Era invierno, hacía frío. Los niños jugaban a hacer muñecos de nieve en la calle, felices, sin ningún tipo de problema. Alec los miraba, recordando su infancia, cuando él era uno de ellos, sin preocupaciones, sin que le importara lo que los demás pensaran de él.

Ahora todo eso había cambiado. Tenía 18 años, ya era un adulto. Todos los días tenía que enfrentarse a todo clase de demonios y, cuando no, tenía que estar entrenando duramente. Aunque, la verdad, matar demonios era lo que menos le preocupaba. Era un cazador de sombras, a eso se dedicaba. No. Lo que de verdad le preocupaba a Alec era lo que había estado haciendo los últimos días, y lo que volvería a hacer en unos minutos: encontrarse con el Gran Brujo de Brooklyn, Magnus Bane.

Había empezado una relación con él... bueno, no se le podía llamar relación. La verdad es que ni él mismo sabía que era lo que tenía con Magnus. Se habían besado, habían tenido varias citas, hasta se habían acostado. Todo era perfecto, el problema era que Alec no estaba seguro de querer salir con él.

Magnus era guapo, divertido, valiente y podía llegar a ser muy dulce. Lo que más le atraía de él, era la seguridad que tenía en sí mismo. No le importaba lo que los demás pensaran de él, algo que Alec soñaba con tener. Alec podía ser muchas cosas, pero valiente no. Y ese era el verdadero problema de su "relación" con Magnus, que no se atrevía a reconocer que estaba saliendo con un hombre. A esto se le sumaba la inmortalidad del brujo. Magnus tenía 800 años, había salido con centenares de personas. Por eso Alec no sabía lo que tardaría en cansarse de él e irse con otro. Eso le hacía preguntarse si de verdad merecía la pena enfrentarse a su familia y decirles la verdad, para que a la semana siguiente Magnus lo dejara por otro.

Sí, todo eran problemas con Magnus. Entonces, ¿por qué se dirigía a su casa? Ni él mismo lo sabía. Lo único que sabía era que esa mañana había recibido un mensaje de Magnus diciendo: "Cariño, tengo ganas de ver esos maravillosos ojos azules... Estaré toda la tarde en mi loft, con la única compañía de Presidente Miau." Y después, ya estaba corriendo a su habitación en busca de algo decente que ponerse. ¿Y eso no era un claro ejemplo de amor? Para Alec Lightwood no.

Cuando llegó a la puerta del edificio de Magnus, llamó al timbre. Automáticamente la puerta se abrió. Alec cogió aire y entró. Mientras subía las escaleras, las piernas empezaron a temblarle. Estaba tan nervioso que casi se tropieza con el décimo escalón. Siempre que iba a ver a Magnus se ponía así. Al final pudo llegar sin problemas a la puerta del loft del brujo. Esta estaba abierta. Entró y vio que, otra vez, Magnus había cambiado el diseño de su casa. Ahora todo era de estilo asiático.

Se encontró al brujo sentado en un sillón tomando una taza de té. Llevaba puesta una camiseta de manga corta color naranja que se ajustaba perfectamente a su cuerpo, resaltando todos sus músculos, y unos pantalones verdes, también ajustados. Llevaba menos maquillaje del que solía llevar habitualmente. Solo se había pintado la raya de los ojos y tenía algo de purpurina en los párpados. En el pelo llevaba unas cuantas mechas de color verde, a juego con el pantalón. Alec no pudo evitar pensar en lo bien que le sentaba todo y en lo guapo que estaba.

Nada más ver a Alec, Magnus dejó la taza encima de la mesa y se fue hacia a él.

-¡Alec, cielo!- le abrazó cariñosamente- Tenía muchas ganas de verte.

-Y yo a ti Magnus...- dijo Alec, sonrojándose.

-¡Pero bueno!- chilló el brujo tocando la cara y los brazos de su novio- ¡Si estás helado! Siéntate, te voy a traer un té.

-No te preocupes Magnus, estoy bien- dijo el Nefilim muy poco convencido. La verdad es que estaba congelado.

-Muy bien, Alexander. Si quieres hacerte el duro, adelante, pero no te pega. Además, yo prefiero al Alec que se sonroja y tiembla cuando me acerco a él.- dijo Magnus, con una sonrisa pícara en la cara.

-Vale, Magnus. Tú ganas.- dijo Alec frotándose los brazos.

-Siempre lo hago Lightwood.- Magnus se acercó a su novio y le besó suavemente en los labios. -Voy a traerte el té.- y dicho esto desapareció por la puerta.

Alec se sentó en el sofá, mientras miraba cada detalle de la nueva decoración del loft. A Alec le encantaba estar allí, se sentía seguro, protegido. Era un lugar acogedor, pese a que cada día tuviera un diseño distinto. Precisamente eso era lo que más le gustaba del loft.

-¿En qué piensas Alec?-

El Nefilim miró a su izquierda y vio a Magnus tendiéndole una taza humeante.

-En nada- cogió la taza y bebió. Magnus se sentó a su lado y se recostó en el respaldo del sofá.

-Seguro que estabas pensando en lo guapo que está tu novio con esta camiseta nueva, que hace que se le marquen todos los músculos- dijo Magnus mientras se miraba los bíceps con orgullo.

-No, eso lo he pensado nada más verte. He tenido que bajar la mirada para no quedarme embobado como un tonto mirándote.

Cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir, las mejillas de Alec empezaron a adoptar un color rojo bermellón.

-Eh... ¡No! No he querido decir eso... Eh...

Magnus no pudo aguantar la risa. Alec nunca le decía ese tipo de cosas, era demasiado vergonzoso para ello.

-¡Me encanta ese color que adquieren tus mejillas cuando sientes vergüenza! ¡Eres tan adorable!

-No... Es que, yo...

-Anda, cállate y ven aquí.- Magnus cogió a Alec y apoyó la cabeza del Nefilim en su pecho. Lo abrazó fuerte, como si fuera un niño pequeño al que hay que proteger- ¿Me vas a decir ya en qué estabas pensando?

Alec puso su brazo alrededor de la cintura de Magnus.

-Pensaba en lo que me gusta tu loft y en lo a gusto que me siento aquí.

Al escuchar esto, Magnus aprovechó para proponerle lo que hacía tiempo le rondaba la cabeza.

-Pues si tan a gusto estás aquí, podrías mudarte... Si quieres.

Alec se quedó paralizado. ¿Magnus le había ofrecido mudarse con él? Con el simple hecho de pensar en esa posibilidad, su corazón empezó a palpitar más deprisa de lo normal. Vivir con Magnus... Eso significaría despertarse cada mañana al lado del brujo, verle recién levantado, sin maquillaje ni purpurina y con el pelo despeinado y una sonrisa en la cara. Desayunar el café que Magnus siempre "tomaba prestado" de la cafetería de al lado y que a Alec le encantaba, con Presidente Miau restregándose en sus piernas y ronroneando. Ver las películas antiguas que a Magnus le encantaban, pero Alec aborrecía, y sin embargo las veía porque adoraba la emoción con la que el brujo disfrutaba de ellas. Escuchar la risa de Magnus cada vez que Alec se sonrojaba por cualquier comentario "impropio" que el brujo le dedicaba. Todo eso significaría vivir con Magnus y, ¡por el Ángel!, experimentar todas esas cosas era lo que más quería en el mundo. Quería contarle a Magnus todo lo que sentía, todo lo que le gustaría vivir con él y enfrentarse a su familia, pero lo único que Alec pudo decir en un momento como ese, en el que la cabeza se le adelantó al corazón, fue:

-¿Y Presidente Miau? Todavía no le he visto- y se alejó de Magnus, fingiendo buscar a Presidente Miau con la mirada.

Magnus se recostó en el sofá, frotándose los ojos, cansado. Alec siempre era así. Cada vez que Magnus hacía algún tipo de comentario acerca de su relación, evitaba el tema con cualquier tontería. Magnus empezaba hartarse de esa situación. Debería enfadarse con Alec y decirle que, o se tomaba la relación en serio o se acababa definitivamente. Pero en ese momento, Magnus no tenía fuerzas para discutir con Alec. Había tenido una mañana muy dura y lo único que quería era pasar la tarde en su loft, abrazado a su Nefilim favorito. Por lo que contestó a la pregunta de Alec.

-No lo sé. Lo más seguro es que haya ido a buscar a la gata de la vecina. Últimamente es lo único que hace.

-Pues ahora que lo dices, nunca he visto a tu vecina- dijo Alec mientras se terminaba su té, que había dejado olvidado en la mesita.

-Hombre, si tenemos en cuenta que solo vienes de vez en cuando y, cuando lo haces, no estás precisamente atento a mis vecinos, pues es lógico que no la hayas visto. Aunque también puede ser que sea porque es una vampira y solo se la ve cuando sale la luna.

-Ah... ¿Una vampira? ¿No es mundana?-

Alec recordó que Magnus era un persona que no le hacía ascos a nada. Vamos, que podría enamorarse de mujeres, hombres, vampiros, hadas, lobos,... Pero Alec nunca se hubiera imaginado que le gustasen los mundanos, por eso no le dio importancia a la vecina de Magnus. Sin embargo, ahora que sabía que era una vampira, se puso nervioso.

-Alec cariño, creo que el té te ha dejado un poco atontado. No, no es mundana. Los vampiros son subterráneos.

Alec, pasando por alto el comentario del brujo, dijo algo molesto:

-¿Y es guapa? ¿Te atrae?

Magnus puso los ojos en blanco. ¿Alec estaba celoso?

-Alexander, ¿estás celoso?- dijo Magnus mirando a su novio con picardía y una pizca de ilusión, ya que los celos son una clara señal de amor.

-¿¡Celoso?! ¿¡Yo?! ¿De una vampira? Por favor, Magnus...- Alec se levantó del sofá y empezó a andar por la habitación- Las vampiras son todas unas guarras. Además, no creo que tengas tan mal gusto como para liarte con un chupasangre.

Magnus seguía atónito. Alec se estaba poniendo rojo, y esta vez no era rubor, era furia. Verle así, tan enfadado y nervioso, andando de un lado para otro, con los puños apretados y murmurando insultos poco propios de él, le resultó muy gracioso y no pudo aguantar una carcajada.

-¿De qué te ríes? ¿Te parece gracioso verme así?

-Alec, Alec, Alec...- Magnus, secándose una lágrima, se levantó y fue hacia él. -¿Cómo puedes pensar que me voy a fijar en otras personas teniendo a un novio que está tan bueno? Al lado tuyo cualquier persona me parece un rapiñador.

Al escuchar esto, Alec se relajó y volvió a su color natural de rubor. Agachó la cabeza, avergonzado. ¿Cómo pudo reaccionar así?

-Hombre,- siguió Magnus- no puedo evitar que se fije en mí, claro está, pero no te preocupes, no es mi tipo.

Alec seguía mirando al suelo. No quería que Magnus le viera como estaban sus mejillas en ese momento. Al darse cuenta de cómo estaba su novio, Magnus cogió la barbilla de Alec y le levantó la cabeza, obligándole a mirarle.

-Alec, solo tengo ojos para ti, eres el único que me importa.

Y le besó. Le besó como solo Magnus sabía besar. Alec le devolvió el beso y enredó sus manos en el pelo del brujo, empujando su cabeza contra sí para hacer el beso más profundo. A Alec le encantaba besar a Magnus. Los labios del brujo eran cálidos y dulces. Podría estar horas besándole y no cansarse. Cuando le besaba, era como si todos sus problemas se desvanecieran y lo único que sentía era felicidad. Era una sensación mágica, como todo en él.

Magnus, pasó su mano por debajo de la camiseta de Alec y le acarició el pecho, mientras su boca iba dejando besos en su cuello. Alec no pudo reprimir un gemido, lo que hizo que el brujo sonriera e hiciera los besos más intensos. Alec bajó las manos del pelo de Magnus y le quitó la camisa, tirándola a cualquier parte, mientras se deleitaba con el magnífico cuerpo de su novio.

-Ya veo Lightwood, quieres ir al grano- le besó ansioso- Muy bien, como quieras.

Magnus empujó al Nefilim al sofá, obligándole a sentarse, y después se subió a ahorcajadas encima de él. Siguieron besándose, con más pasión que antes, dejándolo todo en cada beso. Alec puso sus manos en la espalda de Magnus y la acarició. El brujo le quitó la camisa a Alec e hizo que se acostara en el sofá. Después, fue besándole el pecho, la barriga, el ombligo,... repasando todas sus cicatrices. A Magnus le encantaba como le quedaban las cicatrices a Alec. Le hacían mucho más sexy.

Alec no podía parar de mirar a Magnus. Le encantaba tenerle así. Le hacía sentir cosas que jamás había sentido. Magnus volvió a subir al cuello de Alec. Este no pudo soportar más las ganas de volver a sentir los labios del brujo en los suyos. Así que, para sorpresa de Magnus, cogió su cabeza y le besó como antes, mordisqueando su labio inferior. El brujo tardó en reaccionar, no se lo esperaba, pero enseguida le devolvió el beso a su novio. Alec fue pasando sus manos por los brazos de Magnus, por su espalda, por su cabeza,... Le encantaba tocar el cuerpo del brujo. Era perfecto. Todo en Magnus era perfecto. Su pelo lleno de mechas, sus ojos de gato que lo hipnotizaban, su...

-Alec- Magnus se separó un poco del Nefilim y le miró a los ojos.

-¿Si?

-Te amo. Eres el único para mí, que nunca se te olvide. Te amo, Alexander Lightwood- Y le dio un beso suave, pero intenso, lleno de amor y dulzura.

Alec se quedó paralizado, no se esperaba lo que acababa de escuchar. Sabía que tenía que decir algo. Decirle que él también le amaba, que quería estar con él mucho tiempo. Pero, otra vez, la cabeza se le adelantó al corazón.

-Magnus. Para. Levántate, por favor.

-¿Qué?- Magnus estaba extrañado, pero hizo casa a su novio y se levantó- ¿Qué pasa Alec?

-No, nada...- Alec se levantó del sofá y fue en busca de su camiseta- Es que ya es tarde, me tengo que ir.

-¿Tarde?- Magnus miró el reloj que había colgado de la pared- Pero si son solo las nueve.

-Eh... ya, pero les dije a mis padres que volvería pronto...- dijo Alec, mientras se ponía la camiseta y se iba hacia la puerta.

Magnus fue hacia su novio y le cogió del brazo, impidiéndole avanzar.

-Alec, ya tienes 18 años, no hace falta que hagas caso a todo lo que te dicen tus padres.

-Lo sé, pero prefiero estar a la hora. Adiós Magnus, lo siento- Alec se soltó del brazo del brujo y se dirigió a la puerta de salida.

-Espera, Alec. ¿Vendrás mañana?

-No lo sé Magnus, no creo que pueda.

-¿Y pasado?

-Magnus, yo te llamo, ¿vale? Adiós- abrió la puerta y salió

-Adiós...