Tenía unas ganas de hacer un fic de esta pareja... Son mi OTP, tanto de Hetalia como del resto del mundillo del manganime ^^
Parejas/Pairings: InglaterraxEspaña/ArthurxAntonio
Avisos: por si lo de arriba no ha quedado claro, esta historia contiene yaoi (chicoxchico). Uso de nombres humanos... creo que nada más de mención.
Disclaimer: Hetalia no me pertenece, ni sus personajes, ni nada de nada, sólo este fanfic.
Espero que os guste~
Capítulo 1.- La apuesta
*Cinco días antes*
—Uoootra co… pa —masculló Arthur, con la última aún llena y en la mano.
El camarero le miró como si estuviera loco, y era normal que lo hiciera. El inglés llevaba bebiendo más de media hora. No había un motivo concreto para ello. Simplemente se había sentado delante de la barra y había empezado a pedir alcohol como si le fuera la vida en ello. Era algo que le ocurría de vez en cuando, no lo suficientemente a menudo para que se le pudiera considerar un alcohólico, sin embargo.
—No aprendes, ¿eh, Arthur?
El inglés se giró para ver al propietario de aquella voz tan conocida y que, sin embargo, de pronto le parecía escuchar distorsionada.
—Qu-qué… ¿qué quiere…s, i-idiota Francis? Si… has ve-veni… doa molestar, la-lárgate p-por esa pueeerta.
Señaló hacia la salida, antes de que empezara a verlo todo borroso y tuviera que apoyar la cabeza en la barra para no marearse.
—Si sabes lo mal que te sienta beber, ¿por qué lo haces? —suspiró el otro, sentándose a su lado—. Aunque te parezca raro, cosa que a mi también me pasa, estoy preocupado por ti.
El ataque de risa que sufrió Arthur casi hizo que se cayera de la silla, pero logró agarrarse a tiempo. ¿Acaso había bebido tanto que estaba sufriendo alucinaciones? ¿Era una broma? ¿Por qué demonios se iba a preocupar Francia por él? Levantó un dedo para decir algo, pero el otro continuó hablando sin darle importancia a si estaba escuchando o no.
—Últimamente has estado actuando de forma extraña, y bebes más de la cuenta, mon ami. Vas a terminar con un coma etílico. No niego que sería divertido, pero… habrá mejores cosas que hacer que ahogarse en ron. ¿O acaso necesitas empaparte la boca con su sabor para luego poder tragar la "comida" que preparas?
A pesar de su estado, el inglés podía notar la sorna con la que Francis había hecho aquel último comentario. Se levantó tambaleándose de la silla, golpeando el vaso contra la barra, para encararse al francés.
—¿Qué… pro-pro… blemas tien-nes con m-mi, comiiida, i-idiot? ¿T-te… crees qu-que la tu-tuya sabe me… mejor?
—Por supuesto que sabe mejor. Hasta un gourmet como yo prefiere la comida rápida de los Estados Unidos a esa porquería que sale de tu cocina. No sé cómo no has muerto envenenado aún.
Soltó el vaso para clavarle un dedo al francés en el pecho, amenazante.
—¿Eso… piensass? Te a…apuesto a qu… que soy ca… paz d-de cocinar mejo… jor que… tú.
—¿De verdad? Acepto la apuesta.
Francia sabía que ya había ganado antes de haber empezado, y también sabía que se estaba aprovechando del estado de Inglaterra, pero no le importaba demasiado. A fin de cuentas, había sido el otro quien había lanzado el reto, ¿cierto? No era su culpa si el inglés no controlaba su boca cuando bebía. Quizás aquello pudiera servirle de lección.
—¿Y qué se juega?
Arthur meditó un momento, antes de alargar la mano hacia la nueva copa que el camarero le había servido. Esa sería la última, se dijo a sí mismo, mientras la vaciaba. ¿Qué se podría apostar? Escuchó en la lejanía el ruido del camión de la basura y en su mente adormecida se hizo la luz.
—E-el… per…dedor t-tendrá que… ha-hacer de cri… criada para el… pa-país qu-que… el otro eeeesshcoja.
Francis trató de contener la risa, pero no fue capaz de hacerlo y tuvo que taparse la boca con la mano para que el inglés no le viera. Se preguntó cómo afectaría al "orgullo de caballero" de Inglaterra el tener que servir a otra persona. No iba a mejorar su carácter, eso seguro.
—Me parece bien.
Le tendió la mano para cerrar el pacto, y Arthur, tras fallar un par de veces, logró estrechársela débilmente, antes de inclinar la cabeza y quedarse dormido encima de la barra. Mientras dudaba en si dejarlo allí o intentar llevárselo, Francia esbozó una amplia sonrisa. Sí, definitivamente, iba a ganar la apuesta. Y ya sabía con qué nación le iba a enviar.
{o}
Arthur se maldijo a sí mismo por enésima vez. Maldijo el día en el que había hecho una apuesta con el idiota de Francia. Y maldijo el haber tenido la idea de decidir cuál era el destino del perdedor. Aún con la cabeza dándole vueltas por la resaca, había intentado preparar su mejor plato para el juez de su apuesta, Roderich. El austriaco había apartado la comida a un lado nada más olerla, diciendo algo de que alguien como él no iba a envenenarse con ese supuesto intento de cocina, por lo que nada probar el clafoutis* de cerezas de Francis decidió que éste había ganado rotundamente. Y luego...
Luego había llegado la peor parte. Saber adónde le había enviado el francés.
—No será por países en el mundo, Francis... ¿tenía que ser justo con él? —rezongó, dándole una patada a una piedra del camino.
—¿Y qué problema tiene Espagne? Yo lo veo como el mejor sitio al que llevarte.
—¿Qué problema tiene? ¿Que qué problema tiene? Bloody hell! ¿Sabes cuándo fue la última vez que tuve una conversación de más de cinco minutos con él? Supongo que no, pero te lo diré —se detuvo para mirar al otro a la cara—. Si no recuerdo mal, sería en la época de Trafalgar. No creo que le haga mucha gracia que quien le hizo caer invada su casa durante dos semanas.
—Mon Dieu, Arthur —si el francés estaba molesto por la mención de aquella batalla perdida, no lo demostró— ¿No has hablado con Antonio desde entonces? No me extraña que estés aislado en tu isla, ¡no te relacionas! ¡Y luego te quejas cuando te digo que no tienes amigos!
—¿Y qué? Como si necesitara estar rodeado de gente. Además, ya te he dicho que sí he hablado con él. Cinco minutos. No eran necesarios más.
Francis suspiró. El inglés no tenía solución. Por suerte, su amigo del sur no era así, porque cuando le había comentado que él sería el anfitrión de Arthur, había aceptado sin pensarlo mucho. "Como sirviente no puede ser peor que Romano", había comentado el ibérico. No... realmente, aunque había pretendido enviar a Inglaterra con su amigo desde el principio, había sido Antonio quien se había ofrecido voluntario, algo que desde luego, Francia no se esperaba. Quizás, en contra de lo que había creído, le seguía guardando rencor por aquellas viejas disputas. En todo caso, no era su problema. Sus planes eran otros.
—Aún no hemos llegado a su casa, así que estamos a tiempo de volver. Quizás te tendría que haber enviado con Iván...
Un escalofrío recorrió la espalda de Inglaterra al escuchar el nombre del ruso. Sí, encontrarse con él en las reuniones era algo -apenas- soportable, pero... ¿tener que pasar dos semanas con él, haciendo de su criado? Antes estaría un siglo entero sirviendo a Francis. En el fondo, reconocía que la casa de Antonio tampoco era un mal destino. No tenía el carácter caprichoso de Italia del Sur, ni le ponía de los nervios como Estados Unidos, ni... sí, de acuerdo, casi era el mejor sitio en el que realizar su "castigo". Pero desde luego, no lo iba a reconocer ante nadie, y mucho menos ante el francés.
—Me gusta España. Me encanta España. Gracias por enviarme ahí, me muero de ganas por llegar —comentó con sorna, comprobando por un cartel cercano que quedaba poco para la frontera.
—Tampoco es para que te pongas sarcástico, mon cher.
—¿Y cómo quieres que me ponga, joder? ¿Sabes lo mucho que esto va a arruinar la reputación que me ha costado conseguir si alguien lo descubre? ¡La próxima junta mundial sería puro cachondeo!
—¿Y acaso es culpa mía? Fuiste tú el que se metió para el cuerpo a saber cuánto ron. Y fuiste tú el que me retó. Y el que dijo cuál era el castigo para el perdedor. Tú escribiste tu propio destino —se encogió de hombros.
—¡Deberías haber sabido que no podía ir en serio! ¡Por la Union Jack*, estaba borracho, tú mismo lo has dicho! ¡Te aprovechaste de mí, maldito bastardo!
Francis soltó una risita por lo bajo, para que Inglaterra no pudiera escucharlo. Le encantaba hacer saltar a Arthur de aquella manera. Tantos años de enfrentamientos habían servido para saber dónde le tenía que "pinchar" para lograr que abandonara los modales de caballero inglés de los que tanto se enorgullecía.
—Me dejaste todo en bandeja, Angleterre, no pude evitarlo... Y agradece que no estuvieras tan ebrio como para añadir a ese "hará de criada" un "con un vestido de criada". Eso habría sido digno de verse.
Las mejillas de Arthur empezaron a arder intensamente, aunque ni el mismo supiera si era de vergüenza o de indignación. Por un instante, un brevísimo instante, se había imaginado en casa de Antonio ataviado con un traje de sirvienta como aquellos que había visto en los mangas que leía Kiku. Y sí, le había parecido denigrante, pero a la vez se había imaginado al español mirándolo con algo que no era precisamente rechazo. Sacudió la cabeza. La culpa era de la rana francesa, que le acaba pegando sus tonterías.
—Si tanto querías haberme vestido con eso, ¿por qué no me mandaste a trabajar a tu casa?
—Porque no quiero que se me contagie tu mal gusto en la cocina.
—¡Mi comida no está tan mal como todo el mundo piensa!
—Non? ¿Entonces por qué has perdido contra mí? Pues porque lo que sea que quiera que haces en la cocina es simplemente una monstruosidad. Resulta hasta ofensivo para alguien amante de la belleza como yo —ignoró la mirada asesina del inglés—. Ah, y ya que tanto te quejabas de que me aproveché de ti, no es cierto. Si me hubiera aprovechado de ti, vraiment, habrías despertado al día siguiente en mi cama, sin ropa y...
—¡Shut up, pervertido! Vas a hacer que se me revuelva el estómago como sigas diciendo cosas asquerosas. Ni drogado me van a pillar cerca de tu cama, y mucho menos dentro. Antes prefiero pegarme un tiro. O mejor, pegártelo a ti.
Su discusión terminó abruptamente cuando vieron aparecer en la distancia la casa de Antonio. Aunque allí también fuera invierno, para Arthur, acostumbrado a las frías temperaturas de su isla, hacía demasiado calor para aquella época del año. Las montañas, a lo lejos, estaban nevadas. Notó un pinchazo molesto en la sien al recordar que las dos semanas terminaban exactamente el 25 de diciembre, por lo que por una vez en mucho tiempo, no podría celebrar la Navidad con Estados Unidos. Tendría que pensar en una excusa para explicar su presencia en España cuando el menor llamara preguntando que por qué no estaba con él probando su tarta especial. A saber de qué colores se le había ocurrido hacerla aquel año. Pensando aquello, llegaron por fin a su destino, deteniéndose ante la puerta de entrada.
—Antes de llamar, mon ami, quiero dejarte claras algunas cosas. No seas muy borde con Antonio o haré que te ordene ponerte un lindo vestido de mucama*.
—Estás obsesionado con eso, ¿eh, frog? ¿No será que andas desesperado porque hace tiempo que ninguna mujer te hace caso? Ponte tú el maldito vestido y mírate al espejo o algo, pero déjame en paz. Como si no tuviera bastante con esta tontería...
—Ah~, no seas malo, Arthur. Yo creo que te quedaría taaaaan bien...
Cansado de aguantar las excentricidades del francés, Inglaterra golpeó la puerta con los nudillos, apartando de su mente -o al menos intentándolo-, la imagen de sí mismo con el uniforme de criada, que había regresado de nuevo al escuchar la palabra "mucama".
—¿Sí? —la voz del español se escuchó a través de la puerta cerrada—¡Ahora voy!
Se apartó un poco de la puerta, al tiempo que una mano le agarraba de la muñeca, haciendo que se volviera.
—Una última cosa... podría haberte jorobado la vida con esto, y lo sabes —le susurró Francis al oído—. Habiéndote traído aquí te estoy haciendo un favor... en más de un sentido —el inglés se giró para mirarle extrañado y preguntarle que qué quería decir, pero justo entonces Antonio abrió la puerta—. Venga, Angleterre, sonríe.
Arthur lo intentó, pero sus labios se negaron a curvarse hacia arriba y prefirió dejar su cara de malhumor habitual a parecer un maníaco. Su "jefe" durante las próximas dos semanas, lucía, por el contrario, su casi sempiterna sonrisa.
—¡Ah, ya habéis llegado! Pasad, pasad, estaba a punto de desayunar. ¿Queréis?
—Antonio, chéri, me encantaría ver qué has preparado. Al contrario que la comida de cierta persona, espero que sea algo delicioso —no hizo falta que le mirara para que Arthur se sintiera aludido.
Bueno, bastaba ya, ¿no? Sabía que su gastronomía no estaba a la cabeza de la exquisitez mundial, pero no podía ser para tanto. Él llevaba toda su vida -y era larga- con ella y no se había muerto, ni envenenado, ni enfermado, ni cualquiera de las otras cosas que decían el resto de su países que causaban sus platos. Rechinó los dientes para no perder la compostura ahora que estaba en casa de alguien más, pero siguió a los otros dos con el ceño fruncido hasta la cocina. Allí esperaba una cesta llena de tostadas y otras cosas que Inglaterra no supo identificar. Serían dulces típicos españoles.
—¿No quieres nada, Arthur?
—Ya he desayunado, gracias —cruzó los brazos por el pecho y continuó mirando malhumorado a Francia mientras éste devoraba -con elegancia, eso sí- una tostada tras otra
—¿Por qué no le das un tour por la casa, Antonio? Si sigue observándome con esa mirada asesina, me va a acabar sentando mal la comida —sugirió el francés algo incómodo.
—¡Cierto! Debes saber dónde están todos los útiles y eso... Los vas a necesitar, porque te voy a hacer limpiar todo.
Inglaterra asintió en silencio, intentando olvidar la sonrisa con la que el español había dicho aquel "todo", puesto que era una sonrisa que no auguraba nada bueno. Había pensado que el carácter del castaño había mejorado con el paso de los años, y así había sido, pero no con él. Lo sabía, seguía teniendo el orgullo herido. Al instante se desvaneció la idea de que aquel era el mejor sitio para sufrir el castigo por no saber controlarse con la bebida.
Iban a ser dos semanas muy, muy largas.
Clafoutis: una tarta francesa típica de la región de Lemosín. Normalmente se hace con cerezas, pero también se puede encontrar de otras cosas, como arándanos, ciruelas o tomates cherry, por eso especifiqué que era de cerezas.
Union Jack: también llamada Union Flag, es la bandera del Reino Unido, que contiene los símbolos de las banderas escocesa, inglesa, e irlandesa. Hay gente que la confunde con la bandera de Inglaterra, pero la inglesa es una cruz roja sobre fondo blanco (Cruz de San Jorge).
Mucama: originalmente, la palabra designaba a una esclava que era amante de su señor, pero hoy en día se utiliza más para definir a una criada del servicio doméstico o a una persona encargada de la limpieza de un hotel, hospital...
Hasta aquí el primer capítulo, espero que os haya gustado~
El argumento del fic se me ocurrió mientras estaba limpiando mi habitación (siempre escucho música cuando lo hago, porque sino me aburro mucho xD), y empezó a sonar una de las Character Songs de Inglaterra, así que se cruzaron ambas cosas en mi mente y salió esto. Veamos adónde conduce.
Cualquier crítica/comentario es siempre bienvenido y ayuda a escribir más rápido :D Intentaré escribir más para el próximo capítulo.
