Levantarse, desayunarse, tomar un baño, no olvidarse las llaves. De todas las cosas que pudieron salir mal esa mañana, el quedarse dormido fue la peor. Ahora se escurría entre la ajetreada acera tratando de que el ramo de rosas se mantuviera en perfecto estado antes de ser entregado a su dueña. Pero no era fácil, pues el soleado sábado invitaba a escabullirse del encierro y respirar aire fresco, algo que si no fuera por sus veinte minutos de rechazo, Legolas admitiría que estaba haciendo.

Cubrió con una mano la parte superior del ramo, con expresión de dolor. Las flores ya no se veían tan frescas después de haber sido golpeadas por decenas de hombros o codos, tan apurados como él en tomarse el bus más próximo y perderse en el frondoso linde de la ciudad. Donde fueron golpeadas aparecieron unas marchitas manchas rojo oscuro, dándoles un aspecto maltrecho. Quizás sí debió usar su auto, pero solo hubiera incomodado a Tauriel. No era una mujer que disfrutara de la ostentación, y pasar a buscarla sobre su lustroso y nuevo Audi que su padre insistió en regalarle, no era la mejor manera de demostrar su humildad. Pero presentarse tarde tampoco era excusa. No importa cuanto lo intentara, era él quien siempre la iba a buscar. La buscaba, la seguía, le prestaba atención. Había llegado a un punto donde no sabía si su actitud era pura condescendía o si tras esa sonrisa amable ocultaba verdadero interés. Sea como fuere, Legolas se sentía atado a aquella dulce afirmativa de una salida al bosque, y aunque pensándolo bien las rosas no iban con ella, su estómago se encogía al pensar en la tarde que tenía por delante. Tauriel era para él como una flor silvestre, igual de hermosa como venenosa. Se preguntó si ese día iba a enterarse como realmente funcionaba su magia, si iba a envenenarlo lo suficiente para desistir.

Acaba de cruzar la calle cuando su móvil comenzó a vibrarle en el bolsillo. Era Tauriel, seguramente enojada por su impuntualidad y una especie de pánico escénico se apoderó de él, porque no solo era pésimo mentiroso, si no que jamás podía mentirle especialmente a ella. En un desesperado intento de acortar los minutos que lo separaban de la esquina de su facultad, su lugar de encuentro, comenzó a corre esquivando a las personas y apretando el móvil con tal de que dejara de sonar. Pero el telefonito seguía insistiéndole, y a Legolas la culpa de ignorar la llamada lo despistó. Atendería, le diría la verdad, o no, o alegaría que no lo escuchó, o…

Caos.

Vio como el teléfono voló de su mano y de pronto el mundo dio un giro de 180 grados. Sintió un punzante dolor en la nuca, los pulmones se le vaciaron a causa del golpe contra el pavimento recalentado por el sol y escucho el sonido de algo destrozándose.

-A-auch…- Reprimió un gemido de dolor y presionó con fuerza su cabeza, todavía mareado como para terminar de entender la situación. Había chocado contra algo, o alguien en su loca carrera. Trató se incorporarse pero sintió que todo le daba vueltas ¿tan duro se había golpeado? Se mordió el labio inferior, sentía un hormigueo extraño donde el golpe comenzaba a palpitarle-…- Cerró los ojos con frustración. Quizás si se quedaba quieto unos segundos podría sentirse mejor y pararse de una vez. Debería haber traído el auto…

-¿estás bien?-

Legolas se despabiló. La voz de un hombre le tendía una mano para levantarse. La estrechó dubitativo. Lo ayudó a incorporarse sosteniéndolo enérgicamente de un hombro

-¿Te he lastimado?- definitivamente sonaba preocupado - ¿Te sientes mareado?-

-Algo- Murmuró mirando al piso y notando que sus propios zapatos se movían en sutiles ondas. Al intentar dar un paso las ondas se transformaron en manchas borrosas y tuvo que aferrarse al brazo que lo sostenía para no caer- Un poco…-

-Lo lamento ¿te hice daño? ¿Puedes mover bien el cuello?- El extraño coló su mano a través de su rubia cabellera intentado palpar la zona adolorida, pero Legolas, sorprendido, no permitió que lo tocara más de la cuenta, sobre todo si era aun extraño, sobre todo si era un hombre- fue solo un gol…- Había levantado la vista, ya libre de su mareo. Frente a él se encontraban un par de ojos grises que escudriñaban con preocupación cada milímetro de su rostro, buscando algún síntoma grave -..golpe-

Se quedó sin habla. Aquellos eran los ojos más hermosos que había visto nunca. Más hermosos que los de su padre, o los de Tauriel. No porque su color gris fuera más vivo, si no porque su resplandor parecía brillar desde las profundidades de su iris. Resplandecían con un fulgor cálido y compasivo, muy diferente a las glaciales miradas de los suyos, donde la luz que desprendían nunca auguraba tanta cercanía. Mechones oscuros y enmarañados enmarcaban el rostro del hombre, cayendo de forma desordenada sobre sus pómulos. El resto de su cabello parecía llevarlo atado hacía atrás, igualmente desordenado. Era mayor que él, lo adivinó por el tono de su voz y sus facciones surcadas por las líneas de expresión de expresión. Su quijada estaba poblada por una barba rala y su boca se notaba armoniosa a pesar de estar curvada por el susto. Como los traspasaron esos ojos, lo perturbó. Se soltó de inmediato, impulsado por una corriente eléctrica. El hombre no pareció entender su actitud, porque seguía muy cerca de él, insistiendo en revisar su golpe, si sangraba o no.

-De verdad lo siento, no te vi venir, estaba sacando ese estante y estaba de espaldas- señaló lo que quedaba del mueble de vidrio -¿De verdad puedes mover bien el cuello?-

Legolas observó los restos echos añicos, consternado.

-¿Lo rompí yo? Lo pagaré, lo prometo. Ha sido mi culpa- Otra vez ese pánico escénico lo atacó. No podía aguantar más la vergüenza que sentía. Se precipitó a levantar los trozos de vidrio, pero su cuerpo no se había recuperado tan fácil como su mente, despabilada por aquellos ojos celestes. Trastabilló y tropezó, pero el hombre de cabellos oscuros fue más rápido y antes de que se diera cuenta había logrado pasar su antebrazo bajo su cintura salvándolo de una dolorosa caída sobre los afilados fragmentos esparcidos por el suelo

-¡Ten cuidado! – protestó molesto – te lastimarás aún más, no importa el estante, lo sacaba para tirar de todas formas!- Lo ayudó a pararse de nuevo - ¿Por qué no te sientas un momento? Te traeré hielo…-

Trató de zafarse de la ayuda excusándose bajo el pretexto de que era solo un golpe, pero el hombre se mostró inflexible. Le pidió que se sentara en la barandilla de la vidriera y esperara, que le traería algo con que calmar el dolor. Legolas no tuvo opción. Aceptó y de mala gana se sentó a esperarlo. Lo vio a entrar al local deprisa y suspiró. Unos centímetros frente suyo estaba lo que fue su ramo de rosas y su teléfono, abierto de par en par y con la batería afuera. Perfecto. Ahora si tendría una buena excusa para Tauriel, una verdadera al menos. Lo atrajo con el talón escuchando como la pantalla se rayaba aún más. Por suerte, el grupito de gente curiosa se había disipado y podía disfrutar solo de su torpeza.

Protestó por lo bajo mientras armaba de nuevo el aparato. El dolor de su nuca decrecía con cada punzada de dolor pero su sentí su cuello acalambrado Se toco con la punta de los dedos la parte posterior de su cabeza, la mas afectada por la caída. El dolor casi hizo que le saltaran las lágrimas.

-No creo que sea buena idea que tocaras allí- Su inesperado salvador había aparecido de nuevo. Traía en la mano un pañuelo doblado y húmedo- O empeorarás la inflamación- Se agachó hasta su altura ofreciéndole el pañuelo – Apoya esto, con cuidado-

-Gracias- Murmuró Legolas evitando cruzar sus miradas. La tela olía maravillosamente bien, se sintió refrescado al instante. Estaba tibia al tacto -¿No encontró hielo?-

El hombre sonrió – Creo que esto es mejor-

Apenas apoyó la tela húmeda en el hematoma el hormigueo comenzó a desaparecer y un calor tibio bajo por su cuello, relajando sus músculos. Sonrió de alivio y cerró los ojos. Notaba la mirada del contrario sobre su rostro, expectante. Estaba de mas decir se sentía intimidado ¿Por qué tenía que estar tan encima suyo? Si alguien debería sentirse culpable, debería ser él y no otro - Perdón, le causé demasiados problemas – volvió a lamentarse sin atreverse a levantar los parpados. Posiblemente la mirada del extraño lo pondrían más nervioso, más intimidado. Más intrigado –No lo vi-

-No es nada- El hombre se incorporó risueño - ¿eran tuyas? Las rosas-

Legolas tuvo que abrir los ojos. Efectivamente, ese era su ramo. O lo que fue- Sí, bueno era. No quedan mucho de ellas - echo una mirada sombría a las dos o tres flores despeluchadas y los pétalos pisoteados

-Ciertamente. Te daré uno nuevo en compensación ¿Te parece? – Le ofreció con una sonrisa radiante y pequeños hoyuelos se formaron en las tostadas mejillas.

-¿De que habla? ¡No me compre uno nuevo! – Se incorporó demasiado rápido y tambaleó antes de erguirse por completo- ha sido mi culpa, no puedo permitir que gaste aun más –miró de reojo el mueble roto y lo aguijoneó la culpa- De verdad, no gracias-

El hombre lo miró con una ceja en alto. Había algo de desafiante y cautivador en su expresión, entre divertido y desconcertado. Legolas frunció el seño ¿le estaba jugando una broma? Comenzó a fastidiarse – Bueno…-

-Tranquilo ¿No viste el cartel?- El hombre señaló a la parte superior de la tienda. Era florería- No voy a cobrártelas-

-No es por el dinero- Legolas se giró disimuladamente hacia la vidriera, un poco para advertir las flores que no había visto antes y un poco para esconder su mejillas algo sonrojadas. Una florería, que conveniente- Voy a pagárselas…-

-No seas exagerado ¿Cuánto crees que puedan salirme algunas rosas? Pasa, te armaré un ramo adentro-El el amable desconocido lo invitó a pasar. Lo siguió hacia el interior volviéndose a poner el pañuelo húmedo en la nuca. Era una tienda amplia aunque por afuera se viera tan pequeña- De las paredes blancas colgaban tres o incluso cuatro filas de estantes de vidrio con diferentes flores y plantas, realmente hermosas y bien cuidadas.

Detrás del mostrador donde descansaban una serie de herramientas, rociadores y un bouquet a medio hacer, el extraño desapareció tras una puerta del mismo blanco que las paredes. Se dedicó a observar las plantas, cubiertas por gotitas de agua resplandecientes. Tenían una hermosa gama de orquídeas rosas y durazno junto a algunos bonsáis apenas plantados. No se veía como un lugar que vendiera flores baratas, menos las rosas. Algo llamó su atención, en a esquina del estante inferior había una pequeña maceta llena de tierra reseca y un capullo a medio morir. Estaba bastante escondida detrás de una mata de claveles rojos, blancos y rosas. La tomó con cuidado ¿Por qué dejarían esta si el resto se veían tan sanas?

-¿Cuántas rosas tenía tu ramo?- preguntó el aparente dueño de la florería con una gran cantidad de espléndidas rosas carmín en la mano y una pinza en la otra. Evidentemente había estado cortando las espinas para armar el bouquet sin peligro. Legolas se quedó embobado mirándolas, mucho más bellas que las que había elegido para Tauriel. Se veían aterciopeladas e hinchadas de vida. La voz lo sacó de su ensimismamiento- Diez- Mintió. Inicialmente era doce, pero no permitiría que malgastara ninguna de sus rosas.

-Diez entonces- Sonrió el florista y comenzó a juntar las más grandes y envolverlas en papel. Legolas se acercó al mostrador con la macicita aún en las manos y la apoyó con cuidado mientras miraba interesado

-Son hermosas- murmuró con asombro- Lamento causarle tantas molestias – volvió a disculparse acariciando el pimpollo descolorido. Pero sus ojos se desviaban a otro sitio, por más que quisiera mantenerlos en sus manos, miraban las del hombre, que se movían con experiencia. Legolas no estaba acostumbrado a observar a la gente con tanta indiscreción. Creía maleducado cargar al otro con el peso de su mirada e incomodarlo, pero el perfil recortado por sus cabellos oscuros, la forma en que su nariz bajaba y se unía a sus labios con elegancia le daban un carácter noble, altanero. Masculino. No podía evitar notar la diferencia entre él y los de su propio entorno. Familiares, amigo. Todos de acciones suaves y discretas. En cambio, la barba de unos días y el cabello enmarañado del florista no lograban ocultar la delicadeza y fuerza de sus rasgos. Era agradable contemplarlo tan avocado a su tarea, por más que fuera armar un simple ramo de flores

-Ya está. Aquí tienes- Por fin terminó. Le extendió a Legolas el pesado ramo y este lo tomó con cuidado

-¿Cuánto le debo por esto?

-Te he dicho que nada. No insistas. Me siento culpable por haberte echo daño. Y hablando de eso ¿te sientes mejor?- añadió observando el pañuelo que Legolas llevaba echo un bollo en la mano libre -¿Quieres que lo moje de nuevo?

-No gracias. No me hice daño…Pero insisto en pagarle- Sentenció severo.

El hombre tiro atrás los mechones de su frente suspirando exasperado -¿Cómo te llamas?

-Legolas-

-Aragorn- Le extendió la mano

Parpadeó aturdido sin saber como librarse. Dejar el pañuelo en el mostrador hubiera sido una grosería y debió verse muy torpe titubeando tanto por como responder a un saludo. Aragorn rió y le quito el pañuelo con delicadeza, lo tiró por algún lado bajo el mostrador y se la estrechó

-No quiero que me pagues nada. Me ofenderé si vuelves a insistir ¿sí? –

La mano contraria era tosca y cálida. No supo que decir. Se quedó mirando el apretón de manos y el contraste entre sus pieles, blanca la suya y morena la de Aragorn

-Está bien- Asintió derrotado. Se separó tímidamente con un carraspeo. No era incomodidad lo que lo ponía tan nervioso, más bien algo parecido a la vergüenza de verse tan atolondrado en cada cosa que hacía- ¿De verdad iba a tirar ese estante?-

-Claro, ya estaba rajado de todos modos- Aragorn se encogió de hombros como quién no quiere la cosa- ¿Y esto? – Señaló la maceta sobre el estante -¿Tú lo tomaste?-

-¡Perdón! ¿No debí hacerlo?- Se disculpó

-No, no, tranquilo, está bien- trató de tranquilizarlo aguantándose la risa. Legolas frunció los labios con amargura ¿Qué más faltaba? ¿Podría alguna otra cosa salirle peor? Desvió la mirada al suelo rodando los ojos y frunciendo el ceño –Pero me sorprende que te llamara la atención, la verdad es que no tengo idea de cómo cuidarla – Aragorn alzó la macetita y se rascó la cabeza dubitativo- La planté pero no hay caso, no creo que sobreviva…-

-Quizás porque no debe estar en la tierra- Legolas le tendió el ramo a Aragorn quién le cedió la maceta- Es un capullo de lirio de agua. Morirá si no la coloca en un recipiente adecuado ¿Tiene alguno? – Preguntó dejando la flor en la mesa y levantando la cabeza –Puedo transplantarla si quiere- Lo ultimo salió algo atropellado debido a la embestida que aquellos ojos gris parecían provocar en él. Tragó saliva enderezando la espalda- Alguno que no sea muy alto puede servir…-

-Claro, espera, creo que aquí…- Desapareció bajo el mostrador. Legolas se inclinó confuso. Estaba buscando algo. Al cabo de unos segundos apareció de nuevo con un vasija de cristal chata y polvorienta

-Lo compramos la ultima vez que trajimos nenúfares ¿sirve?

-Seguro ¿podría llenarlo con agua?

Aragorn asintió, limpió con un repasador el recipiente y lo llenó con el agua de un rociador y apoyó los codos como diciéndole que tenía vía libre de hacer lo que tuviera que hacer. Legolas entonces humedeció la tierra con parte del agua y con el índice comenzó a mezclarla alredor de capullo con el objetivo de no arrancar las débiles raíces que nacían de su base. Que extraño que el florista no supiera de esto, si lidiaba con plantas todo el día. Pero había halado en plural cuando mencionó los nenúfares, posiblemente él solo era un socio inexperimentado. ¿Pero y si no? Se estaría viendo como un idiota tratando de dar una lección a alguien quien ya sabía...Se le encogió el estómago

-Perdone, no te he preguntado si ya sabes hacer esto. No quiero que lo tome como una ofensa-

-¿Hum?- Aragorn alzó la cabeza de sus palmas –No ¿de que hablas?

-No quiero que piense que estoy haciendo esto a propósito- Aragorn pareció no entender- Es decir, usted quizás ya sabe hacerlo y …bueno, usted es florista y es posible que…

-Oye, no- lo interrumpió – No, de hecho no sabía ni lo que era. Así que siéntete libre de ayudarme, y deja de tratarme de usted ¿tan viejo te parezco?- bromeó dedicándole una sonrisa llena de simpatía.

El color del rostro de Legolas desapareció para luego volver en un sonrojo que pretendió ser leve -No- contestó a secas y volvió al capullo. El capullo, bendito capullo. No a la boca de Aragorn que de seguro estaría riendo a escondidas. Lo extrajo de la tierra húmeda con cuidado y volcó el resto dentro del cristal. La acomodó con la punta de los dedos y , por fin, terminó por ubicar la pequeña y maltrecha planta en el centro- ya está- examinó satisfecho – Con esto debería ser suficiente-

-¿Cómo lo sabes?

-Estudio botánica- acaró limpiandose as manos con el repasador- Esta es una Iris pseudacorus, de la familia de las Iridaceae. De hecho no creo que muera porque las pseudacorus son un espécimen especialmente robusto, además de ser perenne y…- Legolas tuvo que detenerse a sí mismo. Dobló cuidadosamente el repasador- Bueno, necesitan agua para subsistir de todas formas- Sonrió con formalidad.

Aragorn se quedó en silencio unos segundos, alternando entre la planta y el diccionario parlante que tenía enfrente – Bueno ¿saldrá una flor de esto?-

-Con el debido cuidado y un recambio de agua, sí. Una cala, más precisamente- aclaró – pero si el agua se pudre posiblemente el capullo no sobreviva, muy probablemente porque le este faltando oxigeno y..-

-Gracias, Legolas. De verdad- esta vez fue Aragorn el que lo calló – Lo tendré en cuenta, gracias por molestarte-

-No fue nada…- la sonrisa quedó prendida a medias de sus labios. No sintió que su perorata fuera mal recibida, pero el escuchar su propio nombre entonado con ese profundo tono de voz lo dejó sin habla, sin razón aparente. Una extraña sensación de escalofrío le recorrió el cuerpo y advirtió que por debajo de la ropa se le había erizado la piel- No, discúlpeme de nuevo por el mueble. Venía distraído- Cogió el ramo- No sé como agradecerle las rosas, debo irme-

-No te preocupes- Aragorn volvió a sonreír despreocupado – Espero no haberte lastimado-

-No, estoy bien- Basta de disculpas. Algo lo presionaba a salir de allí, Legolas se sentía angustiado y no sabía porque. De poder haber salido corriendo lo hubiera echo sin siquiera llevarse el ramo- Gracias- inclinó levemente la frente. Esa era una forma de los suyos de disculparse con sumo respeto. Mucho lo sorprendió que el hombre le respondiera el gesto con comprensión- Hasta luego-

-Ah! Espera, llévate esto- Le envolvió unas hojas secas en un trozo de papel y se las dio- Ponlas en agua caliente y luego en el golpe. Te ayudará-

Claro que lo ayudaría, que esto no eran...- ¿athelas?-

Ring. Su móvil volviendo a sobresaltarlo. Tauriel de nuevo. Legolas cortó la llamada deslizando el pulgar por la pantalla- Disculpa, es que estoy llegando tarde a una ….-¿cita?- Estoy llegando tarde a un lugar, de nuevo, me disculpo.-

-Hasta luego- Aragorn lo saludó desde el mostrador- Un gusto conocerte-

Legolas hubiera dicho que igualmente pero tenía muy en claro que difícilmente podría librarse ese día del dolor de la caída. O de sus ojos sonriéndole y ofreciéndole un pañuelo húmedo.