El Gran Concurso

Capítulo 1—parte 1

Estamos en pleno mes de enero. La nieve cubre cada superficie del bosque y hace que las ramas mojadas y rotas de las hayas se resquebrajen bajo mis pies. Llevo las botas mojadas, no son de la mejor calidad, noto como las suelas hacen chop chop mientras corro, con la zancada más grande posible pero el cuidado suficiente para no tropezar. Salto arbustos y restos de árboles caídos, me agacho para no chocar contra una rama baja, sigo corriendo y siento el corazón y los pulmones trabajando acompasadamente, a toda pastilla, igual que un tren de alta velocidad.

Me consta que hace un frío que pela y que estoy calado hasta los huesos, pero me da lo mismo, sigo corriendo como alma que lleva el diablo, más lejos, más fuerte, el chop chop de las botas y mi agitada respiración se juntan con los sonidos del viento y el murmullo de los animales salvajes que todavía habitan en los bosques que rodean el Distrito 12. Si la palmo por que se me complica la neumonía que voy a pillar hoy, está claro que no ganaré el Concurso, no habrá gloria, no me haré rico y famoso, ni conseguiré tener ningún club de fans en el Capitolio que lleve mi nombre. Lo visualizo mentalmente para darme ánimos: no solo habrá chicas (aunque habrá muchas chicas) también hombres y mujeres y niños y ancianos que aplaudirán a mi paso y agitarán banderitas de colores y tirarán pétalos de flores a mis pies. Colocarán unos neones con mi nombre en la puerta del local, Will Bryson, y me organizarán fiestas en las que todos levarán camisetas con mi cara estampada en ellas (las de las chicas serán especialmente ajustadas). La posible muerte por neumonía no podría importarme menos en este momento. Tengo que jugar con todas las posibilidades. Aquello no va a ser un paseo por el parque. No nos van a colocar en ningún lugar idílico para que retocemos sobre una hierba mullida y nos coloquemos flores en el pelo unos a otros. Mejor será que me endurezca todo lo posible. Duro como el granito, así quiero llegar a ser. Aunque de momento estoy bastante flaco y granito no sería la forma en que definiría mis músculos… en fin. No todas las pruebas implican ser un súper macho, también hay que ser hábil, ingenioso, pensar minuciosamente en cada alternativa para poder ganar.

Club de fans, un enorme club de fans lleno de chicas con camisetas bien ajustadas, lleno de chicas de pe…

—¡Will! —Berrea una voz a mis espaldas—. Will, capullo. ¿Estás pirado o qué? Nos estamos alejando demasiado. Vamos a volver a las mil y luego vas a ser tú quien le dé explicaciones a mi madre.

Freno en seco y casi me doy de bruces contra el próximo árbol que iba a esquivar. Apoyo ambos brazos sobre el para mantener el equilibrio. Tengo el corazón en la garganta. Los pulmones me arden y el aliento se me congela, todo a la vez. Pero freno, porque llevo haciéndole caso a Lil desde que era un crío al que su madre vestía con pantalón corto, calcetines largos y la raya del pelo a un lado. A pesar de que es dos años menor que yo (ella tiene diecisiete, yo diecinueve), Lil siempre ha sabido como mangonearme para que haga lo que ella quiere, desde el mismo día en que empezó el colegio y era una niña diminuta con una maraña de pelo negro que sus madre intentaba apartare de los ojos haciéndole una trenza. ¿Pero cómo no iba a hacerlo? Su madre asusta. Su madre es Katniss Everdeen, una leyenda en todo el país que me cortaría el pito con el cuchillo de la mantequilla si se entera de que estoy entrenando para presentarme a las pruebas.

Siento sus pisadas sobre la dura nieve acercarse por detrás. No hay tiempo material de reacción, un instante después su brazo escuálido me rodea el cuello y al segundo estoy con la espalda contra la nieve del suelo y las piernas retorcidas con las de ella.

—Debería ir yo—me dice al oído—. Soy más fuerte que tú, más rápida y más lista.

—No eres más rápida ni más fuerte —respondo al tiempo que emito un quejido ausente de masculinidad.

—Pero sí más lista —replica sin soltarme—. Y menos miedica. Te has hecho caca encima en cuanto he mencionado a mi madre.

Bueno, es verdad. Pero eso le pasaría a cualquiera, pienso justificándome a mí mismo.

—Como te presentes tu madre te deshereda y luego te mata —le digo a ella—. Además, eres menor. Una enana infantil y envidiosilla.

Lil se sienta a horcajadas sobre mí, me agarra ambos brazos y los presiona contra la nieve, sobre mi cabeza. Tengo que soltar aire. No, por favor. Esto es demasiado. Me obligo a pensar en mi tía Amelia disfrazada de "moda del capitolio" en el último Festival de la Recolección.

—Cuando gane, te haré un regalo bonito —le digo a Lil—. ¿Qué necesitas?

¿Qué se le puede regalar a una chica que tiene de todo?

—Un palo, para metértelo por el culo —responde ella justo en mi oreja. Lo cual me lleva a un lugar extraño del que debo escapar. A pesar de las bonitas palabras.

—Oug. Serás bestia. Serías capaz.

De repente, Lil se levanta (lo cual es una pena porque estaba empezando a acostumbrarme a esta postura y ya se me había quitado todo el frío del cuerpo). Frunce el ceño. Se acabaron las bromas. Su semblante se cae como atraído por la gravedad y la sonrisa se le curva hacia abajo.

—Will —susurra con voz grave—, ya ha muerto mucha gente en esos Juegos.

—No son unos Juegos —rebato mientras me incorporo y me sacudo la nieve de la ropa. Me observo la entrepierna disimuladamente. Todo bien—. Se trata de un concurso de ingenio y supervivencia a nivel nacional. El Gran Concurso.

—Un concurso en el que a veces muere gente —dice ella.

—Tú lo has dicho. A veces. Casos aislados. Accidentes puntuales que no tienen por qué pasar si eres lo bastante cuidadoso. No son los malditos Juegos del Hambre. Uno no va a al Gran Concurso a morir.

O al menos en teoría. Lil tiene razón en que la ha palmado gente en las últimas tres ediciones. En algunos casos parecían accidentes, mala pata, mala suerte, aunque en otros… un acantilado puesto adrede por a organización al final de una llanura que parece infinita, o una trampa demasiado bien hecha por un concursante que no tiene la intención de matar y sin embargo la espichas…

Mejor no pensar en ello.

La Organización siempre pide perdón después de que algo así suceda. Montan los mejores funerales para el difunto y obsequian a la familia con un montón de regalos o en metálico.

El Concurso no tiene tantos años, unos diez, pero ya es el mayor acontecimiento en todo Panem. Si llego a participar seré un concursante entre 14 que competirán por el gran premio. Un concursante, no un tributo que vaya a morir. Todos nos daremos la mano antes del comienzo de cada episodio, prometeremos jugar limpio, pero luchar a muerte por la victoria. Aunque sin matar a nadie. Matar está completamente prohibido. Lo pone en las bases. El Gran Concurso se lo inventó Plutarch Heavensbee hace una década, cuando los ánimos por los anteriores Juegos del Hambre ya se habían calmado después de más de veinte años desde su abolición. Plutarch es el director del programa y siempre suele venir al 12 para las pruebas de selección. Le gusta la gente que da bien en cámara, con carisma, con muchas ganas de hacerse con el premio. Aunque a veces te sorprende y elige un concursante que lleva una buena historia lacrimógena detrás. Él siempre tiene la última palabra, aunque ganes de largo en las pruebas, está en su mano darte el sí o el no.

Pienso por un momento en sí yo tengo carisma mientras Lil me observa atarme un cordón de la bota con cara triste. La abrazaría y la besaría ahora mismo, sobre la nieve y también la desnudaría y le haría no sé cuántas cosas más. Mi historia sí que es triste, a mi modo de ver. Estoy colgado de mi mejor amiga pero no me atrevo a hacer nada por miedo a su madre. A su padre me parece que tampoco le voy mucho. Lil dice que es un poco hosco conmigo porque le recuerdo a su tío Gale cuando era joven. Físicamente hablando: en el pelo negro y liso, los ojos grises y la altura. No entiendo bien a qué se refiere, todos nos parecemos bastante en el Distrito 12. Pero Lil es una cotilla que se va enterando de todos los entresijos de las familias del 12, incluida la suya propia.

Por otro lado, el tío Gale también acojona un rato. Uno no sabe por dónde va a salir. Un día Lil lo convenció para que me enseñara a usar un arco y cazar. Yo no lo encontraba necesario hasta que decidí presentarme a Concurso. Mi familia compra la carne que puede permitirse consumir en la carnicería, dónde todo está bien dispuesto y hay que tener imaginación para acordarse de que ha estado vivo. Pues a final de la sesión de aprendizaje, cuando Lil ya se había marchado a casa, me agarró del cuello de la camisa y me amenazó con arrancarme las pelotas de cuajo si le hacía daño a su niña. Hay que decir que ellos no son tío y sobrina en realidad, aunque están muy unidos. El pobre tío Gale no entendió nada del estatus quo de nuestra relación. Si alguien puede hacerle daño a otro alguien, es ella a mí, en todos los sentidos posibles. Lil tiene la capacidad de hacerme papilla emocionalmente y dejarme como un despojo inservible. Suerte que esto ella no lo sabe. Mi única esperanza es volver victorioso del Gran Concurso para que ella me vea de otra manera.

Parece que Lil ya se ha recompuesto de su momento de bajón porque ha sustituido el semblante serio por su cara de obstinación habitual.

—¿Lo vas a hacer de todas formas? —Me pregunta—. No creo que superes las pruebas, pero por si acaso, mejor que vayas bien preparado —dice echando a correr por delante de mí.

Es una maldita bala, una jodida gacela, rápida como el viento y ligera igual que él. Rápidamente se funde con la maleza y los árboles en una mancha oscura que apenas hace ruido al pisar. La pierdo de vista en menos que canta un gallo. Lil ganaría el Concurso, tiene razón. Es más rápida que yo, más lista que yo, y seguramente mucho más guapa. Le lloverían los patrocinadores porque además, es hija de la legendaria Katniss Everdeen.

Doy gracias al cielo porque todavía no pueda participar. Creo que, personalmente, me daría un infarto múltiple cada vez que la viera ponerse en peligro.

Tranquilo ante ese pensamiento, no me queda más que correr tras ella e intentar alcanzarla.