Dulgofa sintió en aquel momento, por primera vez en mucho tiempo, el calido roce de una mano. La espada leyó los pensamientos de aquel que había usado empuñar la espada de la general Sherra Grausherra y reconoció su identidad. En los pensamientos de aquel demonio aparecía una paradisíaca y aparentemente desierta isla con playas de blanca y fina arena.

[¿Cómo es que Xellos Metallium ha decidido ser el nuevo dueño de Dulgofa?] pensó la espada, y sus pensamientos fueron transmitidos a la mente del demonio. [Sherra está muerta ¿Hay alguien que me impida cogerte?] respondió, también telepáticamente, el sonriente demonio. [¿Acaso no sabes que solo un Grausherra puede llevarme? Yo misma fui servidora de Dynast. Sólo él tiene autoridad para decidir quien debe empuñarme. Nadie que no sea un Grausherra puede llevarme sin su permiso. Y, francamente, no creo que un Metallium cuente con la autorización del Rey del Norte.]

Una potente descarga recorrió la espada y Dulgofa, por primera vez en más de mil años, sintió dolor. La espada gimió y los habitantes del reino de Dills sintieron un horrible escalofrio mental al percibir la agonía del que antaño fue uno de los más poderosos capitanes de Dynast. [Para mí, la única autorización necesaria para poder ser tu portador es la de Zellas, y ya la tengo] [¡No te saldrás con la tuya así como así, Metallium!] Una descarga de lacerante dolor recorrió el cuerpo de Xellos, pero el demonio ni se inmutó. Cuando esta terminó, unas espantosas imágenes aparecieron en la mente del mazoku. En ellas, su amada Zellas yacía muerta, atravesada por el filo de una espada. A su lado, Xellos se encontraba lamentándose por no haber sabido controlar los impulsos de Dulgofa. [¿De verdad crees que cederé al acoso mental de una espada?] La espada aulló furiosa. Intentó rebelarse, evitar el destino impuesto por el Metallium, pero fue inútil. Dulgofa recordó con nostalgia a Sherra, su legítima dueña. Ella era muy benévola con la espada, e incluso la apreciaba. La Grausherra poseía una bondad inusitada en un demonio, aunque despreciaba a los humanos, y no lo aparentaba con ellos. Esta vez se encontaba con el malvado y astuto Xellos, carismático pero manipulador. El Metallium fingía sentir aprecio por algunos humanos, pero en realidad los veía como pequeñas marionetas cuya única finalidad era la de divertir al demonio. Todo en el era engaño y maldad. La espada se desesperó al recordar los rumores sobre el trato que el demonio daba a sus servidores.

[¡Me niego a ser esclava de un Metallium!] [Rindete, Dulgofa. Eres mía] La espada gimió por última vez y su mente dejo de estar en conexión con la de Xellos. El demonio estaba rebosante de felicidad. La espada le proporcionaría el poder con el que tanto había soñado. No habría ningún humano, ningún mazoku que osara hacerle frente. Xellos se fue del tenebroso lugar con una maquiavélica sonrisa en los labios, pensando en el elevado número de muertos que produciría.