La flor no se había marchitado. Todavía no. Esperaba que nunca lo hiciese. No es que fuese un amante de las flores como uno de sus compañeros, no le entusiasmaban pero tampoco las odiaba. Sin embargo, aquella le hacía sentir bien.

Tal vez se debía a que le recordaba lo que quería proteger. Un santo debía velar por su diosa pero al fin y al cabo era humano y tenía sentimientos. Y los suyos eran para aquellas personas que indefensas, vivían tan cerca sin mucha idea de que podría suceder cualquier cosa que les pudiese hacer desaparecer. Eran frágiles.

Le gustaba visitarles de vez en cuándo, pasear por las calles y ver que todo estaba bien. Pero ya no gozaba de tiempo libre. Hacía tiempo que lo había perdido.

Le dio vueltas a la flor entre sus dedos. Miró los pétalos sin verlos porque su mente volaba y recordaba aquél día.

Una niña se la entregó y algo turbado, aceptó el regalo. Aquello representó mucho para él. Fue como si le estuviese diciendo que confiaba en su fuerza. La fuerza que le permitiría proteger a todos los niños del pueblo, a sus gentes pero por encima de todo a su Diosa.

Atenea. ¿Que estaría haciendo? ¿Sentiría miedo? No, ella ya había demostrado tener mucho valor en anteriores situaciones. Aldebarán había aprendido a confiar en ella, aunque ella hubiese tenido más relación con los muchachos de bronce.

Eso le hizo recordar a Seiya y le entraron ganas de reír a carcajadas cuándo recordó como le rompió el cuerno del casco. ¿Por qué Atenea les había hecho a un lado?

Sintió una presencia y apartó los recuerdos de su mente. Se avecinaba la lucha.

Sabía que llegaré ese momento desde el preciso instante en que sintió cierto jaleo en el templo de su amigo y compañero Mu. Estaba contento. No habían más esperas.

Durante mucho tiempo había esperado en su templo. Esperaba que pasase algo, ¿Por qué si no los caballeros dorados debían permanecer alertas?

El enemigo apareció. Portaba una armadura oscura.

No eran muchos los que se atrevían a desafiar a Aldebarán de Tauro. Y los que lo hacían no eran cobardes. Él lo sabía.

No supo definir el olor que inundó el lugar. ¿Lo había llamado fragancia? No tenía nada de eso. Y no era sólo el olor, atravesaba su piel y hacía que le disminuyesen las fuerzas.

Súbitamente una imagen apareció en su mente y sintió un grito estremecedor. Le había cogido cariño a esa niña. Representaba la esperanza y la ingenuidad que algunos habían perdido y valía la pena conservar. Representaba lo que él quería proteger.

Le había dado la flor, había confiado en él. No, Aldebarán de Tauro no dejaba las cosas a medias. Al menos pondría más fácil la labor a sus compañeros derrotando a un enemigo. Y moriría con honor.

Atacó.

Le pareció oír unas risas. No le importó demasiado.

Sintió que se precipitaba al vacío, un vacío oscuro y sin fondo al que todos llegamos algún día. Pensó en Atenea. "Estad orgullosa de mí, es un honor haberos protegido. Ahora ese honor está en manos de mis hermanos".

Le hubiese gustado presentarle sus respetos a la Diosa. También hubiera deseado darle las gracias a la pequeña que le dio al flor. Ni siquiera sabía su nombre.

O tal vez lo sabía y no lo recordaba.

Un silencio sepulcral cayó sobre la casa de Tauro cuando la armadura pareció mirar acusadoramente a Niobe de Deep quién a su vez rompió el silencio, estallando en impertinentes carcajadas.

Notas de autora: Siempre he visto a Aldebarán como un tipo con mucha fuerza bruta pero con un corazón de oro. Y siempre me ha dado pena que en la serie este tan poco valorado. Espero que os haya gustado el fic, a mi me gustó escribir algo sobre él porque no hay gran cosa sobre este personaje en el fandom.