Honestamente no creí que esta historia comenzara a materializarse tan rápido, y todavía tengo muchas cosas en qué pensar, pero de todos modos les doy una nueva historia Jaylos con la inclusión de algunos OC que no tienen mucha relevancia, sólo que son de cierta forma necesarios para que ocurran ciertas cosas, espero que les guste.
Además no prometo dar actualizaciones cada semana o en un día en específico, las haré cuando cada capítulo esté listo. Sin más que decir, fav, follow o review, disfruten :)
Bienvenido a mi vida
Parpadear. Parpadear de nuevo. Hacerlo una vez más. Luego otra. Una más. Bien, una de las cosas que alguien no puede dejar de hacer aunque quisiera. Como respirar, aunque no soy la clase de persona que sueña con dejar de hacerlo.
Levanto la vista de la computadora en mi pecho y tomo consciencia de lo que hago, y también de lo que no hago, tirado en el sofá, medio viendo una película que se autodenomina 'terror' mientras miro fuera de la ventana, el cielo estrellado y la luna llena parecen haberse decidido por brillar un poco más ésta noche. Si la puertecilla a la azotea no estuviera cerrada con candado estaría horas mirándolos, eso hasta que escuchara la voz de papá llamándome desde el tercer piso, o a ese pequeño y molesto lastre que se hace llamar mi hermano menor, menor diciendo dieciséis años, pidiéndome que haga algo que su holgazanería no le permite.
En verdad detesto los conjuntos de departamentos, hay muy pocas opciones de espacio o de cosas por hacer en un espacio tan confinado, pero el sueldo de papá no es suficiente para que podamos conseguir una casa, además seríamos sólo tres personas viviendo allí, y el sofá tiene mi silueta casi más que remarcada por pasar casi tres cuartos de las vacaciones de verano echado sin mucho que hacer, salvo buscar dentro de mi pequeño y nada despampanante escondrijo de libros para leer de nuevo lo que sea que dicen. Me he adueñado del estúpidamente cómodo sofá.
—Sí, trabajo. Eso es lo que debí buscar en todo éste tiempo libre —digo en voz alta, sin esperar alguna clase de respuesta ya que estoy solo, y si hubiera recibido una habría incendiado todo el lugar ya que no es la primera vez que pienso que algo más vive aquí. Todavía tengo la teoría de que alguien murió dentro de estas paredes y que en cualquier momento decidirá matarnos mientras dormimos.
En lugar de seguir pensando en ello ruedo sobre mi costado derecho, tratando de prestar atención a lo que ocurre en la pantalla plana empotrada sobre el muro, aunque sigo un tanto metido principalmente en mis pensamientos. Y hambriento, muero de hambre aunque acabo de cenar hace no más de veinte minutos.
Me levanto y arrastro los pies descalzos a la cocina, la habitación contigua, el cambio de temperatura entre la cálida alfombra de la sala de estar y las frías baldosas que asemejan a estampillas con ilustrado de madera que adornan el resto del departamento envían un escalofrío por toda mi piel.
Abro las alacenas como por milésima vez en todo el día y saco lo primero que mi memoria recuerda que está a primer alcance, una caja con barras de semillas con una base de chocolate. Un tanto grotescas para papá por la apariencia, Joel tomaría sólo la parte naturista ya que tiene un estilo mucho más hippie y andrajoso que el mío, buscando siempre lo más natural y costoso que puede haber, pero son lo único que me dedico a buscar más en las visitas al supermercado.
Tomo tres, abro una y la saco del empaque sosteniéndola con mis labios, dando una mordida y sujetándola ahí mientras regreso al sofá, que parece hacer señas para que no me aleje otra vez hasta que el próximo periodo escolar inicie.
Jafar, Jay y Joel, no entiendo la afición de papá con la letra inicial, supongo que algo tiene que ver con 'la cruda, laboriosa y algo triste vida' que tuvo cuando era niño, o tal vez tiene algo que ver con nuestra desconocida madre. Joel y yo somos hijos de la misma madre, y de todos modos no sabemos absolutamente nada de ella, ni siquiera el nombre, y no es como si quisiéramos preguntarle a papá al respecto a menos que lo queramos ver ebrio en el sillón de dos plazas, una menos que el mío, y dejando de lado otro trabajo que 'tanto' le ha costado conseguir. La ventaja de sumirlo en esos estados es que literalmente nos regala el dinero que a regañadientes nos da para gastos escolares o salidas con amigos.
En contraste lo único que he estado haciendo durante todo este tiempo ha sido 'recuperar todas las energías que perdí durante la escuela' y pensar en los cientos de cosas que podría estar haciendo si hiciera algo que brindara remuneración, un empleo como sugirió papá a inicios de las vacaciones. Algo que me parece irónico es que soy alguien bastante energético como para practicar deportes de alto rendimiento, pero bastante perezoso como para deambular en busca de un empleo por toda la ciudad, con una pila de solicitudes preparadas bajo mi brazo.
Será otro aburrido periodo vacacional sin nada importante por venir, como suele sucederme. Además estoy seguro de que hay mejores formas de pasar un viernes por la noche, eso sin considerar que el próximo lunes volveré a la escuela.
Termino con la segunda barra, algo de lo que no me había dado cuenta, antes de abrir la tercera y poner la computadora de nuevo sobre mi pecho, viendo en Facebook un montón de vídeos que me hacen reír por cosas que se considerarían estúpidas, como la desgracia ajena, caídas brutales y graciosas, e incluso gatos que reciben el susto de sus vidas, casi al punto de hacer que me ahogue con los trozos de semillas y chocolate que no mastiqué ni tragué completamente. Esa es otra cosa que se suma a mi ocio vacacional, pasar largas horas o todo el día en esa red social infernal, sea en mi teléfono o en la computadora, pero es algo que simplemente he implementado en mí y que, sin hacerlo, probablemente me quedaría mirando al techo, esperando que algo bueno sucediera. Además es el modo más directo que tengo para hablar con mi círculo de amigos ya que odio las llamadas por teléfono o los largos mensajes de texto.
Agradezco practicar deportes constantemente, de otra forma sería un perezoso total al mismo estilo de Joel, aunque extrañamente no es obeso, algo que no tiene mucho sentido si considero su afición por el pan dulce, pizza 'naturista' que gotea grasa, entre otras cosas. Quizá esa noviecilla suya hace que se ejercite, usando la palabra en un doble sentido, aunque nunca hemos hablado al respecto, ni de nada.
Papá se ha encargado de que su mayor enseñanza para nosotros sea la de vivir como lobos solitarios, independientes, cada quien por su lado. Su mantra y el de nuestra pequeña familia es simple: sólo importo yo; con eso en mente me puedo explicar la razón por la que Joel y yo no hablamos tanto, salvo cuando me cuenta de las ocasiones cuando se embriaga un poco con sus amigos o cosas similares. Así es su forma de ser conmigo, en cambio con papá es con quien intercambia casi todo lo que le ocurre, cómo se siente y esas cosas que seguro considera aburridas; son apegados a tal punto que Joel duerme con él, algo que ha hecho desde pequeño porque, cuando él tenía seis años, tal vez le hice creer que papá iba a abandonarnos ya que solía llegar tarde de trabajar, Joel lloraba y preguntaba por él cada dos minutos, a lo que yo respondía enfurecido: '¡Nunca va a volver! ¡Se fue por tu culpa!'. Acepto toda la culpa en ello, pero ahora es un chico un poco más rudo.
Desvío la mirada hacia la pantalla plana, evitando pensar/reírme por la crueldad cometida contra mi pobre hermano menor, viendo el momento justo en el que una chica es apuñalada por la espalda, se arrastra un par de centímetros antes de que su cabello sea jalado por atrás y el asesino dibuje una sonrisa en su garganta con un cuchillo de cocina. Bostezo y ruedo los ojos, decidido a provocar un poco a las personas que vean mis publicaciones. Estoy demasiado aburrido.
Alguien dígale al amor de mi vida que puede llamar a mi puerta en el momento que decida, estoy solo en casa y con muchas energías para cualquier cosa ;) ;) ;) ;)
Sonrío con satisfacción cuando hago la publicación, entrelazando las manos y colocándolas detrás de mi cabeza mientras el mundo arde ligeramente.
No pasan más de diez minutos cuando mi disparate le gusta a más de siete personas, algo así como un record ya que no me considero alguien popular como para recibir una respuesta así en tan poco tiempo, pero trato de escribir alguna que otra tontería en esta cosa de vez en cuando para no perder la costumbre del buen ocio, además de que los comentarios son realmente hilarantes.
Cosas que van desde: 'Para qué quieres al amor de tu vida si me tienes a mí a un mensaje de distancia? :*', 'Dirección, para que sea más sencillo ¬w¬"', 'No sé de qué tengas antojo pero sea lo que sea haz que nunca lo olvide ;)', hasta uno que otro familiar con comentarios del tipo '¿Sabe tu padre que estás escribiendo esta clase de cosas en un sitio tan público?', '¿Ocurre algo contigo?', y la más divertida de todas es una que dice 'LIBERTINO' en letras tan grandes que casi puedo jurar que me estarían gritando si tuvieran la oportunidad.
A papá no le interesa mucho la clase de cosas que haga de esa índole, siempre y cuando no involucre la procreación de un nieto para él, además de que no soy alguien activo en ese sentido. No estoy a la espera de alguien especial o algo así, solamente hay ocasiones en las que quiero que suceda y otras en las que no.
Respondo algunos comentarios cuando termino con la última barra, feliz de que la mala película al fin ha terminado ya que la grave melodía de los créditos suena junto con el nombre de todos los actores en la pantalla. La he visto cerca de tres veces en todo este tiempo, tres meses de libertad, e incluso desde la primera vez que la vi no logró un impacto en mí.
Tomo el control remoto y cambio los canales, gruñendo al mismo tiempo que odiando la insípida programación nocturna, cosas repetidas, películas románticas que les gustarían a muchas chicas que conozco, programas de aburridos concursos e infomerciales. No creí que la televisión por cable pudiera ser tan tediosa.
Antes de que pueda apagar la televisión alguien llama a la puerta, unos golpes que apenas son audibles entre el volumen de la televisión que usualmente molesta a los vecinos y mi lista de reproducción de canciones; no son ni siquiera las diez como para que decidan hacer un escándalo, aunque es considerablemente tarde para que hayan visitas. Me levanto cuando los golpes regresan.
Miro el llavero que cuelga en el muro detrás de la puerta, notando que el par de llaves de Joel está aquí. Ruedo los ojos y vuelvo a gruñir, odiando que tenga que levantarme del sillón sólo para ayudarlo a entrar cuando es su culpa el haber olvidado las llaves. Su novia es un mal, no la conozco ya que teme que intente un movimiento con ella, pero eso sería una infracción al código de hermanos: liarme con su novia, e incluso aunque ella se ofreciera a mí no lo haría. Es mi hermano de todos modos, pero que haga ésta clase de cosas sí puede cabrearme.
—Olvidaste tus llaves, espero que te guste dormir afuera, de todos modos el felpudo del vecino se ve lo suficientemente cómodo como para ser una almohada —digo contra la puerta, sonriendo ya que me imagino su expresión. No puedo verla ya que no hay una mirilla, después de tantos años papá sigue sin conseguirla.
—Uh… no creo que sea la forma de hablarle a una visita.
Arqueo la ceja derecha por la extraña voz, un tono que es diferente a la de Joel por mucho, e incluso de mis amigos que tienden a aparecer en mi puerta de vez en cuando con cervezas u otro tipo de alcohol para que pasemos el rato jugando videojuegos o comiendo un poco de chatarra, hablando de chicas sexys o de chicos atractivos según sea el caso y la persona con quien hable, o simplemente porque no tienen nada mejor que hacer.
Cuando abro la puerta me llevo una sorpresa al ver a Carlos de Vil, el chico de cabello blanco y raíces negras que llegó a mi entrenamiento hace no más de dos meses, se dedica a hacer los ejercicios, saluda cordialmente y se despide de todos sin falta, llega a tiempo y no habla con nadie además de nuestro profesor, eso en las pocas ocasiones en las que él le dirige la palabra, si no fuera así entonces se pensaría que no tiene voz. Tiene la edad de Joel, sin embargo es más pequeño que él de estatura además de que tiene un rostro de un adolescente de catorce años, incluso menos.
Le echo una mirada ahora que no lo veo con el uniforme que solemos usar en esos momentos, un holgado pantalón negro con una franja roja a los lados de cada pierna y una camiseta negra, ahora lo veo vistiendo pantalones cortos con múltiples bolsillos, una camiseta negra del mismo color y una chaqueta de cuero que me gustaría tener aunque seguramente no me quedaría por nuestra diferencia de tamaños; tengo más músculos que él. Se queda ahí de pie, tembloroso y con las manos dentro de sus bolsillos, mira un punto en la nada y juega con una piedrecilla invisible debajo de sus botas de combate. Luce completamente diferente al chico que suelo ver cada lunes, miércoles y viernes durante dos horas continuas.
Me aclaro la garganta, atrayendo su atención y viendo que un leve sonrojo toma posesión de sus mejillas, cubiertas de pecas, algo que me llamó la atención la primera vez que lo vi corriendo a mi lado, eso y su extraño cabello.
—Bueno, esta es una sorpresa —cruzo los brazos además de arquear la ceja en su dirección, a lo cual se encoge de hombros y ladea una sonrisa—. ¿Cómo supiste dónde vivo? Si no respondes pensaré que has estado acosándome.
Se ríe por lo bajo, no obstante baja la mirada y se rasca el brazo derecho con la mano contraria, como si lo hubiese atrapado en alguna especie de truco, o como si hubiese descubierto que en verdad me acosaba. No parece la clase de fenómeno que se dedica a esa clase de cosas, más bien parece la clase de chico que atraparías mientras te sigue por las calles, muy obvio y sin conocer bien sobre discreción.
—Uh… ¿p-puedo pasar? E-está helando aquí afuera —su envuelve con los brazos, enfatizando eso último, y parece que la naturaleza le sonríe ya que una brisa gélida sopla, haciendo que su cabello y el mío se muevan. Mala idea estar por las calles con pantaloncillos cortos para él, mala idea para mí no usar mangas.
—Claro, entra —abro la puerta por completo, dándole paso libre. Cuando pasa junto a mí percibo un aroma a chocolate sintético, uno similar al brillo labial que Evie suele utilizar en las ocasiones cuando salimos con Mal y Ben.
Cierro la puerta detrás de mí, al dar la vuelta me doy cuenta que está parado en medio de la pequeña sala de estar del departamento, con los brazos todavía envolviéndolo, como si estuviera a la espera de una orden.
—Siéntate, a menos que quieras estar de pie todo el tiempo.
Asiente con la cabeza y se sienta en el borde del sillón de dos plazas, a punto de caerse ya que no parece estar del todo cómodo, no por el sofá, los cojines son tan mullidos que es imposible no tomar una siesta sobre ellos, aunque por el forro de piel son algo molestos. Parece estar incómodo por la situación.
Regreso a mi posición en el/mí sillón, viendo que su pierna derecha se mueve velozmente contra el suelo, como si estuviera ansioso. Dejamos de vernos a las ocho, cuando el entrenamiento terminó, y no recuerdo haber escuchado algo sobre que estaría de visita, aunque tampoco es que pase todo el tiempo diciendo en dónde vivo o algo así, y tampoco lo tengo agregado en mi lista de amigos como para que viera la estupidez que escribí, algo extraño ya que Facebook es algo que una persona de su edad debe tener por ley.
—Entonces —digo, para romper el hielo y para atraer si atención una vez más ya que estaba a punto de perforar el suelo con su penetrante mirada—, ¿te puedo ofrecer algo? ¿Agua, té, cerveza sin alcohol, lo que sea? —se relame los labios, labios rosas que tienen pequeños cortes en ellos, como si los hubiese mordido.
—Me gustaría un poco de leche tibia con un poco de azúcar, claro, si no es mucho pedir —baja la mirada, como si temiera que lo rechazara.
—Leche tibia con azúcar, en seguida.
Tomo mi celular y me levanto, entro a la cocina cruzando por las inútiles puertas de vaivén que Joel aceptó de uno de sus amigos, como si el departamento fuese lo suficiente grande como para ambientarlo a ser una vieja cantina. Saco la leche del refrigerador, una pequeña olla de peltre de la alacena, azúcar y café en polvo para él y para mí; segunda cena.
Por el hueco entre las puertecillas puedo verlo mejor, mirando atentamente la televisión mientras su espalda finalmente está colocada en el respaldo mullido del sillón, no obstante su pierna sigue moviéndose.
—Mierda —siseo entre dientes, odiando de sobremanera el aroma de la apenas visible capa de vello de mi mano cuando se quema por la flama azul de la estufa. Vierto la leche en la olla y la coloco sobre la hornilla, tomando mi celular con mi mano libre, mirándolo una vez más.
Sé que estás ahí asqueroso ser humano de cabello púrpura y ojos verdes similares al tono de un escupitajo, ¡responde ahora o lo lamentarás la próxima vez que te vea!, escribo, sabiendo que recibiré una respuesta similar y con más insultos por parte de Mal.
Mal y yo hemos sido amigos como por tres años, no es que nos importe mucho la fecha para celebrar o algo similar, pero es la persona con quien más me he conectado, me entiende de diversas maneras, y en diversos gustos, de la misma forma en la que yo la entiendo, nos sacamos adelante en las buenas y en las malas, discutimos y nos mandamos al diablo casi todos los días antes de volver a hablar como si nada hubiese pasado, además de que entrenar con ella es genial ya que puedo insultarla las veces que quiera por ser una inútil y sé que ella hará lo mismo, además los momentos en los que podemos pelear con golpes y patadas uno contra otro hace que se oxigenen las tensiones, para que no hayan rencores.
¿Qué quieres, idiota? No estoy de humor para tus estupideces, esa maldición mensual decidió aparecer y lo único que quiero es morir de una buena maldita vez y para siempre, recibo como respuesta a los pocos minutos.
¿Recuerdas al chico nuevo de los entrenamientos? ¿Carlos? Ya sabes, el de cabello blanco y que no hace ningún ruido.
Claro que lo recuerdo, bastante raro y callado pero es lindo, aunque es dos años menor que yo como para intentar algo en él D: No quiero ir a la cárcel, todavía.
Yo soy uno menor que tú y de todos modos estamos aquí ;)
Nada ha pasado, además te desvías del punto, idiota. ¿A qué viene el chico?
Claro, Carlos. Resulta que está en mi casa, parece un poco ansioso y fuera de sí, como si estuviera distraído por algo.
Bueno, quizá esta distraído por algo, deberías preguntarle y no molestarme por las conquistas que llegan a tu casa. Pero aguarda, ¿cómo supo dónde vivías?
Esa es precisamente la cuestión, supuse que tú o alguien más le había dicho.
Amigo, apenas y sabemos que se queja durante los ejercicios, no vino a mí a preguntar ni a nadie conocido. ¿Quieres que averigüe un poco?
Luego, ahora tengo que atender a un invitado sorpresa.
Claro, y espero que no lo hagas lamentar hacer cosas contigo.
Tú lo dijiste, es menor de edad, así que mejor me abstengo de cualquier cosa ._.
Tú también eres menor de edad, así que no creo que haya problema.
Como sea.
Muérete.
Tomo eso como una despedida, además que es insufrible cuando la maldición mensual como le llama decide atacar, ante cualquier cosa está irritable, además sus ojos parecen brillar de un modo aterrador cuando está a punto de explotar.
Apago la estufa y vierto la leche en dos tazas, preparo lo que me pidió y la que es para mí, tomo la reserva especial de Joel de donas cubiertas de canela y granillo de chocolate, sin enviarle un mensaje de aviso, antes de volver a la sala de estar, viendo a Carlos completamente inmerso y abstraído en Bob Esponja, mi caricatura favorita de toda la vida, mía y de Ben por mucho.
—Aquí tienes —digo, extendiendo el brazo con la taza en la mano, la toma y hasta ahora me doy cuenta de lo suaves que son sus manos, sujetó la mía como apoyo antes de tomar la taza—. Si necesita algo más, dímelo —asiente despacio y con una sonrisa, me mira directo a los ojos antes de darle un sorbo. Sus ojos son grandes, no desproporcionados a su rostro, pero grandes de todos modos.
—Es perfecta, gracias, Jay.
Vuelvo a mi lugar en el sillón, con un puñado de donas en mi mano libre, el resto las tiene él con simplemente estirar la mano. Come una tras otra, intercalando cada una con un sorbo de su bebida, y con cada una parece gruñir con satisfacción de modo más sonoro. No me importa que se acaben, son cosas que se pueden comprar de nuevo, lo que me sorprende es que pareciera que no come esa clase de cosas muy a menudo. Parece muy feliz.
Me quedo en silencio, viendo la televisión y enviando miradas en su dirección, notando que se muerde el labio inferior pero sonríe, como si hiciera el más grande esfuerzo para que su risa no sea audible. Nunca lo he escuchado reír. E incluso con todo eso sucediendo su pierna no deja de moverse. ¿Qué le ocurre?
Hago un movimiento rápido para tomarle una fotografía, se la envío a Mal, esté enojada o no, ya que en verdad no sé qué hacer. Al parecer le gusta Bob Esponja, y sigue siendo raro que no deja de moverse.
Lo raro es tomarle una fotografía a alguien que está distraído, maldito pervertido. Además saber que hay otro tarado que gusta de esa tontería es horrible.
Bob Esponja es clásico y lo que sigue, además te desvías del punto, intento de hada.
Vuelve a llamarle así y te patearé las bolas tan fuerte que las sentirás en la garganta.
Ya sabes que no te tengo miedo, ni respeto ;) Pero ese no es el punto, ¿qué crees que deba decirle para saber qué hace aquí?
Ve al grano, no conoces mucho la palabra sutileza, ni tacto, tampoco nada sobre la decencia pero esa es otra historia, sólo pregunta y ya.
En verdad no eres de ayuda.
Cuando quieras :*
Lanzo el teléfono hacia mis pies, alcanza a deslizarse entre los cojines, de otra forma habría caído en la alfombra o contra el suelo y la pantalla se habría hecho trizas, aunque de todo modos necesito uno nuevo ya que es demasiado pequeño para mi gusto, del tamaño de mi mano.
Giro la cabeza en el momento cuando lo veo mirándome, con el ceño fruncido y con restos de las donas por todo su rostro.
—¿Todo está bien? —pregunta, con un tono de voz horriblemente preocupado. Le dedico una sonrisa para tranquilizarlo, una que me devuelve.
—Todo en orden, fue sólo un momento explosivo, no te preocupes.
—Espero que no sea una molestia que esté aquí.
—En absoluto, de todos modos no estaba haciendo nada importante —apago la computadora y la deslizo debajo del sillón sin quitarle los ojos de encima.
—Te creeré —dice, mirando su taza y frunciendo el ceño—. ¿Sería demasiado pedir un poco más? Entiendo si no quieres levantarte pero…
—No sería demasiado pedir —digo, levantándome y tomando su taza antes de que siquiera pueda levantarla—. Deberías dejar de dar excusas antes de que las personas actúen, no todos van a reaccionar de mala manera.
—L-lo siento, es a-algo que hago todo el tiempo.
—No tienes por qué disculparte.
Tomo mi teléfono una vez más, regreso a la cocina y preparo lo que pidió, usando las mismas medidas en todo, para que no haya un exceso y tampoco una carencia, además lleno mi taza de nuevo, para aprovechar el segundo viaje.
La vibración de un mensaje de texto me hace gruñir, ya que los únicos que los envían son papá y Joel. La vibración de un segundo mensaje me hace rodar los ojos y tragarme el gruñido, Carlos podría interpretarlo mal.
—Entonces, Carlos —digo, viendo por entre las puertas que levanta la cabeza ante la mención de su nombre—, afirmo otra vez que no es un problema que estés aquí, pero esa es mi pregunta en realidad. ¿Qué te trae por aquí?
Traga con fuerza y baja la mirada, encoge los hombros y es como si todo su cuerpo quisiera desvanecerse en ese momento, como si lo que sea que lo trajo aquí en primer lugar fuera algo latente y de lo que trataba de escapar, como si un par de donas, leche tibia y Bob Esponja lo hubiesen logrado.
—B-bueno, honestamente n-no lo sé, fuiste la primera persona en quien pude p-pensar porque… porque…
Se queda sin aliento, toma una profunda y agitada respiración, deja caer la cabeza hacia atrás antes de soltar un pesado suspiro. Regreso a su lado y le entrego su taza, vuelvo a mi sillón y esta vez no me recuesto, me quedo sentado, notando que ahora sus manos tiemblan al igual que todo su cuerpo; irónicamente su pierna se detiene en ese momento.
Me atrapa mirándolo y le dedico otra pequeña sonrisa, quito el volumen de la televisión para que no sea un distractor para ninguno de los dos. Traga el sorbo que tomo, una gota resbala por la comisura de sus labios pero no me inclino para apartarla, sólo la dejo seguir su camino, y no debería mirarla.
—L-lo que pasa es que… —titubea, lo que me da la oportunidad para darle un sorbo a mi taza antes de que se enfríe, que de cualquier manera estando frío o caliente sabe bien—. Le dije a mi madre que me gustan los chicos, que soy gay.
Es inevitable el momento en el que me atraganto, lo hago por la sorpresa y por la extraña risa que se apodera de mí al escucharlo decir eso, una que logra salir mientras empiezo a toser para que la leche con café salga de mi organismo, para no atragantarme y morir en este mismo instante.
Me golpeo el pecho con fuerza, haciendo un sonido ecoico en el trayecto, a la par que mi respiración se va nivelando, dejo de toser luego de quince segundos que parecía eternas horas, pero la risa no cede hasta que vuelvo a levantar la vista y lo veo con los ojos abiertos, sonrojado, su taza yace en el suelo y las manos las tiene colocadas sobre las rodillas. Otra vez está encogido de hombros y parece más pequeño de lo que ya es ahí en el sillón, buscando refugio en los cojines.
—L-lo siento —digo, riendo una última vez y colocando la mano sobre mi boca para tratar de ocultar la sonrisa, pero como es genuina tensa las comisuras de mis ojos, algo que seguramente está viendo—. Lo siento, lo siento, l-lo siento.
—N-no creí que fueras a reírte en mi cara… —me mira a los ojos, algo que me permite ver cómo algo muere dentro de ellos, como una pequeña chispa de esperanza que no había visto antes y que ahora se apaga como la flama de una vela a merced del viento. Cuando parpadea es cuando veo las lágrimas a punto de salir, lo que me hace sentir como la peor persona del universo—. Esto fue una mala idea, n-no debí…
Me pongo de pie en el momento cuando se inclina hacia adelante, razón por la cual el abrazo que quería darle termina envolviendo su cabeza y presionándose contra mi pecho. Acaricio su cabello, algo que me produce satisfacción en cierto grado ya que había querido tocarlo desde hacía mucho tiempo, al igual que la suavidad que siento contra mi mano, pero no estoy seguro si sea lo que acabo de hacer o que muy probablemente está llorando pero tiembla, violentamente, como si le hubiese dado un susto de muerte, como si lo hubiese decepcionado.
—Lo siento, Carlos, en verdad lo siento por lo que dije e hice. No era mi intención reírme, es sólo que lo que dijiste fue… sorpresivo, o lo que sea.
Sus brazos rodean débilmente mi cintura, restriega la mejilla contra mí, como si en mi pecho estuviera el consuelo que necesita, el apoyo que estaba buscando y que su madre no le dio en un momento de incertidumbre.
Pero acabamos de conocernos, no creo que pueda ver eso en mí.
Me muevo para sentarme a su lado, obligándonos a separar el abrazo, y es ahora que puedo ver sus ojos enrojecidos por las lágrimas, los rastros de algunas que resbalaron por sus mejillas; un semblante completamente diferente al del chico tímido que estaba parado frente a mi puerta hace un par de minutos.
—Entonces asumo que tu mamá te echó y por eso estás aquí —digo, sonando demasiado rudo con esas palabras. Tal vez Mal tiene razón, no sé mucho sobre sutileza ni tacto.
—N-no, e-escapé de mi casa, m-mi madre habría hecho h-hasta lo imposible para que no saliera de ahí nunca más.
—¿Estás seguro de eso? ¿No crees que estás exagerando un poco?
—Mi madre se llama Cruella de Vil, lo tiene explícito en el nombre, por eso sé que no estoy exagerando por temerle, además estuvo a punto de lanzarme cosas por lo que le dije, ya que creí que finalmente podría decírselo después de todo este tiempo que hemos compartido juntos como familia.
La cruda honestidad, el temor oculto y el serio tono de voz con los que habla sobre ella me hacen sentir escalofríos, peores que esos que ocurren en las noches invernales. No recuerdo haber visto a su madre asistiendo a los entrenamientos para pedir alguna clase de información o para hablar con nuestro profesor, él sólo apareció un día y preguntó al respecto, fue recibido en el acto como suele suceder con las personas que asisten solas.
—Pero… tu papá, ¿qué piensa al respecto?
—No lo conozco —afirma sin siquiera pensarlo. En verdad tengo muchas cosas que conocer sobre él, demasiadas ahora que lo pienso—. Mamá no hace mención alguna sobre él, sólo se refiere a él como un maldito cobarde que la dejó con un hijo en el mejor momento de su vida.
—Muy bien, no hables más. Y sólo porque es un momento para compartir, tampoco conozco a mi madre.
Nos quedamos en silencio, las caricaturas en la televisión se mueven pero no hay sonido alguno que los acompañe, el viento no sopla en el exterior, ni siquiera los grillos parece estar dispuestos a cantar. Es como si toda esta situación se hubiese polarizado al exterior y todo estuviera sumido en completa seriedad.
Se limpia un par de lágrimas con las mangas de su chaqueta, vuelve a tomar su taza y le da pequeños sorbos, haciendo un par de gestos ya que supongo esperaba que se mantuviera tibia, o quizá habrá perdido el sabor.
Tomo ese momento para tomar mi celular y leer los molestos mensajes, sólo para saber que no me pierdo de nada. Recién terminé de trabajar, estaré en casa dentro de media hora, eso de parte de papá; Pasaré la noche en casa de Jane, papá lo sabe así que no hagas inferencias sin sentido, de parte de Joel. A él le doy una respuesta, Diviértete, si sabes a lo que me refiero ;), mientras que a papá no le envío nada, como suele suceder cuando me envía mensajes.
—¿Por qué recurriste a mí? —aparto la mirada del teléfono en su dirección, me mira y frunce el ceño, angustiado y seguramente formulando un sinfín de cosas que cree que estoy pensando sobre él—. Sólo pregunto.
—Y-ya te lo dije, no lo sé del todo… s-sólo pensé que podrías ayudarme, como un a-amigo que ayuda a otro en un momento de n-necesidad.
Lo miro detenidamente, pensando en lo que dice, viendo que percibe una especie de vínculo que se ha forjado sin mucho esfuerzo, que de cierta forma se ha dado así como así. Pero él lo ve en mí, cree en cosas que podría hacer y en formas en las que podría ayudarlo; Carlos cree en mí, o algo así.
—¿P-puedo pasar la noche aquí? Por favor —pregunta, revelando al fin todo lo que estaba detrás de su visita sorpresiva. Encuentro sus ojos en el momento justo, de nuevo esa chispa brilla en ellos—. No quiero ser abusivo, sólo será esta noche, lo prometo, seguramente mañana todo estará mejor y podré hablar con mi madre.
No dejo de mirarlo, es como si cada palabra me envolviera en alguna especie de trance, como si fuera hipnótico, y no sé si puedo darle una explicación que sea más o menos coherente.
Su petición lo hace agrandando los ojos, algo que estoy seguro no se da cuenta que está haciendo, y por el tono de voz, además de la manera desesperada en la que parece estar buscando a alguien, estoy bastante seguro que estaría de rodillas en este mismo momento, implorando para que lo deje quedarse, y siendo un poco más imaginativo lo imagino llorando, algo que sería un límite excesivo.
Finalmente bajo la mirada, cuando es mi turno de entrar en esto. Papá no se molestaría porque esté aquí, no suele molestarse por muchas cosas en realidad, aunque nunca he traído a alguien a casa para pasar la noche, del modo que sea, de eso se encarga Joel e involucran más que nada a sus amigos en la sala de estar, charlando hasta tarde y durmiendo sobre la alfombra.
Dejo salir un suspiro, provocando que se mueva en su lugar, anticipando una vez más cosas en las que no estoy pensando, que no voy a pensar y que sobre todo no voy a decir. No entiendo muy bien a Carlos ahora que lo pienso.
—Puedes quedarte, sí —miro sus mejillas y luego sus ojos, notando un sonrojo y que el brillo se hace más presente respectivamente—, pero tendré que hablar con papá cuando llegue a casa, para darle una explicación superficial de lo que ocurrió contigo, prometo no ahondar en detalles.
No me responde, solamente envuelve sus brazos alrededor de mí, hunde su nariz en mi cuello y toma una profunda respiración, algo que me hace encoger los hombros ya que es un punto demasiado sensible en mí.
Le devuelvo el abrazo, juntando más su cuerpo al mío, deslizando mis manos lentamente sobre su espalda, buscando tranquilizarlo, algo que papá solía hacer conmigo cuando era un niño, en las pocas ocasiones cuando algo verdaderamente me resultaba aterrador, como las fallas eléctricas durante las tormentas.
Mueve más la cabeza, como si quisiera anidar sobre mí, algo a lo cual no creo negarme, y de todos modos surge algo extraño, en mí. Es como si ya hubiésemos hecho esto más veces, él buscando que lo ayude y yo dándole lo mejor de mí, pero maldita sea, ¡acabamos de conocernos! Creo que debo cuidar los químicos que como de ahora en adelante, o quizá sólo estoy exagerando, como él.
—Gracias… Jay —susurra en un tono de voz apenas audible, que casi queda eclipsado por los autos pasando por la calle. Vuelvo a estremecerme por el calor de su aliento contra mi piel.
—No hay problema —digo, tomándolo suavemente por los hombros, algo a lo cual cede sin intentar que nuestro abrazo dure un poco más—. Ahora vamos, te mostraré dónde dormirás.
—Oh, no es necesario, puedo quedarme aquí —espeta, dando pequeños saltos sobre el sillón—, es bastante cómodo en realidad.
—Lo es, pero no puedo dejar que duermas en el sillón, no sería propio de un anfitrión hacer que las personas duerman en la sala de estar.
—Pero…
Tomo su mano antes de que siga insistiendo y lo obligo a levantarse casi de un salto, como el espacio en el que estamos es demasiado pequeño no nos toma más de quince pasos llegar a mi habitación. Enciendo la luz luego de tantear en la pared, cuando se ilumina casi me dan ganas de salir corriendo por el desastre que representa mi cama, las sábanas y mantas por doquier, el par de almohadas que utiliza en el suelo; un lío. Además el colchón de Joel yace debajo del mío.
—Claro, había olvidado un pequeño detalle —digo, y es hasta que me percato de la suavidad de su mano cuando me doy cuenta que sigo tomándola, razón por la que lo suelto, algo que no parecía que él fuese a hacer. No le pido ayuda para sacar el otro colchón debajo del mío, ni siquiera para que me ayude a arreglar donde dormirá, sólo lo hago mientras se queda de pie en el marco de la puerta—. Estamos haciendo algo así como una remodelación con los muebles de la casa, lo primero fue la litera en la que duermo, así que espero no te moleste que durmamos en el suelo y en la misma habitación.
—En absoluto, me vendría mejor que en donde duermo en mi casa —responde casi de modo superfluo, como si fuera una aseveración que no produce que los demás hagan preguntas—. Pero espera, no creo que ese otro colchón esté ahí por diversión, supongo que alguien más duerme ahí, ¿quién lo hace? Porque no me gustaría que quien sea termine durmiendo en el sillón, o en el suelo…
—Oh, mi hermano menor, Joel, pero antes de que siquiera pienses en volver al sillón te diré que él comparte cama con papá —giro para ver lo que hace, notando que abre la boca para hacer una pregunta—. Lo que sea que quieras saber, no lo responderé.
Cierra la boca, pero esboza una sonrisa.
Me levanto cuando la cama está lista, lo cual parece ser una señal que le deja entrar a inspeccionar el resto de la habitación. Todo pintado con amarillo pálido, una cajonera de madera que hace juego con un mueble pequeño que tiene los abundantes pares de zapatos de Joel y los míos, que no sobrepasan de cinco, las chaquetas colgando en el muro a la izquierda, la computadora de escritorio, la impresora y todo lo demás yaciendo en el suelo, mi colchón junto al muro de la derecha, el de Joel a pocos centímetros de distancia. No hay mucho que ver en un sitio tan pequeño para vivir, pero Carlos parece disfrutar conocer espacios nuevos.
—Es… —comienza a decir, dando una vuelta completa, como si estuviera en el sitio más despampanante que puede haber—, es acogedor, bastante.
—¿En serio? —pregunto, realmente sorprendido por sus palabras.
—Lo digo en serio, es muy diferente a mi habitación.
—Pero recuerdo haber escuchado que te mudaste hace poco tiempo, por eso es extraño que digas algo así —gira para mirarme, dándome una pequeña pero muy cálida sonrisa. Coloco la espalda contra la cajonera, como apoyo, sintiendo las rodillas un poco débiles de un momento a otro, aunque no fue un día de ejercicio tan intenso como para sentir cansancio después de tanto tiempo.
—Mi madre se encarga de que las casas a donde nos mudamos sean redecoradas para que no pierdan el diseño original de la casa que tuvo que vender cuando nací, por eso tengo esa sensación cuando estoy aquí.
Antes de que pueda decir otra cosa por su comentario deja caer algo a su lado, una pequeña mochila que no recuerdo trajera sobre la espalda. Lo miro otra vez y lo veo frotarse los ojos, bostezando, como si fuera un niño pequeño que pasó por un día muy largo y desea dormir. A veces hago lo mismo.
—Muy bien, te dejaré solo para que tú y tu equipaje se pongan un poco más cómodo —arquea la ceja derecha por mi afirmación, respondo a la pregunta sin formular señalando su mochila con la cabeza.
—Oh, no es equipaje como tal, son… cosas vitales por así decirlo, las traje en el caso de que todo se hubiese ido al diablo de un momento al otro, que de cierta forma lo hizo… —divaga y se encoje de hombros, como si estuviera diciendo mucha información, y lo hizo, aunque no lo entendí del todo.
—Está bien, ponte cómodo —señalo la puerta que está a la izquierda—, ese es el baño, la habitación contigua es la de papá y Joel, no te recomiendo entrar ya que no hay mucho que ver ahí —los dos dejamos salir una pequeña risa, algo que muy forzado por parte de ambos—, y… aquí entre nos, honestamente no sé por lo que estás pasado, no me pasó, pero he escuchado que una situación como esa tiene consecuencias, así que si tienes deseos de romper en llanto o lo que sea entonces no te contengas, prometo no decir nada al respecto.
Se sienta en el colchón, le da un ligero puntapié a la mochila antes de suspirar, desde el fondo de su pequeño cuerpo. Es como si el alivio al fin hubiese llegado a él, como si los problemas que se planteaba estuvieran siendo resueltos; todo en él ha cambiado desde el momento en que llegó, tiene la espalda erguida, se encoge de hombros sólo en ocasiones, sonríe y habla con un todo de voz más firme. Su pierna ya no se mueve; la calma está con él. O al menos eso me hace pensar.
—Gracias, Jay, otra vez —me mira y sonríe.
—Es como lo dijiste, lo hago para ayudar a un amigo —tomo el pomo de la puerta y comienzo a salir, hasta que la pizca de la curiosidad ahora pasa a mí, con una pregunta seguramente sonará estúpida—. Antes de irme sólo quiero preguntar una cosa más —antes de que pueda decir algo dejo salir la pregunta—. ¿En verdad eres gay? Digo, ¿estás cien por ciento seguro de serlo?
—¿Es tan difícil de creer? —responde, y entre las pocas cosas que detesto está cuando alguien responde una pregunta con otra pregunta.
—Pues… sí, si fuera extremista diría que no hay nada en ti que deje entrever que lo seas, y haberte escuchado admitirlo tan de súbito produjo un cortocircuito en mi cabeza, por eso no supe qué hacer además de reírme, lo siento… de nuevo.
—Está bien, ya lo superé, eso creo… —choca las puntas de sus botas un par de veces, como si eso fuera suficiente para desviar mi atención de la pregunta que le hice—, pero sí, lo soy.
—¿Seguro, seguro? —arqueo la ceja.
—Tan seguro como el hecho que tú eres Jay cada día al despertar.
—Bastante justo —digo, admitiendo de cierta forma mi derrota—, si necesitas algo sabes dónde encontrarme, de todos modos siempre duermo hasta tarde. Oh, y bienvenido a mi vida, de cierta manera.
—Una cálida bienvenida también, debo admitirlo.
Ninguna palabra por parte de los dos después de eso, la señal de que la conversación se ha terminado al fin. Salgo de mi habitación dejando la puerta mínimamente abierta, apenas una rendija que deja salir la luz del interior, dándole la privacidad que necesita para que haga lo que sea que hace antes de dormir.
Giro sobre mis talones y regreso a la sala de estar, le quito el modo silencioso a la pantalla antes de tomar los trastes sucios y hacerme cargo de ellos, pensando en que el nuevo chico en los entrenamientos está durmiendo en mi habitación, algo que me daría algo de reputación si esto fuera una competencia. No tengo con quién competir en ese sentido, y no me sentiría bien haciéndolo.
Al terminar lo único que hago es apagar la luz de la cocina y lanzarme una vez más sobre el sillón, sintiendo cómo los fríos cojines se hunden por mi peso. Tomo mi celular para escribirle otra vez a Mal, esté en el estado de ánimo que esté.
Historia corta: huyó de su casa por… cosas, así que se quedará aquí.
Sorprendentemente su respuesta llega apenas un minuto después.
¿Y qué haces diciéndomelo? Ve e intenta algo con él, porque al menos yo haría cualquier cosa para que un chico así de atractivo duerma conmigo ¬w¬
Está demasiado triste, además nunca dije que se inclinara a ese bando.
Los chicos de su edad huyen de sus casas por cosas como esas, o los echan, no lo sé, pero estoy segura que cuando dices 'cosas' te refieres a eso.
Como sea, no intentaré nada.
Eres aburrido.
Y tú un intento de hada ;)
Dejo el celular entre los cojines del respaldo y me concentro en la televisión, en un programa al cual no le veo sentido, pero es la mejor distracción que tengo.
Lo veo por el rabillo del ojo mientras sale una vez más, con paso veloz, entra al baño y sale en el segundo siguiente, lo escucho cepillarse los dientes en el lavabo que está afuera (la estructura del departamento es algo extraña), antes de verlo al entrar de nuevo en la habitación, ésta vez la luz del interior se apaga, diciéndome que finalmente ha decidido dormirse.
Siendo tan ligero de pies como suelo serlo, además de curioso, me pongo de pie y camino sin hacer el menor ruido hacia la puerta, me arrodillo y avanzo los pocos centímetros que me faltan para llegar lentamente, me detengo cuando algo como un murmullo logra salir, un lamento que me produce escalofríos por los largos sollozos que lo acompañan.
Me pongo de pie y regreso al sillón. No quiero escucharlo mientras llora.
—¡Jay! ¡Despierta!
Abro los ojos por la voz gritándome en el oído, y si no hubiese distinguido la voz de papá en ese mismo instante probablemente lo habría golpeado en la cara, o si hubiese sido Joel habría puesto su rostro en mi axila hasta que suplicara por piedad ya que sabe que nunca, jamás, por ningún motivo, debe despertarme.
Cuando mi corazón vuelve a latir en un ritmo más humano giro la cabeza, viendo que papá está en el sillón individual, con un sándwich en sus manos y una sonrisa en su rostro, algo que no es muy usual.
—¿Qué carajos…? —pregunto, desorientado por la siesta repentina, y su expresión cambia a una de represalia por mi vocabulario, algo que no parece vaya a cambiar en mucho tiempo—. Lo siento, supongo, pero vas a despertarlo si vuelves a gritar así.
—¿A Joel? —pregunta, dando una mordida al sándwich y hablando con la boca llena—. Dijo que pasaría la noche con Jane.
—Él no, me refiero a Carlos —me levanto y me estiro, escuchando el crujido de algunas de mis articulaciones en el proceso. Cuando bajo la mirada en su dirección lo veo quieto, deja de masticar, y casi podría decir que de respirar.
—Ahora entiendo por qué esa puerta está cerrada, ¿quién dices que es Carlos? —pregunta después de un segundo, y luego de tragar.
—Ah, cierto, olvidé ese pequeño detalle —me vuelvo a sentar y me froto los ojos, tratando de no sentirme tan desorientado—. Hace dos meses llegó un chico nuevo a los entrenamientos, Carlos, y está aquí porque necesitaba dónde pasar la noche, huyó de su hogar porque su mamá se volvió loca cuando el dijo que es gay.
—¿Qué edad dices que tiene? —pregunta, algo que tiende a hacer, irse por las ramas antes de regresar al punto.
—Dieciséis, y no recuerdo haberlo mencionado.
—Precisamente, no lo mencionaste, y eso es un problema —le da otra mordida al sándwich, el cual luce tan bien que me provoca hambre, y esta vez se preocupa por tragar antes de hablar—. Es menor de edad, no tendría que estar fuera de su hogar, así que lo mejor sería…
—Está durmiendo, no puedo despertarlo y decirle que se vaya —argumento en su defensa, algo que no entiendo por qué estoy haciéndolo—, además estoy seguro que si se tratara de un amigo de Joel lo dejarías quedarse sin rechistar.
—Eso es porque ellos se conocen con mucho tiempo, tú me acabas de decir que conociste a este chico hace sólo dos meses, y puedo jurar que no han hablado más de tres veces desde entonces —asegura, acertando en todo lo que dice.
—Como sea, no puedo decirle que se vaya.
Miro la pantalla plana, notando que el programa sin sentido ahora se ha vuelto un documental sobre la historia de Mesopotamia, algo que seguramente le vendrá de ayuda en su tienda de antigüedades, su trabajo de fines de semana. Todavía me siento un poco ingrato al ver que él hace todo aquí mientras yo me dedico a meter chicos en el departamento, pero también está Joel, y claro que ha habido ocasiones en las que trabajo para él, pero siempre se gana que gruña entre dientes cuando me da una orden, como cargar cosas pesadas o cambiar de lugar los estantes.
Termina con su sándwich y se limpia las comisuras de los labios, como si fuera un caballero completamente. Gruñe y se pasa una mano por el rostro, reflejando el evidente cansancio que siempre parece arrastrar detrás de él.
—De acuerdo, ¡de acuerdo! Puede quedarse, caray —se levanta y apaga la televisión, mirándome con severidad cuando regreso mi mirada hacia él—. Pero no quiero que duerman con la puerta cerrada, nada de charlas a las dos de la mañana, y en especial no quiero ninguna clase de ruido antes del mediodía.
—Sabes que odio dormir con la puerta abierta, además por alguna razón hace frío por las noches aunque es verano, también sería aún más sencillo que estando cerrada no escuches nuestras conversaciones a las dos de la mañana, y en especial evitaría que hagamos alguna clase de ruido antes del mediodía.
—Sólo vete a dormir y déjame en paz, hablaremos por la mañana —le guiño el ojo derecho; victoria para mí—. Y si necesita quedarse más tiempo por la razón que sea entonces puede hacerlo, sólo dímelo antes de dejarlo dormir en tu habitación.
Le dedico una sonrisa burlona, me pongo de pie y abro lentamente la puerta de mi habitación, temiendo que la luz del exterior pueda despertarlo. El sonido acompasado de su respiración me dice que nada parece ser suficiente como para poder despertarlo, ni siquiera una estampida de elefantes lo haría.
Dejo la luz apagada para poder cambiarme de ropa con libertad, sin la mirada curiosa de un chico que está durmiendo en la cama junto a la mía, un chico que dice ser gay aunque no se lo creo por nada. Me pongo un pantalón de algodón junto con una simple camiseta blanca, pero antes de deslizarme entre mis mantas coloco una más sobre él, la noche parece horriblemente helada por alguna razón, ante lo cual deja salir un profundo suspiro de satisfacción.
La curiosidad vuelve a invadirme, enciendo la bombilla de luz cálida ya que las cortinas cerradas no permiten que la luz de la luna se filtre en la habitación, además no recuerdo que estuvieran así cuando salí. Él debió hacerlo, es eso o el ente que habita en el departamento decidió jugarle una pequeña broma.
Además de una queja, algo que obligatoriamente iba a suceder por la repentina luz encendida, me llevo una sorpresa al ver que está sumamente cómodo entre las mantas, la que acabo de ponerle le envuelve el rostro del mismo modo en que lo haría una manta a un bebé. Esboza una sonrisa en sus sueños, y la expresión de su rostro, vulnerable, serena, calmada, lo convierte en un ser más pequeño de lo que ya es, más expuesto al mundo que le rodea.
Me quedo con esa imagen en la cabeza cuando apago la luz, me deslizo entre las mantas y coloco la cabeza sobre mis almohadas, girando sobre mi costado para mirar el muro. Cierro los párpados lentamente mientras la somnolencia escala sobre mí para llevarme con ella.
Tantas preguntas, tantas cosas que me gustaría saber sobre él. Hay tiempo para todo eso, por ahora lo único que podemos hacer es dormir.
