La idea de este fic salió en conjunto con MewIchigoandKisshu, hace un par de años, pero nunca concretamos la historia. Este año me plantee reescribirla y esta es mi versión, espero que les guste!


Capitulo 1: Louise

Louise Françoise le Blanc de la Vallière nunca había sido especialmente afectuosa. Al menos no que ella recordara. Quizás en algún momento cuando era muy pequeña, se había mostrado cariñosa, pero si el recuerdo existía, definitivamente estaba enterrado muy profundamente en su memoria, y le era imposible acceder a él ahora.

Siendo la menor de 3 hermanas, uno podría pensar que Louise habría sido terriblemente malcriada y bañada en afecto, pero la verdad es que no fue así. Su hermana más grande se había encargado personalmente de criarla como a un soldado mientras vivían en la misma casa, y el régimen no había sido nada menos que intenso y exigente. Louise había sido muy pequeña en aquel momento como para siquiera considerar rebelarse, y antes de darse cuenta, fue instruida en dos sencillas reglas que definirían su actitud hacia el mundo, para bien o para mal.

Primero: la ley de la supervivencia. Su hermana no creía en endulzar los hechos básicos de la vida, por lo que no dudó en enseñarle a Louise como en el mundo de la magia y el poder, solo el individuo más fuerte sobrevive. De la misma forma en que un león devora a la presa más débil para conseguir su alimento, las personas pelean unas contra otras para asegurar su estatus. No había excepciones a esta regla, y en esta lucha de poder que había comenzado en el principio de los tiempos, Louise fue enseñada que un escalón menos que la cima siempre es un fracaso.

Segundo: toda persona sea cercana o lejana, en algún momento sería propensa a traicionarla. Le dijo muy claramente que las personas tienen sus objetivos, y que muchas veces no escatiman en tonterías como el sentimentalismo para cumplir sus metas, sean estas nobles, o completamente malignas. En un mundo duro y cruel, en que el honor usualmente termina en un segundo plano, Louise aprendió a cuidarse las espaldas, y a no confiar del todo en las personas que la rodean.

Con estas crudas leyes de la vida, Louise creció con la idea de que tenía que estar probando su valor a los demás todo el tiempo, que la gente intentaría pisotearla y tirarla fuera de la carrera hacia la excelencia, pero que ella no se podría quedar atrás o sería una ofensa hacia su largo linaje en la nobleza. Después de todo, su familia le dejó muy claro que tenía una alta reputación para mantener.

Louise quería pensar que su hermana estaba orgullosa de ella, de su pequeño soldadito firme e inamovible, que se había aprendido a la perfección las reglas que le habían enseñado, y que había adaptado por completo su vida a ellas. Quería pensar que era digna de recibir el respeto de alguien que no lo otorgaba con facilidad, y día a día se esforzaba a sí misma por mantener el titulo que tanto le había costado conseguir. Quería pensar que se había convertido en la visión que su hermana tenía de su potencial.

Pero muy en el fondo, Louise sabía que sus esfuerzos no eran suficientes, y el solo pensamiento de ello, era como tener una constricción dentro de su pecho que no la dejaba respirar tranquila.

No era ninguna perfección andante en cuanto a lo que la magia se refiere, y sin embargo no era aquello lo que la dejaba despierta por las noches. Ni tampoco su actitud hacia sus compañeros de clase, con quienes casi no tenía ninguna relación de amistad. Era el hecho de que su indiferencia, la que le permitía continuar con la frente en alto a pesar de fallar en tantas áreas, estaba empezando a transparentarse, y mostrar por debajo su verdadero y feo ser: una niña poco confiada en sus habilidades, y con miedo a fallar. Una chica común y corriente, nada especial.

Louise sintió sus manos comenzar a temblar de forma gradual, cosa que sucedía cada vez que se ponía muy nerviosa de repente. Se abrazó a sí misma, intentando parar el terremoto que parecía haber comenzado en su interior, y respiró hondo para hacer entrar aire a sus pulmones.

Cálmate, Louise, se dijo a sí misma.

No sabía desde cuando ocurrían aquellos episodios de pánico, pero los odiaba como nunca había odiado nada en la vida. Eran momentos esporádicos de debilidad, en que su cuerpo la traicionaba, y de repente ya no estaba en control ni siquiera de sí misma. Por fortuna, jamás le había sucedido en público, cosa que agradecía completamente porque sabía como los demás se burlarían si la vieran actuando de una forma tan patetica. Un solo vistazo a su cuerpo tembloroso y su expresión asustada, y Louise sabía que apodos más crueles que "Zero" la perseguirían por el resto de su vida.

Podía ser triste, pero aquella era su visión de las personas, y en consecuencia, para intentar protegerse, Louise creó una muralla mental alrededor de sí misma, tan dura y maciza, que nunca nadie había sido capaz de penetrarla.

Nadie hasta la llegada de Saito.

Louise se sintió a sí misma temblar más violentamente y se abrazó aún más fuerte. Supuso que le quedarían marcas en los brazos de sus propias manos sosteniéndose, pero no le importó, solo quería que el momento pasara. Se dejó caer contra la silla en la que estaba sentada, e intentó enumerarse todos los hechizos que se sabía. La tarea era tediosa y complicada, pero la distrajo lo suficiente como para por fin dejar de temblar.

Louise respiró hondo, y lentamente, sin querer forzarse demasiado, se soltó a sí misma y tomó el peine, el cual utilizó para pasárselo por las hebras rosadas con suavidad, más por el hecho de dejar ocupadas sus manos, que por arreglar su cabello.

De repente notó a través del espejo frente a ella, como sus mejillas estaban teñidas de rojo e intentó convencerse a sí mismas de que el sonrojo era a base del calor en la habitación. Nada que ver con cierto chico de pelo oscuro y ojos azules, que había invadido sus pensamientos hacía cosa de unos segundos. Para nada.

Ni que tuviera tiempo de sobra para pensar en un estúpido e inservible familiar, pensó Louise. Sin embargo, el chico volvía a su cabeza como un molesto mosquito en la oscuridad, y la hizo enojar hasta tal punto de que tuvo ganas de golpear algo. Comenzó a peinarse cada vez más rápido y con fuerza innecesaria.

Parecía que el maldito familiar se manejaba para acabar con su concentración sin ni siquiera estar presente, y aquella era una habilidad que nadie debería tener sobre otra persona.

Louise se imaginaba su mente como una muy ordenada y pulcra oficina, llena de cajones con carpetas y archivos perfectamente ordenados para la facilidad de buscar recuerdos y pensamientos que necesitara en cada momento del día. También se imaginaba a ella misma, acomodando y ordenando esos archivos para que no terminaran en cualquier sitio y en una situación no correspondida. Tenía el completo control de sí misma para actuar y hablar de la forma en que fuera necesaria frente a los demás, y estaba orgullosa de ello.

Al menos hasta el momento en que de repente todos los cajones salían volando por los aires y los archivos se entremezclaban entre sí y la mente de Louise terminaba como un embrollo. Esos momentos en que Saito aparecía por su cabeza y Louise ya no podía mantener el orden, haciendo que hablara y actuara de una manera que avergonzaría a su familia sin lugar a dudas.

Al principio no había actuado así, tan torpe y estúpida, pero después de aquel beso en el destrozado dragón (que Saito se enfrascaba en llamar "avión"), de alguna forma Louise se había ablandado, y de repente encontró que los ladrillos en su muralla ya no eran tan firmes como lo habían sido alguna vez. Ahora había rajaduras, las cuales la hacían susceptible a la presencia del chico, y causaban que su comportamiento fuera nada más ni nada menos que el de una plebeya, no la dama de alta alcurnia que la habían educado a ser. Y si no tenía cuidado, antes de que se diera cuenta, Saito tiraría abajo toda la edificación.

Cosa que absolutamente ella no permitiría que pasara. A Louise le gustaba su muralla como estaba, alta y fuerte, resistente ante comentarios ofensivos hacia su poca habilidad para la magia, o su figura de niña. Era la mejor forma que había encontrado para mantener al mundo alejado, y no quería ni pensar que podría llegar a pasar si solo un pequeño ladrillo se saliera de sitio.

No, su muralla estaba bien como estaba, y Saito tenía un sitio perfecto: fuera de ella. Así habían sido las cosas siempre, y así se seguirían manteniendo. Louise se aseguraría de que así fuera.

La puerta se abrió de golpe y Saito entró como una exhalación a su habitación. Louise enrojeció aún más que antes y se arrojó el pelo hacia adelante en un intento por esconder la expresión de su cara.

Soy absolutamente ridícula.

- Que suerte, creí que ya te habías ido – dijo él mientras suspiraba y se desplomaba en la cama.

Por un momento, el corazón de Louise cantó dentro de su pecho al pensar que Saito la había buscado con tanta desesperación. Solo por un segundo…antes de que ella frenara el traqueteo y empezara a pensar de forma lógica.

Ella le había pedido…no, exigido, que viniera a tiempo después de bañarse y desayunar. Pensándolo de forma racional, la reacción de Saito tenía que ser basada en el miedo que le daba el posible castigo que Louise le impartiría por su tardanza, y no en la alegría de verla por la mañana. Enseguida quiso recriminarse por su estupidez.

- Estas a tiempo – contestó ella, con la voz tan controlada como pudo – terminaré de peinarme y podremos irnos.

- ¿Ir adonde? ¿Es dentro de la escuela?

Louise se echó el largo cabello rosado hacia atrás y dejó el peine sobre la mesa. A través del espejo vio los ojos azules de Saito mirándola y una sonrisa amable que por poco le quita el aliento.

Se le pasó por la cabeza que Saito por poco había llegado a tiempo para presenciar en vivo y directo su ataque de pánico, y no quiso ni imaginarse que le hubiera dicho él entonces. Probablemente se habría reído de ver a la siempre orgullosa y firme Louise hecha un mar de nervios. El pensamiento fue tan doloroso, que por poco se puso a temblar otra vez, y en un intento por enmascarar su nerviosismo, gritó más fuerte que el torbellino en su interior:

- Es un examen, ¡¿Cómo voy a saber dónde va a ser?! ¡Tú sí que puedes preguntar cosas estúpidas!

Saito no se inmutó, simplemente suspiró y concentró la vista en sus zapatos, como si ya estuviera acostumbrado a sus berrinches. Louise lo vio a través del espejo y quiso golpearse a sí misma por su rudeza, pero al menos logró calmarse nuevamente, y se puso a colocarse cintas en el pelo.

La verdad es que no tenía necesidad ni ganas de ser tan cruel en ese momento. Había incontables veces en que su familiar se merecía un grito o dos de su parte, Louise no lo negaba. Pero había también momentos en los cuales Saito solamente hacía una pequeña pregunta o un gesto, y ella de repente explotaba como si se hubiera erupcionado un volcán en su interior. Y ella odiaba esos momentos, la hacían sentirse culpable y estúpida.

Y no me tendría que sentir así por un familiar, él para mí no es más que…

Pero no fue capaz de terminar la frase ni en la seguridad de su propia mente. Louise tiró las cintas sobrantes en el estante y se levantó de golpe.

- ¿Louise? ¿Está todo bien?

Ella se dio vuelta y lo enfrentó como si fuera su enemigo más grande y no el chico por el que su corazón cantaba.

- ¿Cómo voy a estar bien cuando tú me pones de los nervios? Intenta ser menos molesto, ¿quieres?

Saito puso una cara confundida y miró atrás de sí, esperando que hubiera alguien más a su espalda que se mereciera la regañada.

Estas actuando como una estúpida, se dijo a sí misma. Y mierda, no podía refutar a la voz de la razón en su cabeza. Él no había hecho nada malo, y ambos lo sabían, pero ella era demasiado orgullosa como para retractarse, así que no lo haría. Y no lo hizo.

- No me hagas perder más tiempo, tenemos que irnos – dijo ella mientras se daba la vuelta y salía de la habitación.

Sin embargo, por todas las veces que Saito había cerrado la boca y soportado los comentarios despectivos de su ama, aquella vez no se mantuvo callado, y fue toda una sorpresa para Louise.

- Eres tú la que está tardando con falsas acusaciones, no me culpes a mí.

Louise se detuvo y Saito siguió caminando hasta salir de la habitación, y bajar por la escalera. Mientras tanto ella lo miraba boquiabierta e intentaba no darse cabezazos contra la puerta.

Su muralla quizás la mantuviera alerta y a salvo…pero era una mierda estar tan sola en su interior.


Capitulo 1: Saito

Saito pensaba ignorar los comentarios despectivos de Louise, como muchas veces hacía cuando a ella le daban esos berrinches típicos de niña rica sin razón aparente. Al fin y al cabo, la conocía hacía relativamente bastante tiempo, sabía que su humor podía cambiar completamente de un segundo al otro, y era propensa a los arranques tempestuosos. Sus gritos u órdenes no eran ninguna novedad en su día a día, y quería pensar que había convivido lo suficiente con ella como para pasarlos por alto sin que le afectaran, o al menos evitarlos para ahorrarse un mal rato.

Eran muy pocas las veces en que le respondía a Lousie, y sabía que era una actitud un tanto patética de su parte, dejarse pisotear de esa manera, pero con el tiempo se había acostumbrado hasta el punto en que casi no le importaba. Había aprendido que era infinitamente más sencillo darle la razón a la chica, que llevarle continuamente la contraria, y arriesgarse a ser castigado mediante un hechizo mágico que ella no sabía manejar bien todavía. Aquello aspiraba a evitar a toda costa.

Suponía que si lo intentaba con esmero, podría ganar un par de discusiones, pero la verdad es que Saito no estaba seguro de que ganar valiera la pena, cuando involucraba devolver los gritos. Jamás se lo admitiría a Louise, pero no le gustaba discutir con ella, cuando había tantas otras cosas dulces que deseaba decirle. Y escuchar también.

Sí, Saito hacía lo posible por controlar sus reacciones, y ponerse en el lado bueno de Louise. Había tratado de concentrarse en ese cabello rosado mientras se lo ataba con cintas frente al espejo, o en ese cuerpo menudo y grácil bajo el uniforme de la escuela. Había muchos aspectos de Lousie que conseguían distraerlo y hacerle olvidar su enojo…pero la paciencia tenía un límite.

Aquel no era el primer arrebato sin sentido de la chica, y bien sabía él que no sería el último, pero le molestaban a reventar…más que nada por el hecho de que le gustaba la chica con locura. Y eso simplemente no tenía sentido.

Desde que había aterrizado en este mundo extraño y ella le había clavado un beso en los primeros tres minutos de conocerse, Saito había caído bajo su embrujo, como una presa ante un depredador. Siendo un adolescente en plena etapa de crecimiento y con las hormonas a toda marcha dentro de su cuerpo, su reacción no le había parecido extraña en absoluto. Sin embargo, había pensado que sus sentimientos no eran más que fugaces, y que con el tiempo se evaporarían cuando encontrara una chica nueva que lo embrujara en lugar de ella.

Pero por más chicas hermosas y agradables que había conocido en su nueva escuela, por ninguna se había sentido lo suficiente distraído como con Louise. Parecía que con aquel primer beso, más que cerrar un contrato antiguo como el tiempo, la chica se había llevado con ella la capacidad de pensar de Saito, y lo había dejado como un completo inútil. Lo había robado de su buen juicio.

Saito había intentado desprenderse del hechizo que Louise le había arrojado, y día tras día le había costado una infinidad intentar salir de él, hasta que un día simplemente dejó de intentarlo, y pasó a querer entenderlo. Le cayó como una sorpresa, ya que nunca se había imaginado a si mismo enamorándose de una chica como Louise.

Las chicas que le gustaban por lo general eran más altas, de cabello negro y pechos grandes. Le atraían las piernas largas y las sonrisas cautivadoras, especialmente si iban dirigidas hacia su persona, chicas como Siesta. Pero Louise no era ninguna de estas cosas, y a Saito lo cautivaba más que a ninguna otra chica que hubiera conocido nunca.

Le cautivaba aquel cabello sedoso y largo, y aquel frágil cuerpo bajo el uniforme escolar. La admiraba por mantenerse firme cuando la llamaban Zero, y que perseverara en vez de llorar cuando algo no le salía bien. Pero más que nada (y esta razón era bastante extraña), a Saito le interesaba que Louise no le diera ni la hora.

Jamás se había considerado a sí mismo como alguien muy inteligente, pero el enamorarse de una chica, por el simple hecho de que esta mostrara absolutamente ningún interés en él… lo hacía darse cuenta de que tan alto era su grado de estupidez. Si Louise se estaba haciendo la difícil, o si realmente no se sentía atraída por él en absoluto, a Saito le daba lo mismo, porque el hecho de que fuera terriblemente orgullosa y aparentemente inalcanzable, lo volvía loco. No quería más que sacarle una sonrisa del rostro, o añadirle un sonrojo a su cara.

Si es que eso es remotamente posible, pensó.

El día que viera a Louise sonrojándose por un comentario o una mirada suya, era el día en que tiraría su sentido común por la ventana, y la besaría hasta que a ambos les quedaran los labios magullados. Ese día sería dulce.

De repente una mano pequeña lo agarró de la manga y lo hizo detenerse. Al mirar hacia abajo vio la cara roja y furiosa de Louise, y supo sin lugar a dudas, de que aquella era su mirada previa a entregar un castigo. Saito no tardó en darse cuenta de que se había metido a sí mismo en un gran lío, y se maldijo por no cerrar su gran bocota.

- Como vuelvas a hablarme así, te pondré una cola de perro y te pasearé por la escuela con correa – le dijo ella entre dientes apretados.

Saito frunció el ceño y se soltó de su agarre. Le enojaba que se pusiera tan autoritaria, cuando él todo el tiempo intentaba ser comprensivo y paciente. ¿Por qué diablos se esforzaba tanto? Ella claramente no veía o no le importaba en absoluto su esfuerzo. ¿Quién se creía que era para tratarlo de aquella forma?

Saito sabía que algunas veces podía comportarse de forma estúpida y ella tener razones para enojarse, pero últimamente parecía que la chica explotaba por cualquier razón. ¡Nada más entrar en una habitación o desearle los buenos días le ganaba algún golpe o un grito de su parte! Y ya estaba harto.

Cuidado, Louise, pensó para sus adentros, un perro es fiel hasta que lo traicionan.

Por más que la chica le gustara, odiaba su relación actual con ella, y estaba dispuesto a mejorarla, pero no si ella estaba enfrascada en torturarlo constantemente. Saito no sabía qué diablos había hecho para ponerse en el lado malo de la chica, pero se le estaba haciendo muy difícil salir de él, y se le estaban agotando las energías.

Saito quería ir con Louise de la mano por la escuela, quedarse despierto hasta tarde hablando divertidamente con ella, abrazarla inesperadamente y besarla sin que aquello le ganara una reprimenda. Quería muchos recuerdos dulces con Louise, pero la chica parecía estar muy lejos de permitirle ninguna de aquellas cosas. Ahora mismo lo miraba con un odio casi palpable, intentando quebrarlo ante su amenaza. Cualquier otro día, Saito habría desistido porque no quería recibir un castigo.

Pero aquel día, sin embargo, quería encararla de frente.

- Me gustaría verte intentarlo – le contestó él, cruzándose de brazos y mostrando una confianza que no sentía.

Ella abrió los ojos sorprendida, cerró sus manos en puños, y pareció lista para saltarle y atacarlo…pero no sacó su varita.

- ¿Te crees muy listo, no? – preguntó ella entre dientes apretados – sabes que te necesito de una pieza para mi condenado examen.

Saito se sintió aliviado, y trató de no pensar en cómo su corazón se había saltado un latido al escuchar que la chica lo necesitaba. Era agradable que ella requiriera de su ayuda para variar, y por poco le aparece una sonrisa de alegría en la cara.

Pero se contuvo, porque sabía que Louise pensaría que se estaba burlando de ella o regodeándose, y no quería tentar su suerte con respecto al castigo. La verdad es que le daba muchísimo miedo cuando Louise se preparaba para lanzar un conjuro. El nombre "Zero" estaba bastante bien justificado, y si ella intentaba ponerle una cola de perro, lo más probable es que terminara matándolo.

Pero ella no se atrevería, se dijo. Al fin y al cabo, Saito era su familiar, y sabía que cumplía un propósito estando con vida.

- Lo sé – dijo él – y me alegro de que así sea.

Louise tomó aliento como si acabara de ser ofendida y cerró los puños con fuerza. De repente ella estiró el brazo y le dio un pellizco que hizo saltar a Saito, a lo cual ella sonrió maliciosamente.

- A los perros hay que enseñarles a golpes, si no, no aprenden – dijo con aquella voz de princesa orgullosa, y sin una sola mirada en su dirección se alejó por el pasillo.

Por milésima vez Saito se encontró humillado solo y dolorido, preguntándose a si mismo porque maldita razón su corazón había echado raíces en una chica tan testaruda y altanera como Louise. Y por milésima vez no encontró una respuesta. Él suponía que los sentimientos no tienen que entenderse, se tienen que sentir y ya. Pero era difícil cuando la chica de la que estaba enamorado no solo nunca lo miraría de esa forma, sino que lo trataba como una subespecie. Era duro, y Saito no sabía cuánto tiempo más podría aguantarlo antes de explotar.

A veces se encontraba a sí mismo preguntándose si no habría sido mejor utilizar el avión para volver a su mundo. En el momento creía que había elegido la mejor opción, teniendo en cuenta sus sentimientos por Louise y las amistades que había conocido en aquel reino de la magia. Había creído que estaba en paz con su decisión, y que podía dejar la duda atrás, pero a veces, en los momentos en que Louise lo exasperaba, silenciosamente pensaba que podría estar viviendo en otro sitio. Sin sufrir así.

Eran pensamientos un tanto tristes, e intentaba evitarlos en la medida de lo posible, porque de todos modos, ya no había vuelta atrás. Cuando Saito eligió a Louise y su mundo, perdió toda oportunidad de volver a su hogar. Solo esperaba que nunca llegara al punto de arrepentirse completamente de su decisión.

Saito caminó por el pasillo, intentando no pensar que estaba siguiendo a Louise como un perrito faldero. Para distraerse se concentró en aquella falda corta que se ondeaba frente a él, y al imaginarse la visión que debía haber debajo, se sintió mejor.

Muchas veces Saito fantaseaba sobre lo que haría si Louise fuera suya. Probablemente la besaría en medio de una de sus ridículas discusiones, la haría callar enseguida y la tiraría sobre la cama. Se imaginaba a si mismo haciendo que la gran y fuerte Louise perdiera el aliento bajo sus manos, y que dijera su nombre en dulces susurros. Tenía incontables fantasías… pero era lo bastante inteligente como para saber que ninguna de ellas se haría realidad. Ella nunca permitiría que se acercara tanto. Desafortunadamente.

Louise se detuvo junto a un cartel sobre la pared y leyó durante unos instantes.

- Es por aquí – dijo Louise, y abrió una puerta a su izquierda.

- Terminemos con esto – dijo él por lo bajo.

Sin responder, Louise se encaminó por la puerta, y Saito, luego de respirar hondo, la siguió, notando como un dolor de cabeza se asentaba detrás de sus ojos. Se masajeó el puente de la nariz como si aquello lo pudiera hacer parar.

Había estado contento en cuanto Louise le había pedido (o mas bien exigido, pero ¿quién se fija en la gramática?) que la ayudara en su examen, había estado feliz de poder ayudar. Pero ya no estaba tan seguro. Este era uno de esos días de Louise, uno de esos días en que le gritaría por nada, y para su mala suerte, aún quedaban muchas horas por delante.