sábado —alegó.
—¿Y qué?
—Pues es fin de semana, no hay problema con que mueva un poco mi horario.
—Pero sí con el mío, no te voy a esperar si eso es lo que crees.
—No seas tan aguafiestas… —Su mirada se paseó por el lugar en busca de la hora.
—Hn.
Kagome no tuvo de otra más que seguirle, al fin y al cabo, ya no tenía nada que hacer en aquel lugar. Una vez en la habitación trataría de convencerle de ver una película—. Oye, Sesshomaru —le llamó dejando en el aire un pequeño hilo de duda.
—¿Qué sucede? —Abrió la puerta, dejando ver lo oscura que podía llegar a ser la habitación sin la luz encendida.
—Tú… No me has contado lo que pasó con Kagura.
Adentrándose en su cuarto, el joven tomó algunas cosas del suelo para acomodarlas en su lugar—. ¿Para qué quieres saber?
—Eres mi mejor amigo, tengo derechos.
—No, no tienes.
—¡Quiero saber! —insistió la de ojos azules con conmoción—. Dime, yo siempre te cuento todo.
—Yo no te pido que lo hagas.
—Sesshomaru… —Con ojos de cordero degollado, le miró por unos largos segundos, hasta que él volteó los suyos en señal de derrota.
Cerró la puerta con seguro como siempre y tomó asiento.
—No fue nada interesante, en verdad —habló.
—Pero pasó algo, ¿no?
—Algo así… —Kagome gateó hasta quedar a su lado, nunca separó su vista de él y mucho menos su concentración. Quería lujo de detalle—. Me acosté con ella —admitió después de su silencio dramático.
—¡¿Qué?! —Energéticamente se levantó de su lugar para mirar fijamente al hombre.
—No grites.
—¿Cómo pasó? —preguntó.
—Las cosas se dieron, su casa estaba sola así que no hubo problema con eso.
—¿Y? —Ella se recargó en su brazo.
—¿Qué?
—¿Te gustó? —Su mirada picara hizo notar sus intenciones, el sentido en su cuestionamiento.
—No. —Sesshomaru sonrió ligeramente al ver la expresión de ella.
—¿Por qué? Kagura es muy linda.
—Lo único bueno de ella es su físico, no imaginas la cantidad de dinero que me ha hecho invertir en su maquillaje y ese miserable perro.
Kagome soltó una carcajada—. Pues en eso tienes razón. —Siguió riendo.
—Silencio —calló él.
—Eres un suertudo, te envidio… —Kagome rodó un poco en la cama—. Hace mucho que no salgo con alguien.
—Lo sé.
—¿Qué se siente hacerlo? —Su amigo abrió los ojos de golpe y miró a la chica curioso con una ceja alzada, mientras que esta sólo se movía entre las sabanas.
—¿Por qué la pregunta?
—No sé... Me da curiosidad.
Pensando un poco la respuesta, contestó—. Es placentero.
—¿Placentero?
—A veces incómodo, pero todo depende de la persona con la que lo hagas. —Sus palabras salieron despreocupadas, tranquilas; cosa no muy común en él.
—¿Fue incómodo con Kagura? —parecía ser que su compañera iba directo al grano, sin tapujos, queriendo saber absolutamente todo.
—Algo.
—Ya veo… —Tomó una gran cantidad de aire, como si fuera su último aliento y soltó—. ¿Sabes? Quiero dormir con alguien.
—¿Por qué? —La molestia se notó en el semblante del muchacho, dándole un toque de ansiedad al tono de sus palabras.
—Por curiosidad, claro que no lo haré con cualquiera... Tiene que ser alguien de confianza.
—¿Cómo quién? —Sesshomaru, ya más interesado, se recostó junto a ella tratando de ponerle más atención de lo que el tema merecía.
Ella le miró divertida—. No lo sé, Koga tal vez.
—¿En verdad? —él cubrió su cara con las manos no cabiendo en su asombro—. No me lo creo.
—¡Dije que tal vez!
—Con él no, Kagome. Después no te lo podrás quitar de encima. —En parte, sus palabras tenían veracidad; Koga era un chico muy entregado a todo, y por eso mismo involucrarse con él de esa forma sería un encadenamiento eterno.
—¿Pues entonces qué? ¿Con InuYasha?
La diversión paró ahí.
Aquella casi imperceptible sonrisa mofa desapareció para dar lugar a una actitud dura, seria y asediada. ¿Ella se atrevía a preferirlo a él? ¿A InuYasha? Sí, se había molestado mucho—. Es hora de dormir.
—¡Espera, era broma!
—Buenas noches.
—Sesshomaru, por favor. —Tomó su brazo fuertemente esperando a que él se tranquilizara un poco y volviera a retomar la plática.
Necesitaba sus consejos, quería que él escuchara sus ideas y opinara.
—Hn. —Este miró la puerta. Podía irse, pero no quería que Kagome hiciera una estupidez. Se consideraba a si mismo su conciencia y razonamiento, sin él la probabilidad de que terminara lastimada de una u otra forma era enorme e inevitable.
—¿Con quién me recomendarías hacerlo? Tú conoces a los chicos más que yo, después de todo… —Nuevamente, la azabache tomó asiento en la cama. Sintiendo la desaprobatoria mirada ambar quemándola. Fue ahí donde quiso devolver el tiempo y no haber abierto su boca—. ¿Contigo?
El silencio se coló entre ellos con un viento frío. Desde un cierto punto, aquella era la mejor idea, la mejor opción. Extrañada, Kagome arrugó su mirada—. Hn.
—¿Qué?
—Sólo estoy pensando —aclaró.
Efectivamente era la mejor idea.
Con cuidado, tomó la mano de ella mientras le miraba ya tranquilo—. Sesshomaru —su voz sonó quebradiza, algo confundida. ¿Se atrevería él a hacer tales honores? No lo sabía—, ¿lo harías? —Sintió sus piernas temblar.
—¿Qué cosa? —Él optó por hacerse el desentendido.
—Ya sabes… —De nuevo, su sonrojo tomó lugar en la conversación—. Hacerlo... Tener algo así conmigo. —La habitación se llenó de un aire pesado, afónico. Ambos estaban perdidos en su propia mente, pensando si eso realmente estaba pasando—. ¿Sabes qué? Olvídalo.
—Lo haría —contestó aquel. Su cuerpo cayó al lado de la chica con rendimiento, esta vez boca abajo.
Algo en él le decía que no debía intercambiar miradas con su compañera.
—¿En verdad?
Sesshomaru asintió.
El cuerpo de la mujer se posicionó a su lado izquierdo, aventando sus manos sobre el suave cabello plateado del sujeto. Ella envidiaba esos mechones y no le molestaba admitirlo. Pequeña turbación invadió la cabeza del pálido, queriendo hacerle un juego mental y confundir la situación, mas sabía perfectamente qué tierras estaba pisando—. Hn. —Los brazos de Kagome se abrieron queriendo la atención de su amigo.
Necesitaba sentirlo cerca.
Las fuertes extremidades del hombre tomaron sus caderas, apretándolas y aproximándolas a él. Entre risas, Kagome subió sobre el cuerpo del de cabellos plateados, sintiendo un leve choque de excitación por la cercanía tan repentina.
El de abajo, aun con sus manos en ella, se dispuso a hacer un pequeño recorrido por tanto pudiera tocar; produciendo lentamente que la tersa piel fémina se erizara. Sus cuerpos respondían rápido, cuando menos lo esperaron sus respiraciones ya se mantenían aceleradas y aquellas partes privadas estimuladas.
—¿Quieres hacerlo? —interrogó él.
—¿Ahora? —dijo nerviosa—. Pero tus papás…
—Nunca entran aquí.
—… No estoy segura. —Queriendo formar igualmente parte del juego, Kagome otorgó algunas caricias por cuello y abdomen bajo del muchacho; logrando sacar más de un suspiro de su boca.
—Toma una decisión antes de que me arrepienta.
Nerviosa, la joven subió sólo un poco su camisa—. No sé cómo hacerlo.
—No te preocupes por eso.
Notando la aprobación, aquel comenzó por el principio.
Junto sus labios sin apuro, como si tratara de disfrutar una paleta de hielo. Inexperta, a ella le costó bastante seguir su ritmo; por lo que Sesshomaru disminuyó la velocidad sin inconvenientes.
Los brazos de Kagome se posicionaron a ambos lados de la cabeza debajo de ella, haciendo que su cuerpo quedara semi-recostado sobre este.
Sus labios se sentían como un par de fresas congeladas, al principio sin sabor; pero a medida que se calentaba esa pequeña capa de hielo, el jugo fuerte y dulce inundaba el paladar. Las manos masculinas repartieron suaves toques por su espalda baja y piernas, por otro lado, Kagome se mantenía concentrada en su tarea de mejorar el beso.
A pesar de todo, estaba temblando.
—Tómate tu tiempo —dijo aquel.
Con un asentimiento, la azabache decidió que era momento de darse la oportunidad de explorar igualmente el cuerpo de su amigo. Lo miró ahí, abajo de ella con una expresión que nunca pensó sería dirigida hacia si. Los hombros de este eran anchos, por lo que supuso que su espalda sería grande; su abdomen, juzgando con lo que sentía su trasero, era firme como su pecho.
—Yo… supongo que estoy nerviosa.
—Sólo no lo pienses. —Sesshomaru subió la camisa que le había prestado para retirarla—. Seré cuidadoso.
La morena sonrió.
Fue en el momento que, debido al movimiento en la cama, el reloj sobre la mesa de al lado cayó y la entrada de madera comenzó a ser golpeada—. Sesshomaru —llamaron.
Instantáneamente, la chica saltó de su lugar y corrió hacia el baño para encerrarse, puesto que la puerta estaba comenzando a abrirse.
"Estoy seguro de haberle puesto seguro", pensó el albino.
Todo cobró sentido cuando en la mano de su padre vio las llaves de respaldo.
—¿Por qué tanto escándalo? ¿Dónde está Kagome?
Recogiendo el aparato, Sesshomaru acomodó el cabello enredado y miró con despreocupación al más grande—. Está en el baño.
—¿Qué hacían? —los ojos antes molestos del intruso cambiaron al ver la camisa de la muchacha tirada en el suelo.
Sonrió con picardía.
—Eres muy entrometido, padre.
—Cuida tus palabras, Sesshomaru. También tus acciones.
—Siempre lo hago.
Sin más, la habitación fue cerrada de nueva cuenta. Olvidando dentro de ella a un agitado joven y una exaltada chica. Algo abrumado, caminó hasta la puerta donde se refugiaba la mujer—. Ya puedes salir.
—…
—Abre —demandó. Y como si de un perro se tratara, salió aquella con el rabo entre las patas—. Será mejor posponer esto.
—Supongo…
No lo quería mirar, la vergüenza que sentía era tanta que sus ojos comenzaron a aguadarse al catalogarse como una mujer fácil.
—Ve a dormir.
Por el tono de voz que usó Sesshomaru, la más pequeña temió que las cosas terminaran saliendo mal entre ellos—. Lo lamento, no quería…
—No estoy molesto —dijo más clamado—. Sólo ve a dormir, mañana hablaremos.
—... Está bien.
Con un beso en la mejilla, Kagome salió al pasillo con almohada y sabana en manos—. ¿Qué demonios fue todo eso?
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—Buenos días, cariño —saludó Izayoi desde la cocina.
El desayuno estaba servido e InuYasha junto con Kagome ya estaban comiendo.
—Buenos días. —Con su tan habitual sonrisa, le dio la bienvenida la azabache—. Siéntate, está muy bueno —decía mientras tomaba otro pedazo de huevo.
—¿Dormiste bien, hijo? —preguntó Toga, tomando por sorpresa a cierta persona que se atragantó con su comida—. Fue una noche muy inquieta, ¿no lo creen? —comentó.
Harto de las insinuaciones e indirectas, lo fulminó con la mirada—. Ya lo creo.
El señor sonrió—. De acuerdo, yo me retiro.
—Que le vaya bien, señor Taisho —despidió Kagome.
—Oh, hija. —Dispuesto a corregir antes de irse las palabras de su invitada, dijo—: dime suegro.
Azul y dorado intercambiaron miradas, mientras los demás reían en silencio.
Buenas tardes, buenas noches. ¿Qué tal? ¿Les ha gustado? Díganme en los comentarios qué tal estuvo. Espero su semana haya concluido muy bien, les mando muchos saludos y abrazos.
¡Hasta luego! Gracias por leer (;
