¡Hola a todos! Bien, comenzaré por decir que estoy publicando esto más de un mes después de lo que debería haberlo hecho, pero, ¿qué puedo decir? La escuela es un dolor de cabeza y ustedes saben de sobra que yo no sé manejar mis tiempos. Soy un desastre andando, fin de la historia.

Muy bien, este es el cuarto año consecutivo en el que le regalo a mi hermana, Laura, un fanfic por su cumpleaños. El año pasado lo di un Jaylos, del fandom de "Descendientes", pero, por supuesto ningún ship supera al Solangelo, así que este año regresé a la "vieja confiable".

Les diré la verdad, me costó mucho escribir esta historia, y ni siquiera por los personajes en sí. Sencillamente, esta historia se hacía más y más larga, y yo tenía el tiempo respirándome en la nuca. Esto surgió porque un día me di cuenta de que la mayoría de los fanfics con una trama similar siempre hablan acerca de Nico aceptándose a sí mismo y a su homosexualidad. Por supuesto, eso me parece excelente, pero me parece que también deberíamos aprovechar la oportunidad para jugar con la idea de invertir esos papeles, y tener un Nico seguro de sí mismo y de quién es, apoyando a Will en su camino a hacer lo mismo.

También, por alguna razón, durante todo el tiempo que estuve escribiendo esto, me pareció que era una nueva versión de "Lanzar una flecha o ganar una apuesta" desde el punto de vista de Nico. No sé, díganme qué opinan al final.

Sin más por el momento... ¡espero que lo disfruten!


Decisiones


Nico di Angelo había tomado muchas decisiones estúpidas en su vida. Eso era algo que se sobreentendía. También estaban las malas decisiones, las decisiones medianamente desastrosas y las decisiones que podrían haber ido peor, así que no se quejaba tanto.

Nada extraordinario, suponía él, considerando que la mayoría de semidioses ―y de adolescentes, divinos o no―, se encontraban en una situación similar. Al final de cuentas, y según palabras del propio Quirón, "Estaban en la edad de experimentar y aprender de sus errores". Lo cual no quería decir que esos errores no les fueran a costar la vida.

Afortunadamente, Nico podía vanagloriarse de que no todas sus decisiones habían sido tan catastróficas. De vez en cuando, en los días en los que las Moiras decidían ser un poco más indulgentes y los dioses se concentraban en sus propios asuntos en lugar de andarse metiendo en la vida de los demás, el hijo de Hades tomaba una decisión acertada. Nico suponía que a todos les sucedía algo así por lo menos una vez en la vida, un momento precioso de seguridad en ti mismo durante el que estabas convencido de que estabas haciendo lo correcto, una ocasión en la que todo tenía sentido, en la que el plan que habías elaborado funcionaba.

Una de esas decisiones había sido el sacar a Hazel de los Campos Asfódelos. Nico no había titubeado más que un par de segundos antes de dirigirse a ese fantasma que parecía demasiado consciente de sí misma como para pertenecer en ese sitio. Y, de cierta forma, Hazel nunca había pertenecido a los Asfódelos, eso saltaba a la vista inmediatamente. Así que Nico le había ofrecido la llave dorada de la libertad y la había escoltado fuera del Inframundo. Nunca, ni por un breve instante, ni ante la amenaza de ser descubierto, se había arrepentido de ofrecerle a Hazel una segunda oportunidad. Nunca.

Después de eso, había un par de otras cosas de las que Nico di Angelo no se arrepentía. Haber aceptado el puesto como Embajador de Plutón, por ejemplo. Era molesto, bastante molesto, sobre todo porque lo más común era que los semidioses no se detenían a apreciar sus esfuerzos ni mucho menos. Sin embargo, también era gratificante poder echarle una mano a Reyna de cuando en cuando.

Tampoco sentía remordimientos por haberse unido a la guerra contra Cronos o por haberse comprometido a llevar la Atenea Partenos hasta el Campamento Mestizo. Al contrario, Nico pensaba que lo que verdaderamente lo habría apesadumbrado sería el no haber sumado sus esfuerzos para detener el baño de sangre que Gea planeaba.

No, al final del día, por la razón que fuera, Nico no era el tipo de persona que se sentaba a esperar que alguien más hiciera el trabajo sucio por él. Quizás era porque no tenía la confianza para relegar las tareas importantes, o porque había visto la estupidez humana de cerca demasiadas veces, pero, independientemente, Nico di Angelo era incapaz de permitir que alguien más arriesgara su vida por él.

En resumen, no estaba acostumbrado a ello, y dado que había ayudar a detener dos guerras y que había sobrevivido a una lista bastante larga de amenazas contra su vida, Nico continuaría trabajando de la misma manera. Así, por lo menos, si algo salía mal, no tendría otra persona hacia quien dirigir su rabia más que a sí mismo.

Por otro lado, el hecho de que Nico se hubiera sumado a los esfuerzos por detener a Gea le había permitido conocer a ciertas personas a quienes no se hubiera acercado de otra forma. Primero que nada, Reyna, a quien conocía de vista y con quien había hablado un par de veces en el Campamento Júpiter, pero quien sin duda parecía demasiado ensimismada en su propio trabajo como para resultar abordable. También estaba, por supuesto, Jason Grace, otro hijo de los Tres Grandes con quien Nico se hubiera cuidado de cruzarse si las cosas hubieran sido diferentes.

Y, por supuesto, estaba el hecho de que la propia guerra le había permitido reencontrarse con Will Solace, un hijo de Apolo que en realidad parecía bastante fácil de olvidar. En serio, no es que fuera un mal tipo ni mucho menos, pero era un chico rubio de ojos azules y una sonrisa capaz de encender una habitación. No era que Nico quisiera ser irrespetuoso. Pero el asunto a tratar era, sencillamente, que esa descripción encajaba perfectamente con un noventa por ciento de la cabaña de Apolo y con un setenta por ciento de la de Hermes. A quién engañaba, el mismo Jason Grace podría haber sido colocado en ese categoría. Algunos chicos de Atenea tenían rasgos similares, aunque era más común que sus ojos fueran grises, incluso si sus cabellos eran rubios.

No, definitivamente, no había nada de especial en Will Solace. Nada. Era un chico rubio de ojos azules y una sonrisa enorme en un sitio donde esa era la norma. Un hijo de Apolo que se encargaba de la dirección de la enfermería cuando era justo eso lo que se esperaba de un hijo del dios de la medicina. No, nada era especial en él.

Y, sin embargo, desde que había vuelto de las Tierras Antiguas, Nico no podía sino agradecer ―así, al viento, por supuesto, ya que conocía de sobra la inutilidad de dirigir sus plegarias o muestras de gratitud a un dios en particular―, el que hubiera tomado la decisión de llevar la Atenea Partenos al Campamento Mestizo. Probablemente se había visto ridículo, a punto de desmayarse en medio de una batalla, pero por lo menos así aseguraba que no fuera tan fácil de olvidar.

Quizás el hecho de que fuera un hijo de los Tres Grandes hubiera bastado para que Will Solace y la población completa de ambos campamentos lo recordara, pero si había algo que Nico despreciaba con fuerza, eso era el hecho de que sólo lo conocieran por su padre. No se avergonzaba de su procedencia divina, prueba de ello era que su título dentro del Campamento Júpiter era justamente como embajador de su padre. No, no le molestaba que se refirieran a él como «el hijo de Hades» o que inmediatamente lo compararan con su padre.

Sin embargo, Nico creía firmemente que nadie debía pagar por los errores de sus progenitores, incluso si esos progenitores tenían más de tres mil años. Así que, si podía evitarlo, Nico prefería que lo conocieran a él primero, antes de que su herencia divina se volviera relevante en la conversación.

Afortunadamente, aparecer con una estatua de más de 120 metros de longitud en pleno campo de batalla era una garantía para que Will lo recordara en el futuro, sin que su primer pensamiento fuera "Oh sí, apareció el hijo de Hades". Aunque, bien visto, en su cerebro de médico, quizás la primera idea de Will había sido algo parecido a "Oh dioses, acaba de aparecer un idiota que va a matarse". De cualquier manera, era difícil de olvidar, y eso era lo importante.

No era que Nico le hubiera puesto mucha atención a Will anteriormente, eso tampoco. Conocía al hijo de Apolo, por supuesto, pero sólo porque la había visto un par de veces la primera vez que puso los pies en el Campamento Mestizo. Will sobresalía, sencillamente, y aunque no tuviera un título en el campamento romano, y aunque no hubiera viajado a las Tierras Antiguas, su mera presencia había sido suficiente para que Nico no pudiera olvidarlo.

Lo conoció justo el primer día en que ingresó al campamento, durante la fogata. No fue nada particular, ni mucho menos; Will sencillamente era otra cara desconocida en medio de un mar de extraños.

Un par de días más tarde, les tocó entrenar tiro con arco juntos, y Nico podía decir con toda sinceridad que esa había sido la primera vez que el rubio llamó su atención. Al inicio, fue sólo por la naturalidad con la que Will se dirigió a él, sin que le importara el hecho de que claramente no era un hijo de Hermes y aún no había sido reclamado por su padre divino. Poco tiempo después, lo que hizo a Will tan memorable fue el hecho de que… era un terrible arquero. Nico sabía, gracias a sus conocimientos sobre Mitomagia, que Apolo era el dios de la arquería, y todos los demás miembros de la cabaña de Will parecían disfrutar del deporte.

Por su parte, Will parecía nervioso, casi indeciso cuando su hermana, Karla o algo así, le pasó un arco. Su hermano mayor, Lee, le aseguró que todo estaría bien y que no tuviera miedo a equivocarse. Algunos de sus hermanos, a modo de broma, le silbaron y Will rió de forma un tanto inquieta.

Sinceramente, Nico acababa de disparar un arco por primera vez en su vida, ¿qué tan malo podría ser Will, después del pequeño desastre que había hecho Nico tratando de tensar siquiera el arco?

Aunque quizás Nico se había apresurado a juzgar positivamente al joven hijo de Apolo, porque tan pronto como Will comenzó a tensar el arco, todos sus hermanos tomaron un paso atrás. Y pronto Nico se dio cuenta de la razón, porque la flecha que Will disparó no se acercó siquiera a la diana. No, no, al contrario. Aparentemente, la puntería del joven no era la mejor, y su desafortunada flecha acabó clavada en el tronco del árbol de una fúrica ninfa. Will, por su parte, parecía más apenado con la muchacha que sorprendido por el mal resultado de su disparo.

No era extraño que los semidioses no mostraran todas las características de su padre divino, como Nico aprendería prontamente. Will, con manos cuidadosas que sabían cómo poner una inyección y una sonrisa capaz de tranquilizar a cualquiera, era el perfecto ejemplo de un hijo de Apolo que tenía el don de la medicina. Sencillamente, su habilidad en el área le venía como anillo al dedo, y eso era algo que todos sus hermanos conocían. Era igualmente claro que la arquería no era una de las características que había heredado de su padre.

Tampoco lo era la música o la poesía, y aunque eso no debería haber sido especial, a Nico, que no tenía un padre divino a quien compararse, le había parecido interesante.

Sin embargo, pronto la curiosidad de Nico por Will Solace se disolvió en nada, cuando algunos días más tarde un intenso dolor en el pecho sirvió de premonición acerca de la suerte que había corrido su hermana mayor. No tenía sentido ningún sentido que se preguntara acerca de ese extrovertido hijo de Apolo cuando él mismo no tenía a dónde ir.

Pronto, Nico también descubrió que tenía menos en común con su padre que el propio Will con Apolo.

—*—*—

Pasó más de un año antes de que Nico volviera a tener noticias de Will Solace. Para ser sincero, Nico casi se había olvidado de él. Casi.

Había muchas cosas que Nico intentaba olvidar, en un afán desesperado por detener esa línea de pensamiento que bajaba en un turbulento espiral hasta el reino de su padre, hasta donde se encontraba su hermana. A veces, Nico se esforzaba por ignorar el hecho de que Bianca ya no se contaba entre los vivos. En los días especialmente malos, llegaba incluso a tratar de convencerse de que ella estaba bien. Estaba con las Cazadoras y la tecnología nunca se les había dado bien a los semidioses. Ya recibiría noticias de ella, ya le llegaría una carta. Bianca estaba bien, estaba viva.

Nunca funcionaba lo suficiente como para que Nico pudiera deshacerse de ese helado sentimiento de soledad que le pesaba en el pecho. Y así, algunos días, Nico se aferraba a los últimos momentos despreocupados que había tenido, a ese amanecer en el campamento y entrenar casi de juego y observar a los campistas reír.

Era en esos días en los que la imagen de Will volvía torpemente a él.

Al final de cuentas Will, con una sonrisa que le iba de lado a lado de la cara y esa actitud relajada era la viva imagen de lo que el campamento quería representar. Esa paz, ese sentir que se volvía a casa aunque nunca se hubiera estado en dicho sitio, esa tranquilidad.

Era en esas noches de dormir en el Laberinto y de hablarle a las sombras con la esperanza de que alguien le respondiera, que Nico se permitía a sí mismo pensar en el hijo de Apolo, en ese muchacho que reía demasiado fuerte y que casi había parecido interesado en su estúpido juego de cartas. Era una tontería desear que alguien como Will, con tantos hermanos, con tanto que hacer el tiempo que las Moiras habían depositado en sus manos, se acordara de él, un chico que apenas había pasado algunos días que podían contarse con los dedos de una mano en el campamento.

Incluso así, a veces, cuando lo atormentaban las preguntas sin respuestas y casi creía ver rostros entre las sombras, Nico rogaba por que ese joven recordara su existencia.

Era una tontería, Nico lo sabía. Era pedirles demasiado a unos dioses que estaban más sordos de lo que Nico estaba dispuesto a admitir todavía. Parecía que seguía creyendo que las cosas podían resolverse tan fácilmente como en un juego de tablero, tan pronto encontrara la carta correcta.

Era un estúpido.

—*—*—

Cuando Nico finalmente se reencontró con el hijo de Apolo, las cosas iban bastante peor de lo que le hubiera gustado admitir. Plena Batalla de Manhattan, un baño de sangre en el que, desgraciadamente, Nico no podía detenerse a pensar. Hubo un momento en el que Nico se obligó a sí mismo a dejar de prestarle atención a las vidas que se apagaban a su alrededor como el tenue titilar de una vela.

Dolía demasiado, sencillamente.

Si se hubiera permitido pensar en lo que sucedía, Nico habría tenido que detenerse, habría sentido la devastación inundar su pecho, el desahucio anegar sus ojos. No era ni de cerca tan desolador como había sido sentir el hilo de Bianca mientras las Moiras lo cortaban antes de tiempo, pero era un dolor constante y persistente, como la mordedura de cientos de hormigas al mismo tiempo, una y otra y otra vez.

Ya era bastante malo escuchar los gritos resonar en el aire cargado de terror, ver los cuerpos inertes en las calles. No obstante, sentir el miedo de sus compañeros en la manera en la que Nico lo hubiera hecho si tan sólo hubiera bajado la guardia, si se hubiera permitido conocer a esas personas que súbitamente dejaban de existir, palpar tan de cerca la última respiración que se escapaba de entre labios que temblaban…

No, Nico di Angelo era alguien que permanecía fiel a sus promesas y a los compromisos que se echaba encima. Era por eso mismo que, años más tarde, aceptaría encargarse él mismo de revisar qué estaba ocurriendo con Tánatos; era por eso mismo que, años más tarde, aceptaría llevar la Atenea Partenos al Campamento Mestizo, a sabiendas de que su cuerpo se encontraba bastante deteriorado y que podía estarse jugando la vida en ese pequeño acto de altruismo.

Así que, durante la Batalla de Manhattan, Nico di Angelo se concentró en continuar invocando zombies. Podía hacer eso, podía distraer a los monstruos y a los semidioses que peleaban del lado de Cronos con cuerpos que eran más bien huesos y con adversarios que ni siquiera estaban vivos. Podía tratar de interponer a combatientes que habían perdido la vida hacía siglos entre los monstruos y esos jóvenes de quienes no conocía ni siquiera el nombre, pero cuyas muertes sentiría como puñaladas en el pecho.

Y ahí, en medio del caos, con una venda atada apresuradamente alrededor de su frente, se encontraba Will Solace. Nuevamente, Nico no tenía tiempo para desperdiciar enfocando su atención en un semidiós que a todas luces no se encontraba en un inminente peligro. Al contrario, independientemente de la herida que Will esa venda protegía, el hijo de Apolo parecía estar bien, al menos físicamente. Will, que de seguro ya era el encargado de la enfermería, se encontraba acuclillado junto a un muchacho con heridas mucho más graves.

Era estúpido, pensó Nico en ese momento, que recordara tan claramente el nombre de ese muchacho, cuando lo más probable era que el hijo de Apolo ni siquiera se acordara de su breve paso por el Campamento Mestizo.

Fue justo ese el día en que Will se convirtió en el líder de la cabaña 7, tras la trágica desaparición de su hermano mayor, Michael Yew. Nico no se enteró de la pérdida que los hijos de Apolo habían sufrido sino hasta después de la batalla, mientras los semidioses contaban a sus caídos, demasiado heridos y apesadumbrados como para celebrar su victoria.

Will, justo como Nico había supuesto, era el director de la enfermería, y por tanto era él quien se encargaba de las heridas más cruentas. Una parte de Nico, demasiado acostumbrado a buscar un motivo oculto en las acciones de los demás, estaba convencido de que Will prefería ser él quien atendiera los casos más severos en un intento desesperado y final por proteger a sus hermanos menores del rostro más despiadado de la guerra. Ya habían sufrido lo suficiente en la batalla, habían perdido demasiado, no tenía ningún sentido exponerlos a más dolor.

Un par de días más tarde, mientras se llevaban a cabo los funerales de los héroes que habían caído en la Batalla de Manhattan, Nico observó de lejos a Will Solace. Un poco de la luminiscencia del hijo de Apolo parecía haberse apagado, como era de esperar, pero los rescoldos de sus ojos brillaban únicamente por sus hermanos menores. Michael no había sido el único miembro de la cabaña 7 que había perdido la vida en aras de detener a Cronos, y en un lugar como el campamento, en donde todos estaban relacionados de una forma o de otra y el contacto diario prácticamente te obligaba a formar algún tipo de conexión con todos, la muerte de cualquier compañero, incluso si no era uno de tus medios hermanos, se sentía profundamente.

Por lo menos, eso le pareció a Nico mientras observaba las mortajas, de distintos colores y tamaños, arder entre las llamas del fuego eterno.

Y durante todo el día, mientras los cuerpos de incontables compañeros, pacientes, amigos, se disolvían en nada, Will Solace no derramó una sola lágrima. Al contrario, el nuevo líder de la cabaña 7, demasiado acostumbrado a anteponer las necesidades de los demás sobre las suyas, enfocó su atención en asegurarles a sus hermanos menores que todo estaría bien, en pedirles que comieran algo, en intentar ―fútilmente― de organizar la enfermería.

A lo largo de la jornada, Nico vio a Will sonreír de forma forzada una o dos veces. Era un intento desesperado por tratar de revestir ese día funesto con un aura de normalidad, pero, al menos para Nico, era bastante obvio que Will estaba tan destrozado por el desconsuelo como sus hermanos menores.

Después de todo, Nico también había perdido a su hermana mayor, y Will Solace, con todo y la seguridad que parecía irradiar, lucía igual de perdido que Nico tras la muerte de Bianca.

—*—*—

Durante los años siguientes, Nico apenas tuvo tiempo para pensar en Will Solace. De vez en cuando se lo encontraba en el campamento, cuando Nico se dirigía a la cabaña 13 o durante la cena. No era nada especial, por supuesto. Ambos se conocían de vista, así que se saludaban cortésmente, intercambiaban un par de vagas palabras y después continuaban con su vida.

A través de esos intercambios, Nico sabía que Will seguía al frente de la enfermería, por lo cual era frecuente que riñera con los hijos de Ares, demasiado imprudentes como para que les importaran las reglas básicas de supervivencia. No había mejorado como arquero, así que era Kayla quien se encargaba de entrenar a la cabaña de Apolo en ese aspecto. La poesía de Will tampoco había mostrado mejora alguna, y Nico había visto al pobre muchacho llevar a cuestas por lo menos cinco o seis instrumentos musicales distintos, en un intento por encontrar alguno con el que no fuera tan malo.

De igual forma, Nico se había enterado de que la cabaña 7 había iniciado un coro llamado "Los Acapolos". Él lo encontraba ridículo, pero Will parecía muy orgulloso de sus hermanos.

Era una tontería que Nico supiera todo eso de la cabaña de Apolo y, sin embargo, no pudiera recordar el nombre del líder de la cabaña de Hermes. Era poco común, quizás, pero no lo suficiente como para ser considerado extraño, ¿cierto? Además, si alguien le hubiera preguntado la razón de ese peculiar comportamiento, Nico hubiera respondido sencillamente que Will era el único semidiós en el campamento que se molestaba en mantenerlo informado de todo ―en verdad, de todo― lo que ocurría en su cabaña.

Y, era cierto, Nico apenas conversaba con Will. En realidad, era el hijo de Apolo quien hablaba, mientras que Nico sólo escuchaba ―atentamente, debía admitir―, lo que el rubio tenía que decir.

No, en definitiva, no era extraño en lo absoluto. Will Solace era un parlanchín, eso era todo.

—*—*—

Nico dejó de aparecerse con tanta frecuencia en el Campamento Mestizo poco después de que Percy desapareciera. Estaban ocurriendo cosas extrañas en el Inframundo, prueba de ello era el hecho de que Hazel Levesque, su hermana perdida, ahora formaba parte de la quinta cohorte del Campamento Júpiter.

El hijo de Hades no era conocido por ser una persona alegre u optimista; no tenía ninguna razón para serlo. Sin embargo, incluso él tenía un presentimiento mucho peor de lo normal. Lo que fuera que estuviera ocurriendo en el Inframundo sólo era el inicio de algo mucho, mucho peor.

—*—*—

Nico di Angelo no era alguien que celebrara cuando sus presentimientos resultaban ser acertados porque, como él estaba muy consciente, en general sus corazonadas resultaban ser bastante pesimistas. Hazel hubiera argumentado que no eran pesimistas, sino realistas, pero solamente su hermana menor era capaz de irradiar una seguridad tan firme cuando se trataba de él. Por supuesto, su opinión no era objetiva en lo absoluto, y ella era demasiado optimista como para darse cuenta de las miradas extrañas que los otros semidioses dirigían hacia su hermano cuando Nico apuntaba que las cosas siempre podían empeorar.

Así que no, Nico di Angelo era la última persona en el mundo, tanto de los vivos como el de los muertos, en vanagloriarse de haber tenido razón cuando las cosas fueron a peor y descubrieron que no sólo había algunas cosas extrañas sucediendo en el Inframundo, sino que Gea quería despertar para dominar al mundo.

Claro. No quería despertar para encargarse del papeleo de los millones de almas que Caronte acarreaba al Inframundo todos los días. No quería despertar para espantar a los faunos durante la cena en el Campamento Júpiter. No quería despertar para enseñarle a Will Solace a tocar la maldita flauta, no. Oh no, quería despertar para dominar al mundo. Por supuesto.

Y, por supuesto, Nico di Angelo se encontraba metido hasta el cuello en esa mierda de problemas. Lo había comprobado de nueva cuenta: las cosas siempre podían ir peor.

—*—*—

Sobraba decir que, durante el tiempo que duró esa travesía, Nico no tuvo tiempo para dedicárselo a los cerúleos orbes de Will ni a su risa contagiosa. Sobre todo no porque, si no conseguían detener a Gea, no habría ojos cerúleos ni risa contagiosa a la que volver a ver cuando regresara al campamento.

Ah, por supuesto, si no detenían a Gea, tampoco habría campamento al cual regresar.

Nico recordaba perfectamente la mirada perdida y desolada que había visto en el rostro de Will tras la Batalla de Manhattan. Era algo que no quería volver a ver nunca.

Así que cuando le preguntaron si podría ayudar a transportar a la Atenea Partenos a Nueva York, él aceptó sin pensar. La pretora y el sátiro probablemente no serían más que una carga, pero en ese momento, cada segundo contaba, así que, mientras más rápido comenzaran a viajar, más rápido entregarían la dichosa estatua y terminarían con la enemistad entre los dos campamentos de semidioses.

De verdad que cuando se ponían tercos…

—*—*—

Y, por supuesto, tan pronto regresó al campamento se encontró con Will Solace. Will Solace, vestido de esa manera tan ridícula, sin noción alguna de la existencia del camuflaje y esa aura de tranquilidad incluso durante la víspera de una guerra. Will Solace, por supuesto. Will Solace, con esos ojos refulgentes y esa sonrisa capaz de iluminar incluso el campo de batalla.

De verdad, que tenía que concentrarse y no pensar en estupideces, se dijo a sí mismo. El haber hecho entrega de la Atenea Partenos era sólo la mitad del trabajo. Faltaba hacer mucho más, antes de que pudieran declarar este nuevo indicio de guerra por concluido.

Nico di Angelo estaba tan confundido como todos, pero si sabía una cosa de manera definitiva, eso era que no podía distraerse pensando en el hijo de Apolo o escuchando cómo acababa de atender un parto. No, no, ni siquiera en un mundo paralelo en donde la inminente amenaza de Gea no existiera le hubiera gustado escuchar esa historia. No, no, había prioridades, y Nico di Angelo no era el tipo de persona que las descuidaba por una amena conversación.

Y, para que constara, la narración de un parto no era una amena conversación.

—*—*—

Fue después de la guerra que Nico pudo decir que finalmente conocía a Will Solace. Es decir, antes habían hablado de cuando en cuando, Will tenía la costumbre de compartir más de lo necesario. Sin embargo, después de la guerra, por órdenes del propio Solace Nico pasó más tiempo del que le hubiera gustado admitir en la enfermería del campamento.

Para ser honesto, Nico no había entrado a la enfermería antes de los proféticos tres días ahí que Will le había recetado.

Y, aunque no fuera a admitirlo en voz alta, Nico lo agradecía. Durante esos tres días, la enfermería estuvo frenética con gente que entraba y salía, con hijos de Apolo que contaban vendas y doblaban sábanas y reían. Con Will, que diariamente le robaba algunos minutos a su ocupada agenda para pasarse por la camilla de Nico y preguntarle cómo se sentía. Cualquier cosa, incluso si era Austin maldiciendo cada vez que Kayla le ordenaba hacer algo, era mejor que quedarse solo en la cabaña 13.

Por supuesto, Nico habría negado la tranquilidad que lo inundaba siempre que escuchaba la voz de Will cuando llegaba a la enfermería. Y, por supuesto, también se habría opuesto rotundamente a admitir que exhalaba un suspiro de alivio cuando oía a Will decirles a sus hermanos que regresaran a la cabaña, que él haría la guardia nocturna.

No era mucho, pero era suficiente como para que Nico aceptara darle otra oportunidad al Campamento Mestizo. No era mucho, pero era suficiente para que la idea de quedarse se materializara cada vez con más fuerza para el hijo de Hades.

—*—*—

Nico di Angelo no era un estúpido, aunque sabía que había tomado suficientes malas decisiones en su vida como para contradecir esa afirmación. No, no era un estúpido. Ni siquiera se refería a su habilidad como estratega o como guerrero en el campo de batalla, sino que hablaba en general.

No era un estúpido, y por eso mismo fue que Nico di Angelo no tardó en darse cuenta de que estaba ahogándose en los ojos azules de Will Solace. Maldita sea. Sólo eso faltaba, que terminara enamorándose de ese chico, que era un rayo de sol bajado a la tierra, de ese chico, que sonreía perpetuamente y que enviaba una corriente eléctrica por su espalda cuando se tocaban.

Para que constara, eso no era otra cosa que sus poderes contrarios al chocar, nada más. No era otra cosa, dijeran Piper y Jason lo que dijeran.

Hacía bastante tiempo que Nico había dejado ir cualquier pensamiento romántico ligado a Percy que hubiera podido tener. Sí, lo había querido, había quedado prendado de él como un niño de un tren a control remoto durante Navidad. Y eso, por supuesto, había sido una mala decisión, aunque Nico sabía que él en realidad nunca había tenido la "decisión" en sus manos. Oh no, claro que no. El encapricharse por Percy había sido algo que, sin más ni más, había sucedido. Sus sentimientos no le habían pedido permiso ni habían preguntado su opinión, y tampoco lo hacían ahora.

A decir verdad, si Nico hubiera podido controlar lo que sentía en el tiempo que había quedado rendido por Percy, no se habría enamorado de él en el primer lugar. No sólo porque era obvio que Percy nunca lo correspondería y porque, claramente, ese chico estaba fuera de su alcance, sino porque, sencillamente, había estado convencido de que era demasiado vergonzoso el que otro varón fuera quien hacía que se le acelerara el pulso. No, los dioses de ambos campamentos estaban de testigos de que, si él hubiera podido controlar sus sentimientos, Nico di Angelo habría preferido no enamorarse en lo absoluto que cometer una barbaridad al quedar prendado de otro hombre.

Sin embargo, hacía algunos años desde que aquello hubiera sucedido. Nico no podía deshacerse completamente de los pensamientos negativos que se agolpaban en su mente siempre que pensaba en su preferencia sexual, pero no estaba dispuesto a seguir ocultándolos. No estaba dispuesto a seguir ocultándose.

Así que, el día en que finalmente se encaró a sí mismo frente a un espejo y se obligó a reconocer que la manera en que la respiración se le entorpecía en la garganta cuando escuchaba a Will acercarse era indicativo de algo más profundo que una simple amistad, Nico sólo pudo encogerse de hombros. Quizás lo quería, no como había querido a Percy, pero quizás lo quería. Y quizás ―quizás― era hora de correr un riesgo como ese.

—*—*—

Fue casi diez meses después de la guerra que Nico finalmente decidió hacer algo respecto de sus sentimientos. Durante ese tiempo, el hijo de Hades había adquirido la costumbre de ayudar a los hijos de Apolo en la enfermería con cosas sencillas, como doblar sábanas y acomodar medicamentos. Jason no quitaba el dedo del renglón y juraba que lo hacía solamente para estar con Will. No era mentira que Will era una agradable remuneración, aunque Nico había estado en la enfermería multitud de veces sin que el capitán de la cabaña se encontrara ahí.

En realidad, Nico disfrutaba del trabajo ahí. No lo habría dicho en voz alta, mucho menos se lo habría dicho a Jason, pero consideraba ese ofrecimiento de ayuda como una especie de "pago" para los hijos de Apolo, en general. La enfermería había sido un lugar de tranquilidad para él después de la guerra, así que lo menos que podía hacer era devolver el favor y doblar algunos vendas, no le costaba nada. Además, los chicos de Apolo definitivamente sabían cómo divertirse y, aunque pareciera que no, tenían mejores chismes que compartir que los propios hermanos de Piper.

Fue durante uno de esos días que Nico tomó una decisión que, a decir verdad, no estaba muy seguro de su había sido una de sus buenas decisiones, o una de las desastrosas. A decir verdad, no había tomado esa decisión tanto como la había improvisado. Sí, había pensado en hacer eso multitud de ocasiones, pero nunca había desarrollado un plan para hacerlo. Nico no era alguien que improvisara, él era un estratega, una persona calculadora y meticulosa en lo que hacía.

A menos, claro, que eso incluyera al radiante capitán de la cabaña 7, en cuyo caso era un estúpido.

Así que un día, mientras cortaban y guardaban vendas sentados al borde una de las camillas, Nico cometió la estupidez de distraerse mirando el hoyuelo que se le formaba a Will en la mejilla derecha.

―¿Qué? ―preguntó el rubio, extrañado.

―No, nada, qué va ―se apresuró a contestar Nico. Pero no era nada, él sabía que no era nada, y Will lo sabía también. Nico no tenía idea de dónde le había salido la fuerza de voluntad, pero sin previo aviso ―tanto para el hijo de Apolo como para él―, se inclinó hacia adelante, colocando sus labios sobre los de Will.

La reacción del otro joven fue inmediata: tan pronto sus labios se juntaron, el cuerpo de Will se congeló. Durante tres breves instantes pareció que correspondería el beso, pero finalmente se separó de Nico.

―Nico, ¿qué…?

―Maldita sea, yo… Lo siento, pensé… creí que… ―y no sabía vocalizarlo, pero durante ese momento en el que tomó la que bien podía ser la más desastrosa de sus decisiones había creído que Will… que Will lo correspondía, de alguna forma.

―No, no es eso, yo… No es que no… no es que no te quiera ―Will se apresuró a decir, tropezando con sus propias palabras―. No es eso, es sólo que no… no…

―Oh ―se le escapó a Nico―. Oh. Yo… lo entiendo. Claro que lo entiendo.

Y lo hacía, qué diablos, por supuesto que lo entendía. Will estaba asustado. Estaba claro como la luz de Eos en el cielo. Will tenía miedo. Faltaba más, Nico habría reconocido esa mirada apesadumbrada y frenética en cualquier lugar; la había visto demasiadas veces en el espejo como para no reconocerla.

―Lo siento, Nico… ―murmuró Will, que de pronto parecía apenado y dolido―. Lo siento mucho.

―No, por favor, no es conmigo con quien tienes que disculparte ―replicó Nico de inmediato. Tras pensarlo un instante, tomó una de las manos de Will y la apretó cuidadosamente; Will no la retiró―. Escucha, lo entiendo, yo… sé que puede ser difícil.

―Perdóname, Nico.

―No, está bien ―insistió el hijo de Hades―. Si no quieres que vuelva a mencionarlo, no lo haré, no hay ningún problema. No temas que yo… que vaya a decirle a alguien lo que pasó o que diga algo indiscreto.

―No es eso, Nico, no es eso.

―Lo entiendo, Will, te lo prometo ―reiteró―, pero no puedo volver a meterme al clóset, ni siquiera por ti. Así que… te estaré esperando cuando estés listo, si es eso lo que quieres.

―Perdóname ―repitió el hijo de Apolo pesadamente. Había desviado el rostro para que Nico no pudiera verlo y sus hombros estaban encorvados.

―No, no te preocupes por mí ―replicó el joven, apretando nuevamente la mano de Will mientras se ponía de pie―. Creo que eres una persona increíble. Eres amable y tienes un corazón como para acoger al campamento entero. Mereces ser feliz, Will, con quien sea que te haga feliz, pero no puedes vivir tu vida intentando complacer a alguien más.

―Nico…

―El miércoles me toca entrenar a tus hermanos en lucha con espada ―Nico se encogió de hombros, ofreciéndole a Will una sonrisa minúscula pero genuina―. Hasta entonces.

Y no, el nudo que Nico llevaba en el pecho no era por él. Le temblaban las manos, pero no se sentía mal por sí mismo. Todo lo que había dicho, cada sílaba que había salido de sus labios había sido sincera. Entendía perfectamente lo que Will sentía en ese momento, el miedo, la incertidumbre, la duda que le susurraba incoherencias y le arrebataba la tranquilidad. Lo entendía, de verdad.

Tanto, que sabía perfectamente que el único capaz de hacer callar esa insistente y molesta voz era el propio Will.

Nico había sido sincero hasta la última de sus palabras. No iba a regresar al clóset sólo por los ojos azules de Will Solace, no podía hacer eso. Pero podía esperarlo, podía darle a Will el espacio que necesitaba para aceptarse a sí mismo y reunir fuerza. Los dioses sabían que él había necesitado de bastante tiempo para aceptar lo innegable.

Podía darle eso a Will Solace.


Sí, ya sé, ya sé, ¿qué clase de final es ése? Les diré la verdad, dos días antes del cumpleaños de mi hermana me di cuenta de que para la escena que quería al final de esta historia necesitaba que estuviera desde el POV de Will, y no sabía cómo arreglar el hecho de que tenía doce páginas escritas desde el POV de Nico. Al final, me di cuenta de que esto ya era demasiado largo de todas maneras y decidí dividir la historia en dos capítulos.

De hecho, otra prueba de que no sé manejar mi tiempo es el hecho de que sólo tuve el primer capítulo listo para el cumpleaños de mi hermana. En realidad, el segundo ya estaba escrito, pero me faltaba editar, y la edición es algo muy importante. Así que, en realidad, todos deberíamos agradecerle a mi hermana, que fue paciente durante más de una semana mientras editaba el segundo capítulo y que, por lo tanto, esperó mucho más que ustedes para saber qué pasaba con Nico y Will.

Publicaré el siguiente capítulo en un momento, así que no se preocupen.

Por cierto, antes de que se me olviden, hago uso de este medio para recordarles que la Super Semana Solangelo 2018 está planeada para el mes de noviembre, comenzando a partir del 11 y hasta el 17. Por favor, pásense por mi cuenta de Facebook (Karen Hikari, justo como aquí) o dejen sus comentarios aquí si tienen alguna duda al respecto.

Sin más por el momento... ¡nos leemos pronto!