LAZOS DE SANGRE
PRÓLOGO
LONDRES 1600
Un año más en su anodina vida y ya iban 33. Incorporó su cuerpo y, brevemente, recordó lo que había hecho la noche anterior, beber. No es que le gustase mucho la sensación de constante martilleo en su cabeza, a la mañana siguiente, pero, por lo menos, en las horas en las que estaba sumido en el agradable sopor del alcohol, se olvidaba del camino que le había impuesto su padre.
Casarse con una noble que apenas era una niña, engendrar herederos sanos que continuasen el linaje a través de los siglos y pasar grandes temporadas en la corte para poder caerle bien a la reina.
Toc, toc – Añadió unos efectos sonoros al golpe - ¿Estás presentable?
Me acabo de despertar, ¿Cómo crees que voy a estar? – Puso los ojos en blanco – Entra, no creo que te vayas a asustar a estas alturas –
La puerta se abrió y la figura que entró no tardó ni cinco segundos en acabar en la cama y aplastarlo hasta volver a dejar su cabeza sobre la almohada. Sus enormes ojos claros lo miraban con esa vivacidad que la caracterizaban y esa sonrisa no presagiaba nada bueno.
¿Cuántos cumples, Adam? – El hombre sabía lo que significaba esa pregunta, y lo que le pasaba cada vez que le decía el número – Este año me portaré bien.
Me lo creeré cuando la cocinera logre que las patatas tengan algo de sabor – La mujer sabía que eso era imposible, y que su hermanastro mayor no la creía – El año pasado tuve que salir con las manos puestas en las orejas, de lo rojas que me las dejaste –
Eres un aburrido – Se movió y se quedó sentada a su lado, permitiéndole incorporarse de nuevo – Antes no te importaba – Refunfuñó, cruzándose de brazos –
Anne, que tienes 25 años, compórtate como una mujer – Le espetó - ¿Qué hombre te va a querer si andas tirándole de las orejas cada vez que cumple años?
Yo no pienso casarme – Afirmó con rotundidad – Los hombres, excepto tú, son aburridos y huelen mal – Ella siempre tan sincera – Si nuestros padres no se hubiesen conocido después de enviudar y casado, puede que ahora mismo tu fueses mi prometido – Ella adoraba a su hermano, comparaba a todos los hombres con él –
Te aseguro que no, porque antes me hubiera tirado por un puente – Se tapó las orejas para reafirmar sus palabras –
Anne y él no eran hermanos de sangre. Su padre enviudó cuando Adam sólo contaba con nueve años y él no se iba a encargar de cuidar a un crío que, según él, sólo le daba problemas. Conoció a una bella mujer en el duelo de un amigo y, tras entablar una conversación, descubrió que era viuda y que tenía una niña de un año. A los dos meses se casaron y ellos dos se convirtieron en hermanos.
Aquella mujer se convirtió en su madre y Adam nunca tuvo ninguna queja de ella. Anna, simplemente, era esa hermana pequeña a la que protegía de los monstruos y cuidaba como si fuera un preciado tesoro. Su hermana, su mejor amiga, la única persona en la que confiaba y con la que se mostraba tal y como era.
Los años le habían conferido una belleza sin parangón, que dejaba a todos los hombres de la corte babeando por ella. Pero Anne tenía un carácter muy particular, poco dado a la docilidad que esperaban aquellos pomposos nobles. Adam le había enseñado a defenderse en caso de ataque indeseado y ella había sido una alumna muy aventajada; algunos hombres huían de su presencia después de que ella les diera un rodillazo en el lugar justo.
Si él se casaba con aquella joven y se iba a la casa de la familia de ésta, ya que su nobleza era más pura que la suya, la dejaría sola, a merced de su padre y de los hombres que quisieran desposarla y tomarla como a un objeto. Ella tenía mucho que ofrecer y se merecía a alguien que la tratara como a un igual, que no viese sólo su cuerpo sino también lo que guardaba tras aquellos bonitos ojos claros.
Adam, ¿te encuentras bien? – Le había pasado la mano sobre la cara para comprobar si estaba en este mundo o en otro – Te veo confuso –
Nada, simplemente pensaba en el tedio de tener que ver como recibo felicitaciones de personas que no pueden verme si no fuera porque padre les da dinero – La amargura se hizo patente y recibió un cálido abrazo de la joven – Como me gustaría poder vivir mi vida, decidir lo que haré al día siguiente.
Sí algún día te atreves a emprender ese viaje, dímelo – Le dio un beso en la frente y salió de la habitación para que la doncella no le riñese por dejar el agua del baño enfriar –
Como temía, aquel día de cumpleaños había sido tedioso y lleno de sonrisas falsas. Las únicas personas sinceras en aquella estancia, su hermana y su madre, estuvieron imposibilitadas por culpa de todas aquellas damas que no se cansaban de dar consejos a Anne.
Parece que estás en un funeral – Su padre le espetó – Si no sonríes un poco, Lady Gale te tendrá miedo –
Tiene 16 años, padre, le doblo la edad – Le aclaró - ¿Cómo no va a tenerme miedo? Si aún es una cría que debe vivir su vida y esperar unos años hasta casarse -.
Las mujeres, cuando antes se casen, más hijos darán – El hombre le recordó, en un hiriente susurro –
Por eso, todas las criadas de menos de 20 tienen bebes que, sorprendentemente, se parecen a mí recién nacido – La ironía enfadó a su padre, pero no podía pegarle delante de nadie – Teniendo una bella mujer con la que tener más descendientes, decidiste cogerla como cuidadora para mí y así poder realizar tu actividad favorita, el sexo fuera del matrimonio -.
No te di demasiados azotes de pequeño – Bufó con voz ronca y amenazante –
El problema es que me diste demasiados, padre – Le aclaró – Si me disculpas, necesito respirar aire, aunque este esté viciado –
Anne observó con ojos tristes como su hermano huía de su propia fiesta y salía de la casa para poder aliviar la creciente tensión de sus músculos. Ella no podía huir de la fiesta, por el momento, pero de nada que todo el mundo se fuese, y el regresara, iría a su habitación y lo ayudaría.
Los invitados se fueron, ella subió a sus aposentos, se cambió y se dedicó a esperar, desde su ventana, que el caballo de Adam apareciese por el camino. El sueño pudo más y acabó dejándose dormir sobre la colcha, con las velas encendidas y el aire frío del mes de febrero entrando por la puerta.
Anne – Una seductora voz la llamaba – despierta, pequeña tormenta – Adam la llamaba así porque siempre que entraba en un lugar, éste acababa de patas arriba, física y espiritualmente –
La joven abrió los ojos y lo que vio la dejó asustada, completamente temblorosa. Los ojos claros de su hermano habían sido sustituidos por unos dorados y de su boca sobresalían unos colmillos, aún con el rastro rojo, posiblemente de sangre.
A, Adam – Balbuceó - ¿Qué te ha pasado? – Tragó saliva, asustada y sintió como los ojos del hombre se dirigían a su cuello –
Que ahora puedo elegir que hacer – El dedo del hombre siguió la vena del cuello femenino – Sangre virgen – La pupilas de aquellos ojos dorados se dilataron más mientras su lengua, primeramente, lamía la palpitante zona –
Anne quería moverse, pero no podía. Se sentía como hipnotizada, embriagada por algo que no podía describir. Su hermano se había convertido en vampiro, unas criaturas que, al contrario de lo que se podía pensar, eran conocidas y temidas en el mundo de los humanos. Sintió la punzada de aquellos dos colmillos sobre la piel y como su sangre era transportada a la boca y al nuevo organismo de su hermano.
Su sabor era perfecto, puro, sin nada que lo contaminara. Ella era hermosa, siempre se lo había parecido y, si no la hubiera visto siempre como su hermana, habría disfrutado de lo que su cuerpo podría ofrecerle. Ahora le estaba dando alimento y, si la dejaba sin vida y, luego, cuando despertara con una extraña sensación, como le había pasado a él, y embebía su sangre, también se convertiría en vampiro. Podrían vivir juntos para siempre, visitar todos los continentes y convertir a más gente. Ella tendría la libertad de vivir su vida, pero dejaría a su madre sola y triste, a merced de un hombre insensible.
Se apartó, antes de saciarse por completo y se alejó hasta la ventana. Anne lo observó con ojos tristes, mientras con su mano tapaba la marca que le habían hecho los colmillos en su cuerpo.
Adam, no te vayas – Le suplicó – Te necesito – La joven no tenía fuerza para levantarse, así que estiró su brazo en un tonto intento por alcanzarlo – Por favor
Debes vivir tu vida, Anne – La sed se había calmado y volvía a mostrar sus ojos claros – Enamorarte, tener unas hijas iguales a ti y cuidar de madre. Cuando la veas, dile que la quiero, que ha sido la mejor madre que un hijo puede soñar y que no tema, que sobreviviré –
Por lo menos, déjame sentir un beso de tus labios – Aquellas palabras frenaron la incesante salida del vampiro – Al menos un recuerdo que pueda guardar en mi corazón – La suplica que salía de sus carnosos labios y esos ojos húmedos, empapados de tristeza – Sólo uno y te dejaré ir –
Adam regresó a la cama, al lado de Anne. Sus largos y fríos dedos rozaron la húmeda mejilla, y sus labios recogieron las gotas que caían de los conductos. Ella siempre había sido su compañera, su igual y le dolía en el alma tener que dejarla sola, a merced de las decisiones de su padre. Pero su madre se merecía tenerla a su lado y luchar juntas ante las cuestionables decisiones del hombre.
Su cuerpo se alzaba levemente sobre la mujer, con las palmas puestas a cada lado del colchón, cerca de su cintura. Anne definía con sus ojos en lo que se había convertido y sus labios se llenaba de humedad, ansiando que, por fín, los probara. Con cuidad, su cabeza descendió y juntó su boca a la de ella. Primero, un roce liviano, un ligero toque que los impregnase del sabor del otro.
Se sintió muy cómodo besándola, como si ella fuese la persona adecuada para él. Sus bocas se amoldaron y en poco tiempo se olvidaron del peligro que podía entrañar ese pequeño contacto. El cuerpo de Adam se aflojó y pegó su anatomía a la de ella, excitándose al instante, pero controlándose para no matarla de un mordisco.
Anne tomó una de las manos del vampiro y lo obligó a que asiera su seno, aún cubierto bajo la tela del camisón. Fue el contacto más exquisito que había sentido en su vida y, unido al beso, hizo que su fuerza se multiplicara y rompiera la tela del camisón, dejándola totalmente expuesta, a su merced.
Adam dejó la boca femenina y siguió el reguero de caricias por su cuello hasta alcanzar la cima de sus hermosos y plenos pechos. Disfrutó del néctar salado de la transpiración que la llenaba y sus labios se ensartaron en una suculenta lucha con sus pezones.
Anne no podía controlar las sensaciones y quiso gritar, pero el ruido fue frenado por la mano de Adam, que ahogó el sonido mientras él seguía disfrutando de los senos. Ella le había pedido un beso a un vampiro, y ahora debía pagar las consecuencias del aquel acto. La mano continuaba posada sobre su boca, y ella tuvo algo que morder cuando los colmillos se clavaron en la piel de su seno y bebieron el jugo que corría por su cuerpo.
No quería morderla, pero ver las venas dibujarse bajo su blanca piel fue más de lo que su autocontrol podía soportar. Buscó una zona carnosa e hincó los colmillos; al mismo tiempo, disfrutó extasiado de cómo Anne mordía su mano. El placer y el dolor se juntaban en una simbiosis afrodisiaca.
Ella aún era pura, y si la tomaba la imposibilitaría para el futuro. Pero era tan hermosa, tan deseable, que su viaje por aquellos mágicos valles continuó. La saliva de su boca se posó por las marcas en su seno y luego prosiguió por su estómago, hasta alcanzar la prohibida zona de rizos castaños. El aroma a mujer excitada volvió a sacar su lado salvaje y su lengua abrió los labios y paladeó el salino sabor que desprendía su interior. Como hiciera con sus pezones, jugó de forma meticulosa con su clítoris y sonrió al ver como ella arqueaba su cuerpo y movía sus caderas pidiendo más.
Sus orgasmos se sucedieron, uno tras otro. Parecía que no tuviera fin, pero ella quería que continuara, que la saciara por completo, que la dejara totalmente agotada. En el último, aprovechando que fue el más fuerte de todos, él volvió a hincar los colmillos en la blandura de sus níveos muslos. Bebió y ella se sintió drogada, pero al mismo tiempo entusiasmada.
Se deslizó por su cuerpo hasta volver a encontrarse con su rostro. Lo que vio en él lo llenó de ternura y pasión a partes iguales. Su belleza se había multiplicado con el desaliño y el sudor que empapaba su rostro. Sólo faltaba el último paso y ella lo empezó a dar cuando abrió la palma en la parte delantera de sus calzas buscando su virilidad. Consiguió sacarla y su mano se deleitó con su tersura, además de con el tamaño que había alcanzado.
Sus más oscuros sueños se cumplían, Adam iba a ser el primer, y único, ser que la tomara por completo, en cuerpo y en alma. Después de la placentera caricia, él le tomó las manos y las inmovilizó sobre su cabeza. Sin guiarse con su propia mano, encontró el lugar justo y, mientas ambas miradas se internaban en la del otro, penetró de un solo empujón, rompiendo la barrera de su virtud, su futuro.
Si ella sintió algo de dolor no lo demostró en su rostro. Con la boca entreabierta y sus ojos pidiendo más, Annie demostró ser una entregada amante. Las caderas se movieron acompasadas y los dos se dejaron llevar a un mundo sin tiempo, sin reglas, sin dolor.
Adam intuyó cuando llegaría el grito de liberación de Anne, así que, antes de que lo hiciera, atrapó su boca en un hambriento beso, mordió ligeramente y aprovechó para vaciarse en su interior. En ese momento, ella se quedó completamente dormida por el agotamiento y el efecto narcotizante de las mordidas. Adam aprovechó para recuperarse y desaparecer, no sin antes, después de darle un tierno beso en la frente, decir estas palabras.
No te olvidaré, "pequeña tormenta" – Saltó hasta su caballo y se esfumó, como el humo, de la vida que había llenado su existencia –
Adam se alejó lo más rápido que pudo de la casa y, a medio camino de ninguna parte, se volvió y se despidió de aquella anodina vida de noble. Su padre ya no lo obligaría a casarse con una joven, los nobles antipáticos ya no tendrían que fingir una sonrisa ante él y ya no volvería a probar las patatas sin sabor de la cocinera.
Lo único que echaría de menos de aquella casa eran las dos mujeres que, a pesar de no ser de su sangre, habían sido las personas más cercanas y que más lo comprendieron. Pero, sobre todo, extrañaría a Anne, su sonrisa y, aunque no lo quisiera confesar, sus tirones de orejas en los cumpleaños.
Cuando Anne despertó y divisó la luz del sol reflejándose en las sabanas, mostrando los estragos de lo que allí había sucedido, la tristeza inundó su semblante porque eso significaba que Adam ya no volvería nunca. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos hasta formar una catarata imposible de frenar. Él era, junto a su madre, la única persona que entendía su interior rebelde, las ganas que tenía de conocer mundo, de vivir sin atarse a las conveniencias de la sociedad, a amar sin límites.
Ella estaba enamorada de su hermano, y ahora llevaba la marca de su pasión por todo su cuerpo. La tendría ahí para siempre, jamás dejaría que otro hombre la tocase y borrase el aroma del único hombre que ocupaba su corazón, su vida.
CAPITULO 1: SELENE
EN LA ACTUALIDAD
Eres mía, sólo mía, y lo sabes – Aquella voz susurrante iba acompañada de unas suaves caricias por la piel desnuda de su ombligo – Sólo podrás entregarte a mí, tu cuerpo está impregnado con mi aroma; y tu sangre es la que me alimentará siempre, siempre, siempre.
Despertó con un sobresalto, totalmente excitada y con la respiración formando torbellinos en la habitación. Temblaba, pero pudo sacar los pies de la cama y dirigirse hasta el espejo de la habitación. Comprobó el estado de su rostro y continuó mirándose durante un buen número de minutos.
Si mucha gente supiera la edad que tengo – Se dijo, mientras sus propios ojos analizaban la tersa piel de una joven que aparentaba 25 años, pero que realmente tenía 440 –
AÑO 1600:
¿Y cómo sucedió todo? Empezó después de que Adam se fuera de su vida, tras tomarla en cuerpo y alma, además de haber bebido de su sangre virgen. Todo le dolía, pero logró levantarse de la cama e ir hasta el espejo de cuerpo entero que llenaba una esquina de la habitación. Marcas de colmillos por todos lados, las manchas rojas entre sus muslos, la prueba de la pasión del vampiro. Debía estar agotada, pero se sentía pletórica, más viva de lo que nunca había estado.
Logró lavarse y ponerse un camisón, pero no le dio tiempo de quitar las sabanas antes de que llegara su madre y descubriera lo que había sobre la tela que cubría su cama.
¿Qué ha pasado? – Había preocupación pero no acusación en su voz - ¿Has sido mordida por un vampiro? – A Anne le sorprendió más esa pregunta que a la propia mujer - ¿Cómo has dejado que uno entre en la casa? – La pregunta estaba cargada de curiosidad –
Porque ese uno era Adam, madre – Respondió con franqueza – Ahora es un vampiro – Le explicó – Y dejé que me mordiera y me tomara – Miró con disimulo la cama – Sabemos que los vampiros existen, los estragos que provocan en los humanos cada vez que muerden. Adam me ha mordido pero, en vez de sentirme peor, es todo lo contrario – Alegó – Es como si en cada mordida me diera más vida – Vio a su madre suspirar –
Creo que el día ha llegado – Como si lo oliera, una figura apareció por la ventana, una que era muy parecida a la de su difunto padre, pero con un color de pelo diferente – Alfred, ha sucedido – La mujer habló con el hombre, de una forma tan tranquila que Anne no entendía –
¿Por qué el tío parece como si tuviera 30 años, igual que la última vez que lo vi? ¿Por qué ha aparecido de repente, sin recibir ningún mensaje? – Las preguntas se agolpaban en su mente al ver la mirada cómplice de aquellas dos personas –
Anne, debemos contarte algo muy importante con respecto a ti y a lo que era tu padre – El tío puso las manos sobre los hombros – Así que será mejor que te sientes y escuches –
El ruido de unos nudillos tocando la puerta hizo que se alejara de aquellos recuerdos y fuese a abrirla. Detrás de ella, justamente, su tío Alfred, con ese porte leonino y los ojos más verdes que había visto en su vida.
¿Ha habido movimiento? – Ella sabía que, cada vez que tocaba a su puerta era porque un grupo de vampiros andaban cerca –
Y es numeroso – Añadió, con una sonrisa – Cambiate rápido y espérame en el garaje – Lo mismo de todas las noches –
Se puso sus pantalones vaqueros, sus botas, la camisa y una chaqueta de cuero. Cuando estaba en casa era Anne, pero cuando salía a cazar vampiros era más conocida como Selene.
Bajó las escaleras, totalmente pertrechada con sus armas y su fuerza, llegó al garaje y allí la esperaba su tío con el Jeep. Lo tomaron, condujeron hasta un descampado que se encontraba cerca de un callejón y allí avistaron a un numeroso grupo de vampiros, más amplio de lo que solía ser por costumbre.
Ambos poseían una capacidad deductiva mayor de lo normal. Pero ella, además, tenía en su interior esencia vampírica, introducida varios siglos atrás, cuando Adam bebió su sangre y se apoderó de su cuerpo. Rápida, hermosa y letal, esa era la combinación que la definía a la perfección.
Su velocidad la llevó hasta el grupo de vampiros que, como siempre, pensaban que podían con ella por ser mujer. Esos aún no la conocían, no sabían de lo que ella era capaz de hacer, no sólo con las armas, sino también con su cuerpo.
Alfred también podría luchar contra ese grupo de vampiros, pero conocía a su sobrina y su gusto por los retos mayúsculos. Cuanto más grande era el grupo, más sola prefería estar; y él no era quien para arrebatarle el gusto.
Como animales sedientos de sangre y carne femenina, los vampiros atacaron de forma predecible. Selene esquivó con rapidez, más de la que ellos tenían, todos los golpes que intentaban darle, así como los conatos de mordidas. Ella tenía más de 400 años, la sangre ancestral de su familia la hizo inmortal, como esos seres, para poder pelear con ellos sin desfallecer y sin morir.
Uno a uno, fueron cayendo en una nube de polvo, hasta que no quedó ninguno en el oscuro callejón. Totalmente satisfecha de sí misma y, confiándose un poco, no se percató de que otro venía por detrás; pero su tío estuvo más rápido y lo tumbó. Selene viró su cuerpo y vio el del ser caído en el suelo adoquinado, sobre su pecho.
Ha demostrado poca resistencia – Se extrañó Alfred ante lo fácil del derribo – Todos los demás parecían fuertes, llenos de sangre y furia animal, pero éste no – Entre ambos lo levantaron y le colocaron una bolsa de tela sobre la cabeza –
¿Crees que sea un vampiro de Valder? – Preguntó acerca del ancestral vampiro, conocido como el primero, de donde manaron el resto –
Lo dudo, pero ha estado cerca de los suyos, así que puede saber algo sobre él – Lo metieron en el coche, así inconsciente y se adentraron ellos – Puede que con la justa persuasión logre decirnos algo –
Es muy escurridizo, tío, y cada día hay más grupos, más vampiros recorriendo las calles, matando gente inocente sólo porque él quiere tener el dominio de este mundo – Sonaba a película, pero era verdad –
Lograremos cazarlo, Annie – Él la llamaba por su verdadero hombre – Pagará por lo que le hizo a tu madre – Arrancó el coche y éste se condujo hasta la apartada casa que habitaban –
Aparcaron en el garaje, transportaron el cuerpo hasta un cuarto escondido que tenían en el sótano y lo prepararon todo para que mantenerlo atado a la silla sin que su fuerza la rompiera en caso de que despertase.
¿Puedo encargarme yo, tío? – Le pidió al hombre – No es que tú no puedas, pero quiero interrogar sola, por una vez – Siempre lo hacían los dos, por miedo a que ella se descontrolase demasiado – Prometo mantenerme calmada hasta que hable – Adivinó lo que a Alfred le pasaba por la cabeza en aquel momento -
Miraré por el cristal de la sala adjunta – Tenían aquello montado como si fuera una sala de interrogatorios policial, con un cristal en el que él podía ver el interior de la sala, pero el que estaba en el interior no divisaba nada, ya que era un vampiro, y como tal, no se reflejaba –
Anne sacó la tela de la cabeza y esta cayó por su propio peso. Tan débil estaba que no podía ni levantar su cara; su pelo negro caía, tapando sus facciones, parecía una especie de animal dormido, esperando atacar. No debía hacerlo, pero había algo en aquella figura que la atraía como un imán.
Sabiendo a lo que se arriesgaba, a que la mordiera, alargó la mano para ponerla sobre la barbilla y levantar el rostro del desconocido. Si ese ser trataba de morderla, moriría de forma repentina, y todo gracias a Adam y su posesión. Al beber de su sangre, al tomar posesión de su virtud, de su cuerpo, la impregnó de su esencia de vampiro. Él era el único que podía morderla sin perecer, y con el que podía tener relaciones carnales sin sufrir ese mismo destino; estaba totalmente atada a él con un lazo de sangre desde hacía más de 400 años.
Fue rozar la barbilla para alzar el rostro y, de pronto, verse empotrada sobre la pared y mordida en su yugular. O aquel vampiro había fingido su debilidad o ella le había infundido fuerza y hambre nada más verla. Seguía bebiendo de forma ávida, sin frenar, sin desfallecer, sintiéndose más vivo a casa sorbo que tragaba.
Al mismo tiempo, su alto cuerpo se pegó al de ella y Anne no pudo evitar excitarse ante ese minucioso contacto. Sus pezones se endurecieron y su zona íntima comenzó a humedecerse ante el roce de aquella dureza masculina que peleaba por salir de sus pantalones. Ese vampiro no moría, seguía allí, con más potencia, con las feromonas manando por toda su anatomía, llevándola hasta él éxtasis aún con la ropa puesta. El olor, ese característico aroma, uno que no percibía desde 1600, cuando se unió a.
¿Adam? – Preguntó y la figura vampírica dejó de beber, apartándose un poco para ver el rostro de la persona que preguntaba –
¿Anne? – Su pregunta estaba llena de terror y de sorpresa - ¿Eres tú? – Las manos de ambos aún se tocaban y ese contacto sencillo todavía la llenaba de deseo –
Ella no respondió con palabras, simplemente acercó sus labios hacia aquellos llenos de su propia sangre y los dos se envolvieron en un acto visceral, completamente llevado por los sentidos. El ósculo se volvió más hambriento y la pasión hizo que arrancara la ropa del vampiro con una fuerza que iba más allá de lo sobre humano. Enroscó sus piernas alrededor de las caderas, abrazó su cuello y dejó que él volviera a hacerle sentir el paraíso.
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