Disclaimer: Los personajes de Digimon no me pertenecen.

UN PASADO TORMENTOSO

PARTE I: PROLOGO

Huía. Apoderada del miedo corría lo más rápido que sus largas piernas le permitían.

Se detuvo un momento para tomar un respiro mientras soltaba unas lágrimas de impotencia, se sostuvo sobre la pared. Había llegado a su destino: una pequeña central de autobuses cuyos destinos eran a pueblos remotos, poco conocidos u olvidados.

Sora se había casado hacía más de dos años. Su boda había sido un evento de la alta sociedad, pero lo que ella vivía junto a él estaba muy lejos de la glamurosa imagen que proyectaban ante todos. Su matrimonio era una pesadilla. No podía creer que con tan solo veinticinco años de edad se sintiera como el peor fracaso del mundo. Había tenido una expectativa del matrimonio completamente diferente a lo que vivía día a día. Aquella ilusión de tener a un compañero de por vida, hijos, seguridad, estabilidad, se había ido.

Su supuesto perfecto y joven esposo, un eminente neurólogo, había resultado ser una persona desequilibrada. Nadie sabía de dicha faceta, Sora lo había descubierto a lo largo de esos dos años de matrimonio. Joe solía tener la reputación de un brillante doctor, demasiado respetado en su profesión. Pero él le había enseñado a temer en lugar de a amar. Por culpa de sus cambios de humor, sus exigencias sexuales y sus constantes humillaciones había dejado de amarlo. También por culpa de él, había perdido a la mayoría de sus amigos, lo que la había ido aislando poco a poco y alejándola de personas en las que confiar que podrían haberla ayudado.

El diseño y sus sueños de ser una gran diseñadora de modas se había ido por la coladera por el pensamiento misógino. Yo cuidaré de ti, no dejaré que mi esposa trabaje. Esa y una de tantas razones que le daba él a la hora de querer entablar una conversación acerca de su profesión.

─¿A dónde viaja?

Una amable joven la había recibido sacándola de todos sus peores pensamientos.

Sora miró dudosa a la gran pizarra que contenía una enorme cantidad de viajes que salían esa noche. Mordió su labio viendo el que salía en 5 minutos.

─Un boleto a Hida, por favor.

Una vez dentro del autobús respiró con tranquilidad.

La noche anterior, después de una de las imprevisibles e inmotivadas agresiones de Joe, se dio cuenta de que tenía que irse, huir a algún lugar donde ni él ni nadie pudiera encontrarla. Tenía que tomar una decisión y mantenerse firme, recuperar su fragmentada autoestima. Para ella, que había crecido en un hogar lleno de amor, el comportamiento de Joe resultaba incomprensible.

—Lo siento mamá— una lagrima brotó de sus ojos corriendo por sus mejillas. Dolía bastante…—Lo siento papá— dijo aún más tenue viendo el paisaje correr por la ventana.

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Lo primero que hizo al llegar a aquella ciudad fue coger un tríptico en donde se anunciaban los lugares más visitados y concurridos de la zona. Lo guardo en su bolso y continúo caminando. Dentro de la pequeña central encontró un anuncio donde se reflejaban hoteles, departamentos y estadías que se rentaban por día, semanas o meses. Tomó aire y aprendiéndose el número de memoria de unos departamentos decidió llamar desde un teléfono público, ya que su celular lo había destruido antes de tomar la decisión de huir.

Al hablar con una amable señora le proporcionó una lista de pequeñas casas en alquiler en el pueblo. Sería su propia decisión.

Tomó nota del lugar en el cual de hospedaría. Había dado un primer paso alejándose. Pero ¿por cuánto tiempo? Conociendo a Joe la seguiría, ¿No la había tratado de convencer, casi con éxito, de que no había escapatoria?

Negó. Intentó olvidarse de esos pensamientos mientras el taxista la llevaba a aquel lugar que había decidido para vivir. Llegó entonces a los límites de la ciudad y observó maravillada el bosque, aunque la mayoría de las casas eran humildes para lo que ella estaba acostumbrada no dejaba de ser maravilloso.

Pudo observar a una señora de no más de un metro sesenta, con el cabello cenizo y ciertas arrugas en su rostro.

—¿Señora Yamazaki?— preguntó al acercarse luego de colocarse bien su bolso y recibir la maleta por parte del chofer del taxi.

—Hola, querida. Usted debe de ser la señorita Tachikawa.

Si… había mentido, había utilizado el apellido de su mejor amiga. Lo último que quería era que Joe investigara a través de su apellido de soltera o el que más repudiaba, Kido.

—Si, mucho gusto.

Embozó una sonrisa y la señora la invitó a pasar.

Abrió con la llave la puerta sin dificultad y entró llena de curiosidad, sintiéndose maravillada. Un pasillo de suelo encerado unía la puerta principal con la trasera. Avanzó por el pasillo mirando dentro de las habitaciones. Salón a la izquierda, comedor a la derecha. Al otro lado del salón había un dormitorio bastante grande con un cuarto de baño. Al otro lado del comedor, había una pequeña cocina. La casa estaba acondicionada y amueblada como si fuese para ella. El cuarto de lavado estaba fuera, unido a la casa por un sendero. En la parte trasera de la casa había otro jardín con aún más vegetación. Arrancó una ramita y se lo llevó a la nariz.

«Este lugar es solamente mío. Es maravilloso».

Era sorprendente como había conseguido un lugar para vivir. Sin problemas alquiló la casa pagando con anticipación seis meses. El efectivo por el momento no era problema para ella, se había tomado el tiempo necesario para saquear su cuenta personal. Ya después tendría tiempo de buscar algo en lo cual pudiese mantenerse lo primordial era sentirse en paz con ella misma.

Adoraba la calma que sentía. La pequeña cabaña era modesta, con persianas amarillas. Estaba rodeada de una cerca de madera, cubierta de buganvillas llena de flores, lo que daba al lugar un aspecto acogedor. Los anteriores inquilinos habían plantado en el diminuto jardín margaritas, unas brillantes flores rosas, elegantes lirios, que se movían al viento.

Regreso por el sendero y se sentó en una piedra a disfrutar de la libertad y el sosiego que no había conocido en su matrimonio. Los aromas del jardín y aquel tenue sol eran como un calmante para su corazón herido.

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El ruido de la puerta de un coche al cerrarse lo devolvió a la realidad. Escribir canciones como en su adolescencia no estaba resultando del todo positivo. Sus letras se basaban en aquellos recuerdos lo hacían sufrir, aunque según su terapeuta escribir lo ayudaba a mantener la cordura.

Era Yamato Takaishi, muy conocido en el pueblo como un hombre misterioso y solitario. Él se reía de esa fama. Takaishi no era su verdadero apellido.

Llevaba una vida secreta como un simple carpintero, oficio que había aprendido de su abuelo materno, que había querido así canalizar las múltiples habilidades del niño.

Su abuelo, Michel, había muerto en un atentado terrorista. En una vida anterior su nombre había sido Yamato Ishida, corresponsal de una misión en su ex trabajo en la NASA por arriesgar la vida para conseguir un reportaje de un agente extraño. Había cubierto la misión y había permanecido en los Estados Unidos hasta su desacreditación debido a la falla de la misma por un atentado.

El terrorismo se llevó a su abuelo y a una mujer atractiva pero traicionera que había sido amante de Yamato: Rika Makino. Sin que Yamato ni sus socios lo supieran, la chica espiaba para el enemigo. Usando su belleza y sus contactos para sacarle información a Ishida sin saber que era una reportera encubierta, dejó a su paso un rastro de muerte. Todo por su ambición de dinero y poder.

Ella dio el aviso del recorrido que iba a hacer su abuelo aquel el día en que murió.

El sentimiento de culpa estuvo a punto de destruirlo.

Negando. Se levantó sobresaltado. Desde la ventana del dormitorio vislumbró a la joven que había salido del taxi y que se dirigía a la casa de al lado.

Recorrió un poco la cortina para ver el jardín vecino. La mujer caminaba despacio, encontrándose con la señora Yamazaki. Su corazón se paralizó y contuvo la respiración.

Se parecía a Rika, elegante y felina. Era muy hermosa. Su cabellera rojiza flotaba en el viento. Era menuda y delgada, como Rika. Su piel era de un blanco radiante. El rubio apretó los puños, se sentía atrapado en el pasado.

Fue a la cocina a prepararse un café bien cargado. En cuanto acabara de leer el libro que había comenzado apenas esa mañana, intentaría volver a llevar una vida normal. Todo lo normal que fuera posible después del infierno que había vivido.

La agencia en la que había trabajado le había ofrecido la serenidad necesaria para escribir y recuperarse de sus heridas. Lo habían indemnizado y ya no quería volver a aquella vida…

Gruñó para sus adentros cuando su curiosidad fue mayor. Tomó la taza de café y fue directo de nuevo a la entrada de su casa para ver a la chica.

Allí estaba, arrancando una flor para olerla. Quiso marcharse de allí, pero no pudo. Parecía tan inocente caminando entre las flores y admirándolas...

Él sabía que la casa vecina se alquilaba, pero no parecía un lugar adecuado para aquella chica sofisticada con ropa de diseño, que parecía tener la palabra «dinero» escrita en la frente.

¿Qué haría allí?

Aún más extraño era el placer que parecía experimentar la chica tras observar todas las flores para finalmente sentarse en una roca. Yamato estaba desconcertado. Parecía despreocupada pero resultaba tan cautivadora como una modelo que estuviera haciendo un posado.

«¿Por qué hago esto?», pensó.

No hubiera sabido explicarlo, pero sentía que había algo perturbador en aquella muchacha. Se lo decía su instinto. Su instinto le había salvado la vida en más de una ocasión, aunque también le había hecho sentir culpable por sobrevivir cuando seres cercanos no lo habían conseguido.

Las mariposas revoloteaban entre los arbustos. Era algo mágico. Ella las miraba como en trance. Sin poder evitarlo, Yamato sintió cierta hostilidad hacia la joven. Quizá por su parecido con Rika. Pero aquella mujer era distinta. Seguro que no había sido testigo de nada malo.

Siguió observándola mientras se sentaba en el marco de la ventana. Se le ocurrió que era posible que se hubiera dado cuenta de que tenía público, pero era imposible.

No podía creer lo que estaba haciendo. Espiando a una desconocida no era propio de él, solía mantenerse aislado de los demás.

Excepto por Meiko Mochizuki, la maestra del pueblo y todo un personaje.

Ella se había ganado su simpatía, hasta el punto de convencerlo de formar un cuarteto musical bastante bueno en el pueblo. Él tocaba el bajo y cantaba en un bar.

Cuando se dio cuenta se había perdido en sus pensamientos y la joven había entrado en la casa hacía unos minutos y no salía. Volvió a su escritorio para seguir escribiendo canciones, pero algo inexplicable lo empujó a ir a la casa de al lado a hacer un par de preguntas a esa chica. Algo le decía que esa chica traería problemas. O quizá los tenía.

Siguió su instinto y fue hasta la casa. La puerta se encontraba cerrada así que tocó.

Apoyó la mano temblorosa en la columnilla de la puerta.

Cuando se enteró que estaban alquilando la casa imaginaba a una pareja joven como los inquilinos pasados, pero no aquella joven inquietante. No era el lugar ni el momento oportuno.

¿Sería el destino?

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N.A.

¡HOLA! El día de hoy les traigo una nueva historia que ha salido de mis noches de insomnio. En verdad, espero y sea de su agrado el prólogo. Ya tengo listo el capítulo dos pero me gustaría ver la reacción hacía este fic para ver su aceptación.

Con un Review me harían la mujer más feliz.

Un enorme abrazo.

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