El anciano mantenía los ojos cerrados en aparente tranquilidad. Solo se escuchaba el sonido de la cascada que durante todos los dias le acompañaban. Pero los últimos días se había inquietado, preguntandose si por fin había llegado la hora.
Se mantenía más alerta que de costumbre y pasaba las horas pensado. ¿Como estarían las cosas en el Santuario? Podía notar los cosmos de los caballeros que había allí. Y por el momento no pasaba nada. Pero estaba intranquilo. Se preguntaba cuando nacería la nueva reencarnación de Atenea.
Abrió los ojos. Lo único malo de estar allí sentado es que no podía recibir noticias muy seguido, debía fiarse de su cosmos. Y hacía mucho tiempo que Shion no se las daba, ni siquiera recordaba cuanto.
Y de pronto, mientras cavilaba, el mismo Shion se materializó, muy cerca suyo usando la teletransportación.
- Hola, Dohko.- saludó sonriendo.
¿Por fin habría nacido Atenea? ¿Era por eso que él estaba allí? Por eso aquella inquietud de los últimos días. Estaba seguro. Siempre que Shion aparecía era para darle noticias importantes, pues estaba muy ocupado como Patriarca en el Santuario. Siempre se había sentido nervioso días antes de que Shion viniese a darle noticias. La última vez que vino fue cuando le informó que había dos puestos de caballeros dorados por fin ocupados, Géminis y Sagitario.
- Sigues igual que la última vez que te vi. - dijo Shion.
- Un pobre anciano no cambia, tal vez solo las arrugas se hacen más amplias.-Dohko le sonrió fijandose atentamente en su cara.- Ni siquiera para ti el tiempo pasa en balde. Sigues teniendo buen aspecto, a pesar de todo.- Era cierto, Shion tenía ya bastantes arrugas y se notaba el paso de los años, pero no eran nada comparadas con las de Dohko. - Pero no habrás venido solo a verme.- añadió.
- Por supuesto que no. Estoy demasiado ocupado para perder el tiempo visitando un anciano.
- Y yo para recibir un anciano cascarrabias.- replicó Dohko. De repente ambos se echaron a reír.
Pero pronto Shion volvió a ponerse serio. Dohko se preguntó si el momento habría llegado de verdad.
- He venido para comunicarte que en breve tendremos las doce casas completas.
- ¿Ya hay caballeros dorados?
- Dije tendremos, no tenemos. Es cuestión de tiempo. He encontrado unos niños que son perfectos.
No, aun no había llegado el momento.
- Pensé que habías venido para algo más importante. - Suspiró.- ¿Entonces ya hay nueve niños dispuestos a entrenar duro y a darlo todo?
Shion se encogió de hombros.
- Supongo...
- ¿Supones? -el anciano enarcó una ceja.- ¿Pasa algo?- añadió mirándole como si le fuese a reñir.
- ¿Tendría que pasarlo? - se limitó a preguntar Shion, no dejó que le respondiese porque enseguida volvió a hablar.- Bien, viejo amigo. ¡Hasta luego!- Y desapareció sin darle tiempo a decir nada.
De vuelta en el Santuario, Shion se sentó un momento en las escaleras que conducían al templo de Aries, el templo que él había protegido antes de que fuera el Patriarca, en otra época del mundo en la que luchó por Atenea. Dohko tenía razón; del mismo modo que había arrugas que se hacían más amplias, también había heridas que no acababan de cerrarse del todo y recuerdos que jamás se perdían.
Sonrió divertido al imaginarse que hubiera dicho Dohko al enterarse de que no había encontrado nueve niños, sino tan solo ocho. Era cuestión de tiempo encontrar al último. Pero Dohko le reñiría sin duda, los dos eran sabios y ambos lo sabían pero estaba convencido que su viejo amigo habría esperado que le comunicase las noticias cuando los doce estuvieran reunidos de nuevo.
Ambos habían cambiado. Antes Dohko era más impulsivo y Shion más calmado. Parecía que de algún modo el paso de los tiempos había hecho que ambos se tomasen las cosas con más calma, y estaba seguro que al estar Dohko tanto tiempo sentado al lado de la cascada le había hecho mucho más sabio que él. Shion se llevó la mano al mentón con aire pensativo. ¿Por qué en la cascada?
Se puso la máscara y el casco que el uniforme de Patriarca requería, pues notó que alguien se acercaba.
- Gran Patriarca.- Justo a tiempo. - Ha salido de su templo.- El recién llegado parecía sorprendido.
Shion se giró.
- Hola, Saga caballero de Géminis. - saludó. Saga, un joven de largos cabellos azules se arrodilló frente a él. - ¿Ocurre algo?
- Si, señor. Acabo de pillar a un niño husmeando por aquí. Le encontré en mi templo- De repente, Saga estiró el brazo, tirando de la oreja de un niño pequeño.
- ¡Ay! - se quejó el niño.
Shion le reconoció.
- No te preocupes, Saga.- dijo.- Suelta al chico.- Saga obedeció y el crío miró a Saga con odio.
- ¡Eres un demonio! -exclamó el niño.
- ¿Que tienes ahí? - interrumpió Shion. El niño lo intentó ocultar, pero Shion le arrebató lo que llevaba a la velocidad de la luz. - Vaya, es curioso que trates de demonio a alguien cuando tu llevabas esto escondido. - Era una figura que parecía antigua, muy pequeña. - ¿Sabes que es?
- Una moira, señor. - respondió el niño con aire desafiante.- Un símbolo de la muerte.- dijo como si se lo hubiese aprendido de memoria.
Saga pareció sorprendido. ¿Dónde habría oído semejante cosa y que hacía con esa figura?
- Estas equivocado. Las moiras eran las encargadas de asignar el destino, daban desgracias y suerte a la gente, pero no las debe asociar con la muerte.- dijo Shion. El niño se encogió de hombros.- ¿De dónde la has sacado?
El niño miró hacia otro lado y ambos comprendieron que lo debía haber robado o algo peor.
- ¿Que hiciste, pequeño? - preguntó Saga amablemente. - ¿Por que la robaste?
- No la robé, demonio. - respondió el niño. - Y me gusta. ¡Es mía! ¡Devuélvemela!
Ante la sorpresa de Saga, Shion se la devolvió.
- Te daré un consejo. Deshazte de ella antes que le sientas apego.- le dijo.
El niño parpadeó. Shion se dio la vuelta y sin mirar al niño añadió:
- Vuelve con los demás.
Saga vio como el niño cogía la figura entre sus manos, y entonces la dejó caer al suelo. Le miró extrañado. La figura se hizo añicos pero el niño ni siquiera lloró. Por un momento el caballero de Géminis se preguntó si la habría roto para no tomarle apego, tal vez haciendo caso al Gran Patriarca pero pronto vio como tomaba la cabeza que había salido desencajada del cuerpo y parecía que se fuera a romper de un momento a otro. Saga le miró interrogativamente, preguntando sin palabras.
- Me gusta más así. - Le dijo el niño y después echó a correr. Saga estuvo tentado de seguirle pero oyó la voz del Gran Patriarca que parecía provenir del templo de
Tauro y que le decía que fuese a verle, porque tenía algo importante que decir.
Saga se dirigió a subir las escaleras del templo de Aries, no sin antes echar un vistazo atrás. Se preguntó de dónde habría salido ese niño y que querría decirle el Patriarca. Deseó que su hermano no se hubiese metido en ningún lío.
Saga estaba arrodillado frente al sillón del Patriarca y preparado para preguntar que pasaba cuando el caballero de Sagitario entró como una exhalación. Entonces sus temores se desvanecieron un poco, no debía pasar nada con su hermano, porque si asi fuera, el Patriarca no le diria a Aioros que viniese.
- Lamento el retraso, Señor. - dijo Aioros poniendose rápidamente de rodillas, en la misma posición que su compañero. Saga le miró de reojo. - me entretuvieron y no pude llegar antes.- Saga se preguntó si habría sido el pequeño hermano de Aioros quién le habría interrumpido.
- No pasa nada, Aioros. - dijo el Patriarca.- Bien, vosotros sois los únicos caballeros dorados que hay hoy en el Santuario. - Los dos santos asintieron. - Y por fin he encontrado a los que un día serán vuestros compañeros. - Hubo una incomóda pausa.
- Entonces...- interrumpió Saga. - Aquel niño...
- Si, es uno de ellos.- respondió el Patriarca. Aioros miró extrañado a Saga, sin comprender.- No te preocupes Aioros, todo tiene una explicación. Encontramos a uno
de los niños antes de venir aqui.
- ¿Se comportó? - preguntó Aioros. Saga se sorprendió de la pregunta, no pensaba que el caballero de Sagitario fuera a preguntar algo así, había creído que preguntaría como se habían encontrado al niño.
- No era tu hermano, no te preocupes.- respondió el Patriarca.- Bueno, espero que no haya más interrupciones.- Añadió. A los dos santos les recorrió un estremecimiento. Saga estaba seguro que detrás de la máscara, el hombre les estaba asesinando con la mirada. - Voy a encargarme de esos niños y necesitaré vuestra ayuda. Espero contar con vosotros.
Ambos le aseguraron que así sería. Y a una señal del Patriarca, los dos fueron a retirarse. Pero el Patriarca no había terminado.
- Solo hay un pequeño problema. Solo hay nueve niños. Espero que me ayudéis a encontrar el que falta y no lo comenteis con nadie.
Los dos hicieron una reverencia y entonces si que se retiraron.
Mientras bajaban las escaleras ninguno de los dos pudo resistir la tentación de preguntar al otro lo que opinaba.
- ¿Como serán esos niños? - preguntó Saga.
- Como todos los otros niños.- contestó Aioros.- Solo una cosa les diferencia de los demás. Supongo que crecerán como tu y yo.
- Me refería a si estarán preparados o no.
- Si el Patriarca ha decidido que sean ellos, no hay duda de que estarán preparados...- repuso Aioros, no parecía muy preocupado. Además parecía que tuviese la cabeza en otra parte.
Pareció que el santo de Sagitario iba a añadir algo, pero de improviso pareció tropezar con algo y resbaló, poco le faltó para caer por las escaleras que daban al templo de Piscis, de no ser porque Saga le sujetó a tiempo.
- ¿Estás bien? - le preguntó a un Aioros que ahora le miraba malhumorado.
- ¿Se puede saber porque has hecho eso? ¡Me has atacado por la espalda!
- Por supuesto que no.- contestó Saga, confundido. Entonces vio la raíz del problema. Se agachó y recogió algo. Luego se lo mostró a Aioros- Mira, no creo que yo me parezca mucho a una fruta.
Aioros miró lo que Saga le mostraba. Era la piel de un plátano, típica broma para que alguien se tropezase.
- Y no creo que fueras a atacarme con un plátano.- dijo rascándose la cabeza.
- Lo que me sorprende es que tu pisaras el plátano. Se supone que a nosotros no se nos engañan con estas cosas.- contestó Saga, preocupado. ¿Habría algún enemigo? ¿Que interes tendría alguien más poderoso que ellos en hacer que Aioros cayese rodando escaleras abajo? ¿Kanon?
- Estaba pensando en otra cosa, eso es todo.- El caballero de Sagitario parecía sinceramente contrariado. -Pero te juro que encontraré...- masculló. De repente a Saga le pareció notar un cosmos- ¡Apártate! - gritó de repente Aioros. Sacó su arco, lo tensó y disparó.
Ambos bajaron corriendo los escalones que les quedaban y entraron en el templo.
Allí encontraron una escena curiosa. Un niño de la edad del que Saga se había encontrado más abajo, los miraba con la boca abierta. Estaba apoyado en una columna, la flecha de Aiolos estaba clavada a unos centímetros de su cabeza. El niño parecía completamente impresionado.
- Oh, solo es un niño.- dijo Saga y se acercó para ver si se encontraba bien.- Debe de ser uno de los nueve, los que nombró el Gran Patriarca. - supuso, ahora ya no le sorprendía encontrar a un niño por allí.
Aioros no parecía muy aliviado por el descubrimiento.
- ¿Esto es tuyo? - preguntó al niño, agitando la piel de plátano delante de las narices del crío.
- ¡Entonces funcionó!- exclamo el niño emocionado, no parecía para nada asustado. - ¡Alguien resbaló con él!
El cerebro de Aioros no tardó en captar lo que el niño había dicho. Pareció que fuera a darle al crío una buena tunda pero lo único que hizo fue sacar la flecha de la columna. Saga sonrió, el caballero de Sagitario no era de los que atacasen a un niño, por muy enfadado que se encontrase.
- ¿Como te llamas? - preguntó.
El niño parecío sorprendido por la pregunta, pero contestó con una sonrisa burlona:
- Milo.- dijo.
- Espero que no vuelvas a hacer nunca algo parecido. Por que entonces me enfadaré de verdad.- dijo Aioros. - Y saldrás muy mal parado.
El pequeño asintió pero Saga pudo ver como el niño sonreía de nuevo, tal vez pensando en nuevas cosas que hacer. Habría que quitarle las tonterías que debía tener dentro de su pequeña cabecita.
- Bien Milo, espero que no tengas que pasar mucho tiempo con Aioros.- le susurró Saga mientras pasaban por el templo vacío. Luego le dijo en voz más baja.- Estuvo muy graciosa su cara cuando se resbaló.
- ¡Te he oído, Saga!- dijo Aioros con el entrejo fruncido.
Los dos santos condujeron al niño por los templos, pero antes de llegar al templo de Sagitario, Aioros habló:
- Mi hermano debe tener tu edad. - dijo a Milo.- Tal vez os llevéis bien.
Cuando entraron un niño acudió en busca de su hermano. Saga le saludó con la mano y el pequeño agitó la suya a modo de respuesta. Luego se dirigió a su hermano, contento. Aioros le revolvió el pelo, dejandoselo totalmente desordenado. Milo se acercó. Entonces el niño reparó en él y se separó de su hermano.
- Me llamo Aioria. - se presentó.- ¡Y este es mi hermano Aioros! ¡Es un caballero dorado! - hinchó el pecho orgullosamente como si el caballero fuera él y no su hermano.
Mientras Aioria hablaba, Aioros y Saga se apartaron un poco para poder seguir comentando lo que les había dicho el Patriarca, convencidos de que los dos pequeños se llevarían bien. Pero sucedió justo lo contrario.
- ¡Oh, tu hermano es quién cayó por las escaleras! - dijo Milo con una amplia sonrisa pintada en su rostro.
Aioria pareció muy sorprendido por esa información.
- ¡Mi hermano no se cayó por las escaleras! ¡Es un santo de oro! - añadió como si eso lo explicase todo.
- Un santo de oro torpe. - respondió Milo sin ninguna buena intención.
- Estoy pensando en entrenar a mi hermano.- le explicaba Aioros a Saga en ese momento.
Aquello no parecía muy descabellado, era posible que siendo Aioros uno de los caballeros de oro, su hermano también estuviera destinado a serlo.
- Parece mostrar buenas actitudes- prosiguió Aioros.- iba a comentarselo al Patriarca pero antes quería asegurarme que no estoy equivocado.
- Las buenas actitudes no siempre van acompañadas... -comenzó a decir Saga pero un grito captó su atención.
Ambos se acercaron a los dos niños. Milo estaba tirado en el suelo, con una herida en la frente, y delante de él se encontraba Aioria echando chispas por los verdes ojos y estaba rodeado por una luz dorada.
- ¿Necesitas más pruebas? - preguntó Aioros sonriendo. Milo se levantó rascándose el trasero.
Saga vio venir la reacción de Milo antes de que ocurriese, asi pues se interpuso en su camino, impidiendole el paso antes de que atacase a Aioria. Milo miró furiosamente ahora a Saga.
- A veces las verdades afectan. - Dijo Milo.
Aioria fue a decir algo, y viendo que se avecinaba una tormenta, Aioros se acercó a él. Miró a Saga y éste asintió. Se llevó a Milo de allí para evitar que los dos niños acabasen a golpes.
Milo fulminó al caballero de Géminis con la mirada.
- ¿Por que me detuviste? - preguntó.
- No quiero que os mateis antes de convertiros en caballeros.- se encogió de hombros. - ¿Se puede saber que demonios te hizo Aioria?
- Nada, solo existir. Nunca me han gustado los niños de mamá. - Milo se cruzó de brazos.
- Aioria no tiene madre.
- Yo tampoco pero no soy un niño de hermano.- contestó Milo.
- Porque tu no tienes hermano.
- Porque yo no soy un llorón.
- Aioria no ha llorado.- Saga estaba empezando a dar a aquel niño por imposible.
- No tardará en hacerlo.. - Milo se encogió de hombros.
El resto del camino trascurrió en silencio, Saga le condujo hasta el templo de Géminis, dónde le puso una venda en la frente. Frunció el entrecejo recordando las últimas palabras del pequeño.
- Te prohíbo que le hagas nada a Aioria. - le dijo. Pero el niño se zafó de él y se fue corriendo escaleras abajo.
Saga deseó que hubiese algún niño normal entre todos los que habría que entrenar.
Se preguntó como serían los demás cuándo una voz a su espalda le hizo dar un respingo. Pero era tan solo él.
Como siempre fue como verse en el espejo, pero verse de una forma extraña pues la cara que le miraba, era a la vez parecida y diferente. De no ser porque eran tan parecidos y no había duda de que eran gemelos, Saga hubiera jurado que no eran familia y no tenían nada que ver.
- Hola, Kanon.- saludó sin entusiasmo.
- Saga, te prohíbo que me hables así.- Dijo Kanon con un deje de ironía en su voz pero imitando perfectamente a su hermano.
- ¿Me has estado espiando? ¿No tienes otra cosa que hacer?
- No.- respondió Kanon. - Se supone que no debo dejar que nadie me vea. A no ser que tenga que sustituirte.
Saga suspiró, y se apartó de su hermano, dispuesto a no quedarse conversando mucho rato. Y de repente tropezó con algo. Cayó de bruces al suelo y Kanon rio a carcajadas. El origen había sido una piel de platano que a Saga le resultaba curiosamente familiar.
- ¡¿Se puede saber que haces?! - preguntó Saga, enfadado.
- Comprobar si eres tan tonto como Aioros y te caes.- respondió su hermano.
Saga supuso que llevaba tiempo espiandole. Entonces no iba mal encaminado cuando pensó que su hermano podía estar cerca cuando Aioros tropezó.
Shion empezó a bajar las escaleras poco a poco, pensando en como encontrar al último caballero. Ese mismo día iba a empezar los entrenamientos y prefería que fuesen diez y no nueve los que empezasen.
