Benjamin miró a los ojos de Daisy, sabiendo lo que ocurriría y recordando todo aquello que los unió de una forma única y maravillosa, pues a pesar de que él las había abandonado, al amor de su vida y a su hija, ella seguía a su lado, cuidándole, viviendo con él el que sería su último segundo.
Por su mente pasaron todas las etapas de su vida, esas que vivió de una forma tan peculiar, sumergiéndose por unos momentos en su pasado, mientras se bañaba en aquellos azules ojos de la mujer a la que amó, amaba y amaría.
Y, dentro de sí, sonrió, pues su vida siempre había sido particular y sin oportunidad de descanso. Pero ahí se hallaba eso que siempre había permanecido en su interior con la misma intensidad con la que apareció, sin ninguna alteración en el tiempo de su vieja juventud y su joven vejez, pues los sentimientos que albergaba eran tan puros y tan fuertes que sabía, con toda certeza, que nunca lo abandonarían, y esperaba que ella lo supiera.
Mantuvo su mirada y esperó que Daisy se diera cuenta de todo; esperó que pensara en él siempre que pudiera, que viviera hasta el último momento sin pensar en que nada es para siempre, por muy triste que resultara, que nunca es demasiado tarde o demasiado pronto, que amarla sí mereció la pena, que la quería.
Así, con la mirada posada en ella, cerro los ojos para permitir su sueño eterno.
"Buenas noches, Daisy."
