Todavía se sorprendía de lo rápido que habían pasado los días. Sentía que fue ayer el momento en el que empezó con la reparación de aquella máquina del tiempo, construcción realizada por ella misma en alguna línea temporal del universo.

Había trabajado sin descanso con la colaboración de su padre para que todo saliera bien, así que no tuvo ni un segundo para ponerse a pensar lo que acontecía. Recordaba perfectamente cuando le habían informado de la aparición de una extraña máquina con el sello de la Corporación Cápsula y no supo qué diablos pensar. Y fue cuando lo vio, ahí, malherido, que el mundo se le vino abajo.

Aquel pobre muchacho, que había crecido en ese mundo lleno de sufrimiento y muerte. Su hijo, que desde temprana edad tuvo que cargar con esas responsabilidades, ese maldito peso, esa maldita carga que parecía nunca tener final.

Se le formó un nudo en la garganta. Se sentía débil y derrotada, pero automáticamente se ponía a pensar en su yo del futuro. Nunca había cedido, siempre con el concepto de "esperanza" había seguido adelante, y ella sabía bien que todo era por Trunks. Él fue su única fortaleza. A pesar de no haber vivido lo que vivió su contraparte del futuro, podía asegurar que solo había luchado de esa manera interminable por él.

Estaba decidida. Sería fuerte. Por su familia y amigos, pero especialmente por Trunks. Ayudaría en todo lo que estuviera a su alcance y más. Ese maldito de Black pagaría por todo el daño que había hecho en el futuro, pagaría por haberla apartado de su hijo en aquella línea temporal. Pues ahora Vegeta y Gokú se encontraban allí, y se vengarían de aquel malnacido. Sí. Triunfaría el bien. Confiaba en Vegeta y en Gokú.

En cualquier momento aparecerían y le dirían que todo estaba solucionado, que usarían las esferas del dragón para revivir a toda la gente que fue asesinada por Black en el futuro. Estaba segura de eso.

Y con esa idea en mente y con una sonrisa en el rostro, se relajó… si tan solo hubiese sabido lo errada que estaba.