Prólogo

Era la peor tormenta que se recordaba en Treasure Town desde hacía mucho tiempo. Había empezado bien entrada la tarde: al principio sólo como algunas molestas gotas que te salpicaban la nariz ( o el pico, o el hocico… es difícil concretar estos detalles anatómicos cuando de Pokémon se trata), dando lugar en cuestión de segundos al torrente de agua que todavía seguía cayendo del cielo. Ya no quedaba nadie por las normalmente alegres calles de Treasure Town. Los hermanos Kecleon, Kanghaskan, Duskull… todos los comerciantes habían recogido sus puestos y se habían marchado a casa ante la imposibilidad de hacer negocio en una tarde como aquella. Nadie estaba dispuesto a morir ahogado solamente para poder hacer unas compras o guardar su dinero o sus pertenencias. Y a aquellas horas de la noche, todo Pokémon en sus sano juicio se encontraba en su casa, probablemente sorbiendo una taza de té en compañía de su familia o amigos. Quizás ambos.

Pero… ¿qué hay de aquellos que no tienen familia? ¿De aquellos que están tan solos que, por no tener, no tienen ni amigos?

Este era el caso de un joven Pikachu que se encontraba en aquellos momentos intentando conciliar el sueño, sin éxito por cierto, en su improvisado hogar en Sharpedo Bluff. Sharpedo Bluff era un acantilado situado a las afueras de Treasure Town, y el símbolo más característico de la ciudad debido a su peculiar morfología; y es que un acantilado con la forma de la cabeza de un Sharpedo no es fácil de pasar por alto. Nadie sabía con certeza cuál era el origen de esta peculiaridad: quizás alguien había tallado la roca para que adquiriera esta forma, pero si había sido así aquello ocurrió en tiempos inmemoriales, ya que el acantilado había sido así durante generaciones y generaciones de Pokémon. Quizás el acantilado había adquirido esa forma de manera natural, debido a la erosión por el agua del mar y al paso del tiempo. La naturaleza puede llegar a ser muy caprichosa.

De cualquier forma, nuestro Pikachu había decidido instalarse allí cuando llegó a Treasure Town, hacía ya bastante tiempo. Observó que la gran hendidura en la roca, que hacía las funciones de la boca abierta del Sharpedo, era un buen lugar para que un Pokémon estableciera su vivienda. En principio sólo iba a permanecer en el acantilado temporalmente, pero dado que probablemente no iba a encontrar otro lugar de residencia pronto y que, en el fondo, pasados unos meses ya se había acostumbrado al sitio, llegó a la conclusión de que podría convertir la boca del Sharpedo en su residencia permanente. Se amoldó al lugar de la misma manera que amoldó el lugar a sí mismo, con la ayuda de los muebles que fue obteniendo. Ahora la boca del tiburón Pokémon se había convertido en un hogar bastante acogedor. Por no hablar de las maravillosas vistas a mar abierto. Ése fue, en el fondo, uno de los motivos más importantes para que Pikachu decidiera quedarse en Sharpedo Bluff.

Esta noche, por suerte, el viento sopla en dirección oeste de manera que el agua de lluvia no puede entrar en casa de Pikachu. En otras ocasiones, Pikachu había tenido que dormir con el chubasquero puesto y sus muebles cubiertos por lonas de plástico si quería que su hogar y él mismo permanecieran secos. Era el precio a pagar por una vivienda de semejantes características: tenía sus grandes ventajas y sus grandes inconvenientes.

En una noche como ésta, normalmente Pikachu no estaría en su casa. Estaría fuera, bajo la lluvia, disfrutando de la tormenta, de los truenos y de la electricidad en el ambiente. Los Pikachu son Pokémon de tipo eléctrico, y éste Pikachu en particular disfrutaba especialmente de las tormentas eléctricas. Prueba de ello es que ningún otro Pokémon eléctrico salía a disfrutar de las tormentas como lo hacía él, y de hecho probablemente le llamarían loco si supieran lo que él hacía. Pero a él le encantaba estar a descubierto cuando había una tormenta, aquello era una sensación superior a todo cuanto había experimentado, era vida. Era la naturaleza en todo su esplendor. No le importaba mojarse, en absoluto, porque eso sólo incrementaba la intensidad de la sensación y podía percibir con mayor claridad la electricidad presente por todas partes. En una noche normal, Pikachu habría permanecido así, fuera de casa, disfrutando de la presencia de los elementos (y la de nadie más; ésa era una constante en su vida) y perdido en sus pensamientos hasta el amanecer.

Pero esta noche era diferente. Esta noche tenía que descansar, intentar estar preparado para el día siguiente. Porque el día siguiente iba a ser el día. Al día siguiente iba a ingresar en la Wigglytuff's Guild. Iba a acercarse hasta el gran edificio en forma de Wigglytuff, situarse sobre la reja circular que había en el suelo y dejar que el centinela reconociera sus huellas, y entonces…

"Mmmm", se quejó Pikachu ante la idea de realizar tal acto de valentía y decisión. Se tapó la cabeza con la manta. Hacía meses que quería hacer aquello. Llevaba meses intentando reunir el valor suficiente como para entrar en el edificio y hablar con el gran Wigglytuff, pero jamás había sido capaz de atravesar la puerta. En cuanto el centinela reconocía sus huellas como las de un Pikachu, el pánico se apoderaba de él y salía huyendo. Siempre era así.

"Si ni siquiera soy capaz de imaginarme haciéndolo, ¿cómo voy a hacerlo realmente?", se preguntaba Pikachu en la oscuridad de su casa. A veces se daba verdadero asco. ¿Cómo podía ser tan cobarde?

"Pero mañana será diferente. Me niego a seguir paralizado por mis estúpidos miedos irracionales. Toda mi vida he soñado con formar parte de un equipo de exploración, y ahora que estoy tan cerca… tengo que conseguirlo como sea. Mañana será el día. Así quizás… las cosas empiecen a cambiar para mí…" pensaba Pikachu mientras el sueño le vencía finalmente.


Si Pikachu hubiera permanecido despierto durante cinco minutos más, habría podido percibir varias cosas que tuvieron lugar en el mar, a pocos metros de la boca abierta de Sharpedo Bluff.

Para empezar, hubiera podido ver un haz de luz que iluminaba el cielo durante unos instantes y luego desaparecía. Aunque quizás lo habría confundido con un rayo.

También habría podido oír, eso sí, aguzando mucho el oído debido a los truenos, cómo dos voces hablaban en gritos desesperados.

Por último, podría haber visto cómo su mayor tesoro, la piedra de extraños grabados que yacía junto a él en la cama de paja, resplandecía de manera casi imperceptible, como si supiera que muy pronto iba a poder llevar a cabo su cometido, por fin.