"Cuando cruzamos...

El cielo gris cubría todo a su alrededor, y de este mismo empezaron a caer pequeñas y blancas bolas. Descendían del cielo sin mucha prisa pero a su vez empezaban a cubrir todo a su alrededor de un manto blanco y con este un frió se hizo presente.

Antes esto muchos de los transeúntes se tapaban con lo que tenían, otros se apresuraban a regresar lo más pronto o acceder a un recinto o edificio para protegerse mientras que otros solo se tomaban su tiempo, importándoles más que poco lo que bien podría ser un frió que congelara los huesos gracias a sus ropajes.

Ya había llegado el invierno y eso todos lo sabían, todos solo podían observar el cómo los copos de nieves caían con gracia y lentitud, hubo quienes aprovechando esto empezaron a jugar con la nieve, otros bien sacaban a relucir su imaginación y creaban lo que bien se les podría ocurrir y nunca faltaban aquellos que con mucha ilusión empezaban a armar sus casitas de iglú.

En su mayoría eran niños quienes disfrutaban del momento quienes entre risas invadían todo aquello que estuviera cubierto por la nieve, no era de extrañar verlos tan felices y divertirse. Pero, al final siempre queda uno que ni un murmullo puede esbozar.

Dentro de un área de juegos abandonado por lo viejo que estaba había un niño quien, con sus ojos vacíos observaba desde dentro de una estructura con hoyos, resguardando se del exterior, veía como niños y adultos por igual se divertían sin siquiera prestar atención a su alrededor y sin saber de su mirada sin vida.

No se podría decir cuál era su mirada, se pida denotar una pizca de envidia pero a su vez de tristeza y soledad, era su misma persona lo que podría extrañar a cualquiera. A simple vista no se podría decir que fuera un niño de la calle, su chamarra color beige claro y con pequeños cuadros verdes y su pantalón grueso azul no presentaban ningún daño mas allá de suciedad, tampoco que pasara mucho frió, sus guantes y orejeras color verde jade y su bufanda gris claro lo cubrían lo suficiente y a su lado estaba una manta gruesa y una almohada que bien eran lo único viejo que estaba, notándose más en los parches de varios colores que lo cubrían pero daban el suficiente calor para poder soportar ciertas temperaturas.

Lo único fuera de lugar aparte de su persona era su cabello el cual presentaba una combinación extraña, desde la raíz se podía ver casi el inicio de una descoloración quedando solo un color blanco que se asemejaba a un tenue gris pero solo llegaba mas allá de la mitad de lo que abarca su cabello no siendo ni muy corto pero tampoco tan largo, desde la otra mitad se podía ver un color castaño que, al igual que sus raíces ya empezaban a mostrar signos de descolorarse pero aun conservaban su color original.

Y para terminar sus ojos, grises que se asemejaban a un tenue color plateado y sin reflejo.

Las horas pasaron y poco a poco la noche empezó a hacer acto de presencia, las luces de los locales brillaban con esplendor iluminando las frías calles que ya empezaban a estar vacías, pero aquel niño no desistía de su lugar, él solo seguía mirando un punto muerto.

Los pocos transeúntes que quedaban caminaban por las banquetas, pese que eran poco gracias a la luz daban la impresión que aun había mucha gente fuera de sus hogares, paseando sin mayor preocupación.

A pesar de los segundo el no desvió en ningún momento la mirada y su expresión no cambio, desde el lugar que estaba podía ver clara mente a todas las personas pasar mas ellos no lo veían a él. Al final la única luz que se podía encontrar en sus ojos era la provocada por los focos.

Aquel niño ya no sabía cuánto tiempo había estado ahí viendo, lo único que predominaba en su mente era una imagen borrosa.

Como era de esperarse, las banquetas ya estaban a nada de estar completamente vacías y junto con esto las luces pronto dejarían de brillar, solo quedando aquellas que son proporcionados por los faros y postes de luz.

Al final la noche sería la única que notaria su presencia y le acompañaría, tal vez solo sería su única acompañante junto con la luna que, pese de estar aun cubierta uno sabe que está ahí oculta.

– ¡Pero qué buen día! ¿No lo crees Lenalee?