Holaaaa...
Bueno, para empezar la historia no es mia. Esto es solo una adaptacion de un libro de la escritora Lora Leigh.
Me estaba volviendo loca el querer subirla, siempre quise hacer algo asi, pero por una u otra cosa nunca lo hice; asi que aqui esta mi primer intento de que a otros les guste esta maravillosa autora.
Declamier: Naruto no me pertenece, ni ninguno de los personajes presentados en esta historia.
Resumen
Sasuke podía sentir que temblaba internamente, por una necesidad, un hambre que no podía controlar, que no deseaba controlar, y que crecía dentro de él.
Hinata.
Sólo su nombre invocaba el poder de debilitar sus rodillas, con fuerza, haciéndole querer creer en milagros y alcanzarlos.
El muchacho dentro de él que alguna vez había gritado en la oscuridad del bosque, aullando de furia por la soledad y el dolor que se mezclaban en su cuerpo, ahora aullaba con esperanza.
Porque Hinata estaba aquí. Por un cortísimo tiempo en un desierto extranjero, en una tierra hostil, Sasuke había conocido la paz. Una noche, tan lejana que parecía un sueño, él la había abrazado y había sabido que le pertenecía. Sin importar lo que hubiera sucedido, sin importar a donde la vida los llevara, él había encontrado la única persona que era solamente suya.
Hinata.
Prólogo 1
Irak
Cinco Años Atrás
—Putita americana. —El puntapié está vez fue más fuerte, impactando en la sensible carne del estómago de Hinata, dejándola sin respiración y provocándole un grito atormentado a través de la pequeña celda a la que había sido arrojada.
Su grito. Sabía que era su grito, estrangulado y agonizante, pero ya no le sonaba familiar. La realidad se había desvanecido el día anterior, y todavía no había vuelto.
Había sido sacada a rastras de su coche a las afueras de Bagdad, le habían vendado los ojos y empujado dentro de una furgoneta. Y eso había sido un paseo por el parque comparado con las horas posteriores.
—Puta, ¿no sería mucho más fácil, simplemente darnos lo que necesitamos? —El cañón de una pistola le acarició la mejilla—. Entonces morirías. Rápidamente. No habría más dolor. ¿No estaría bien? No más pinzas sujetas a las partes sensibles de tu cuerpo. No más descargas. No más puntapiés. Todo lo que necesitas hacer es decirnos quién se puso en contacto contigo. Dinos la información que tienen.
La voz era un insidioso susurro dentro de su cabeza mientras estaba llorando. Curvada sobre sí misma y sacudiéndose en sollozos.
Oh Dios, por favor no les dejes hacerle más daño. Podía sentir las magulladuras por todo su cuerpo, la hinchazón y el dolor en sus pezones, la fragilidad de los huesos que no aceptarían muchos más abusos sin romperse.
Todavía no la habían doblegado. ¿Había logrado convencerles de que no lo sabía? ¿Qué ignoraba la distribución de armas ilegales a través de la que ellos compraban las pistolas y los explosivos? ¿Qué no sabía nada de la información que había recibido sobre el espía en el Servicio de Inteligencia que proveía el acceso a esas armas?
¿Y qué haría con la información de que sólo una persona había sabido a dónde se dirigía y por qué?
—Tan fácil —una voz canturreó y ella se concentró en el acento. No era iraquí, ella conocía el iraquí. No era afgano. Había diferentes tonalidades de voces, incluso cuando hablaban el mismo idioma. Ella conocía la diferencia. Esta voz era un susurro de algo más. Algún otro. Conocía esta voz.
Otro golpe le impactó y soltó un grito cuando la punta de una bota conectó con sus costillas. El terror la inundó como una empalagosa ola oscura de calor sofocante. Al siguiente se las romperían. Si se le quebraban las costillas no tendría oportunidad de escapar. Desnuda, magullada y herida, mierda sí. Podría escapar a la más mínima oportunidad. ¿Pero si le rompían las costillas? ¿Si le provocaban daños internos? Nunca lo lograría.
—Quizás podremos alargarlo un rato —reflexionó la voz, con un tono risueño—. Creo que tal vez disfrutará de nuestras caricias, ¿no?
No. No. Negó ella con la cabeza, arcadas secas la sacudieron, torturándola cuando los espasmos le atravesaron el cuerpo.
— ¿No te gusta nuestro toque? —La voz repleta de falsa simpatía mientras se inclinaba hacia ella otra vez—. Tal vez te usemos y llenemos tu vientre de esperma. Te arrebataremos al mocoso y lo pondremos en un bonito cochecito repleto de explosivos y lo dejaremos frente a la Casa Blanca. ¿Quién puede resistirse a los lloros de un bebé, eh?
Ella luchaba por respirar.
La realidad. La realidad era que le habían administrado un control de natalidad antes de esta misión. La realidad era el equipo de apoyo, en algún lugar. Su equipo no quería perderla a ella o a la información que tenía, pero sólo podían rescatarla si sabían que estaba desaparecida. Si el agente con el que había hablado del viaje había informado de que no había vuelto.
La realidad era, que estaba empezando a sospechar que el agente podía muy bien ser la filtración que habían estado buscando en el Servicio de Inteligencia.
La realidad. Tenía que aguantar, sólo un poco más. Tenía que encontrar la manera de escapar, una manera de llevar esa información a sus superiores a pesar de la desilusión y la traición que le roían el alma.
Notó una mano en el muslo, moviéndose a lo largo de la parte trasera de la pierna, dedos que la tocaban, la investigaban.
La furia y el terror ardieron en su mente. Con una patada forcejeó para evitar el manoseo, tratando de lastimar o lisiar, hacerlo cabrear lo suficiente para mantenerlo alejado de ella. Prefería ser pateada. Prefería que le rompieran los huesos.
—Dinos, hinata. —Suspiró entonces la voz, la resignación en su tono mientras ella oía pasos a su alrededor—. Por alguna razón violarte no sería una experiencia placentera. Y violarte, rota e incapaz de defenderte es incluso menos atractivo. Pero si no me das lo que necesito, te abriré las piernas y dejaré que estos guardias te usen. Te usarán una y otra vez, hasta que tu cuerpo esté tan profanado que incluso tu propia gente no tendrá más que asco por ti. ¿Es esto lo que quieres?
El falso tono de amabilidad hizo crecer el temor. Iba a hacerlo. Lo sabía. Todo el rato había sabido que daría ese paso. ¿Qué mejor manera de torturar a una mujer? Cuando las pinzas electrificadas en los pezones y el clítoris no habían funcionado, tenía que ser más ingenioso. Sus hombres no la habían violado, pero los lacerantes aparatos que utilizó sí.
No podía soportar más dolor.
—Una mujer tan bonita. —Suspiró.
Saudí. El acento era saudí. No podía verle, tenía los ojos tan hinchados que dudaba que pudiera vez la luz del sol si la hubiera. Pero el acento, la voz.
—Kabuto —susurró, aturdida, sollozando—. ¿Nos traicionaste tú, kabuto?
Y eso solo reafirmaba el hecho de que el hombre que ella sospechaba traicionaba al ejército, era un traidor. Su marido. Kabuto era su amigo. Su contacto. Y, obviamente, su cómplice.
El silencio llenó el vacío durante largos instantes. Kabuto. Ahora lo recordaba. Era un agente contratado por la CIA y uno de sus topos de más confianza. Atractivo, encantador, los ojos negros siempre brillando con humor y una sonrisa que siempre curvaba sus labios. Nunca lo hubiera sospechado, nunca supo que era un traidor.
—Ah, hinata. —Le acarició la mejilla otra vez, pero lo había distraído. Ya no acariciaba la maltratada carne entre sus muslos, no más amenazas de abrirla otra vez, para destruirla con una impotencia que ella no podía aceptar.
— ¿Por qué? —La invadían los temblores, y sabía que al final iba entrar en shock.
O tal vez tenían la intención de matarla así, lentamente.
—Mátala. —Notó como se ponía en pie—. Primero úsala como quieras, pero cuando dejes esta celda, ella tiene que estar muerta.
—No. kabuto —gritó débilmente su nombre—. Confiábamos en ti. Confiábamos en ti.
—No, tú confiabas en mí. Fuiste tonta. —Sintió la nimiedad en su voz—. Disfruta tus últimos minutos, hinata. Dudo que se demoren mucho tiempo disfrutando de tu destrozado cuerpo. Pero, con estos cuatro, nunca se sabe.
La puerta de la celda se cerró con un sonido metálico. Apretó los dedos alrededor del improvisado cuchillo que antes había logrado afilar contra las piedras. Lo tenía agarrado en la mano, metido a lo largo de su muñeca y oculto bajo su cuerpo mientras la arrastraban del jergón.
La realidad era, que iba a morir aquí y lo sabía.
Plop. Oyó el sonido, pero no tenía sentido. Oyó el gruñido de alguien, oyó algo caer.
Varios más de los estallidos huecos y más pasos.
Conocía ese sonido. Balas. No podía ver, pero sabía que los guardias estaban muertos. Frenéticamente, hurgó por el suelo, encontró a uno de ellos, y se apresuró a sacarle la camisa del torso. Botones. Dios, odiaba los botones. Los desabrochó con los rígidos e hinchados dedos mientras escuchaba los disparos, gritos y gruñidos al otro lado de la puerta.
Desabrochó la camisa, y se la sacó del cuerpo antes de pasársela por los brazos y envolverse en ella. No había maneras de que pudiera abotonarla. Pantalones. Necesitaba pantalones.
Estaba histérica. Trabajó rápido, forcejeando, jadeando, intentando ignorar el dolor que le abrasaba el cuerpo mientras le sacaba las botas y los pantalones al guardia.
Se abrochó los pantalones, notando la longitud y la mugre que la rodeaba. Pero la cubrían. Tendría que hacerlo sin zapatos.
Una pistola. Tenía la pistola en la mano, y, no podía ver una mierda. Estaba llorando, los cortes de su cara ardían por las lágrimas, la quemazón en sus ojos mientras se arrastraba hacia la puerta.
Se abrió, la luz del sol le penetró en los ojos durante mucho tiempo, las sombras la envolvieron cuando subió el arma mientras trataba de golpear con la pequeña estaca de madera que había logrado afilar.
— ¡Tranquila! —La voz era americana, unas manos fuertes y ásperas la agarraron de las muñecas, le arrebataron el arma y la estaca de las manos y se movieron rápidamente detrás de ella—. Extracción en proceso —dijo entre dientes.
El equipo de apoyo. Estaba pasando el parte. Extracción. ¿SEALs? ¿Eran SEALs?
— ¿Me captas, konohamaru?
Manos deambularon sobre ella rápidamente.
— ¿SEALs? —jadeó.
—Ojalá —le gruñó al oído. Su voz profunda, como el whisky añejo, calmando sus sentidos hechos trizas—. Inténtalo con un solitario francotirador de mierda y un adolescente con más pelotas que sentido común. ¿Puedes correr?
La rodeo con el brazo, sujetándola contra él. Era cálido y protector. ¿Era protector o ella sólo necesitaba convencerse a sí misma de que lo era? ¿Necesitaba esto para superar los sucesos de las pasadas veinticuatro horas?
—No puedo ver. —Y quería verle. Quería sus sentidos en orden, sus pensamientos lógicos, tan agudos como lo habían estado ayer.
—Yo te llevaré, ¿correrás? —La sugerencia fue casi un susurro, su voz casi tentadora.
—Correré.
La tenía de pie. Con los pies desnudos. Pero estaría bien. Correría, cualquier cosa para escapar de esta celda, las manos tocaron su cuerpo, la voz en su oído, penetrando en su cabeza.
—Una célula pequeña. —La apuró hacia el calor y luz cegadora—. Creo que los tenemos a todos, pero no lo apostaría. Tenemos aviones que vienen hacia aquí a unos pocos kilómetros y atestados cuarteles para ocultarse.
Le hablaba mientras corría. Corría enérgico y rápido, sujetándola a su costado y llevando la mayor parte de su peso mientras ella se esforzaba por mantener el ritmo.
— ¿kabuto? —le preguntó de repente. Esperaba que el bastardo estuviera muerto.
—Se fue con el único jeep armado —le informó—. Dándonos la oportunidad.
Kabuto se había escapado. Pero ella tenía la información, tenía lo que necesitaba para freír los culos de él y de su marido, y lo haría.
—Necesito una radio —jadeó—. Tengo que informar antes de que se escape.
—Joder. —Dura, mordaz, la voz era no reconfortante. Era americana. De acento sureño, de Kentucky si no sé equivocada—. Mira, pequeña. Estoy restringido aquí y la munición es escasa. Soy un francotirador de los marines sin equipo de apoyo ni comunicaciones hasta estar más cerca del punto de extracción, o hasta que el equipo de extracción venga a buscarme. Ni siquiera estaría aquí si tu amigo konohamaru no hubiera enviado una llamada de socorro de onda corta y sólo conectó con mi comunicador. Tenemos que mover el esqueleto y moverlo rápido, o nuestros culos se convertirán en césped. Esos chicos malos de detrás seguro que fabrican unos buenos cortacéspedes, también.
Corrían colina arriba. Él ladraba órdenes. Reuniendo las armas, la mochila. Preparándose para correr otra vez.
— ¿Dónde estamos? —Le costaba respirar, seguir el paso.
—En el culo del mundo. —Estaba corriendo sin parar y ni cerca de quedarse sin aliento—. Tengo un agujero a un kilómetro de aquí. Tienes que resistir el viaje, cariño, porque si no llegamos allí, estamos muertos. Y la muerte y yo no nos llevamos bien.
— ¿Está viva? ¿Está viva? —Joven, iraquí, la voz del chico era histérica cuando el hombre se detuvo un segundo. Conocía esa voz. Konohamaru era uno de sus informadores. La valentía del chico era increíble.
—Está viva, ahora mueve el culo, chico.
—Moviendo el culo, sasu—reivindicó el chico—. Moviendo, moviendo.
— ¡Maldito crío! —Pero había afecto en su voz. Ese afecto, que se sentía protector y parecía rodearla, clavarse en ella, le hizo doler el pecho por algo más que por correr.
¿Cuánto había pasado desde que se sintió protegida? ¿Lo había estado alguna vez? Pero ahora sí. Con este brazo desconocido alrededor de su cintura, medio alzándola, medio acarreándola. Rescatándola. Y Hinata nunca había sido rescatada en su vida.
Corrían a toda máquina. Ella no podía ver, sus pies estaban ensangrentados, y las magulladas costillas dolían horrores. Pero estaba libre. Era la realidad, estaba libre, y con un minúsculo milagro, permanecería libre. Pero sabía que esos brazos no estarían allí para siempre. Esa fuerza no la rodearía siempre, y se permitió sólo un momento para lamentarlo.
Sasuke hizo a todo correr el kilómetro hasta el agujero que había cavado la noche anterior. Después de que el mensaje codificado en onda corta de Konohamaru surgiera en su radio. Hizo los agujeros, los preparó, y luego fue a por la chica que el chaval había visto que era transportada al tugurio de campamento de los terroristas. Un campamento bastante pequeño, apartado del camino, habitado por apenas una docena de fanáticos bastardos de ojos duros y una Morenita americana.
Mierda, ¿quién había sido lo bastante tonto para perderla? Era una agente, podía decirlo por la resistencia automática que la impulsaba. No tenía la fuerza para avanzar, pero sus piernas estaban en movimiento y estaba esforzándose por ayudarle tanto como podía.
Konohamaru le seguía a su lado con facilidad, el oscuro rostro se arrugaba por la preocupación del sonido de disparos detrás de ellos. Estaban fuera de la vista cuando rodearon la baja y ondulada colina, y el agujero estaba justo enfrente, bien cubierto con desechos de árboles y oculto con maleza muerta. Formando parte natural del paisaje.
—Entra en el agujero. —Levantó la primera cubierta y empujó dentro a konohamaru con las provisiones que necesitaría en un pequeño paquete.
Se arrojó a sí mismo y a la chica en el segundo agujero y tiró de la cubierta de seguridad sobre ellos cuando el sonido de un helicóptero empezó a zumbar desde la dirección de la base terrorista.
Por supuesto, tenían que tener un jodido helicóptero, pensó mientras se alzaba lo suficiente para mirar a través de las brechas que había creado para ver si los seguían. Joder, no tenía necesidad de esto.
El agujero era lo suficientemente profundo para sentarse, la cubierta de la parte superior, tal vez, lo suficientemente fuerte para soportar un tanque. Estaban seguros siempre y cuando los bastardos no tuvieran perros. No era lo suficientemente grande, no era muy amplio, pero era lo mejor que pudo hacer con tan poco tiempo.
— ¿La extracción llegará pronto? —dijo Hinata con voz ronca.
Echó un vistazo hacia ella y se estremeció. Estaba doblada contra la pared de tierra, los ojos hinchados y cerrados, los labios secos y agrietados. Parecía vulnerable, pero la mujer tenía una columna de acero.
—Llevo un rastreador encima. Me encontrarán cuando estén lo bastante cerca. Cuando no esté en el punto de extracción, tendrán que seguir el faro que llevo encima.
Ella torció los labios burlonamente.
— ¿Estás seguro? Sabes, los daños colaterales son la consigna en estos días.
Joder, si no era cierto.
—Todo cuello-rojo que se precie siempre tiene un plan B —le aseguró. Su equipo era todo el plan que necesitaba. La mayoría de los francotiradores trabajaban solos, pero en esta misión, era el número uno y lo sabía. Lo necesitaban demasiado para permitir que se hiciera daño.
Exhaló con cansancio mientras él sacaba una cantimplora de la mochila y la destapaba.
—Vamos. Bebe despacio. —Alzó el agua hacia los labios de Hinata, mirándole fijamente el rostro mientras bebía.
—Tengo ungüento y vendas para los ojos —dijo—. Bastardos, siempre van primero a por los ojos, ¿no?
Ella lanzó una pequeña y amarga risotada.
—Por lo menos lo segundo.
Sacó el botiquín, le puso el ungüento sobre los ojos, luego las vendas. Tenía la cara de un ángel, pensó. Buenos huesos, pómulos delicados, labios muy sensuales, apostaría él. Ahora mismo estaban ensangrentados e hinchados.
—Una anciana de mi pueblo hace este ungüento —le contó—. Los bastardos me atraparon el año pasado, justo antes de que me arrancaran los globos oculares, escapé. Cuando iba a marcharme de casa, hizo el ungüento y me hizo prometer que lo llevaría conmigo.
—Kentucky —susurró cuando el helicóptero pasaba sobre sus cabezas.
—El lago Cumberland. —Tiernamente tocó los arañazos de su rostro con el ungüento.
Era una mujer esbelta. El pelo cubierto de suciedad y con la cara manchada, pero apostaría que era hermosa antes de que Kabuto y sus hombres la atraparan.
—Eres de Nueva Inglaterra. —Asintió él ante su acento—. Una zona preciosa. Unas chicas preciosas.
La sonrisa de ella era cansada.
—Ahora hay una menos.
Él sinceramente lo dudaba.
— ¿Te violaron?
Estaba sorprendido ante la furia que amenazaba con ahogar su sentido común. Por supuesto que la habían violado. Ya se sabía.
Ella negó con la cabeza e hizo un gesto de mofa.
—Ellos no me violaron.
— ¿Quién lo hizo? —Embadurnó con el ungüento los labios hinchados mientras captaba el énfasis.
—Kabuto tiene algunos juguetes interesantes. —Hizo una mueca—. Pero estaba cansado de utilizarlos. Sus compinches iban a efectuar la hazaña cuando se fue. Gracias por ser tan oportuno.
Sasuke se sentó en cuclillas y escuchó atentamente los ruidos del exterior. No había cuevas en la zona. La colina cercana tenía varias. La zona que había elegido no era más que un plano y poco interesante cañón. Con nada excepto follaje superficial y maleza muerta. El lugar perfecto para un agujero. Comprobarían el área, pero estarían más ansiosos de inspeccionar las cuevas a un kilómetro de allí.
—Konohamaru, tu amigo el pastor de cabras —le explicó en voz baja—. Vio que Kabuto te traía aquí. También tenía un aparato militar de onda corta y un sargento del Ejército Americano por colega, que le enseñó algo de código. Ese código me pilló en el camino de vuelta. Me desvié para rescatarte. En casa todos los chicos me palmearán la espalda por esto. Incluso puede que le pongan mi nombre a una calle.
Sonrió con más lentitud. Atontada. Se estaba durmiendo y él no podía permitirlo.
—Konohamaru es un buen chico —susurró, con la cabeza ladeada.
—Despierta, chica.
—hinata. Mi nombre es hinata. —Su voz era suave, dulce. Le gustaba su voz.
Un nombre muy bonito para una mujer muy bonita. Le tocó la mejilla otra vez.
—Háblame, Hina. Dime dónde estás herida. Necesito arreglar todo lo que pueda por si tenemos que huir.
—Los pies. Costillas magulladas, posible contusión. Sin daños internos, sin huesos rotos.
Se estaba alejando lentamente de él.
Sasuke se inclinó y le tocó los labios con los suyos. Ella echó la cabeza hacia atrás mientras lanzaba un grito ahogado. Pero extendió las manos hacia él, los dedos —esbeltos y frágiles dedos— que se aferraron a sus muñecas, apretados, como si tuviera miedo que se apartara, antes de que ella lo hiciera. Lentamente. Con indecisión.
— ¿Ahora, estás despierta? —Fue a por sus pies, poniendo uno en su regazo mientras acercaba el botiquín.
— ¿Por qué hiciste eso? —Sonó conmocionada, pero despierta, consciente.
—Mis besos son dinamita —fanfarroneó descaradamente, desesperado por mantenerla en tierra y despierta—. Despiertan a todas las chicas.
Utilizó una linterna de bolsillo para comprobar cuidadosamente los pies, siempre escuchando, siempre rastreando el sonido del helicóptero que les sobrevolaba y los vehículos que ahora se trasladaban a través de los barrancos.
Atisbó por el borde del agujero pero no pudo ver nada moviéndose lo suficientemente cerca para considerarlo una amenaza.
Le embadurnó los pies con el ungüento, luego se sacó la camisa y la camiseta. Desgarró la camiseta a tiras, le envolvió los pies y luego los sujetó con una gasa elástica.
—A todas las chicas les gustan tus besos, ¿no? —Todavía sonaba despierta.
—Suplican por mis besos. —No era nada más que la verdad, pero mientras miraba a esta mujer, tan fuerte, tan decidida, se preguntaba por las mujeres que había conocido antes. ¿Habría alguna de ellas encontrado la fuerza para ir tan lejos? Y sabía que no. Pero esta, ésta en particular nunca se uniría a los juegos Uchiha como hacían las otras.
—Engreído. —Su sonrisa era cansada, y la preocupación le azotó.
Estaba pálida como un fantasma, el dolor y el shock se asentaban ahora que estaba quieta y no estaba envuelta en el completo terror. No podía arriesgarse a que entrara en shock. Todavía no.
Metió la mano en el botiquín otra vez y sacó las potentes píldoras para el dolor que llevaba.
—Toma esto. —Se las puso en la boca y levantó la cantimplora hacia sus labios.
Bebió y luego echó la cabeza hacia atrás, contra el muro de tierra detrás de ella.
El silencio llenó el agujero durante largos instantes. La respiración de ella era entrecortada y errática, y cada pocos segundos se estremecía o hacía muecas sólo lo suficiente para que él captara los cautelosos movimientos en sus gestos.
Quería abrazarla. Estaba casi rota, quizás no físicamente pero como mínimo mentalmente. Si había llegado tan lejos, él tenía que conseguir que soportara un poco más.
—Las camionetas se están acercando. —Había desánimo en su voz, pero todavía no había miedo.
—Buscarán un rato. Soy bueno en esto. No te preocupes.
Comprobó el agujero de Konohamaru. Estaba en silencio. Konohamaru sabía cómo ocultarse; no era la primera vez, probablemente no sería la última. Tenía todo lo necesario para permanecer seguro siempre y cuando nadie identificara el escondite que Sauce había hecho.
— ¿Cómo te capturaron? —preguntó él finalmente cuando ella no dijo nada más.
—Me sacaron de mi coche, a las afueras de Bagdad, me arrojaron a una furgoneta, me dieron una paliza de muerte, y practicaron algo de tortura. —Ella se encogió de hombros, pero él oyó el eco de terror en su voz.
— ¿Qué tienes que ellos quieren?
Ella era americana y tenía el suficiente valor para desnudar a un hombre muerto y coger sus ropas al mismo tiempo que él hacía estallar algunas cabezas y conseguía localizarla. Era una agente; lo supo por el comentario que hizo sobre la necesidad de hacerle saber a alguien sobre Kabuto. Eso al menos tardaría unas horas.
—No tengo nada que nadie quiera —dijo con cansancio—. Estoy de apoyo. Estaba trabajando en Bagdad.
—No me tomes el pelo, cariño.
—Entonces no me obligues. Sabes cómo funciona esto. —Imitó su acento con exactitud—. Tengo que salir de aquí.
Sí, sabía cómo funcionaba. Ella no podía revelar nada y él no debería preguntar, pero era un bastardo entrometido y esa era la verdad.
—No tardarán mucho. Ya he perdido el autobús —señaló—. Cuando no esté en el punto de extracción, enviarán un equipo para que me saque. Sabes, soy importante.
—Obviamente más importante que yo. —Suspiró—. ¿Puedo echar una siesta?
—Nada de siestas. —El helicóptero se acercaba. Esperaba que konohamaru tuviera la manta deflectora sobre la cabeza—. Ven aquí; tenemos que agacharnos.
Vislumbró el miedo en el rostro de ella, durante un segundo, mientras desplegaba la ligera manta, plateada por un lado y la ponía sobre sus cabezas, tapándolos concienzudamente, por completo. Un simple pie que sobresaliera y eso permitiría que un equipo de infrarrojos los captara.
No tenía ni idea de qué equipo llevaba el helicóptero, y no iba a arriesgarse.
Ahora la envolvía como un amante posesivo, y podía sentir su miedo tan fácilmente como sentía el calor aumentando bajo la manta.
—Sabes, si estuviera en casa, las señoras ronronearían por estar aquí conmigo —señaló mientras sonreía contra su cabeza—. Les gusta mi cuerpo duro. Piensan que soy sexy.
Una risa nerviosa salió de los labios de Hinata mientras él permanecía con la mejilla contra su pelo.
—No puedo ver si eres sexy —le recordó, y sasuke odió ese temblor en su voz.
—Oh, te lo estás perdiendo. —Suspiró lastimosamente, la voz un suave susurro—. Estoy muy bueno, Hina. Ojos negros, piel blanca. Tengo abdominales duros. Pelo negro. A las mujeres se les cae la baba.
Sonrió, escuchando atentamente, y dando gracias por sentir que aliviaba un poco su temor. No se consideraba particularmente atractivo, pero sabía lo que decían las mujeres. Sin embargo tenía que distraerla, y eso era todo lo que importaba.
—También engreído. —Tenía las manos aferradas con fuerza en sus antebrazos, las uñas rotas se clavaban en su carne.
—Bueno, sí, lo soy. Consentido al máximo.
— ¿Entonces qué estás haciendo aquí?
— ¿Jugar? ¿Escapar del mercado matrimonial? —La abrazó más cerca cuando el sonido del helicóptero que pasó por encima de sus cabezas la hizo temblar contra él. La cubierta de camuflaje de la manta, añadido a la maleza muerta asegurada a los estrechos leños encima de ellos, los ocultaría de la vista. Durante un momento se preocupó por Konahamaru, luego apartó el pensamiento. Si los atrapaban, de todas formas, morirían, a pesar del equipo de extracción que sabía venían a toda velocidad a por él.
Tenía fotos, trazados, movimientos de tropas, y las bases ocultas de los terroristas. Había estado en el culo del mundo durante seis semanas después de completar la misión principal a la que había sido enviado para ayudar en la extracción de otro agente capturado.
Ese agente había sido rescatado. ¿Entonces por qué no se había enviado a un equipo para este?
—Se están acercando. —Su voz contenía un hálito de terror.
—No te preocupes, nena. Al anochecer, estaremos sanos y salvos, celebrándolo con un poco de licor casero que guardo para el final de esta misión. Te emborracharé y te seduciré.
— ¿Seducirme?
—Oh sí. —La sostuvo más cerca—. Te tumbaré y besaré cada magulladura, luego lameré hasta alejar todo el daño. Humedeceré esos bonitos y tiernos pezones, y cuando baje, te olvidarás de todo el dolor.
—Ególatra. —Estaba temblando en sus brazos ante el sonido de los vehículos que se movían por el barranco.
—Es cierto. —Le besó la coronilla—. Cuando acabe, todo esto parecerá un mal sueño. Distante y alejado. Seremos tú y yo, cariño. Sudorosos, cachondos y haciendo cosas que nos harían sonrojar a ambos.
—Apuesto a que tú no te sonrojas. —Enterrando la cara en su pecho ante el sonido de voces gritando en árabe.
—Apuesto a que me puedes hacer sonrojar. —Le besó la coronilla y sonrió, el triunfo cantó a través de él cuando notó la débil vibración de la radio en su muslo—. ¿Vas a hacerme sonrojar esta noche, amor? Acabo de recibir una señal. —Le cogió la mano y la posó contra la radio—. Cinco minutos y el infierno va ser barrido de aquí. Cinco horas y voy a hacerte sonrojar.
—No puedes. —Él podía jurar que oyó lágrimas en su voz.
—Hacerte sonrojar sería la única meta en mi vida —murmuró—. Te lo prometo, nena, puedo hacerlo.
—Estoy casada.
Espero que les haya interesado...voy a estar subiendo mas capitulos cada semana o cada dos.
Ojala les guste y dejen muchos reviews...besos
