Robin entró en el teatro con unas partituras perfectamente ordenadas y tomó el camino que llevaba a la zona tras el telón. Ensayo general.

Había llegado, como siempre, perfectamente puntual; y se había acercado a saludar a su profesor, un hombre notablemente viejo y exageradamente delgado que reía de forma extraña y colocaba atriles para ayudar a los instrumentistas de viento.

- Buenas tardes, señor Brook.

- ¡Buenas tardes, Robin! Te he conseguido la última página de la partitura, ve al piano un momento y practica un poco si quieres. No es difícil, son dos pentagramas y se repite siempre lo mismo.

La chica murmuró un agradecimiento y examinó los papeles que el pianista le había dado.

Suspiró, y se encaminó a la parte de atrás del escenario. Estaba triste, sería su último concierto de piano. No podía continuar con las clases, el último adelantamiento de curso haría que el próximo año fuera a la universidad y la música le quitaría más tiempo del que tenía.

Sí, Robin aún no había cumplido los catorce y ya había sido adelantada de curso cuatro veces.

El teclado estaba tras un alto muro, escondido; porque aunque era eléctrico era bastante grande y debían colocar los demás instrumentos antes de mover esa gran carga.

La muchacha escuchó una suave melodía de una canción que recordaba vagamente de alguna película. Se dispuso a cruzar la pared, sin reparar mucho en la música, hasta que ésta se hizo mucho más fuerte de repente. Ella se detuvo, embriagada por los preciosos acordes que emitía aquel piano al otro lado del muro.

Cuando un diminuendo suavizó progresivamente la bella canción, Robin se decidió a pasar, encontrándose con un chico de pelo verde con los ojos cerrados, cuyos dedos volaban a través del piano y se deslizaban por entre las teclas con una perfecta precisión y rapidez. Ella esperó a que terminara, ya que vio que la partitura acababa en poco tiempo. El joven abrió los ojos y la miró sin pronunciar palabra. Era algo mayor que ella, rondaría los quince o, quizá, los dieciséis. Iba vestido con una sudadera gris ancha y unos pantalones de chándal, pero se podía notar su trabajado cuerpo.

Las mejillas del muchacho se enrojecieron al momento.

- Hola – sonrió la chica.

- Hey... Te dejo tocar, lo siento – se levantó del taburete y cogió con torpeza sus papeles.

- Se te da muy bien esto, ¿vas a hacer un solo?

- Sí, pero es mi primera vez en público... - se rascó la nuca – Ah, por cierto, me llamo Zoro.

- Robin – se presentó, estrechándole la mano -. Yo también hago un solo, pero además toco algo con la orquesta. ¿Tu primer año en piano?

- Hmm – asintió gruñendo, a lo que la joven sonrió -. ¿Y tú?

- El sexto.

- Vaya, qué montón de años.

Le señaló el taburete, y ella se sentó, aún con una sonrisa. Colocó su carpeta en el centro y preparó las manos. Practicó la parte que Brook le había dado, y luego pasó a tocar el tema entero, sin errores. Su posición se mantenía rígida, inexpresiva, fría.

Al acabar, Zoro le dedicó un breve aplauso con una sonrisa, y luego la felicitó, alegando que él no podría hacer algo así jamás. Ella le riñó, diciéndole que tocaba mil veces que ella en primer año. Su conversación fue interrumpida por el profesor de piano, que llamó al de pelo verde para explicarle dónde se debía colocar; y luego le pidió ayuda para transportar el instrumento. Robin se llevó el taburete, y lo dejó perfectamente en su sitio.

Notó cómo alguien le tocaba el hombro y se giró. Se encontró con los tupidos cabellos naranjas de su mejor amiga, violinista. Nami. Le indicó los asientos de público para observar y charlar mientras esperaban su turno.

- Oye... - la llamó Robin con curiosidad, cuando ya había pasado un rato - ¿Sabes, ese tal Zoro?

- ¿El del pelo verde?

- Sí – sonrió con suficiencia, sabía que habría oído hablar de él; su amiga era la persona con más vida social a la que había conocido -. ¿Sabes algo de él?

- Bueno, he escuchado que es un friki. Un rarito, ya sabes. Por las tardes se pasa el día con katanas y eso. Es un... ¿Cómo se llama? Ay, que le gustan los dibujos esos japoneses...

- ¿Anime? - cuestionó la morena, que, al parecer, conocía todas las palabras habidas y por haber.

- No, eso es el nombre de los dibujitos. ¡Ay, lo tengo en la punta de la lengua! Empieza por o.

- ¿Otaku?

- ¡Sí, eso! Pues es un otaku, se pasa el día leyendo cómics y...

- Se llaman manga – corrigió su compañera, entrecomillando.

- Lo que sea. En fin, otro chico raro más. ¿No has visto las pintas que tiene, con el pelo tintado de verde y todo? ¡Un obseso!

Robin no respondió y se dispuso a analizar la situación. No entendía por qué siempre le gustaban los más raros. Porque, sí, no se podía negar; el muchacho le había parecido atractivo desde el primer momento.

Pasó olímpicamente de Nami y miró al frente, aburrida. Debí haberme traído algo para leer, pensó. Entonces, acabó una de las obras que se ensayaban para el gran concierto del día siguiente y una cabellera verde se distinguió de las demás.

Zoro se sentó en el taburete y colocó las manos. Era el momento de su solo. Lo bordó, para qué mentir. Empezó flojo, con unos simples movimientos con la mano derecha, y luego empezó a aumentar el volumen con unos acordes simples, que fueron pasando a ser cada vez más complejos sin dejar atrás la sencillez. A eso le sucedieron unas rápidas corcheas que tocó la mano izquierda, y luego de nuevo la emocionante melodía. Tocó incluso mejor que en la canción original, canción de una película que nadie recordaba pero que a todos sonaba.

O quizá casi nadie recordaba...

Todo el mundo aplaudió, y él se puso colorado como un tomate. Brook le acarició la cabeza y le dio unas palmadas en la espalda al tiempo que él se levantaba, se escabullía tras el telón y se iba fuera del escenario. Robin se puso en pie, ya que en una canción más le tocaría a ella; y caminó por el pasillo con firmeza. Sabía que se iba a encontrar con Zoro, ya que era el corredor contiguo a los camerinos que compartían; así que no se sorprendió cuando lo vio aparecer distraídamente por ahí. Su mirada se encontró con la del de pelo verde y, tras unos segundos parados observándose mutuamente, le dedicó unas simples palabras que le calaron hondo:

- La mejor interpretación al piano de El viaje de Chihiro que he escuchado.

- ¿Has visto esa película? - preguntó él con entusiasmo – Nadie se ha dado cuenta de la que era hasta ahora...

- Marcó mi infancia. Me encantó la parte donde todos se convierten en cerdos. ¡Eso les pasa por avaros!

Zoro rio y se quedó parado allí, en medio del pasillo, mirándola. No tenía muchas habilidades sociales (y tampoco le importaba carecer de ellas), así que no tenía ni idea de lo que hacer. ¿Debía agradecer, irse, estrecharle de nuevo la mano?

- Luego hablamos, ¿vale? - ladeó Ŕobin la cabeza al ver la indecisión del chico – Yo también soy un poco otaku.

…Y se fue, dejando al muchacho con la palabra en la boca.

Hey! No estoy muerta! (?

Espero que os haya gustado el fic :3 Va dedicado al Monikornio que me alegra las mañanas aburridas leyendo yaoi (? Siento no haber podido poner el panda de portada, pero aun así te lo dedico xD

Dedicado también a todos los músicos que vaguen por FanFiction!

Fdo: Otakufrikygirl/Inu-chan