Prólogo
Un golpe, solamente hizo falta un golpe en conjunto para terminar con todo, la agonía, la injusticia, el dolor, los fuertes sentimientos que ahogaban, absolutamente todas esas sensaciones tan desagradables se descompusieron con un fuerte estruendo, consiguiendo así que lo que anteriormente era una fuente de poder, una maldición que guiaba el destino de 12 mujeres, se destruyera, rompiéndose en miles de pedazos que en cuestión de segundos, se evaporizaron hacia el horizonte, dando de ese modo por fin, un alivio a aquellas almas que intentaron corromper.
Las consecuencias por tales acciones no fueron tan fuertes como se podrían llegar a esperar, no hubo nunca más una organización que las persiguiera, tampoco ninguna entidad maligna que jugara con ellas a su antojo, simplemente unos bosques deforestados y algunas catástrofes geográficas en el mundo, causas de la brillante estrella roja que desde el cielo, se podía apreciar como se estuvo acercando a la tierra, maldiciéndola en su proceso.
Para el deleite de algunas y agonías de otras, no solo hubieron cambios terrenales, también cambiaron los caminos de las mujeres y su visión del mundo, ahora apreciaban más a las personas que tenían a su alrededor, mientras que otras encontraron lo que significaba por fin la palabra amor. Parecía que las batallas que tuvieron entre ellas no eran más que una prueba de una deidad superior para aprender una favorable lección, o al menos eso podrían pensar algunas.
Pero para una joven fue todo lo contrario, solo encontró lo que muy dentro de ella ya sabía, aún cuando fue la primera en saber el significado de esa bella palabra, nunca la catalogó con un significado positivo, ya que su realidad era otra muy distinta.
Como en un principio ya sabía, su amor no era correspondido, su amor a primera vista no la podía ver con los mismos ojos, y no la culpaba, en ningún momento lo había hecho, simplemente aceptó la situación con una de sus ya características falsas sonrisas, escondiendo de ese modo el mar de emociones que luchaban por salir.
Esa persona era ni más ni menos que yo, Shizuru Fujino, una aclamada mujer en el Fuuka Gakuen. Mi ondulado cabello castaño, mis ojos tan rojos como unos rubíes recién pulidos, un cuerpo deseado por muchos y envidiados por otros, acompañado de una actitud modesta y elegante, sin duda, la más querida por todos en la institución.
Pero eso ya no era del todo cierto.
Después del sangriento carnaval de Himes, ciertas personas descubrieron mi más oscuro secreto, aquel que durante años escondí con recelo en lo más profundo de mi corazón, para que de ese modo, mi mayor debilidad no fuera descubierta, consiguiendo camuflarlo con una ensayada sonrisa y unas acciones de lo más refinadas.
Aquellas personas que descubrieron mi máscara, empezaron a odiarme y a temerme, y no las culpo, después de todo, no solo descubrieron mi secreto, si no también, lo que era capaz de hacer por él...
La que descubrió lo que significaba la palabra amor, no era ni más ni menos que yo, aunque ya lo haya comentado. Esto es debido a que hace ya 3 años, me enamoré a primera vista.
Se trataba de una estudiante un año menor que yo. Podría decirse que era la oveja negra de la tan delicada institución, una vándala con escasos modales y frías miradas.
Tal vez fue eso lo que me enamoró, su singularidad.
Nunca me lo plantee, al igual que tampoco me cuestioné mis sentimientos por ella, aunque desde un principio sabía que no podría pasar de la línea de la amistad. Pero eso no frenaría mi curiosidad por conocerla, su cabellera azulada, sus orbes verdes que en un principio me miraban con indiferencia, para posteriormente convertirse en unos más amigables.
Cierto, yo fui la primera persona que se acercó a ella, fui la primera en ganarme su confianza, en demostrarle una amistad que ella nunca pensó tener en ese entonces.
No puedo remediar alegrarme por eso, aunque ahora mismo todo aquello haya terminado.
Mi mayor secreto, mi amor por esa joven, Natsuki Kuga, mi mayor tesoro y a la vez, la llave que podía llevarme a la locura, mostrando mis más oscuros sentimientos, mis mayores defectos.
Después de que destruí las invocaciones de Kikukawa-san y Nao-san, cuando arremetí contra el primer distrito, haciéndolo desaparecer del mapa, en el momento que besé a Natsuki mientras dormía...
Y más pecados, y más injurias.
Todo eso solo consiguió que la distancia entre Kuga y yo fuera enorme, un abismo que en este momento, no podría atravesar.
Por otro lado, las otras Himes parecían no verme con temor, me seguían tratando como la bella y refinada presidenta del consejo estudiantil que en su momento fui, con ayuda claro está, de una muy bien ensayada apariencia e ignorando algunos temas que podrían llevarme de nuevo a las tinieblas.
Ha pasado ya un mes desde que todo terminó, con la destrucción de la estrella roja.
En la actualidad he conseguido ganarme el respeto de nuevo entre los estudiantes, consiguiendo el séquito de fans que me sigue a todas partes, los cuales a decir verdad, nunca se separaron de mí. En el consejo estudiantil las cosas se calmaron, aún cuando Kikukawa-san no se acercaba mucho a mi, Haruka seguía comportándose con normalidad, recordando el suceso como un mal sueño.
Salí al exterior después de una larga reunión sobre a quien darle los cargos por mi graduación y la de la presidenta del consejo de disciplina, atando algunos cabos sueltos.
-Buenos días, Kaichou-sama.- me saludaron unas estudiantes mientras caminaba por los pasillos.
-Ara, buenos días.- respondía con mi acento kyoto-ben, formando en mi rostro mi tan característica sonrisa amable, a lo que las jóvenes dieron pequeños grititos por devolverle el gesto.
Si se preguntan que pasó con Natsuki, mi primer y único amor, no hemos hablado durante todo este tiempo. En un principio le insistí para intentar quedar en una simple amistad como anteriormente habíamos tenido, pero fue totalmente en vano.
En este momento, lo único que podía hacer era dejarle espacio.
-¡Kaichou-sama!- una recientemente popular pelirroja se acercó hasta mi posición, moviendo enérgicamente uno de sus brazos para darse a notar entre la multitud.
Se trataba de Tokiha Mai, la protagonista del suceso de las Himes.
-Ara, Tokiha-san ¿puedo ayudarla en algo?-
-Hace un mes que el carnaval terminó, hemos pensado en celebrarlo esta tarde, y claramente, queremos que venga también.- cuando ya la tuve delante, casi se cayó por el paso tan apresurado que tenía, deteniéndose en seco justo delante de mi.
-Eres muy amable, Tokiha-san, pero no estoy muy segura de que sea buena idea.- denegué la oferta educadamente, no quería incomodarlas.
-¿Por qué no? Estaremos todas, incluso conseguí sacar a Natsuki de su madriguera.-
-¿Natsuki estará allí?- me impresioné al escuchar el ya casi olvidado nombre de la peli azul, recordando como no solo me había ignorado a mi, si no también a parte de sus compañeras, saliendo rara vez de su apartamento.
-No ha sido nada fácil, pero no hay nada que unos pequeños chantajes no puedan hacer.- respondió orgullosa de sus acciones.
-Ara, no sabía que tuviera tanto control sobre Natsuki.- contesté con algo de curiosidad por las cercanías que tenían.
-Ya que no suele salir de su departamento, muchas veces le llevo comida allí, para que no se alimente a base de comida instantánea.- con una sonrisa socarrona, continuó. -Imagino puede hacerse una idea de lo que usé como excusa para que viniera esta tarde.-
-No me cabe ninguna duda.- sonreí ante la imagen mental de una Natsuki cabreada por las palabras de Tokiha-san, aceptando finalmente a regañadientes.
-En ese caso, ¿podré contar con usted, Kaichou-sama?- volvió a cuestionar, a lo que afirmé sutilmente con la cabeza, consiguiendo que una radiante sonrisa asomara por sus comisuras. -Nos veremos esta tarde en el karaoke de Fuuka a las 19:00.- empezó a marcharse, en esta ocasión, a un paso más calmado -¡La estaremos esperando!- habló a lo lejos, a lo que yo contesté con una ademán de mano, despidiendola.
La mañana prosiguió sin más interrupciones, hasta que llegó la tarde.
Quedaba cerca de una hora para que me reuniera con las demás en el karaoke favorito de Tokiha-san, mientras tanto, me encontraba en mi casa, observando distintas vestimentas para esta ocasión. No se confundan, mi sentido de la moda suele ser directo y rara vez titubeo en mis elecciones, pero en esta ocasión, iba a encontrarme con Natsuki, e inconscientemente, intentando evitarlo con todas mis fuerzas... me puse nerviosa.
¿Iba a seguir ignorándome? ¿Me contará por fin las causas de su indiferencia? ¿Podremos hablar de nuevo o me graduaré sin volver a cruzar palabra alguna con ella?
Esas y muchas cuestiones más inundaban mis pensamientos, intentando reprimirlos, sin ningún resultado.
Desde un principio me propuse no ser tan dependiente de mis sentimientos, dejar de ir detrás de Natsuki, pero aun cuando había pasado un mes, parecía ser una tarea que ni si quiera había comenzado.
El amor no es un sentimiento agradable, solo te ahoga en un abismo para darte cuenta al final, que nunca podrás salir de él.
Elegí un conjunto discreto, después de todo no íbamos a ir a una cena de gala, por lo que escogí unos vaqueros oscuros ajustados y una blusa violeta con una chaqueta de cuero marrón oscuro. Me miré en el espejo unos segundos, desde todos los ángulos, me encontraba casual pero elegante.
Con la vestimenta elegida, me dispuse a salir de mi hogar, yendo a por mi coche, un Audi rojo que mis padres me habían comprado hace apenas unas semanas como regalo de graduación.
Cuando me encontré delante del local, mis nervios volvieron a mi, siendo camuflados con maestría por un falso rostro sonriente y tranquilo, entré al karaoke, encontrándome con parte de las que habían sido invitadas.
Nao retrocedió unos pasos por mi presencia, lo cual intenté ignorar, haciendo lo mismo con los recuerdos que esas acciones lograban volvieran a mi, unos muy desagradables. Kikukawa-san parecía no haber venido en esta ocasión, seguramente se estaría preparando para la candidatura de presidenta del consejo estudiantil, lo cual me parecía perfecto, desde un inicio, todo mi apoyo había ido a ella, conociendo sus aptitudes estaría tranquila de dejar la academia en tan buenas manos.
Las más mayores tampoco se habían presentado. Tokiha-san, Minagi-san, Shiho-san y Akira-san parecían ser los únicos presentes que no se acobardaron por mi presencia, siendo bien recibida por ellas.
-Natsuki vendrá en poco, ya me avisó de que llegaría tarde.- contestó Tokiha-san, adivinando lo que comencé a pensar al entrar respecto a la ausencia de la joven de orbes verdes.
-Mai, tengo hambre.-
-No te preocupes Mikoto, ya ordené la comida, debe estar en nuestra sala esperando.- respondió alegre a la pelinegra que tenía colgando del brazo.
De este modo entramos por fin a la sala privada que había reservado la pelirroja, dando inicio a la fiesta. Tokiha-san no tardó en agarrar el micrófono y elegir una canción, cantándola a todo pulmón ante todos, quienes sentados, miramos sonrientes a la nueva estrella.
O eso reflejaba, pero mis pensamientos no podía dejar de recordar las preguntas anteriores respecto a Natsuki, consiguiendo que mis nervios volvieran a ponerse a flor de piel, esperando impaciente a que esta asomara por la puerta y poder deleitarme de nuevo con su presencia, calmando de ese modo el agobiante sentimiento que inundaba todo mi ser.
-Fujino-san, debería cantar usted también.- consiguió sacarme de mis pensamientos una animada pelinegra, la cual devoraba con gran énfasis todo lo que portaban los platos de la mesa.
-Ara, Minagi-san, debería comer con más calma, aún está en fase de desarrollo.- intenté cambiar de tema.
-Tiene razón, Kaichou-sama, la otra vez que nos reunimos tampoco tocó el escenario.- señaló la pelirroja lo que una pequeña elevación del suelo llamaba ella, "escenario".
-Sería una lástima quitarle su sitio, Tokiha-san, se nota que disfruta del karaoke.- intenté argumentar con mi carismática sonrisa.
-¿Acaso le temes al micrófono, Fujino?- habló por primera vez Nao, a lo que dirigí mi mirada hacia ella a causa de la sorpresa, a lo que la pelirroja menor se estremeció y volvió a entrar en un completo silencio por mi presencia.
No pretendía causarle esa reacción, pero creo que ya es tarde para lamentos.
-Si tantas ganas tienen, cantaré.- respondí reflejando algo de interés que claramente, no era real.
Me levanté del cómodo sofá, recibiendo el micrófono de manos de Tokiha-san para posteriormente elegir una canción entre el repertorio, Katakoi Enka, esta debería estar bien, una composición conocida en Kyoto.
La canción comenzó a sonar, mi acento Kyoto-ben hacía que la pronunciación fuera más cercana a la de la cantante, consiguiendo que mi armoniosa voz se pareciera a la de la artista. Los ahí presentes quedaron encantados, ya que unos aplausos tal vez algo exagerados se dejaron escuchar por parte de Tokiha-sa y Shiho-san.
-¡Ha estado fabulosa, Kaichou-sama!- me halagó Akira-san mientras le devolvía el micrófono a su propietaria.
Tokiha-san iba a hablar cuando la puerta se abrió, asmonándose por el umbral una melena peliazul, acompañada unos ojos color jade, reflejándose directamente contras mis rubíes, juntando las miradas después de un completo mes de ausencia.
-¡Natsuki, ya era hora que llegaras!- regañó una maternal pelirroja, indicándole un sitio para que se sentara.
-Hn.- contestó sin más mientras se acomodaba en el sofá, ignorando completamente mi presencia.
Durante toda la tarde intenté acercarme a ella, invitándola a cantar, preguntándole discretamente por las clases de repaso que tuvo que tomar o interesándome por sus gustos en las motocicletas, sacando alguna noticia sobre ellas.
Pero nada funcionó, todo fue en vano, su indiferencia y su frialdad, eran lo único que recibía, consiguiendo de este modo que mi corazón se agrietara, abriéndose las heridas que durante este tiempo había intentando sanar.
Sintiéndome culpable de nuevo de mis sentimientos hacia ella.
Natsuki no cantó, no comió, ni si quiera pronunció alguna palabra, simplemente dejaba escapar gruñidos o sonidos varios, no le hizo caso a nadie ni nadie le hizo caso a ella, la única ilusa que hizo un intento por su atención fui yo.
La noche cayó, dando a entender que la salida al karaoke llegaba a su fin, daspidiendonos entre todos, nos empezamos a dividir.
Pero volví a caer, mis impulsos me volvieron a guiar.
Corrí hacia donde Natsuki se iba, estuvo a punto de encender su motocicleta aún cuando vio que me aproximaba a ella.
Estaba intentando escapar de mi.
Por suerte, no fue tan descortés como para arrancar el motor cuando yo la sujetaba con fuerza de uno de sus brazos, pidiéndole con la mirada que esperase, desechando con ella a solas, la máscara que había portado durante toda la tarde.
-¿Qué quieres?- preguntó casi amenazándome.
-Natsuki, necesitamos hablar.- imploré, a lo que ella cínicamente sonrió, notando como me estaba desplomando delante de ella.
La tan orgullosa y aclamada presidenta del consejo estudiantil rogando por unos minutos de la delincuente de la academia, denigrante.
-¿Qué quieres?- repitió con descaro, esperando una respuesta más directa, anteponiendo su tiempo al mio.
-¿Por qué me ignoras?- tenía ganas de llorar, sus palabras, por muy frías que fueran eran las primeras que escuchaba después de un mes, por lo que mi interior se empezó a sacudir, notando unas odiosas mariposas en el estómago que en ese momento solo quería que desaparecieran.
-¿De verdad tengo que decírtelo? No puedo corresponder a tus sentimientos, nuestra amistad está muerta.- cada palabra era como una daga a mi persona, pero aún así, la agradable sensación dentro de mi no desaparecía por su melodiosa voz -En el carnaval... te aprovechaste de mi...- respondió con una dura mirada a mi persona, consiguiendo que un escalofrió recorriera todo mi cuerpo.
Tiene razón, la besé mientras dormía, fue mi momento de debilidad y me arrepiento cada día de eso, ya que marcó la diferencia entre tener a Natsuki o perderla.
Pero... ¿y todo lo que habíamos pasado juntas, ya no tenía ningún valor para ella?
Kuga no se lo pensó dos veces, se zafó de mi agarre con facilidad y encendió el motor, dejando escapar una gran cantidad de humo del tubo de escape para finalmente, cuando se dispersó, notar que ya había desaparecido de mi vista. Me fui a mi coche rojo, rumbo a mi casa, era lo único que podía hacer.
Cuando entré a mi departamento, tentada estuve de sucumbir a una botella de vodka que sobresalía de uno de los armarios de la cocina, pero si todo ese tiempo había conseguido aguantar sin una pizca de alcohol, no iba a caer ahora, después de todo, tenía que seguir siendo la mujer fuerte de los últimos días.
Como si de un zombi se tratara, caminé hasta el baño, encendiendo la llave para llenar la tina de agua caliente para posteriormente, sumergirme en ella, intentando olvidar todo este fatídico día. Desde un principio no me esperaba que Natsuki volviera a mi como si nada, pero en ningún momento pensé que se comportaría de una forma tan dura y fría, siempre me había tratado con amabilidad y respeto, aunque en algunas ocasiones intentara aparentar una rudeza delante de mi que no poseía, había conseguido tirar casi todos sus muros en esos 3 años de amistad.
Ahora no solo se habían vuelto a construir, si no que parecían ser más altos que la última vez.
Salí de la bañera para secarme el cabello, vestirme y acostarme en mi mullida cama, queriendo caer en los brazos de morfeo y soñar con que poseía lo más preciado para mi.
A Natsuki.
Un ruidoso despertador hizo entrada en escena, consiguiendo que después de desperezarme, entrara a la cocina para prepararme el desayuno y vestirme, volviendo a comenzar de este modo la rutina de todas las mañanas. Cuando me encontré completamente aseada y preparada, cogí las llaves del coche y me dispuse a ir a la academia. Unas semanas más y sería la graduación, dando por finalizada de ese modo mi instancia en el centro para adentrarme en los campus de la universidad que yo eligiera.
-Buenos días, Kaichou-sama.- me saludaron unas estudiantes, repitiendo lo mismo cada día.
-Ara, buenos días.- sonreí como siempre lo hacía.
Llegué al interior de la academia, pasando primero por el cubículo donde cambiaba mis zapatos por los del centro, encontrándome una carta en donde estaba mi calzado.
No me impresionó, no era la primera vez que recibía una carta, en su mayoría de amor, y dudaba que fuera la última. La metí en uno de los bolsillos de mi uniforme para adentrarme en las aulas, mi primera clase era historia japonesa, impartida por la ya conocida profesora Midori Sugiura.
Presté tanta atención como era necesaria, dejándome llevar por las grandes historias de Sugiura-sensei, quien con una aguda voz, la iba relatando, deleitándose con cada fecha y cada nombre importante, haciéndole honor a su amor por la historia.
Amor.
Aquel sentimiento que se puede interpretar de muchas formas pero todos coinciden con que es algo agradable, una emoción que te inunda el cuerpo y la mente, te asfixia hasta que no sientes el aire entrar por tus pulmones solo con nombrar su nombre.
Tienen razón, realmente te puede ahogar, el problema es cuando esa sensación no se va, consiguiéndose de ese modo, que los órganos permanezcan oprimidos por demasiado tiempo.
El amor no es un sentimiento agradable, solo te ahoga en un abismo para darte cuenta al final, que nunca podrás salir de él.
Repetí para mi misma la frase que llevaba tatuada a fuego en mi corazón.
Sin darme cuenta había dejado de escuchar la explicación de la profesora por culpa de mis demonios interiores. Intentando calmar un poco mis angustias, cogí la carta que con anterioridad había metido en mi uniforme para disponerme a leerla.
Tal vez un poco de atención por parte de otra persona consiga distraerme.
Minuciosamente, abrí el sobre para sacar un papel azul claro, sin duda era un bonito detalle. A continuación, me preparé para leerla:
El amor es un sentimiento agradable, te ahoga en un abismo para darte cuenta al final, que nunca podrás salir de él, excepto si es por la persona que amas.
Tu mayor anhelo se convertirá en realidad, he venido aquí para cumplirlo.
He venido aquí por ti.
Atte: Kruger.
Llevaba tiempo queriendo escribir esta historia que pensé hace un tiempo, aunque tengo otra idea que me gustaría llevar a cabo cuando la finalice sobre ellas.
Espero que guste ^^
