Harry Potter no me pertenece, pertenece a J. K. Rowling y yo hago esto sin ánimos de lucro. La canción de Volatile Times es de IAMX y a mi me encanta escucharla mientras fumo y bebo, pero tampoco es mía.

Esta mini historia (que espero que me dure cuatro capítulos) va dedicada a todas aquellas personas que votaron uno de mis OS en los Dramione Awards 2014 en la categoría mejor OS Comedy/ Romance y la hicieron ganar. Mil gracias, sois maravillosas. Espero que os riáis con esto, pero también que sufráis y os encendáis.

Con especial amor se lo dedica a mi amiga Miss Mantequilla Maquinetis (juasjuasjuas). Sin ella esta historia no hubiera visto nunca la luz, no estaba segura de subirla y ella en una línea me dio los ánimos para hacerlo. Así que miles de gracias a ti también.

Aclaraciones: Ésta NO es la historia de un PEDÓFILO. Esa gente está enferma y necesita ayuda psicológica. El abuso sexual de los niños es una horrible y espeluznante realidad que sucede cada día en cualquier lugar del mundo. Si esto ofende tu sensibilidad no sigas leyendo, gracias por abrir mi fic pero no comentes sino has leído el capítulo.

Gracias.


Capítulo I: Enfermo.

Goodbye my friends. Goodbye to the money!

Adieu to the fuckers that think that it's funny!

Volatile Times - IAMX

Draco se movió en la cama sintiendo como el pesado sueño de la noche empezaba a abandonarlo. Bostezó y estiró sus extremidades intentando desperezarse. Abrió los ojos lentamente y parpadeó un par de veces intentando acostumbrarse a la oscuridad de su habitación. Cuando lo logró fijó su mirada en el reloj que descansaba en su mesilla de noche. 5:00 a.m.

Ese día había dormido tres horas. No es que le importara mucho, ya aprovecharía y dormiría en la biblioteca de su colegio. Como siempre. Salió de su cama y se vistió con unos pantalones de chándal, una camiseta para hacer deporte y una sudadera.

Salió de su habitación con las zapatillas en la mano y se dirigió a la parte de atrás de la mansión intentando no hacer ruido al pasar por delante de la puerta de su padre. Lucius tenía mal despertar, en realidad no era mal despertar, simplemente era que odiaba a Draco.

Cuando salió al jardín trasero se sentó en los escalones y se calzó. Era hora de olvidarse de toda esa mierda. Empezó a correr hasta internarse en el bosque, una vez allí empezó a zigzaguear entre los árboles, esquivó ramas y saltó rocas. Su respiración se volvió irregular y jadeante y los músculos empezaron a protestar, pero nada de eso le importó, él continuó corriendo, esquivando y saltando sus obstáculos hasta que llegó al lago.

Siempre se detenía cuando llegaba ahí, ver el agua tranquila lo calmaba. En realidad, todo ese proceso lograba calmarlo, sino fuera por eso no soportaría vivir su día a día. Era irónico, la mayoría de la gente mataría por tener la mitad de lo que tenía él y él sólo pensaba en el profundo asco que le tenía al apellido Malfoy.

Malfoy, el apellido de una de las familias más importantes de Gran Bretaña. Familia que lideraba una importante empresa farmacéutica. Familia formada por Lucius, Narcissa y Draco Malfoy. Lucius Malfoy, gran abogado y empresario, Narcissa Malfoy, hermosa y devota ama de casa y Draco Malfoy, heredero y fuente de orgullo de sus padres.

Si la gente supiera… Pero no lo sabía, la gente no sabía la mierda que ocultaba el apellido Malfoy. Y a Draco hacía tiempo que también había dejado de importarle.

§¤§

— Pssst. Psssst —un ruido molesto intentaba despertarlo. Él frunció el ceño y continuó con su cabeza recolzada en sus brazos, quizás si fingía que no estaba despierto eso se iría—. Psssst señor. Está usted durmiendo, no puede dormir en una biblioteca. Pssst.

— Lárgate —movió sus brazos y giró la cabeza intentando alejarse de esa molesta y chillona voz.

— Señor, si quiere dormir váyase a su casa.

Draco abrió los ojos completamente enfadado. ¡No lo molestaba ni la bibliotecaria lo iba a molestar esto! Se irguió en la silla y giró su cuerpo lo suficiente para fulminar con la mirada la pobre alma que había osado despertarlo.

— Señor, no puede dormir en la biblioteca. Lo dicen las normas.

Draco frunció el ceño molesto. La persona que lo estaba sermoneando no era nada más que una criaja bajita, con el pelo demasiado alborotado y dos paletas enormes. ¿Quién se creía que era esa niña para sermonearle a él?

— ¿Y a ti qué te importa si duermo o no? —Preguntó intentando asustarla.

— Está dando un mal ejemplo —contestó la niña alzando la barbilla y mirándolo con los ojos entrecerrados—. Además, las normas de la biblioteca prohíben terminantemente…

— Ya sé qué prohíben las normas —Draco empezaba a cansarse de esa niña—. ¿No crees que si me importaran les haría caso?

La niña lo miró y frunció el entrecejo aún más profundamente y sus labios se apretaron formando un mohín que denotaban enfado. Se estaba cansado. Esa niña debía aprender cuál era su sitio. Si tuviera su edad ya le hubiera pegado. A él le daba igual que fuera un hombre o una mujer. Él no era machista, nada de eso, simplemente no le gustaba que nadie se cruzara en su camino, y cuando eso pasaba no hacía distinciones.

— Déjame en paz —la miró entornando los ojos y acercándose a la niña intentando intimidarla con su altura superior—. Piérdete.

— No se puede dormir en la biblioteca —siguió insistiendo ella.

Draco bufó molesto y se pasó la mano por el pelo, no iba a tolerar más esta tontería.

— No te metas dónde nadie te llama niñata.

Y habiendo dicho eso la empujó haciéndola caer al suelo y se dirigió con pasos largos pero seguros a la salida. Ni se molestó en ver si se levantaba o si le había hecho daño. No era más que un insecto molesto. Si la niña era lista no volvería a cruzarse en su camino.

§¤§

— Draco —el chico sintió como una mano femenina subía provocadoramente por el interior de su muslo—. ¿Tienes algún plan para esta noche?

El heredero de los Malfoy enfocó sus ojos grises en la voz femenina que le estaba proponiendo no pasar la noche solo.

— ¿Y qué hay Zabini, Pansy? —contestó Draco mirándola con los ojos entornados—. ¿No me digas que vas a invitarlo a nuestra noche de dos?

— Zabini nunca ha tenido la exclusividad de mi cuerpo —murmuró Pansy inclinándose lo suficiente para apretar sus generosos pechos contra el brazo de Draco—. Él está bien, pero no eres tú…

Esbozó una sonrisa torcida. Sí, su ego se alimentaba de esas cosas. ¿Conciencia? No, no tenía. ¿Para qué? Eso de sentir empatía hacía otro ser humano no era precisamente lo suyo. Si algo había aprendido en sus diecisiete años de vida era que no debía preocuparse por nadie más que sí mismo. Y eso era lo que hacía.

No le importaba nadie, ni sus compañeros, ni las chicas que se tiraba, ni los sirvientes, ni su niñera, ni su madre, y aún menos el enfermo de su padre. Porque sí, su padre era un enfermo, y todo el mundo lo sabía. A Lucius Malfoy le gustaban las chicas jóvenes, tan jóvenes que más que chicas eran niñas. El problema era que cuando se tenía tanto poder y dinero como lo tenía él podías permitirte ser un enfermo.

— No creo que tengamos que esperar hasta la noche —susurró el chico contra el oído de la chica haciéndola estremecer por la expectación—. Te veo dentro de una hora en el gimnasio.

Y habiendo dicho eso se levantó de la silla dónde estaba sentado y se dirigió a su próxima clase. Le tocaba química en el tercer piso. Justo en el piso dónde estaban todos los niños llorones que aún no podían hacerse pajas y niñas estúpidas que su padre enfermo encontraría atractivas.

Una sonrisa despiadada curvó sus delgados labios. Ahí estaba, esa maldita cría otra vez. Se encontraba caminando hacia él sonriéndole a dos niños de su edad. No se detuvo mucho a observarlos, poco le importaban, lo que le importaba eran todos esos libros que la pequeña llevaba en sus manos.

Le salió de forma natural, cuando la chica pasó por su lado él puso el pie en el camino de la niña, pie que ésta no vio y provocó que se tropezara y cayera de bruces al suelo.

— ¡Hermione! —Chilló el niño pelirrojo que iba con ella.

Se dijo que no se giraría, pero no pudo evitarlo y sus ojos grises se encontraron con los marrones de ella. Esbozó una sonrisa ladina y de superioridad, sus ojos indicaban que iba a llorar. Pero la niña lo desafió levantando el mentón orgullosa y girándole la cara.

— Niña tonta… —murmuró para sí apartando la mirada y dejando escapar una risilla de diversión.

Siguió caminando hacía química, esos rizos castaños no ocuparon ningún pensamiento más en su cabeza.

§¤§

Pansy era una chillona. Eso lo molestaba. No sólo tenía que aguantar su insoportable voz cuando estaban en la misma habitación sino que cuando follaban la cosa no era diferente. Parecía más que la estuvieran matando que disfrutando.

— ¡Ah! ¡Sí Draco!

Rodó los ojos cansado. Si seguía chillando así los descubrirían. No es que a él le importara, pero si debían hacerlo que lo hicieran cuando ya hubiera acabado con esa escandalosa. Le abrió las piernas y se colocó entre ellas. Iba a ser rápido como siempre.

— Malfoy, no está bien que faltes a clase —la voz de Zabini lo detuvo y alzó la cabeza para mirarlo fijamente.

— Si tú no dices que me has pillado yo tampoco te delato —contestó con sarcasmo sin salir de entre las piernas de Parkinson.

— Para ser un tío muy listo no entiendes el concepto de no quitar cosas ajenas —dijo el chico con un tinte agresivo en la voz.

— No es mi culpa que no la satisfagas lo suficiente y venga a mí —se rió en la cara del chico y poco le importó que su cara se deformara debido a la ira—. Ella ha sido la que ha querido que me meta entre sus bragas.

La boca de Zabini se deformó en una sonrisa irónica y el cuerpo de Malfoy se tensó intuyendo con anticipación qué es lo que diría el moreno a continuación.

— Apuesto que eso es lo que tu padre ha dicho incontables veces —con calma salió de entre las piernas femeninas y dio un par de pasos amenazantes hasta el chico—. Lucius debería andarse con cuidado, algún día podría salirle mal las cosas y todo se acabaría para la familia Malfoy.

— Qué considerado de tu parte… Preocupándote por nosotros… Pero yo si fuera tú alejaría a esos fiscales, pueden descubrir algo más que un par de fraudes fiscales.

— No sé a qué te refieres —Blaise habló en un susurro letal, ambos se habían ido acercando mientras hablaban hasta que apenas lo separaba un metro—. Mi familia es un modelo de unidad y buen nombre. No como la tuya, la tuya está podrida y es cuestión de tiempo que esa manzana caiga del árbol.

— Te juro que cuando la gravedad nos arrastre vuestras manzanas estarán ahí abajo para amortiguarnos la caída.

— Eres un enfermo Malfoy, tan enfermo como tu padre.

— Repite eso —estaba cabreado, nadie, nadie lo comparaba con Lucius y se iba de rositas.

— Eres un enfermo, igual que el enfermo de tu padre.

El rubio sonrió y sin que el moreno lo previera le asestó un puñetazo en la mandíbula. Pegarle a ese estúpido era tan bueno como follarse a Pansy. Total, ambos sólo hablaban mierda y él se encargaba de callarles la boca de diferente forma.

El chico se devolvió y él lo esquivó asestándole otro puñetazo y desestabilizándolo. Se rió, ese idiota no era rival para él. No estuvo mucho tiempo haciendo a Zabini bailar a su alrededor, se cansó rápido y decidió acabarlo con un puñetazo rápido.

— Señor Malfoy, vaya a mi despacho inmediatamente.

Albus Dambeldore lo miraba desde la puerta del gimnasio, sin esperar respuesta se giró y empezó a caminar.

— Minerva, encárgate de que ese pobre chico sea atendido.

— Sí, profesor.

Bufó molesto y con rápidas zancadas siguió a ese viejo hasta su despacho. Genial, ahora llamarían a sus padres, lo suspenderían durante unos días y cuando volviera a casa tendría que aguantar a Lucius.

— Dígale a Severus y a Beatrice que se presenten inmediatamente —habló el director a su secretaria.

— Inmediatamente, profesor.

El anciano abrió la puerta de su despacho y entro sin mirar atrás, él lo siguió y dejó que la puerta se cerrara con un golpe sordo, no le apetecía ser educado.

— Tome asiento señor Malfoy —el hombre hizo un amplio gesto con su mano hacía un par de butacas que estaban delante de su escritorio—. Le ofrecería unos caramelos pero francamente, no se los ha ganado.

Soltó una triste carcajada mientras se sentaba y lo miró desafiante.

— ¿Y qué me he ganado?

— Para empezar unos nudillos adoloridos —Draco esbozó una mueca de desagrado porque era verdad, los nudillos le empezaban a doler—. Pero el castigo por pegar a un compañero es duro. Podría expulsarte permanentemente de Hogwarts.

— No puede hacerlo —respondió desafiante—. Mi padre dona grandes cantidades de dinero a esta escuela.

— Siempre se agradecen las donaciones. Pero joven Malfoy, se engaña usted pensando que las necesitamos en Hogwarts —Dumbeldore sonrió y se metió un caramelo en la boca—. Relájese, no voy a expulsarlo, al menos no permanentemente. Aún tienes posibilidades de encontrar un camino mejor.

Decidió no decirle nada más a ese viejo loco. Se acomodó en la butaca y esperó a que su tutor llegara. No tardó mucho en aparecer por la puerta seguido de la profesora de música, Beatrice Granger.

— ¿Nos llamaba, profesor? —Snape hablaba tranquilo y arrastrando las palabras, como si cada una fuera hecha de oro y no merecieran ser desperdiciadas.

— Sí, he encontrado a dos de sus alumnos pegándose en el gimnasio. Por desgracia el señor Malfoy decidió mandar al señor Zabini a la enfermería y por eso no está con nosotros.

Notó como su tutor lo miraba fijamente y en silencio, no quiso aguantarle la mirada. Optó por ignorarlo.

— Beatrice, me sorprende que no avisara a dirección cuando notó que dos alumnos faltaban a su clase.

— Profesor, a mí me sorprende que el señor Malfoy apruebe mi asignatura cuando yo sólo pongo ceros en sus calificaciones. De hecho, creo que nunca he tenido el placer de verlo a asistir a una de mis clases.

Giró un poco la cabeza y miró por encima del hombro a esa profesora. Beatrice Granger era una paria en el círculo en el que vivía. Hija de unos nobles empobrecidos se le había dado la oportunidad de triunfar y restaurar el honor de su familia convirtiéndose en una gran pianista. Sorprendentemente había decidido dejarlo todo antes de alcanzar el pináculo de su carrera y se había convertido en profesora. No tenía ninguna intención de relacionarse con ella.

— Uf qué situación más desagradable acabamos de crear —el director se recostó contra el respaldo de su butaca, juntó las manos delante de su cara y lo miró fijamente—. Pegar a un alumno y no asistir a clases son unas faltas muy graves ¿Tienes que decir algo en tu defensa?

— Él se lo merecía y música es una asignatura inútil—se limitó a responder.

Se giró sorprendido al escuchar como su profesora se reía.

— Perdón —se disculpó la mujer cuando tres pares de ojos se clavaron en ella. Se puso seria pero aun así no perdió la sonrisa.

— Bien, dadas las circunstancias y considerando que no es la primera vez que esto sucede voy a castigarlo. No voy a expulsarlo porque eso parece no tener ningún efecto sobre usted. Pegar a un compañero está mal y se le obliga a escribir una redacción sobre ello —bufó molesto, casi prefería que lo expulsaran—. Si vuelve a saltarse una clase, sea de la asignatura que sea, se le expulsará permanentemente de esta institución y no se le permitirá graduarse. Y ninguna donación por generosa que sea podrá cambiar eso —se quedó un rato callado meditando sobre lo que iba a decir a continuación—. Y como al parecer desdeña tanto la asignatura que muy amablemente Beatrice imparte en esta escuela te obligo a tomar dos horas diarias más, así te pondrás al día con el resto de tus compañeros. Es todo lo que tengo que decir, podéis marcharos.

Draco se levantó furioso y fue el primero en salir del despacho.

— ¡Por cierto señora Malfoy! ¡Llamaré a sus padres! —se escuchó la voz del director a lo lejos.

Ese viejo había conseguido acabar de cabrearlo.

§¤§

Estaba sentado al lado de un parque disfrutando de como la nicotina quemaba sus pulmones. No le desagradaba fumar, pero no lo hacía a menudo. Sin embargo en esos momentos lo necesitaba urgentemente. Aún no quería volver a casa, así que al acabar sus clases se había ido y había empezado a vagar por la ciudad, había parado a comprarse un paquete de tabaco y cuando encontró ese parque decidió sentarse y fumarse uno.

— Puta mierda…

Exhaló el humo y se fijó en los niños que estaban jugando. Estaba cansado de toda esa puta mierda. Estaba cansado de ser un Malfoy, de sus padres, del colegio, del director, de sus castigos y del mundo en general. Pero de lo que estaba más cansado era de esa opresión en su pecho, esa que lo hacía sentirse mal, triste y solo. No importaba lo que hiciera, nunca desaparecía.

— ¿Puedo sentarme?

Se sorprendió al ver que quien le había hecho esa pregunta era nadie más y nadie menos que su profesora de música: Beatrice Granger.

— Hay más bancos en este parque —dijo dándole una calada a su cigarro.

— Ya, pero me gusta la compañía que hay en este.

Se encogió de hombros y exhaló el humo.

— Como quieras.

Volvió a enfocar su vista en el parque y para su disgusto reconoció una cabellera castaña con rizos. ¿Es que tenía que encontrarse a esa niñata en todas partes?

— ¿Me das uno?

— ¿Disculpa? —no creía haber escuchado bien.

— Si me das un cigarro —su profesora lo miraba con una sonrisa amable en los labios.

— ¿No se supone que deberías echarme la bronca o algo por ser menor y fumar? —Preguntó divertido.

— ¿Me ves con pinta de ser profesora? —Respondió la mujer con una ceja alzada y riendo suavemente—. ¿Me invitas a uno o no?

Dejó escapar una carcajada y le tendió el paquete. Qué diablos, pensó, su día ya no podía ir a peor.

— Oh, cómo lo echaba de menos —Draco la miró mientras ella daba su primera calada—. Mi marido y mi hija odian que fume.

— ¿Por qué? —No es que a él le interesara, pero ya que estaba fumando con una profesora decidió disfrutar de la situación.

— Mi marido es dentista —le explicó entre calda y calada—. Y mi hija… Bueno, ella es muy estricta con todo el mundo.

Draco negó con la cabeza y le dio otra calada a su cigarro.

— A mis padres no les importa que fume —no sabía por qué lo había dicho, pero ahora que esas palabras habían sido pronunciadas no podía parar—. No les importa nada de lo que tenga que ver conmigo.

— Sí… Es una mierda que tus padres no te quieran.

Escuchó como el rencor y la ira fluían por sus palabras. La miró de reojo y sintió como algo cálido se extendía por su pecho, era la primera vez que alguien lo entendía.

— Mi padre me pegaba con una vara siempre que hacía algo mal. Una vez casi me rompe los dedos y acaba con mi carrera —la mujer extendió una de sus manos y él la observó cuidadosamente, aún se podían ver unas finas cicatrices marcándole la piel—. Les dije a todos que estaba moviendo unas cajas y una me había aplastado los dedos.

— Mi padre no tiene un objeto favorito. Todo le sirve —comentó soltando una carcajada amarga—. Una vez me tiró por las escaleras y me rompió una pierna. Dije que había tenido un accidente montando en moto.

— Yo usaba guantes para esconder mi manos —giró la cabeza y la observó, parecía perdida en sus pesadillas—. Lo peor de todo eran las noches, nunca sabía si venía a pegarme o a otras cosas —la miró sorprendido y ella rió amargamente—. No eres el único que tiene un padre enfermo.

Ante esa declaración guardó silencio. No sabía qué decir, no sabía cómo se reconfortaba a la gente. Así que guardó silencio y se perdió en sus pensamientos.

— ¿Alguna vez se acaba? —Se animó a decir en un susurro—. ¿Algún día desaparece? —Alzó los ojos y los conectó con los de su profesora—. ¿Me desharé de esto?

— Me temo que no —fue la demoledora respuesta de ella—. A veces, por las noches, aún me despierto asustada creyendo que todavía estoy en esa pesadilla. Pensando que él puede volver y hacerme daño otra vez —la mujer miró al parque y dio otra calada al cigarro—. Pero un día aprendes a vivir con eso. Un día te levantas y te das cuenta de que la tristeza y la soledad desaparecen y que es posible vivir sin ellas.

— ¿Cómo te diste cuenta de eso?

— Por la música —bufó molesto y apartó la vista. Sintió como una delicada mano lo retenía por el brazo y escuchó reír a su profesora—. Escúchame antes de mandarme a freír espárragos. Madre mía, me había olvidado de lo impaciente y estúpida que era a tu edad.

— Tú a mi edad pasabas horas tocando el piano —la atacó él tirando la colilla al suelo.

— ¡Eso es lo que tú te crees! Yo era una loquilla cuando tenía tu edad —confesó con las mejillas sonrosadas debido a la excitación—. Me escapaba de casa por las noches y me iba a los peores antros a bailar, a fumar y a cantar Rock and Roll. Me echaron de un concierto de los Ramones por alborotadora.

— Te estás quedando conmigo —sintió como su pecho se sacudía con una risa de incredulidad.

— ¡Te estoy diciendo la verdad! —Exclamó Beatrice con indignación fingida— Vaya hombre, yo que te abro la puerta a mis años oscuros y tú crees que te tomo el pelo.

Ambos se quedaron callados durante unos segundos y mirándose fijamente.

— La música hablaba por mí —le explicó calmada y pausadamente—. La música chillaba y decía todas esas cosas que yo no podía poner en palabras. Me llenaba y me calmaba. Me sentía tan bien, como si fuera una Beatrice diferente, una completamente real. No una Beatrice maltratada o abusada por su padre, o una Beatrice ridiculizada por la sociedad… No, sino la Beatrice que debía ser.

Por primera vez en su vida Draco sonrió sinceramente a alguien. Esa profesora le agradaba.

— Mami ¿Has fumado? —una voz chillona los sacó de su momento de comprensión y los devolvió a la realidad—. Mami, fumar es malo.

— Sólo ha sido un cigarro —contestó algo asustada y nerviosa Beatrice.

Draco por su parte no podía creer su suerte, o su no suerte. Resultaba que esa cría repelente de la biblioteca era hija de su profesora.

— Qué raro que no estés durmiendo en el parque.

Draco no sabía si reír o enfadarse por la insolencia de la pequeña. Menudos humos tenía.

— Estoy seguro de que si me pillaras durmiendo en este banco también me despertarías —dijo desafiante.

— ¡Pues claro! —Admitió la pequeña llena de indignación—. ¡No se duerme en el parque!

Ambos miraron con el ceño fruncido a la única adulta del trío que se estaba riendo a carcajada limpia.

— Vale, vale. Ya paro —consiguió decir cuando se calmó—. Herms cariño, vamos a casa, ya está bien de jugar por hoy —se levantó y cogió a la niña de la mano—. Un placer hablar contigo Draco, vengo aquí cada tarde con Herms, espero volver a verte —le guiñó un ojo y se fue.

El rubio las siguió con la mirada hasta que se perdieron de vista. Esbozó una sonrisa irónica y se encendió otro cigarro. La vida era algo extraña. Sin proponérselo había encontrado otra alma que lo entendía. Se rió de sí mismo y se dijo que eso no era posible, no podía haber otra persona que entendiera por lo que él estaba pasando. No iba a volver, lo tenía decidido, volvería a su casa, soportaría la paliza de su padre y se olvidaría de todo eso. Sí, eso haría.

Al día siguiente, Draco Malfoy estaba sentado, con dos costillas fisuradas y el labio roto, en el mismo banco con un paquete nuevo de tabaco escondido en su chaqueta para fumárselo con su profesora. Beatrice llevó unas galletas que se comieron mientras sus almas se curaban la una a la otra.

§¤§

— Llevamos una hora aquí ¿Cómo puede ser que aún no puedas darle una patada a la pelota?

El heredero de los Malfoy no sabía cómo se había metido en ese berenjenal. Sólo sabía que había superado el castigo de ese viejo chocho, que le encantaba pasar tiempo con su profesora (y su hija), que el invierno estaba tocando a su fin, que Beatrice, corrección, Santa Claus le había regalado una bufanda verde (que estaba usando ahora), que hacía un bonito día y que estaría "guay" jugar en la hierba, y que Hermione debía aprobar un examen de educación física.

— ¡Lo intento pero es muy difícil! —Contestó la pequeña haciendo un puchero.

— ¡Venga Herms! ¡Un intento más! ¡Seguro que a la próxima lo consigues! —Beatrice estaba animando a su hija sentada encima de una manta y bebiendo café caliente.

Él también quería café, y un cigarro.

— No es tan difícil, cuando veas la pelota venir hacía ti la golpeas con el pie y ya está. Es muy sencillo.

La niña arrugó la frente y miró al balón con odio.

— Si la chutas te traeré el regalo que Santa Claus dejó para ti en mi casa —la había animado y la había chillado para que lo hiciera bien, así que ahora probaría otra cosa.

— Dijiste que no creías en Santa Claus —la niña lo miró calculadoramente y sorbiendo por la nariz.

— A pesar de eso cuando me levanté este 25 de Diciembre vi un regalo y una nota que ponía: Para Hermione Granger.

— ¿Y has esperado hasta ahora para decírmelo? Estamos a marzo —la enana era lista.

— No creía que lo merecieras. ¿Sabes? Lo abrí, y me dije: ufff, esto es demasiado bueno para la enana, será mejor que me lo quede.

— ¡Sí que lo merezco! —Chilló picada—. ¡Santa Claus lo dejó para mí! ¡Devuélvemelo!

— No —esbozó una sonrisa de superioridad—. Hagamos un trato, volveré a pasarte la pelota, si la chutas y metes gol te lo traigo. Es una promesa.

Hermione se acercó corriendo hasta él y le tendió su diminuto meñique, él lo juntó con el suyo y dijeron a la vez ¡Promesa! La niña volvió a su puesto corriendo y con cara de concentración.

— ¿Lista? —cuando la vio asentir chutó con suavidad la pelota y esperó conteniendo la respiración.

Hermione no le dio a la pelota. De hecho pasó por debajo de su pierna y debido a la fuerza que empleó en su patada ella cayó de culos. Las risas de su madre y de él fueron las únicas que se escucharon en el parque. Hermione necesitó tres días para poder chutar la pelota y una semana para chutar y marcar gol. Draco supo que aprobó con un excelente. Draco se sintió muy feliz por la pequeña. Draco empezó a sentirse enfermo.

§¤§

— Ese prendedor para el pelo parece valer una fortuna —Beatrice frunció la nariz disgustada y observó a su hija que presumía del prendedor delante de las otras niñas del parque.

— Es un regalo, no sé por qué te preocupas tanto —contestó Draco dándole una calada a su cigarro.

— Hay prendedores más baratos que ese —dijo la mujer imitando el gesto de su alumno.

— Sí, también hay bufandas menos cutres. ¡Auch!

Fingió que el suave golpe de la mujer le había dolido y rio contento.

— Puedes devolvérmela —le soltó ella con la barbilla y la frente en alto.

— No quiero, es mía —Beatrice bufó y continuó mirando a su hija con desagrado—. Puedes devolvérmelo —le susurró juguetón.

— ¡Estás loco! —la mujer lo miró asustada causando que rompiera a reír—. Si se lo quito a Herms le da algo. Has convertido a mi pequeña en un monstruo materialista.

— La verdad es que debes admitir que le queda muy bien.

La mujer volvió a suspirar y negó lentamente con la cabeza mientras daba una calada.

— Nunca he dicho eso.

El rubio sonrió triunfante. La verdad es que el estúpido prendedor le había costado su semanada. Para ser una simple goma del pelo con una mariposa de metal pegada era condenadamente cara. Pero claro, si tenías en cuenta que había sido hecha por un joyero famoso, era única en el mundo, y las alas estaban decoradas con diamantes rosas de 24 quilates, entonces sí, era comprensible que le hubiera costado su semanada.

— Estoy pensando en ir a la Universidad este otoño — Beatrice apartó la vista de Herms y lo miró—. Quiero estudiar, leyes o economía. Quizás ambas.

— Seguro que te gradúas el primero de la clase —comentó feliz y abrazándolo.

Draco se sorprendió la primera vez que la mujer hizo eso. A él nunca nadie lo había abrazado, no sabía cómo actuar. Al principio se había sentido incómodamente bien, y mientras más lo abrazaba, más le gustaba. Beatrice se estaba convirtiendo en una especie de madre para él.

— Si te gradúas este año eso significa que en el próximo ya no te daré clase.

— Si te pones a llorar me marcho y jamás te vuelvo a dirigir la palabra —sentenció serio y con el cuerpo tenso.

— ¡Eres malo! —Lo regañó con la voz rota e intentando no derramar las lágrimas—. Aquí yo, demostrándote lo que me importas y tú rechazando mi afecto.

— Mami, si lloras Malfoy y yo nos vamos a comernos un helado y te dejamos aquí, sola.

— ¡Hasta mi hija me niega expresar mis emociones!

Draco se rió y continuó metiendo el dedo en la llaga.

— No llores, te pones fea y vieja cuando lo haces —se puso de pie evitando así un golpe de Beatrice.

— Malfoy tiene razón —la pequeña asintió mientras su madre chillaba indignada y la miraba con sorpresa—. Por favor, no hagas una escena y nos avergüences.

El rubio continuó riéndose de su profesora mientras ésta boqueaba como pez fuera del agua y miraba con incredulidad a su hija, hija que la taladraba con dureza y fijamente con su mirada.

— Sois unos monstruos —sentenció la mujer al fin cruzándose de brazos enfadada.

Hermione esbozó una sonrisa y miró a Draco.

— ¿Por qué iba a llorar?

— Porqué el año que viene ya no estaré en Hogwarts —le respondió él volviéndose a sentar en el banco.

— ¿Por qué? ¿Va a estudiar a otra escuela? —Preguntó la niña curiosa.

— No, no me voy a otra escuela. Me voy a la Universidad.

Tuvo que taparse los oídos ante el agudo chillido que escapó de la garganta de la niña.

— ¡Que guay! ¡Que guay! —Exclamó dando palmas y saltitos—. ¡Yo también quiero ir a la Universidad! ¿Podemos ir juntos? —Hermione lo miró esperanzada y a él se sintió mal al tener que decirle que no.

— Lo siento enana, aún eres muy pequeña para ir a la Universidad conmigo. Vas a tener que esperarte.

Vio aterrado como el entrecejo de la pequeña, sus labios se fruncían y sus orbes marrones se llenaban de lágrimas.

— Ey, Herms… Está bien… Draco vendrá a visitarnos… — Dijo su madre intentando calmarla.

— ¡No! —Hermione empezó a llorar y miró al rubio con furia—. ¡Nunca quiere hacer nada conmigo! ¡Yo no le gusto! ¡No quiere jugar conmigo, no quiere saludarme en el cole, no quiere que me siente con él…! —La pequeña se quejaba entre hipidos y sollozos cada vez más fuertes—. ¡Pero está bien! ¡Si él no me quiere yo tampoco lo querré!

Malfoy intentó acercarse a la niña para calmarla pero eso sólo la hizo llorar con más fuerza y apartarse de él. Buscó los ojos de su profesora desesperado, no quería que ella llorara.

— Lo siento, Draco. Creo que es mejor que me la lleve a casa.

Él asintió impotente y vio con el corazón roto como las dos se iban hacía su casa. De repente sintió como algo mojado resbalaba por su mejilla ¿Lluvia? Pero si hacía sol… La tocó con las puntas de su dedo y se llevó la gota a los labios. Estaba salada. Así que era eso lo que le oprimía otra vez el pecho, otra vez estaba triste y solo.

§¤§

Llevaba una semana hiendo al parque y ni rastro de Beatrice y de Hermione. Estaba nervioso, cabreado y nervioso. A ver, era obvio que las chicas no habían desaparecido de la faz de la tierra, porque las veía cada día en Hogwarts. Pero mientras Beatrice le hablaba y lo miraba Hermione se negaba a reconocer su sola presencia.

Vale, la niña tenía diez años. Era comprensible que hubiera tenido una pataleta y no le quisiera hablar. Lo entendía, pero una semana era demasiado. No entendía por qué le afectaba tanto pero quería que lo mirara, que le sonriera y levantara la cabeza como si ella lo supiera todo y él no.

Joder, sí que sabía por qué. Pero se negaba a reconocerlo. No, nunca diría las palabras, él no estaba enfermo, él no era su padre. Él no pensaba en abrirle las piernas ni en hacerle hacer cosas que ninguna niña de su edad debía hacer. Pero le mataba verla sonriendo con otros niños, ver que era feliz, que había otro que podía poner esa cara de molestia tan adorable que tenía… Lo mataba, Hermione lo mataba.

— ¡Muy bien niños! —La profesora Hook hizo sonar su silbato y congregó a todos sus alumnos a su alrededor—. ¡Para acabar quiero que ordenéis todo el material de deporte en el gimnasio!

— ¡Sí profesora! —Contestaron a coro todos los renacuajos.

Draco sonrió y observó a Hermione. A pesar de estar enfadada con él ella aún llevaba puesto el prendedor que le había regalado. Bueno, que le había regalado Santa. Se sentía como un pervertido por tener que verla así, pero ahora que no se veían en el parque ella no le explicaba qué hacía o dejaba de hacer en el colegio.

Sabía que estaba mal, que era de enfermo, pero no podía parar. Ver esos rebeldes rizos rebotando de un lado al otro le daba vida.

— ¿Observando a tu novia Malfoy?

— ¿Qué gilipollez dices, Zabini?

Su voz sonó crispada, no le había gustado ese comentario. Si el idiota no mantenía esa bocota cerrada él se la cerraría de un puñetazo.

— No te hagas el que no sabe —respondió el moreno—. Te he visto, jugando con esa pobretona, dándole regalos…

— Eso no tiene nada que ver contigo —cerró furioso sus manos en un puño.

— Quién lo iba a decir… Al final estás tan enfermo como tu padre.

Malfoy lo vio todo rojo, la furia lo cegaba. No, no podía insultar a su Hermione así. Se giró dispuesto a darle la paliza de su vida pero no contó con que el otro lo atacaría por la espalda. No le dio tiempo a defenderse y el puñetazo de Zabini lo mandó directamente al suelo.

— No te creas ni por un segundo que va a pasar lo mismo de la otra vez…

— ¡Suéltame!

El rubio abrió los ojos sorprendido al ver como una maraña de rizos castaños se lanzaba contra su compañero de clases. No, no, no, Hermione no podía estar ahí. No, Zabini le haría daño.

— ¡Suéltame! ¡Me haces daño! —Seguía chillando frenética la niña—. ¡Socorro! ¡Ayuda!

— Aparta cría…

Zabini la cogió por el pelo y la apartó de él tirándola al suelo.

— ¡Hermione!

Dos chicos llegaron corriendo y se quedaron estáticos al ver a Zabini.

— ¡Quería hacerme daño! —Chilló la castaña llorando en el suelo—. ¡Quería que me fuera con él!

Los niños se lanzaron furibundos encima del adolescente y empezaron a pegarle con sus diminutos puños.

— ¡No toques a Hermione! —Chillaba el niño moreno que llevaba gafas.

— ¡No te la llevarás malvado! —Lo secundó el pelirrojo.

Malfoy no sabía qué hacer. Estaba en estado de shock y no entendía lo que estaba pasando.

— ¡Basta! —La profesora Hook se abalanzó encima de los pequeños y los apartó a duras penas del heredero de los Zabini—. ¿Qué está pasando aquí?

— ¡Ese chico malo quería hacerme daño! —Dijo Hermione llorando—. ¡Malfoy intentó defenderme pero él le pegó! ¡Harry y Ron vinieron a ayudarme!

Después de eso todo se volvió confuso. Su mente se desconectó y se movió por instinto. No supo qué le decía la profesora mientras trataba de calmar a todos esos alumnos que habían aparecido de la nada. Sólo se limitó a coger a Herms en brazos y se fue hasta el despacho del director, seguido por los dos mocosos que habían ido corriendo a defenderla y por un aún más confundido Zabini.

Cuando llegó se sentó en una butaca sin soltar a la niña mientras ella seguía llorando y se abrazaba a él buscando protección. Respondió a las preguntas que le formularon el director, su tutor, la profesora Hook y Beatrice que había llegado corriendo y se había abalanzado sobre su pequeña para comprobar que estaba bien. A pesar de que su madre había llegado Hermione no quiso soltarlo y eso le hizo sentirse mejor. La niña no lo odiaba.

— Señor Potter, señor Weasley —dijo el director con un tono de voz calmado y amigable—. ¿Por qué no se van con la señorita Granger a dar una vuelta? Los adultos necesitamos hablar.

Ambos niños asintieron y se llevaron a una más calmada Hermione con ellos.

— ¿Es verdad lo que dice la señorita Granger, señor Malfoy? —Cuestionó Dumbeldore cuando la puerta se hubo cerrado.

— Sí, yo estaba por ahí de casualidad —afirmó seguro—. Vi como Zabini intentaba asustarla y me entrometí. Supongo que no quería pegarla o hacerle nada malo, pero Zabini y yo no nos llevamos muy bien y las cosas se descontrolaron.

— ¿Tiene algo que decir en su defensa, señor Zabini? —Cuestionó esa vez Dumbeldore al moreno.

— No, todo pasó tal y como Malfoy dijo. Quise asustar a esa niña, entonces él apareció y nos encendimos y todo se salió de control.

EL anciano suspiró cansado y se recostó contra el respaldo de su butaca.

— Está bien —habló clara y calmadamente—. Dadas las declaraciones decido que es libre de irse a su casa, señor Malfoy. Pero debo advertirle, la próxima vez que se encuentre en una situación así haga el favor de llamar a un profesor en vez de intervenir usted mismo.

Él asintió y se fue rápido de ahí. No iba a contestarle, era más sabio no hacerlo. Además, su mente estaba muy alejada de ese despacho. Sólo podía pensar en la pequeña y en lo estúpida que había sido al meterse entre ellos dos mientras se estaban peleando. Podría haber resultado gravemente herida por Dios… Él y Zabini no se contenían cuando decidían pelearse con los puños.

Iba a encontrarla y a echarle la bronca de su vida ¿Cómo se atrevía esa insolente a asustarlo así?

Se dirigió con rápidas zancadas al único lugar dónde sabía que la encontraría: la biblioteca. Entró en silencio y prosiguió su búsqueda igual. Si tenían que echarlo que fuera después de haberle chillado a esa cabeza hueca llena de rizos.

— ¿Has engañado a los profesores Herms?

— ¡Shhhht! Cállate Ron, si se enteran los profesores la castigarán.

— Cállate tu Harry. ¿En qué pensabas Herms? ¡Malfoy es malo!

— ¡No es malo! —Lo defendió la niña—. A mí me gusta.

— ¿¡Cómo que te gusta!? —La voz de Ron sonó algo agobiada y asustada.

— ¡Qué te calles! —Lo reprendió Harry.

— Es un buen chico —habló Hermione muy segura—. No quería que lo echaran por culpa de Zabini.

— ¿Pero por qué?

— Sí Herms ¿Por qué? —Desde luego Harry era más calmado que el pelirrojo.

— Porque si le pegaba no iría a la Universidad.

Draco se sorprendió ¿Ella lo había hecho por él? Suprimió el sentimiento de culpabilidad que empezaba a florecer por escuchar a escondidas. ¡A la mierda! Él quería saber qué pensaba Hermione de él.

— No entendemos Herms.

— Yo lo quiero —esas palabras hicieron que su corazón se detuviera y empezara a bombear sangre con más fuerza—. Me enfadé con él porque se iba a ir a la Universidad sin mí… Pero yo quiero que vaya. Yo quiero que sea feliz aunque no sea conmigo.

— Herms… ¿Quieres que Malfoy sea tu novio? —Draco casi se atraganta con esas palabras ¿Pero en qué diablos pensaban esos niños? ¿Cómo iba él a ponerse a salir con una niña de diez años? ¡Él tenía diecisiete años por Dios!

— ¿Por qué iba a querer que Malfoy me besara? —Preguntó indignada y asqueada—. ¿Pero en qué piensas, Ron Weasley?

Escuchó como el pequeño suspiraba aliviado y Harry se reía por lo bajo.

— Herms sigo sin entenderlo ¡Él te empujó! —Empezaba a caerle mal, muy mal, ese tal Ron.

— ¿Y?

— ¡Pues eso! ¡Es malo! —Siguió insistiendo el chico—. Todos hablan mal de su padre…

— También hablan mal de mi madre, y de tu padre, y de los papás de Harry ¿Por qué es diferente? —Esa era su chica, pensó con una sonrisa en los labios, lista y repelente.

— ¡Porque son malos!

— Malfoy no es malo —dijo la niña Granger—. Sólo está triste. Mami dice que pronto dejará de estarlo y sonreirá más. Yo la creo, Malfoy pronto dejará de estar triste. Yo creo en él.

Decidió para de escucharlos e irse por dónde había venido. Beatrice y su hija creían en él. Creían en él. Sintió como algo se removía dentro de él amenazando con salir. Sentía como si un tsunami estuviera arrasando con todo. Se apoyó contra una pared y ahogó los sollozos que salían por su boca con sus manos. Había dos personas en el mundo que creían en él.

Se dejó caer hasta el suelo y siguió llorando toda la frustración, el odio y la soledad hasta que solo el amor y la felicidad quedaron dentro de su cuerpo. Cuando se hubo calmado inspiró hondo y se quedó pensando en qué debía hacer a continuación. Dos personas lo apoyaban, dos personas lo querían. Lo importante era no defraudarlas.

Suspiró y después de tomar aire se levantó decidido. No daría marcha atrás, no volvería a esconderse. Ahora tenía alguien que creía en él y no iba a fallarle.

§¤§

Había sido una semana horrible. A penas había dormido ni comido nada y se sentía muy cansado. Suspiró exhausto y se masajeó las cervicales, lo que daría por poder tumbarse un rato en su cama.

Rio ante ese pensamiento, él ya no tenía cama. No, no tenía, había decidido que era hora de acabar con el prestigio del apellido Malfoy. Llevaba una semana reuniendo documentos y llevando a cabo operaciones bancarias para destruir a su padre y de paso a todo su imperio. No estaba en la indigencia, pero comparando su actual situación a la de hacía un par de semanas... Sí, era pobre.

Había decidido renunciar a la mansión y a todas las propiedades a nombre de la familia Malfoy, excepto las que su madre había aportado al matrimonio. Esas propiedades eran de la familia Black y no tenían nada que ver con Lucius.

Su padre había acabado en la cárcel por enfermo, y su madre encerrada en un centro psiquiátrico. No le daban pena, ninguno se había preocupado nunca por él. Dormiría bien por las noches.

Dios… Se sentía tan cansado… Sólo quería ir a su casa, cenar algo, ducharse y meterse en la cama. Pero primero lo primero, debía encontrar una casa.

— Ron dice que ahora eres pobre.

Levantó la cabeza y se encontró con Hermione que lo miraba curiosa y con la cabeza ligeramente inclinada.

— Ron tiene razón —le respondió con una sonrisa cansada.

— Entonces… Ahora que los dos somos pobres… ¿Puedo sentarme a tu lado?

Draco rio y se hizo a un lado dejándole sitio. La niña pegó un salto bajando el escalón, con sus manitas se puso bien la falda y se sentó como toda una dama. Giró la cabeza y lo miró con los ojos entrecerrados.

— ¿No irás a la Universidad?

— Claro que iré. No soy tan pobre —respondió divertido.

— Bien —contestó la niña sonriendo y apartando la vista—. ¿Vendrás a visitarnos?

— Sí.

— ¿Y a jugar conmigo?

— Sí.

— ¿Y me regalarás libros por mi cumpleaños?

— Todos los que quieras.

— Bien.

Ambos se quedaron en silencio, Hermione mirando el sol poniéndose y él mirándola a ella. Sabía que había tomado la decisión correcta, hundir a su familia era lo que mejor que había hecho. Hermione se merecía que él fuera un buen hombre.

— Tengo que irme a casa —la niña se levantó y él la imitó en silencio—. Estudia mucho para aprobar tus exámenes, no te perdonaré si no vas a la Universidad.

— De acuerdo —prometió él.

Ella lo miró sin moverse ni un ápice.

— ¿Tienes casa?

— No, ya no la tengo.

La niña se mordió el labio inferior indecisa mientras pensaba.

— Puedes venir a mi casa si quieres. A mami le gustas y seguro que papi no tendrá ningún problema —sintió como algo cálido se extendía por su cuerpo al ver como Hermione le sonreía y le tendía la mano para que se la cogiera.

— Claro —aceptó envolviendo su mano con la suya—. ¿Qué tal si de camino paramos al parque a jugar?

Y desde ese día, Draco nunca soltó esa mano. Quizás estaba tan enfermo como su padre, enamorado de una niña de diez años, pero no le importaba. Ella era todo lo que necesitaba y se aseguraría de conservarla para siempre a su lado.


No prometo actualizar pronto porque la constancia en FanFiction (ni en ningún lado) es lo mío. Pero esto va a continuar y espero más temprano que tarde tener el segundo capítulo.

Temo que sino lo tengo Makinetis va a matarme... Socorro.

Espero que lo hayáis disfrutado y sino pues también :)

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