Capítulo 1

Acariciaba despacio su pelo, enredando sus dedos en los mechones castaños de su hija mientras sentía su suave respiración sobre su cuello. El aire que expulsaba por la nariz chocaba contra su piel.

No sabía exactamente, cuánto tiempo llevaban en esa misma posición. Tal vez, más de una hora o, tal vez, solo un par de minutos. Qué importaba el tiempo. Lo que sí sabía era que necesitaban tiempos para recomponerse, para volver a cicatrizar las heridas que se habían abierto después de esa charla.

Notó que el cuerpo que estaba entre sus brazos se removió, sacando su rostro de su escondite, dejándole ver sus grandes ojos verdes, todavía brillantes por las lágrimas.

-Cuéntame más de ella.

-¿Quieres saber más sobre mamá? –le preguntó a su hija, que respondió con un movimiento de cabeza, acomodándose otra vez sobre su pecho. -¿Qué es lo que quieres saber? –inquirió, besando su cabeza.

-¿Cómo os conocisteis?

Suspiró. Una media sonrisa apareció en su cara al recordar.

Colocó la mano con la que no acariciaba su pelo encima de la suya, en la que la niña tenía puesta sobre el corazón de su padre.

-Empecé a seguirla para documentarme. Era la mejor detective de Nueva York y me las ingenié para poder hacerlo. Me acuerdo que a tu madre no le hizo nada de gracia.

Escuchó la risa de su hija.

-Tenías que haber visto su cara cuando su jefe le informó de que la seguiría y de que no podía hacer nada por evitarlo. Si las miradas matasen, me hubiese fulminado en ese mismo momento.

La niña rió más fuerte.

-Pero, al final, se dio cuenta de que era útil y se acostumbró a que la persiguiese por todos lados. No es fácil no ceder a mis encantos.

-¡Oh! –exclamó divertida su hija para luego volver a ponerse seria. –Me hubiese gustado poder pasar más tiempo con ella. –Quiso decir algo más, pero el nudo que se le había formado en la garganta, se lo impidió. Y, cuando hizo el esfuerzo de hablar, su labio inferior tembló.

Rodeó el pequeño cuerpo de su hija con sus dos brazos, luchando por aguantar las lágrimas cuando esta sollozó un "la echo mucho de menos, papá". Él también la echaba de menos, terriblemente de menos. Inspiró, llenando sus pulmones de aire, intentando disipar ese dolor en su pecho. Esa punzada que se había instalado ahí desde hacía más de un año y al que ya se había acostumbrado a sentir, para su desgracia.

Sentía que una parte de él había muerto el mismo día que ella lo había hecho. El día que recibió esa llamada. Cuando escuchó esa voz que se le quedaría grabada para siempre. Ésa que le anunció que su mujer había fallecido antes de, ni siquiera, poder hacer algo por su vida. Había sufrido tres disparos en una redada contra unos mafiosos.

Le costó, pero tuvo que hacerlo. Tuvo que seguir adelante. Por su hija. Era demasiado pequeña cuando su madre murió, apenas tenía 5 años cuando ese fatídico día tuvo lugar.

El día más negro de su vida. El día que dejó de vivir para él, para hacerlo por su hija.

Perder al amor de tu vida de aquella manera, es algo que te cambia la vida, tanto, que, a veces, dudas de que, eso, sea vida.

Fin.

XXX

Releyó las últimas líneas antes de retirar sus dedos del teclado de su ordenador. Se quedó pensativo por unos segundos, mirando un punto fijo en su despacho. Ponderando la idea de cambiar algo o no. No era exactamente lo que tenía pensado para la saga de Nikki Heat. Es más, hacía solo dos meses no se imaginó que el final estaría tan cerca, pero los últimos acontecimientos de su vida lo habían llevado a querer acabar la saga lo más pronto posible. Lo que hizo que borrarse la mayoría de los capítulos que llevaba escritos. Necesitaba cambiar la trama para escribir el final definitivo de los libros inspirados en Katherine Beckett. Tenía que darle un fin a esa etapa de su vida. Escribir algo que no le doliese.

Gina se sorprendería cuando, dentro de unas horas, le mandase el manuscrito. Solía retrasarse meses en sus entregas. Esta vez, por el contrario, esos meses serían anticipados.

Se dejó caer hacia atrás, apoyando su espalda en la silla, todavía con la mirada perdida.

El sonido de su móvil hizo que volviese en sí y los recuerdos se alejasen de su mente. Al menos, mientras buscaba el dichoso aparato por su escritorio. Tenía que estar ahí, estaba seguro, pero entre tantos restos de comida y latas de refrescos vacías, era difícil encontrar algo.

-Castle –dijo, en tono impersonal cuando contestó.

-Richard –dijo al otro lado su abogado-, ya hay fecha. –El escritor tragó saliva.

-¿Cuándo? –murmuró.

-El lunes que viene.

-Vale. Gracias por llamar. –Se despidió.

En menos de una semana volvería a ver a Kate. En 5 días se divorciaría de ella. En pocos días se separaría de la mujer con la que pensó que pasaría el resto de su vida.

Cogió el calendario que posaba en una esquina de la mesa de madera. El 14 de junio. Ese día sería el principio de su nueva vida, dejando atrás 6 años junto a Kate. 6 años que había pasado persiguiendo a Beckett a cada escena de asesinatos.

Y sus dos años de relación.

Dos años que le sabían a poco, muy poco, pero no solo dependía de él.

Esta vez era él el que necesitaba ser comprendido, que se pusieran en su lugar pero, Kate, no quiso hacerlo. No quiso entender sus razones. Y, eso, había acabado con su matrimonio.

Volteó sus ojos por los días del mes de junio, cayendo en cuenta que el lunes no sería la primera vez que vería a Kate desde que abandonó la casa donde vivían juntos. El sábado de esa semana era el bautizo del segundo hijo de Ryan. Y, para rematar, ellos iban a ser sus padrinos.

Espo y Lanie habían sido los padrinos de Sarah Grace, por lo que, Kevin y Jenny, ahora se lo habían pedido a ellos.

Claro que, nunca se hubiesen imaginado que cuando llegase el día, iban a estar él y Kate en esa situación.

Hasta hace un mes, eran una pareja feliz, muy feliz.

Se tapó la cara con sus manos, bufando.

¿Por qué Kate no podía entenderlo? Se preguntó, mientras las primeras lágrimas salían de sus ojos.

La echaba tantísimo de menos. Aún no se hacía a la idea de que nunca más volvería a besarla ni a hacerle el amor. Nunca provocaría de nuevo una sonrisa en su rostro. Ni se despertarían entre besos.

XXX

No habían cruzado ni una sola palabra en toda la ceremonia. Ni siquiera cuando habían tenido que acercarse con el pequeño a la pila bautismal para que el sacerdote le echase el agua bendita sobre la cabeza.

Sus rostros eran serios y la tensión se percibía en el ambiente.

Para su suerte, o desgracia más bien, habían sido colocados en la misma mesa. Así tenía que ser, los padrinos debían sentarse juntos.

Evitaban a toda consta tener que cruzar sus miradas, pero, de vez en cuando, sus ojos chocaban con los del otro.

Richard había comenzado a beber de forma controlada, pero, dos horas después, se le empezaba a ir de las manos.

Se levantó de la mesa, se apoyó en esta cuando perdió el equilibrio.

Lanie miro a Kate y le hizo una mueca de desagrado.

Espo quiso ayudarlo, a lo que Richard se negó, alegando que estaba bien y que solo necesitaba ir al baño. Podía hacerlo solo.

-No sé a qué esperar para hacer algo –le dijo la forense a su amiga. –Todavía sigo sin entender cómo habéis podido llegar a esto. –Sacudió la cabeza.

XXX

-Castle –Kate, tomó al escritor del brazo e intentó quitarle el vaso que se estaba llevando a la boca –deberías dejar de beber. –Rick se zafó de su agarre. –Estás bebiendo demasiado.

Se encogió de hombros. –Es mi vida y no deberías meterte –contestó con la voz gangosa. -¿No es por eso por lo que nos vamos a divorciar? ¿Por qué no quieres que me meta en tu –remarcó la última palabra –vida? –Beckett agachó la mirada. –Pues bien, no te metas tú en la mía. Si quiero beber hasta que me dé un coma etílico es mi problema, no el tuyo.

-Rick… -dijo Kate, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

-Sigue disfrutando de la fiesta. –se despidió, dándose la vuelta para regresar con los demás.

XXX

A diferencia de antes, Kate, no le quitaba los ojos de encima al escritor. Espo y Ryan habían intentado también que dejase de beber sin resultado.

Ver a Rick en ese estado, estaba haciendo que Beckett empezase a perder la compostura. No podía verlo sufrir de aquella manera.

Lanie la observaba sin decir nada. Sabía que su amiga estaba aguantando las lágrimas. Podía verlo en el movimiento de sus manos, en cómo mordía su labio inferior y en cómo suspiraba de vez en cuando.

-Hey, Rick –lo saludó una prima de Jenny, sentándose en la silla de al lado que en ese momento estaba vacía.

El aludido sonrió forzadamente.

-Venía a invitarte a bailar. He oído que eres el alma de la fiesta pero en esta… -dijo, sonriéndole.

-Bueno, no estoy en mi mejor momento.

-Por eso, ¿qué mejor que olvidar los problemas bailando? –tiró de una de sus manos para que se pusiera en pie. El alcohol hizo que se marease.

-Vamos. –Aceptó su invitación, cogiéndola de la cintura.

En ese momento, Kate, no pudo hacer nada para evitar que sus ojos se llenasen de lágrimas. Lanie, a su lado, negó con la cabeza.

-Sois un par de cabezones los dos. –Dijo sin poderse callar más. –En vez de estar juntos, estáis sufriendo el uno por el otro. No os entiendo.

-Lanie,.. –se quejó Beckett con la voz rota.

-No, Kate. Llevo todo el día viendo cómo intentáis ignoraros sin éxito. Cómo Castle no deja de beber para olvidar su dolor y cómo tú te estás muriendo por querer hacer algo. Pero no te atreves. No cuando eso significa dar tu brazo a torcer y, claro, eso no. –Lanie bufó. –Él siempre lo dio todo por ti, te esperó todo el tiempo que hizo falta. Se quedó a tu lado hasta cuando se enteró de tu mentira. Ahora, te toca hacer algo a ti, si no, lo perderás.

-Lanie…

-No, Lanie, no. Sabes que tengo razón. Y estáis siendo unos tontos. Al primer problema de verdad que tenéis, lo mandáis todo a la mierda. Nunca has sido tan feliz como con él, Kate. Y no me lo puedes negar.

-No, pero…

-Pero nada. Entiéndelo, Kate. Rick nunca te ha pedido nada. Intenta ponerte en su lugar.-Terminó de decir, poniéndose de pie. Dando aquella conversación por finalizada.

XXX

-¿Estás bien? –escuchó la voz de la prima de Jenny pero no le hizo caso. Su atención estaba en Kate y en la forma en la que estaba riendo. Apretó su puño con rabia. ¿Cómo podía estar riéndose así? En menos de 48 horas estarían divorciados, dándole fin a su matrimonio y a ella parecía darle igual.

Tom, aquel detective de robos que había tenido una pequeña relación con ella, no paraba de sonreír y de acercarse más y más a ella. Y, Kate, no parecía incómoda. Al contrario.

-Rick –repitió su acompañante de baile, poniendo una mano en su hombro.

La miró por unos segundos, volviendo de nuevo su mirada a Kate y Tom. Cuando vio cómo éste la cogía de la mano, no lo soporto más.

-Lo siento, tengo que irme. –Se disculpó con la rubia.

-Rick –intentó agarrarlo sin éxito. A pesar del alcohol que había ingerido, había logrado ser más rápido que ella.

XXX

-Lux, ¿dónde has dejado a Castle? –le preguntó el marido de su prima.

-Quiso irse –se encogió de hombros.

-¿Irse? ¿Cuándo?

-Hará como dos horas. Intenté evitarlo pero no me hizo caso.

Ryan se llevó una mano a la cabeza.

-¿Sabes cómo se fue? Ha bebido mucho para irse en el Ferrari.

-Ni idea. –contestó. –No lo acompañé hasta los aparcamientos. Se fue corriendo de la pista de baile.

-Pero, ¿qué pasó? Ni siquiera se despidió.

-Creo que ver a –señaló a Kate –en compañía de otro hombre, le afectó mucho.

-Dios. –se rascó la cabeza preocupado.

-¿Qué pasa, bro? –Preguntó Javi al llegar a su lado.

-Castle. Se ha ido.

El detective frunció el ceño.

-¿Sin despedirse?

-Vio a Beckett con Demming. Venía en el Ferrari.

-¿Qué? No….

-No lo sé. –Contestó el irlandés a la pregunta implícita de su amigo.

Esposito comenzado a andar hacia los apartamentos con rapidez, seguido de su compañero.

XXX

-Lanie, ¿has visto a Castle? Hace tiempo que no lo veo.

La forense repasó con su mirada toda la estancia. –No, yo tampoco lo he visto desde hace tiempo.

En ese momento, vieron pasar a Espo y Ryan con caras de circunstancias.

-Chicos, ¿habéis visto a Castle? –les preguntó Kate.

Los dos detectives se miraron entre ellos. Beckett se puso de pie al ver cómo se miraban. Conocía esa mirada. Sabía que algo no iba bien.

-Espo, Ryan, ¿dónde está Castle?

-Se ha ido.

-¿Qué? ¿Cuándo? –inquirió.

-Hace dos horas o así -contestó el irlandés.

-¿Por qué? –se sentó de nuevo. Sintiendo una tristeza mayor al saber que se había ido sin ni siquiera haber podido hablar.

-Te vio con Tom –titubeó el rubio.

La inspectora se tapó la cara con frustración. -¡Oh, no! –exclamó, al darse cuenta de algo. -¿No se habrá ido en el Ferrari? –preguntó, alarmada.

Los dos detectives se volvieron a mirar.

-No lo sabemos, pero…

-Pero el Ferrari no está –terminó de decir Javier ante la duda de Kevin.

-¡Ha bebido demasiado! ¿Cómo se le ocurre irse así? –preguntó sin esperar respuesta, buscando, nerviosa, su móvil en el pequeño bolso. Buscó su número y le dio a llamar, rezando porque le cogiese la llamada. Tenía que asegurarse que estaba bien. Pero, su llamada, fue rechazada.

-Lo llamo yo –se ofreció Kevin al ver la cara de su amiga. Pero ni siquiera entró la llamada. La voz de una máquina lo informaba que ese número estaba apagado o fuera de cobertura en ese momento.

XXX

-Si en diez minutos su cliente no está aquí, aplazaré la vista. –Sentenció el juez.

-Lo siento –se disculpó por enésima vez el abogado de Richard. –No sé qué le ha podido pasar. No está en su casa y el móvil lo tiene apagado –dijo apurado el letrado.