El primer capítulo de la serie. ¡Espero que os guste!

Capítulo 1: Comienzo

El chapoteo del agua hacía eco por todo el túnel. Un Digimon corría desesperado tratando de huir. Huía de

la espesa neblina púrpura que había hecho a los demás enloquecer. Enloquecer... La palabra se repetía en

su mente una y otra vez. No podía borrar las imágenes que hacía unos minutos había contemplado horrori-

zado. Sus compañeros matándose unos a otros, la sangre saliendo disparada y aterrizando en el suelo... El

asustado Lupumon se desplazaba todo lo velozmente que su redondo cuerpo le permitía. Era una bola de

pelo blanco , con una oreja vaga y cola peluda. En sus ojos azul turquesa brillante, se podía vislumbrar la

desesperanza y el temor. Todo estaba perdido... A lo lejos alcanzó a ver la luz del exterior, anunciando el fi-

nal del acuoso túnel. Atravesó exitosamente la salida y la niebla parecía haber dejado de seguirlo. Se ocul-

tó entre unos arbustos y se relajó. A pesar de lo traumatizante que había sido lo ocurrido, no pudo evitar

sonreír. Estaba a salvo. Nadie lo encontraría allí, rodeado de árboles y otras plantas. O eso pensaba él.

-¡Eh, mira eso! -Una extraña criatura, gorda, con peinado punk y garras señaló al lugar donde Lupumon se

ocultaba

Su maldita cola lo había condenado. Otra criatura, del mismo color que la otra, violeta, se acercó hacia

donde su compinche dirigía su garra y agarró al Digimon de una forma muy desconsiderada. Los dos se mi-

raban a los ojos, uno desafiante y otro atemorizado. El ser hizo una mueca y rió, helándole la sangre al lo-

bezno. Giró la cabeza, mirando a su compañero.

-¿Lo infectamos o lo matamos a la vieja usanza?

-Me gusta verlos sufrir, reviéntale la cabeza, lentamente, a ser posible.

La segunda criatura, más alta, delgada y fornida que la segunda, comenzó a apretar la cabeza del pequeño

lobo. Éste chillaba de la presión que se estaba ejerciendo en su cráneo.

- Eh, Koryun -dijo el gordo-, haz que grite más, arráncale la cola.

El llamado Koryun sonrió y alargó su mano hacía la cola de Lupumon, pero el torturado le dio un calambre.

La criatura, cabreada, iba a lanzarle un puñetazo cuando una sombra salió de los arbustos y placó al ser,

haciendo que se sorprendiese y dejase caer al lobezno, que se ocultó detrás del recién llegado. Una Digi-

mon negra, con aspecto de cabeza de dragón y cuatro espinas en ella, miraba con odio a los dos tipos allí

presentes.

-¿¡Quiénes creéis que sois para hacer daño a este tipo, virus de mierda!? -Los ojos verde brote de la drago-

na se entrecerraron hasta formar dos amenazantes rendijas que desprendían agresividad.

- Pues eso somos: virus -dijo Koryun, con una voz que era capaz de congelar al más valiente de los Digi-

mon-. Ya tenemos bajo nuestro dominio a más de dos tercios de la población de esta zona del Digimundo,

¿qué os hace pensar que nos dejaremos vencer por dos de los vuestros en nivel In-trainning?

La ojiverde esbozó una sonrisa segura, mostrando sus colmillos.

- De hecho, somos cinco.

En ese momento, de la vegetación surgieron tres bolas más. Un perro, una gata y un zorro. El perro era de

color azul, con una banda alrededor de su cabeza que escondía sus orejas y unos enormes y brillantes ojos

marrones; la gata era negra, con dos colas que acababan en punta violeta y dos patas de ese mismo color.

De la punta de sus orejas salían dos pelillos y sus ojos eran de color rojo vino, además tenía un mechón de

pelo que le caía sobre la frente; el zorro era de color rojo y blanco, tres puntas de pelo salían de sus mejillas

y tenía una expresión pícara en sus ojos amarillos. Los dos virus los miraron burlonamente.

- ¡WAJAJAJAJAJAJA! -Rieron a unísono.

- ¿Qué es tan gracioso? -Preguntó inocentemente el perro.

- ¡Vosotros! -El gordo señaló a los cinco Digimon- Por mucho que aumentéis en número, no conseguiréis

vencernos, pero, ya que parecéis tan dispuestos, peleemos.

El zorro lanzó rápidamente una bola de fuego contra Koryun, al que no le hizo ni cosquillas. Todos los de-

más comenzaron a atacar desesperadamente a los enemigos, pero estos no hacían más que mirarlos a-

burridamente. Tras varios minutos placando, lanzando bolas de energía y mordiendo, optaron por correr a

refugiarse, pues los virus habían decidido infectarlos con la neblina rosa que salía de sus espaldas. Cada

vez se iban adentrando más en el bosque, el paisaje se oscurecía y se escuchaban gruñidos de otros seres

que lo habitaban.

Kuromon subió ágilmente a un árbol, ocultándose tras sus hojas. Los demás, que no podían subir, se

ocultaron dentro de un agujero que Perrimon cavó rápidamente. Los virus pasaron cerca de ellos, sin

percatarse de su presencia. Unos minutos más tarde, cuando el peligro había pasado, salieron de sus es-

condites.

Los pequeños Digimon anduvieron con cautela por el profundo bosque, hasta que dieron con una cueva. Se

introdujeron en ella, explorando, y cada vez se hacía más oscura. Lupumon se colocó delante de los

demás Digimon, pues iba iluminando el camino gracias a la electricidad que producía su pelaje.

- ¿Qué es ese resplandor? -Preguntó Perrimon.

- Es Lupumon, no seas idiota -le espetó Zorumon-.

- … No, ese no, ¡el otro! -El pequeño perro señaló con el hocico una débil lucecilla azul que se veía unos

metros más adelante.

Todos se pararon y se quedaron mirando unos instantes, algo asustados. Kuromon dio un paso.

- Voy a ver qué es -dijo después-.

La gata se adelantó, sigilosamente y se asomó al lugar de donde procedía la luz. Los demás esperaban, en

tensión. Tras unos minutos, Kuromon les hizo una seña para que se acercaran. Cuando estuvieron reuni-

dos, entraron en aquel lugar y pudieron contemplar de dónde procedía la luz. Era un lago con el agua cris-

talina, y mostraba imágenes. La orilla Sur, donde ellos se situaban, era plana, pero conforme se iba ale-

jando, crecían estalagmitas hasta alcanzar su altura máxima en la orilla Norte.

Los Digimon se quedaron contemplando las imágenes que se reflejaban en el agua. Parecía otro mundo.

Había criaturas que andaban a cuatro patas y que vestían con extraños ropajes. También se podían ver má-

quinas que se deslizaban con ruedas por el suelo, soltando humo por la parte trasera.

- ¿Quiénes sois? -Otro pequeño Digimon salió de detrás de una estalagmita, asustado.

Era un pajarito color canela con los ojos azules y alas. No tenía patas y, bajo sus ojos, dos Vs rojas. El pe-

queño, temblaba de miedo. Los demás se presentaron y contaron lo sucedido.

- Oh, ya veo. Yo también he venido a refugiarme aquí. Soy Ruisemon, y esta -Ruisemon se echó a un lado,

dejando ver a otro Digimon- es Ornitomon.

- Hola -dijo.

Ornitomon era de color marrón oscuro con los ojos verdes. Sus patas, cola y pico eran más oscuras que su

pelaje.

Kikimon miró el lago y después a Ornitomon.

- ¿Por qué hay imágenes en el lago? -Preguntó.

- Refleja el mundo humano -la recién llegada se acercó al lago-. También es una entrada a él.

Durante unos minutos, Ornitomon explicó a los demás cosas sobre el mundo humano, hasta que unas vo-

ces les interrumpieron. Una mano violeta asomó por la entrada del lugar. Una neblina rosada entró con ella.

Los Digimon contemplaban, congelados, como dos virus iban introduciéndose en la cavidad.

Ruisemon dio un picotazo a su compañera, preocupado. La pequeña le dijo con la mirada lo que harían a continuación. Ornitomon agarró a Lupumon por la cola y le arrastró hacia el lago.

- ¿Qué haces? -Preguntó el lobo, susurrando.

- ¡Estamos acorralados! Nuestra única opción es ir al mundo humano.

Los virus entraron y sonrieron con malicia. Los demás Digimon miraron a Lupumon y a Ornitomon.

- ¡Cógelos! -Ordenó uno de los virus a su compañero.

¡Rápido, al lago! -Dijo Ruisemon y, al instante todos se habían perdido en sus aguas.

A Zorumon le dolía todo, literalmente. Desde la punta de la cola hasta las orejas. Lenta-

mente, se levantó del suelo y miró a su alrededor. Estaba en un campo, había algo de basura y la poca ve-

getación que había estaba algo seca por el calor. El aire olía a... ¿Contaminación? No sabría describirlo.

Anduvo unos metros y se detuvo, mirando hacia atrás y percatándose de que los demás no estaban. Se quedó parado, en guar-

dia, pues no sabía dónde estaba. Es decir, era obvio que había llegado al mundo humano, pero no sabía en

qué parte exactamente. Zorumon se encontraba desorientado. Se estiró para desaturdirse un poco y exploró

el lugar. Subió una empinada cuesta sin casi esfuerzo, a pesar del dolor. De repente, se dio cuenta de que él

había "crecido". Ya no era la pequeña e indefensa bolita peluda que había sido en el bosque. Ahora se aseme-

jaba mucho a un zorro, sólo que su hocico era algo más corto y su cabeza más grande. Su cola era roja con

la punta blanca y ondeaba como si fuese fuego. Tenía las patas largas y delgadas, con guantes blancos y garras

negras en las delanteras. La potencia del traslado al mundo humano debió haber causado su digievolución.

Ahora era un Vulpemon.

El Digimon entrecerró sus ojos amarillos y olfateó el aire. No había nadie por allí cerca.

Caminó unos minutos y miró al cielo, sabiendo al instante que empezaría a llover pronto.

Una chica caminaba junto a su perro bajo la fría lluvia. Ésta iba vestida con unos pantalones negros y una camiseta de manga

larga de color azul pálido, cubierta por otra de manga corta color negro. Su pelo castaño claro

se encontraba oscurecido al estar mojado por la lluvia. El perro era una hembra de Golden

Retriever. Su cabeza era elegante, al igual que su cuerpo.

Andaban lentamente, disfrutando del paseo y contemplando a su alrededor. Ya habían estado muchas veces por

aquel lugar, pero ese día todo estaba especialmente bonito. Las gotas de agua cayendo, ni un alma

en la calle, no pasaban coches…

A la mayoría de la gente que esta chica -llamada Esperanza- conocía no le gustaba la lluvia.

Preferían los calurosos y agobiantes días de sol, en los que no paraban de pasar coches y motos por

el asfalto y las personas dificultaban el paso por la estrecha acera. Además, si todo

estaba a rebosar de vehículos y humanos ajetreados, ¿cómo iba a dejar suelta a su perra? La mayoría de

la gente se queja de que los perros babean, muerden, sueltan pelo… Y tal vez están en lo cierto, pero, hasta ahora,

Esperanza no había encontrado nadie con quien entenderse mejor que con su perra. Tal vez su prima Julia fuese una excepción.

Unos minutos más tarde llegó a casa de sus abuelos. Allí estaban ellos, viendo la tele tranquilamente.

-Hola -saludaron.

Esperanza respondió con un 'Hum' antes de salir al pasillo que conectaba con el piso donde vivían sus tíos y su madre.

Subió dos tramos de escaleras y entró en la casa de su madre. Pensó en ir a jugar con el ordenador, pero desafortunadamente estaba

ocupado por su hermano Federico y un amigo de éste: Aziz.

La chica entró sin saludar, como era habitual.

Fede era alto, musculoso y tenía el pelo largo,

ondulado y castaño. Aziz era moreno, con el pe-

lo corto y rizado. Era marroquí.

-¿Por qué estás mojada? -Preguntó Fede a Esperanza.

-He estado paseando a la perra.

Aziz se unió a la conversación.

-Y no coges un paraguas... Eres tonta -dijo, de cachondeo y recibió una colleja de la chica-.

Pasaron la tarde charlando y viendo vídeos de risa.

A las 21:30 había parado de llover, y el marroquí volvió a su casa.

Andaba tranquilamente por la acera cuando vio

algo que le llamó la atención: en un arbusto, había un par de luces que brillaban en azul eléctrico.

Extrañado, se acercó para ver de donde procedían esas luces, pero algo le saltó encima.

El chico cayó al suelo, empujado por un "pequeño" lobo de pelaje blanco y resplandeciente. Aziz miró con los ojos muy abiertos al animal y lo inspeccionó. Bajo sus ojos, tenía unas marcas negras y, en las patas delanteras, un par de guantes de cuero marrones.

-Hola -saludó el lobo, moviendo el rabo-, soy Wolfymon, un Digimon -Wolfymon se quitó de encima de el chico y se sentó a su lado-. Llevo esperando todo el día para algo, y creo que ese algo eres tú.

Aziz no cabía en su asombro. ¿Un Digimon? ¡Pero si esos seres no existían!

Wolfymon ahora parecía un poco incómodo.

-... Creo que tú eres mi entrenador... -Pero no pareces muy dispuesto, pensó el Digimon.

El chico, que durante todo el rato había estado tumbado, se sentó y miró al lobo.

-¿Tú entrenador?

Wolfymon asintió.

A pesar de que acababa de conocer al Digimon, Aziz sentía en su interior algo de afecto por él, y además, cuando lo vio, una pequeña ola de felicidad invadió su cuerpo. Tal vez si estaban destinados a ser compañeros. El chico alargó una mano y acarició la cabeza del lobo. Era suave y esponjosa, y también hacía ruiditos al estar electrizado.

Algo brilló sobre las cabezas de los dos compañeros, y ésto fue tomando forma. Aziz lo cogió y lo miró. Parecía un móvil, era fino y se podía abrir hacia el lado izquierdo para cogerlo horizontalmente. Wolfymon observó el objeto y después miró a el chico.

-Es un digivice. No sé para qué sirve ni cómo se usa, pero supongo que traerá un tutorial o algo.

Aziz encendió el dispositivo y unas letras aparecieron en pantalla:

"Bienvenido. Hoy, a las 21:47 de la noche, usted a obtenido a su compañero Digimon. Ahora, le mostraremos todas las aplicaciones de este dispositivo.

1)Pulsando "y", usted puede almacenar cualquier ser vivo o inerte, objetos, etc. en su dispositivo. En el menú principal, si pulsa la tecla "a" le aparecerá la opción de alimentar, limpiar, etc. a lo que usted haya almacenado.

2) Pulsando "i" aparecerá una flechita roja en pantalla. Si señala a un Digimon con ella y pulsa "r", los datos del Digimon quedarán registrados en su dispositivo.

3) En el menú hay una aplicación llamada "mi Digimon". Si la selecciona, podrá ver el estado, las características y dónde se encuentra su compañero.

4) El dispositivo puede avisar de si hay peligro o no. Un pitido constante, significa que se acerca un Digimon normal; dos pitidos quieren decir que un Digimon infectado se acerca; tres, avisa de que un virus va hacia su posición.

Eso es todo por ahora. Conforme usted vaya avanzando con su Digimon, le explicaremos más cosas sobre estos seres y su mundo. Gracias."

Aziz miró a Wolfymon y éste devolvió la mirada. El chico habló:

-Tal vez sería mejor que te almacenara en esta cosa para que mi madre no te vea, ¿no?

El lobo asintió y, siguiendo las instrucciones, Aziz guardó a su compañero en el dispositivo.

Después, se encaminó a casa.