Disclaimer: Obviamente los personajes no me pertenecen, y todo eso que ya saben. Axis Powers Hetalia and its characters (c) Hidekaz Himaruya

Este es mi primer fanfic… EVER… so … algún día mejoraré, espero! :D.


Capítulo I: primera parte

No era puntualmente el sabor de su té lo que le hacía aceptar sin ninguna reserva sus invitaciones. De hecho, y a pesar de que siempre le recordaba -incluso antes de que calentara el agua- que prefería un sabor sutil antes que el habitual sabor amargo, Yao insistía en prepararlo a su manera, y en tono áspero, presumía de su milenaria infusión y criticaba el paladar poco sofisticado de Ivan. En general, y a menos que las reuniones se tornaran más densas que de costumbre y acabaran demasiado exhaustos tras soportar las interminables manifestaciones de amor-odio entre Arthur y Francois, Yao siempre pediría su compañía al atardecer, en el lugar del mundo en el que estuvieran.

Yao relajaba la tensión de su ceño cuando el sol caía y las estrellas comenzaban a vislumbrarse. Se podía ver como una sonrisa reemplazaba la variedad de muecas que mutaban entre el hastío, la irritación y la rabia durante el día, cuando caía en la cuenta de que el mundo, en algún momento, había comenzado a correr demasiado rápido, dejándolo a veces atrás.

No se sentía viejo, a pesar de ser milenario. Su piel era tersa, su cabello negro profundo, y a pesar de todas las heridas de guerra que le marcaban el cuerpo, sentía el vigor de un joven. Viejo no era la palabra. Era "anacrónico". Le molestaba pensar que tarde o temprano todo lo que había construido a su alrededor debería ser arrasado y reemplazado por las costumbres ridículas de Alfred Jones. En ese sentido, a veces tenía la impresión de que lo único que podía conservarse en el tiempo eran estas imágenes del cielo, porque nadie, ni siquiera ellos, tenían el poder de reordenar las estrellas. Por eso ver la luna aparecerse en donde estuvieran tenía este efecto de apaciguar su alma.

En parte era esto, más que el té en sí, lo que hacía que Ivan no pudiera rechazar sus invitaciones. Ver este otro rostro-sumido en la contemplación- que Yao elegía mostrarle solo a él era una excelente razón. Sabía bien lo mucho que debía haberle costado a su anfitrión acercarse a él la vez primera que le pidió su compañía. Sabía también que antes de él, Yao solo había compartido este tipo de encuentros con su hermano menor, Kiku, y que su corazón había quedado devastado después de que éste se marchara de su lado y decidiera volver solo para herirle casi de muerte. Le costaba comprender cómo era que Yao tenía esta nueva y hermosa capacidad de confiar. Aunque en el fondo él también estaba haciendo lo mismo, volver a confiar.

Por otro lado, adoraba la forma en que Yao preparaba el té. Si algo admiraba en él, por sobre todo lo demás, era esta manera peculiar, delicada y adorable de llevar a cabo incluso los actos más cotidianos. Otros podrían decir que el apego de Yao por la tradición y los ritos era su peor faceta; lo que lo volvía predecible, testarudo, reticente al cambio. Ivan creía lo contrario. Podían estar en medio de un terremoto, que Yao seguiría sirviendo el té de esta manera ceremonial y dulce. Le producía esta sensación de tiempo fuera del tiempo. El resto de las alianzas iban y venían. Constantemente se entretejían internas, se apuñalaban por las espaldas, vendían sus ideologías al mejor postor. Todos eran lobos. Y aún él se sabía un lobo.

Amaba mucho a Yao, lo sabía desde hacía tiempo. Lo había sentido en carne propia en forma de dolor cada vez que había recibido como propios los golpes que hubiera recibido su protegido. Lo había sentido cada vez que la somnolencia más dulce se cobraba su consciencia al escuchar la voz de Yao.

Sin embargo, jamás se había permitido cerrar por completo los ojos. Era ese el momento en que decidía interrumpir a China para excusarse y marcharse. De otra forma no podría evitar, caídas sus defensas, hundir la cabeza en el hombro de Yao y perder la cordura sintiendo el aroma de su cabello.


Capítulo I: 2da parte

No era conveniencia la razón por la que Yao se había acercado a Ivan. Los demás podían pensar lo que quisieran, aunque al comienzo temía que Ivan se dejara influenciar por sus hermanas, que no dudaban en minar la relación dudar y advertirle (casi maliciosamente) que detrás de un acercamiento de tal índole debía haber algún interés turbio.

Lo cierto es que su propia voz había sido sofocada en las juntas, y a pesar de su orgullo no podía evitar sentirse apabullado por las actitudes soberbias de Alfred, las prácticas abusivas de Francois y Arthur, la indiferencia de Kiku.

Pero Ivan era diferente. Ivan casi podía prescindir de hablar para ser escuchado. Un murmuro, una broma ambigua, un fulgor en los ojos, cualquier señal era suficiente para que los demás se mantuvieran al margen y evitaran cualquier tipo de conflicto con él. Podía darse el lujo de rechazar las invitaciones (con asistencia forzada) que Alfred repartía entre las naciones para sus celebraciones. Ivan solía reír tontamente y contestar "no esperarás que celebre el 4 de Julio contigo, da? Eso podrá festejarlo contigo Arthur, después de todo es el día en que se libró de ti". Yao sonreía para sus adentros. Sentía que compartían pensamientos, pero Ivan tenía la fuerza para sostenerlos con acciones, y China podía entonces ponerse de pie junto a él y brindar su señal de apoyo.

Sentado en la larga mesa donde mantenían sus reuniones periódicamente, sentía como su mirada involuntariamente se desviaba hasta terminar siguiendo las finas líneas de los labios de Ivan, siempre esbozando una sonrisa.

Era verdad que China reía poco, era consciente de ello. Pero había que tener en consideración cuán quisquilloso era cuando se trataba de tolerar el sentido del humor de los occidentales.

Francois… un degenerado. Su sentido del humor le parecía obsceno y de mal gusto.

Feliciano… irritante. Incluso Ludwig lo encontraba empalagoso, aún cuando todos sabían la debilidad que Ludwig tenía por Feliciano.

Alfred… agobiante. Siempre buscando ser el centro de atención utilizando a alguien como chivo expiatorio de turno y lograba que todos terminaran burlándose del desafortunado (quien muchas veces, por cierto, era él).

Arthur… bueno… Arthur podía ser cómico (o sea, ridículo) estando ebrio, aunque últimamente terminaba sumido en terribles depresiones que tenían el poder de vaciar bares… a tal punto todos tenían terror de tener que escucharlo gimotear hasta que se quedara dormido.

Y entonces estaba Ivan. Fresco, fascinante, intrincado. Era sarcástico, agudo, punzante. Y acompañaba todo esto con la radiación de sus iris violetas y con la sonrisa más ingenua y aniñada que se pudiera encontrar en el rostro de un hombre adulto. Yao comprendía también que debajo de esa sonrisa había muchas cosas enterradas. El humor negro es señal de cierta perspectiva sobre la vida… el resultado de mucho dolor, que ha cicatrizado y terminado siendo resignación pero también resentimiento. Iván era esta mezcla de emociones contradictorias, alguien a quien había que revelar, un reto, y eso había sido, en primera instancia, lo que lo llevó a China a acercarse a él un día, y pedirle su compañía cuando caía la tarde en Viena.