Título: Blandest
(La canción es de Nirvana)
Pairing: Daryl Dixon - Glenn Rhee
Nota: Llámenme loca, pero esta es la única pareja de The Walking Dead que me enamoró desde la primera vez que los vi juntos.
Disclaimer: TWD doesn't belong to me. Pero este Daryl!Glenn lo reclamo como mío y absolutamente mío, ni Kirkman podría quitarme a estos dos. Necesito desahogar esto y el que quiera oír, que oiga (en este caso sería, el que quiera leer... que lea). Espero que esto sea el principio de algo.
POVS... Mezclados, pero principalmente Glenn's.
I.
A veces es mejor quedarse tranquilo y dejar que todo ocurra…
La última vez que Glenn miró a los ojos a sus padres fue la noche anterior a su partida, en la terminal de autobuses de Macon, desde el segundo piso del vehículo que lo llevaría a Atlanta, donde estaba la humilde casa de su abuela, asentada en algún lugar al que la rápida urbanización aún no había llegado. Siempre le gustó ir allí. Era como un respiro dentro de la bocanada general que era su vida. Glenn estaba acostumbrado a que todo gire a su alrededor, a que todo simplemente ocurra sin su intervención. Hasta donde podía recordar, nunca había sido de otra forma. Cuando sus padres no estaban cerca para decirle qué hacer, estaban sus profesores, o sus amigos, o su jefe. Siempre estaba en presencia de alguien que se imponía sobre él de alguna manera, que estaba en condiciones de estar a cargo de las situaciones y las pequeñas acciones que Glenn debía llevar a cabo a diario.
Nacer; aprender las costumbres de un ser humano; crecer; seguir aprendiendo; estudiar, por supuesto; trabajar; casarse; tener hijos; criar los hijos; envejecer lo suficiente para ser abuelo; tener nietos; malcriarlos; estar orgulloso y morir.
Alguna vez había soñado con todo aquello y, ahora que estaba completamente solo, se daba cuenta que el soñador no era él, sino su propia familia, sus amigos. No podía poner en palabras la enormidad de la frustración que sentía en ese momento. Por años había vivido y proyectado una vida que no era la suya. ¿Y para qué? ¿Para estar a la deriva ahora?
Sabía en el fondo de su interior que todas esas personas lo apreciaban. Podía verlo en la forma en que lo trataban, como lo miraban y cómo se lo decían. Su madre siempre había estado orgullosa de él en secreto y Glenn siempre se aseguró de que aquello no cambie. Desde la escuela primaria hasta su primer año de universidad, Glenn había estado a la altura de los prejuicios y había mantenido una reputación intachable, en la escuela y fuera de ella. Nunca se había sacado una mala nota y no había en su expediente ninguna marca de mal comportamiento.
Ahora, desde la confianza que sólo da el no depender de nadie, Glenn estaba abierto a un mundo completamente distinto al que había conocido. Ya no había nadie que le marcara el paso, ya no había nadie que le dijera lo que era adecuado o no de hacer. Estaba solo.
A la deriva sin rumbo.
II.
A veces, por las noches, cuando podía llegar a pensar, creía extrañar a sus padres. Quizás era la certeza de que ellos ya no estaban lo que lo volvía loco. Desde que se mudó de lo que había sido su hogar por más de veinte años, desde que se había comprado su propio auto (a pagar en cuotas, por supuesto) y desde que se había anotado en la universidad, el lazo que lo unía a sus progenitores terminó de romperse de forma tan abrupta que hasta a él mismo le dolió. Había perdido más que un techo seguro, que un refugio luego de un mal día académico. Había perdido la chance de remediar las cosas. Poder decirle a su madre que la amaba más de lo que el podía llegar a imaginar, que despreciaba a su padre con cada milímetro de su ser, que quería encerrarse en la casa de su abuela y vivir allí por siempre, leyendo a Neruda y viendo las noticias de la mañana, tarde y mediodía con su anciana favorita. Comer sus fideos secos y reírse de los chistes de su fallecido, pero no menos amado o extrañado, abuelo Freckles.
Aún soñaba con todo lo sucedido. Esa tarde llegó a la casa de su abuela como había llegado todas las veces anteriores. Ansioso, expectante, dispuesto a abrazar con ganas a la mujer que lo había cobijado y protegido cuando era un niño y la presencia autoritaria de sus padres le daba el miedo suficiente como para no poder ocultarlo. Glenn sabía que lo querían, lo querían lo suficiente como para no permitir que su hijo cometiera errores.
Fue durante las vacaciones de primavera. Dos semanas de libertad que Glenn nunca había experimentado de la misma forma que sus compañeros. Ellos viajaban a la playa y pasaban su tiempo de fiesta en fiesta, alcoholizados, divirtiéndose, sin el fantasma del miedo al ridículo acechando. Glenn prefería encerrarse en la cabaña de su nana, pasar el tiempo con ella, ayudándola a cocinar, leyéndole, estudiando y mirando fútbol de vez en cuando. Compartía tácitamente con ella un secreto que ninguno de los dos se atrevía a pronunciar pero que conocían muy bien. Su nana era la única persona que lo apreciaba por lo que él era. Por eso, esa noche, fue la más desgarradora de su vida.
Ya habían pasado varias semanas de todo aquello, pero las pesadillas seguían atormentándolo. Dale, el simpático hombre de cabello canoso, dueño de la casa rodante que Glenn usaba para dormir cuando todo alrededor parecía no tener sentido, le había dicho que a él le pasaba lo mismo.
III.
Eran contadas las noches en que se podía dormir tranquilo y, de alguna forma, el finísimo colchón que Dale le prestaba para que durmiera en el piso de su vehículo le parecía más cómodo y reconfortante que su bolsa de dormir. Cada vez que cambiaban el sitio de campamento, Glenn se tomaba el tiempo necesario para apartar del suelo toda la maleza y las piedritas antes de armar su tienda de campaña. Pero, por alguna razón que no podía determinar, siempre, en el medio de la noche, comenzaba a sentir una molestia en la espalda, como si debajo de la lona de protección hubiera quedado atrapada una piedra del tamaño de Corea.
Cuando comentaba aquello frente a sus compañeros siempre se ganaba sus risas y terminaba aceptando la invitación de Dale de quedarse de nuevo en el pasillo de su casa rodante. Tenían allí largas conversaciones. Charlando horas y horas de todos los temas, Dale compartía con Glenn parte de su sabiduría. Siempre se había sentido más cómodo acompañado de gente mayor. Dale era en ese momento lo que su abuela pudo haber sido. La extrañaba tanto. Aún conservaba una foto de ella, en el interior de su zapatilla. La idea de que sus padres no se hubieran ganado el privilegio de quedar inmortalizados en una fotografía que Glenn pudiera llevar con él a todas partes lo hacía sonreír con malicia.
IV.
Esa mañana se despertó asquerosamente temprano. Bajó la escalera de la casa rodante lo más sigilosamente que pudo para no despertar a Dale, ese era el único día que tenía libre del todo. (Dale siempre se ofrecía para las guardias nocturnas, usando su insomnio y sus ganas de ayudar como justificativo). Al pisar tierra firme suspiró de alivio y se estiró procurando no hacer ruidos. Primero los brazos. Pudo escuchar la queja de algunas de sus vértebras y sintió, con placer reprimido, cómo se le estiraba la columna por unos segundos antes de volver a su posición inicial. Se sonó los dedos de las manos y los de los pies. Ese pequeño ritual era una de las pocas cosas que todavía conservaba de su vida anterior, junto con la foto de su abuela y su gorra de béisbol.
Suspiró recordando aquel momento durante una de sus excursiones en busca de provisiones, cuando estaba revisando el equipaje de uno de los autos abandonados y encontró una gorra de béisbol mucho más nueva que, de hecho, aún conservaba la etiqueta. La tentación fue grande, pero una extraña fuerza sobrenatural lo hizo desistir. Conservaría la suya al menos hasta que el sol destiña sus colores por completo y, claro, cada vez faltaba menos para eso. Le encontraba al asunto de la gorra un simbolismo extraño. Era como una despedida al viejo Glenn y una bienvenida a uno nuevo. Luego de pensarlo, guardó la gorra nueva en el bolso que estaba llenando y no le dijo a nadie ni una palabra de su plan. Esa misma noche, depositó en el bolso abandonado sus propias pertenencias y llenó el suyo con las nuevas, incluida la gorra de béisbol. Sólo se quedó con la foto de su abuela, algunos libros, un buzo de la universidad y la bufanda de su primera novia. El resto de su ropa y otras porquerías que había acumulado a lo largo de los años, volvieron al día siguiente a uno de los autos abandonados de la carretera congestionada de Atlanta.
Caminó con cautela hasta su tienda de campaña y revolvió su bolso en busca del libro que Dale le prestó dos días antes. Malgastó unos minutos más buscando allí hasta que se percató de que lo había dejado en el interior de su saco de dormir. Luego, con El gran Gatsby bajo el hombro y una sonrisa pequeña en los labios, caminó hacia el centro del campamento, donde acostumbraban prender el fuego, y empezó a leer.
Antes de que se percatara ya era la hora del desayuno. Shane salió de su tienda, seguido de Lori y Carl, y caminó hacia Glenn, que aún permanecía metido en el interior del universo de fiestas y jazz vivido por el mismo Scott Fitzgerald, tantos años atrás.
—Buen día, Glenn —saludó Shane. —Lamento interrumpirte —agregó al notar la pesadez con la que levantó la vista del libro. —Te necesitaremos esta tarde. Al parecer… —se tomó un momento para vigilar lo que Lori y Carl estaban haciendo antes de continuar. Glenn aprovechó para verificar si su dedo índice estaba marcando el lugar correcto en dónde había detenido la lectura. —Al parecer Amy estuvo escuchando algunas voces en una de las radios portátiles. No estamos seguros pero un par de hermanos podrían estar llegando del norte en estos momentos —comentó Shane algo atropelladamente.
—¿Del norte? ¿Y se dirigen a Atlanta? —preguntó cerrando el libro. Podía estar seguro de que si así era, no les quedaría mucho tiempo de vida a aquellos hermanos.
Shane asintió y se encogió de hombros, probablemente recordando lo que era ahora Atlanta.
—Algunos de nosotros iremos hasta allí, para advertirles. Necesitamos que te quedes aquí y supervises las radios.
Glenn sonrió. Shane tenía la extraña costumbre de pedir las cosas en forma de órdenes.
—Lo haré —aseguró sin modificar su expresión.
Shane asintió y volvió a su tienda antes de reunirse con Jim y T-Dog.
El resto de la mañana lo pasó pendiente de las radios. De vez en cuando Amy se sentaba a su lado y trataba de entablar conversación con él. Glenn no podía evitar reírse interiormente por aquella ironía del destino. Tenía que suceder el fin del mundo para que una chica como ella se acercara a él tratando de hablarle. Una de esas chicas que durante años lo habían señalado y se habían reído al verlo caminar por los pasillos con su remera de Flash Gordon.
Almorzó con Dale y luego volvió a su puesto junto al fuego. En algún punto pasadas las dos, Carol se acercó y se sentó a su lado. Le preguntó cómo estaba y le aconsejó no estar mucho tiempo bajo el sol. Glenn le sonrió y se acomodó la gorra. Luego Carol le preguntó por el libro que había tenido sobre las piernas todo el día y el le explicó amablemente que Dale se lo había prestado. Luego de varios minutos de conversación, vio cómo Carol caminaba hacia la casa rodante para preguntarle a Dale si tenía algo de Sidney Sheldon, cómo Dale asentía sonriente y cómo bajaba del techo para entrar juntos en busca del esperado libro.
V.
Se hicieron las tres y luego las cuatro. Quince minutos después, Shane, Jim y T-Dog llegaron acompañados de dos hombres. Glenn cerró el libro y esperó a que Shane reuniera a todos alrededor de la extinta fogata para presentar públicamente a los nuevos sobrevivientes. Dale y Carol fueron los primeros en llegar, charlaban animadamente bajo la atenta mirada de Ed, que caminaba unos pasos detrás, sosteniendo a Sophia por el codo. Glenn tragó saliva al verlos. Luego se aproximó Carl, con Lori abrazándole los hombros. Se separó de su madre y se sentó junto a él, que ya se había provisto de un señalador y no necesitaba mantener el dedo dentro del libro, así que imitó a Lori y rodeó a Carl con uno de sus brazos mientras con el otro sostenía el libro encima de sus piernas cruzadas. Entonces llegaron Andrea y Amy, seguidas de Jacqui y la familia Morales. T-Dog se sentó en el espacio libre que había junto a él y durante unos segundos intercambiaron miradas de complicidad. El alivio de verlo a salvo estaba siendo aplacado por la anticipación de saber quiénes eran aquellos hombres, que ya habían comenzado a acortar la distancia que los separaba del resto del grupo. Shane anunció con verdadera actitud de líder que sus nombres eran Merle y Daryl y que venían de otro grupo de sobrevivientes que se había asentado al otro lado de la carretera. Habían tenido algunos problemas para llevarse bien con ellos y habían decidido seguir ruta hasta encontrarse con alguien más, o quizás no. Glenn no supo por qué pero sintió una curiosidad inmensa por saber qué tipo de problemas habían tenido con ese grupo, ya que, a juzgar por el aspecto de ambos, no parecían tener mucha simpatía por la gente.
Se mantenían en pie de una forma que a Glenn le pareció admirable. El más alto transmitía una seguridad que era palpable hasta con la piel y le pareció curioso que, aunque el más menudo era igual de fuerte que el otro, no proyectaba el mismo grado de confianza que su hermano. Shane señaló a cada uno de los hermanos y los identificó con sus respectivos nombres mientras ellos asentían con la cabeza en forma de saludo. Miró al mayor, al que respondía al nombre de Merle y creyó ver que éste le enviaba un beso imaginario y le guiñaba un ojo. Avergonzado, quitó la mano del libro y se tocó la cara para comprobar si se había sonrojado. Shane siguió hablando y luego, casi sin poder evitarlo, se encontró a si mismo con la mirada fija en el lunar que el menor de los hermanos, Daryl, tenía sobre el labio.
Era tal su concentración que no se percató de que aquel hombre lo estaba observando también, pero no precisamente a su cara, sino al libro que resguardaba sobre los muslos. Cuando logró disipar la concentración de la boca de Daryl, notó cómo él lo miraba por sobre el hombro de su hermano. Entonces, Glenn no se atrevió ni a parpadear. La presencia de ambos era tan dominante que tuvo la sensación de pertenecerles, de la misma forma que, en un momento, les había pertenecido a sus padres.
Mientras los demás se presentaban y decían pequeñas cosas sobre sus vidas, Glenn abrió El gran gatsby una vez más y se detuvo en la página once. Leyó para sus adentros las líneas que había subrayado días atrás.
"Desde su época de New Haven había cambiado mucho; ahora era un robusto hombre de treinta años, pelo color de paja, boca más bien dura, y modales altaneros. En su rostro dominaban dos brillantes y arrogantes pupilas, que le daban la apariencia de hallarse siempre al acecho".
Mientras Dale contaba cómo se había topado con Andrea y Amy, Glenn miró sin mirar a los ojos de Daryl, que sonreía de medio lado por el histrionismo del anciano.
"…y cuando se movía, se advertía en su espalda el movimiento de un gran conjunto de músculos. Era un cuerpo capaz de desarrollar enorme fuerza, un cuerpo cruel. Su voz, de tenor, ronca, malhumorada, aumentaba la impresión de pendenciero que siempre producía… Parecía decir: Vamos, no creas que mi opinión es definitiva sólo porque soy más fuerte y más hombre que tú"
O Glenn estaba loco, o Tom Buchanan acababa de aparecer frente a él. Cerró el libro, sonriendo. Cuando le llegó el turno de hablar, simplemente dijo su nombre y de dónde venía. Quería mostrase misterioso y reservar algo de conversación para la cena. Cuando T-Dog terminó de hablar, Shane se ofreció a ayudar a las mujeres ya que Merle se ofreció para hacer guardia. Daryl se ocupó de levantar su tienda de campaña y allí permaneció el resto de la tarde.
La primera noche que pasaron con esos hermanos, el mayor había realizado una extraña comparación entre el grupo que formaban ellos ahora y el formado por los personajes de la película El Club de los Cinco. A Glenn le pareció una comparación acertada y quiso hacérselo saber a Merle, pero él simplemente parecía ignorar lo que le decía. También le llamaba la atención cómo el hombre, al hablar, parecía dirigirse a todos menos a él. Era como si tuvieran un enfrentamiento personal del que ningún otro miembro del grupo sabía, a excepción del propio Merle. Esa guerra secreta que el sujeto nuevo le había declarado le quitó el sueño esa noche. También sus palabras. Merle había dicho que no tenían nada en común, excepto las ganas de sobrevivir, o la costumbre de hacerlo. Mientras lo decía, miraba a Andrea a los ojos y ésta no tuvo más opción que asentir, aunque a Glenn le pareció que le había encontrado a esas palabras un significado verdadero.
Salió de su tienda con el libro de Dale bajo el brazo y una linterna. Estaba decidido a terminarlo. Caminó hacia el centro del campamento y se sobresaltó al ver la sombra de alguien sentado en uno de los troncos que había alrededor del fuego. Nervioso, encendió la linterna y apuntó con ella hacia la silueta.
—Casi me matas del susto —susurró sentándose en un tronco frente a él.
Daryl reprimió una sonrisa y se incorporó.
—Lo mismo digo —murmuró mirando al cielo. —Lo mismo digo —volvió a decir bajando la mirada y clavando la vista en él. Glenn citó en su cabeza a Francis Scott Fitzgerald una vez más. Para su sorpresa, ya lo sabía de memoria…"Su voz, de tenor, ronca, malhumorada, aumentaba la impresión de pendenciero que siempre producía… Parecía decir: Vamos, no creas que mi opinión es definitiva sólo porque soy más fuerte y más hombre que tú"
