Si las locuras de la juventud fueran una virtud, la historia tuviera otro curso.

Los jóvenes podemos ser locos, serios, divertidos, obstinados, curiosos, inteligentes, entre otras cosas.

Para unos convivir con el resto puede ser enfadoso y por lo tanto, evadir las amistades que son tóxicas en la vida es esencial. Así era Irie Naoki.

Un joven de diecisiete años, cabello castaño lacio corto, ojos castaños con tonos grisáceos y alargados, estatura prominente, delgado, increíblemente atractivo e inteligente con un CI de 200, de personalidad fría y hasta unos dirán que déspota. En fin, un joven de altas cualidades y atributos físicos que lo convertían en el chico perfecto para todas las chicas con buen ojo.

A pesar de ser popular entre las jóvenes estudiantes de la preparatoria Tonan, no le causaban interés alguno. Es más, le resultaban ridículas por querer llamar su atención por medio de cartas, coqueteos con los ojos, accidentalmente pegarle el hombro en el camino, tomarle fotos a distancia, etc. Eso le parecía repugnante. Hasta dañino para su vista.

Pensaba que no encontraría a nadie con quien pasar el resto de su vida y sentirse pleno, pero ninguna de las mujeres de su escuela le parecían atractivas ni entretenidas.

Por lo que buscar el amor entre la multitud de Tokio, le aburría mucho y optaba tener una vida tranquila sin interrupciones de nada ni de nadie.

No se esperaba que su vida tranquila y aburrida se viera interrumpida por razones desconocidas.

Una razón mejor conocida como destino.