Ningún personaje me pertenece, por supuesto. Excepto quizás una que otra figura irrelevante.

Vivía atormentado cada día de su vida desde aquella noche cuando Hagrid llevó al niño. Se agachó sobre la manta y miró su carita marcada con una cicatriz mágica de por vida, podría haber sentido ternura, piedad o misericordia, pero lo que sintió en esos momentos sólo fue repulsión y odio.

Era su culpa, debió haber parado desde hacía mucho tiempo, pero ella había insistido en que era algo importante. Lo llamó un gran bien.

Ahora de ella no quedaba nada, ni la casa que había sido reducida a escombros. Pero al menos todo había terminado.

¿Dónde estaba el gran bien?

En la casa en ruinas de la cual salía humo, que al igual que sus memorias se iba arrastrado por el viento hacia el olvido. ¿Serían acaso esas celebraciones por la muerte del Señor Tenebroso?

No, no había nada que celebrar ahora que la mujer que había amado toda su vida, se había ido.

Dumbledore, llevaba rato hablando sin embargo todo sonaba igual, hasta que mencionó al niño, y este quizás por instinto o para ponerse a la altura de la situación, abrió sus ojos, lo miró de frente como escrutando su alma, o al menos así lo sintió.

Aquellos ojos verdes que parecían preguntarle donde estaba ella, pero que a la vez al ser tan iguales, parecían recordarle su pecado.

-Sobre el niño..-mencionó Dumbledore pausadamente, pero él ya no tenía el coraje para mirarlo a los ojos, algún día crecería y viviría para reprochárselo.

-Llévalo donde esté seguro, lejos de mí.

-No puedes escapar para siempre, sabes que no fue tu culpa.- Otro de los sermones del viejo mago, que en ocasiones estaba bien, pero en un día como este, sólo agregaba sal a las heridas.

Y no, no era su culpa, era la culpa del niño. Si no hubiese nacido.

Dumbledore lo miró fijamente como adivinando sus pensamientos, y en un gesto protector, acunó al niño en sus brazos.

-Que no sepa nada de mí.

Y salió de la habitación, abandonando a la orden, sabiendo que dejaba al hijo de la mujer que amaba al cuidado de unos horrendos extraños. Dejando para siempre a su único hijo, el vínculo que alguna vez los unió y que ahora los separaba.