Nota: Los personajes pertenecen a Meyer y la trama es de Julianne MacLean
En el campo de Serrifmuir, seis millas al noroeste del Castillo Stirling.
13 de noviembre de 1715.
Ante el sonido de las gaitas y las rugientes órdenes de su jefe, Edward Cullen extrajo su espada y rompió a correr, remontando la cara norte de la colina.
Un frenesí salvaje de sed de sangre estalló en sus venas y alimentó su cuerpo con salvaje fuerza y determinación, mientras él y sus jóvenes jacobitas miembros del clan avanzaban sobre el fuego a la izquierda de Argyll. Sus líneas colisionaron en un duro golpe de cuerpos y armas, y de pronto estaba peleando en un rojo mar de caos. Hombres gritaban y embestían, disparando unos contra otros a corta distancia, se amputaban miembros y se cortaban en pedazos entre sí. La sangre salpicaba su cara mientras introducía su espada en un soldado, después en otro.
La adrenalina encendía sus instintos. La furia cegándole. Sus músculos tensos con cada estocada y cada golpe.
Profundamente consciente de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, levantó su escudo para impedir la penetrante punta de una bayoneta. Cayendo sobre una rodilla, apuñaló al ofendido casaca roja en el vientre.
Finalmente, en la distancia, más allá del delirio del combate, los Dragones del Gobierno comenzaron a retirarse, replegándose a través de su propia infantería. La furia era demasiado para ellos. Edward levantó su espada.
—¡A la carga! —gritó, en un profundo y ensordecedor acento irlandés—. ¡Por la Corona Escocesa!
Él y sus jóvenes miembros de clan gritaron ante la resolución triunfante y se abalanzaron precipitadamente hacia las rotas filas enemigas, mientras la caballería jacobita tronaba más allá, galopando fuerte para perseguir a los hannoverianos en las empinadas laderas de la cañada de Pendreich.
Fugaces destellos como brillantes explosiones de relámpagos. La batalla estaba cerca de ganarse. Los casacas rojas estaban huyendo…
Poco tiempo después, Edward redujo a un trote y miró a su alrededor para obtener un mejor sentido de la orientación. Él y docenas de otros miembros del clan estaban ahora esparcidos a través del valle con preciosos espacios entre ellos, y aire limpio para respirar.
Todo había terminado. Los opositores del flanco izquierdo de Argyll habían sido aplastados. Se habían retirado a Dunblane.
Clavando la punta de su arma en la tierra encharcada. Edward cayó de rodillas por el agotamiento y apoyó su frente sobre el puño. Había luchado duro, y con honor. Su padre habría estado orgulloso.
Justo entonces, un joven casaca roja con aspecto de novato saltó desde detrás de una roca y lo atacó.
—¡Ahh!
No era más que un niño, pero su bayoneta era tan afilada como cualquier otra.
Rodando por la tierra, Edward cambió su escudo a la otra mano para desviar la estocada de la hoja. El arma voló de las manos del soldado y aterrizó en la hierba, pero antes de que Alex pudiera ponerse en pie, un sable se desenvainó de su funda, y repentinamente se encontró a sí mismo retrocediendo defensivamente, evaluando la potente habilidad e intenciones de su oponente.
Ojos Chocolate se trabaron con los suyos, y el valor que vio en esas profundidades afiló su ingenio. Cuidadosa y meticulosamente, caminaron uno alrededor del otro.
—¿Estás seguro de qué quieres hacer esto, muchacho? —preguntó Edward, dándole al chico una última oportunidad para retirarse con el resto de su regimiento—. He causado suficientes muertes esta mañana. No necesito más sangre en mis manos. Sólo vete.
¿Pero por qué estaba vacilando? La oscura furia de la batalla todavía ardía dentro de él. ¿Qué diferencia habría si él mataba uno más? Todo lo que tenía que hacer era dar un paso al frente y golpear. El chico no era rival para él. Podría matarlo en un instante.
—Estoy seguro —contestó el muchacho, pero su sable comenzó a temblar en sus manos.
Edward se humedeció los labios.
—Sólo tienes que arrastrar tu arma y correr, muchacho.
—No.
Edward se detuvo.
—Eres un valiente, ¿cierto? O quizá solo un estúpido.
De repente, el soldado dejó escapar un feroz grito de batalla y atacó con una maniobra de su mano izquierda que cortó a Alex rápidamente de lado a lado del muslo.
Miró hacia abajo a la herida con desconcierto.
El fuego de mosquete resonó en la distancia. La frialdad de la mañana penetró en sus sentidos, armando de valor sus instintos de guerrero.
Lo siguiente que supo fue que se estaba girando con un fiero grito de agresividad y usando su escudo para golpear al muchacho en la cabeza. El joven casaca roja dio un traspiés hacia atrás. Su sable se soltó de su agarre.
A continuación, como si todo sucediera en un sueño, el tricornio del soldado voló por el aire, y una larga cabellera castaña se desplegó y se balanceó por todas partes. El chico golpeó el suelo y rodó inconsciente sobre su espalda.
Los ojos de Edward inmediatamente cayeron sobre una suave piel y unos labios como cerezas rojas maduras. Todos los pensamientos sobre la guerra y un triunfo jacobita huyeron de su mente, cuando se dio cuenta con espanto que acababa de atacar a una mujer.
Doce horas más tarde…
Los ojos de Isabella se abrieron lentamente. Confusa y desorientada, parpadeó hacia el techo de paja sobre ella, mientras que una explosión de dolor estalló dentro de su cráneo y tamborileaba contra un costado de su cara.
Extendiendo una mano sobre su mejilla hinchada, intentó mover la mandíbula hacia atrás y hacia delante. No parecía estar rota, pero su mejilla estaba seguramente rajada. Gimiendo con agonía, se sentó en el catre y miró alrededor de la pequeña habitación. ¿Dónde demonios estaba?
Una solitaria vela ardía sobre una mesa junto a la cama. Una cortina de lana gris cubría la puerta del resto de la cabaña, si esta fuera de hecho la casa de alguien. No tenía ni idea. Los pisos eran de tierra, las paredes construidas de piedra. Podría fácilmente ser un establo o una prisión.
Una vez más, ahuecó su mejilla con su mano y se estremeció de dolor, pero lo aguantaría, debía abandonar este lugar inmediatamente y retornar al campo de Argyll. No podía permanecer en Escocia. Prefería morir antes de quedarse aquí.
Levantándose torpemente sobre sus pies, inhaló profundamente. Cojeó hacia la cortina y rebuscó dentro la fuerza y la entereza que necesitaba para salir de allí y viajar a pie hasta Dios sabe dónde.
¡Oh, dulce Señor! Todo su cuerpo se sintió magullado y golpeado. ¿Qué había sucedido en el campo de batalla? Lo último que recordaba era haber rebanando la pierna del highlander con su sable. ¿Qué había sucedido desde entonces? ¿Cómo diantres había llegado allí?
Deslizando la cortina hacia un lado, dudando sobre si alguna vez encontraría las respuestas a esas preguntas, de repente se encontró directamente con él, mirándolo hacia arriba.
—¿Vas a alguna parte, muchacha?
Isabella contuvo el aliento. El cielo la ayudara, era él. El broncineo guerrero escocés, estaba de pie frente a ella como un monstruoso guardián. Era más alto de lo que ella recordaba. Más grande y con un pecho más amplio, y sus ojos ardían con salvaje, peligrosa intensidad.
—Esa soy yo, señor —replicó firmemente—. Hazte a un lado. Quiero irme de aquí y regresar con mis compatriotas.
Ella miró hacia abajo a la pesada claymore1 pegada a la cintura de él, e hizo una nota mental de la daga en su bota, así como de la pistola y el powderhorn2 que él llevaba, el cual estaba atado con una cuerda alrededor de su pecho.
Sus ojos verdes brillaban con una extraña mezcla de diversión y de irritación mientras estudiaba su uniforme de soldado de la cabeza a los pies.
—Si te estás refiriendo al patético rebaño de ovejas cubiertas de rojo que siguen al rey alemán, un rey que apenas puedo hablar una palabra de inglés, entonces me temo que no te permitiré ir a ninguna parte, muchacha.
Su corazón comenzó a latir, y su boca a secarse. Rápidamente miró hacia abajo a su pierna, curiosa por saber cuánto daño le habría infringido con su espada, pero su kilt encubría cualquier signo de lesión. Por lo que pudo averiguar, él estaba en perfecto estado de lucha, mientras que ella estaba a punto de caer al suelo desmayada, a causa del dolor en su cabeza y el puro miedo provocado por su intimidante presencia.
—¿Qué es lo que planeas hacer conmigo, entonces? —preguntó con valentía—. ¿Tienes la intención de mantenerme como tu prisionera?
Él sonrió. Ella lo miró con amargo rencor, pero la cólera de su mueca la causó un gran dolor. Gimió y cubrió el lado de su cara con una mano.
—Dios del cielo, ¿qué me hiciste? Mi cara se siente como si hubiera sido destrozada contra una roca.
El highlander miró sobre su hombro, como si comprobara que la puerta estaba libre de curiosos ojos y oídos, a continuación se agachó por debajo de la parte superior de la cortina para entrar en la pequeña habitación. Isabella no tuvo más remedio que retirarse de su camino.
De repente, ella se encontró a sí misma atrapada contra la pared, mientras él bloqueaba la única salida. La cortina cayó cerrándose tras él.
—Pido disculpas por eso —dijo él—. No sabía que eras una mujer.
Ella elevó su mentón.
—¿Qué diferencia habría sido? Estaba intentando matarte.
Sus llamativos ojos verdes se cerraron ligeramente, como si él estuviera intrigado por su respuesta, y no fue sino hasta ese momento en que ella se dio cuenta que él era increíblemente guapo. Tenía un rostro que sólo podía estar modelado por un artista, con pómulos finamente esculpidos y un robusta, cuadrada mandíbula. Los labios estaban húmedos y llenos, ella casi podía llamarlos hermosos, y esos largas pestañas de sus ojos verdes… Poseían un misterioso y brillante poder que la dejaban sin habla. No podía pensar. Todo lo que podía hacer era estar frente a él como una torpe tonta e intentar contemplar los orígenes de semejante divina perfección física. Otorgada a un highlander, nada menos. ¿No había justicia en el mundo?
—Sí, y luchaste valientemente —dijo él—. ¿Pero qué hacías en el campo de batalla, muchacha? Ese no es lugar para una dama. Y no sé porque tienes tanta prisa en regresar. No sé de ningún oficial británico que vea con buenos ojos el hecho de que estés vistiendo un uniforme robado.
Isabella frunció el ceño.
—¿Primero me golpeas en un lado de la cabeza, y ahora me llamas ladrona?
Él inclinó su cabeza hacía ella.
—Sí, y una maldita temeraria además.
Alejándose de él, a lo largo de la pared, cruzó hasta la cama y se sentó.
—Muy bien, sí que lo robé, pero yo estaba luchando por mi país.
Colocó la mano en la empuñadura de su espada.
—Creo que estabas luchado por algo más que eso, a menos que conozcas al rey Jorge personalmente.
—Por supuesto que no.
—Entonces calculo que hay algo más espinoso bajo tu corsé, porque me cuesta creer que sea tan simple como eso. Tu regimiento se vio obligado a retirarse, pero allí estabas, saltando desde detrás de una roca, llegando hasta mí con venganza en tu mirada.
Ella levantó su mirada.
—¿Fue así como se vio para ti?
—Sí.
Cabeceando, sintiéndose casi enferma por los violentos impulsos que le habían asolado desde ese campo de batalla, curvó sus manos alrededor del borde del colchón.
—¿Imagino que no tendrás nada para adormecer este dolor?
Él estuvo quieto durante un momento, después desapareció a través de la cortina y regresó con una botella de algo, que él abrió con sus dientes.
—Whisky Moncrieffe, el mejor de Escocia. —Lo tendió hacia ella.
—¿No tienes un vaso para ofrecer a una dama?
Él sonrió ligeramente.
—¿Eso es lo que eres ahora?
Sus miradas se encontraron, y toda la sangre de su cuerpo pareció precipitarse hacia su cabeza.
Ella robó la botella de su mano, levantándola y engullendo unos pocos tragos profundos. El licor hirvió y quemó su garganta, dejándola jadeando por aire.
—Eso debería adormecer al menos algo —dijo el highlander en voz baja, mientras alejaba la botella lejos de ella.
Isabella esperó un momento para que el licor fluyera a través de su cuerpo, a continuación trabajo duro para relajar su mente.
—Gracias.
El highlander no dio ninguna respuesta. Durante un largo tiempo, simplemente permaneció pacientemente frente a ella.
—¿Te sientes algo mejor? —preguntó.
—Sí. —Cautelosamente, Isabella levantó su mirada y reparó en los fines detalles de las ropas de él, los colores y la textura de la tela de su kilt, su escarcela3 marrón de piel, la holgada camisa de lino y el plaid que cruzaba hombro y sujeto con un broche de peltre.
—¿Dónde estoy, exactamente? —preguntó—. ¿Y qué hora del día es?
No había una ventana en la habitación, así que no tenía idea si era de día o noche.
—No te preocupes —contestó él—. Estás segura aquí. Esta casa pertenece a un amigo. Y son cerca de las diez.
—¿Diez de la noche? —Su corazón comenzó a correr—. ¿He estado inconsciente todo el día?
—Sí, para ser honestos, no estaba seguro que fueras a sobrevivir.
—No gracias a ti. —Ella puso su mano sobre su mejilla de nuevo.
—Te lo merecías, muchacha. Tú misma lo dijiste.
Masajeándose el cuello para aliviar algo de tensión, no tuvo más remedio que rendirse a la verdad de las palabras de él.
—Supongo que lo hice.
Era plenamente consciente de los movimientos del highlander mientras él se aproximaba a la cama y se sentaba junto a ella. Su cercanía provocó que sus sentidos temblaran y zumbaran.
—¿Vas a decirme que es lo que estabas haciendo allí en el campo de batalla? —preguntó él—. ¿Y cómo entraste en posesión de ese uniforme?
Isabella colocó ambas manos en los bordes del colchón, y suspiró con fuerza.
—Perteneció a mi hermano.
—Tu hermano… —repitió él con algo de escepticismo.
—Sí.
—¿Dónde está él ahora?
Ella le lanzó una mirada enojada.
—¿Dónde crees?
El highlander la contempló atentamente, y entonces habló, su voz era suave y baja.
—Lo siento mucho, muchacha.
Ella resopló.
—¡Bien! Ahí está por fin, exactamente lo que estaba buscando. Una disculpa de un escocés.
—No conocí a tu hermano, así que no puedo disculparme por nada. Simplemente estaba ofreciendo mis condolencias. Y no pienso que una disculpa fuera lo que estabas buscando cuando intentaste clavarme tu bayoneta.
Ella miró sus labios y no pudo librarse de una fuerte sensación de derrota.
—No, supongo que no.
—La venganza tiene un precio, lo sabes.
El corazón de Isabella comenzó a doler. No estaba segura de cómo se sentiría si hubiera matado a un hombre, escocés o de otro lugar.
—No, no lo sé —contestó—. Hasta estos últimos pasados meses, no sabía nada sobre la guerra y la violencia y la muerte, pero ahora he visto más de esas cosas de las que nunca he deseado ver.
Él se tomó su tiempo para responder.
—¿Cuándo murió tu hermano?
—Hace tres semanas.
—¿Estabas presente?
Sus cejas se unieron en un ceño.
—Sí, yo era enfermera, haciendo lo que podía por esta guerra. ¿Esto es alguna clase de interrogatorio?
—Sí.
Ella reconoció el firme propósito en sus ojos y sintió que todos los diminutos vellos de sus brazos y de sus piernas se erizaban.
—¿Qué es lo que quieres de mí?
—Necesito conocer tus contactos, muchacha.
Elizabeth tragó incómoda.
—¿Por qué?
—Sólo dime.
—Está bien. Nuestro padre fue un soldado de infantería, pero murió hace un año. Mi hermano quería hacerle sentirse orgulloso, y buscar su propia venganza, supongo, por lo que se inscribió para seguir sus pasos y ayudar a aplastar a esta tonta rebelión.
—Tonta. ¿Te parece que la gente de Escocia lucha sin una buena razón? — El highlander la miró fijamente a los ojos durante un largo rato, después inclinó la botella hacia atrás y tomó un trago.
Bella la aceptó cuando él se la tendió hacia ella, y tomó otro trago.
—Debes descansar un rato —dijo él, levantándose—. No puedes ir a ninguna parte esta noche. Es demasiado peligroso, especialmente con ese uniforme, si alguien descubre lo que ocultas debajo de él, sería aun peor.
Ella arqueó una ceja.
—Mi bien proporcionada figura, ¿quieres decir?
Su mirada cayó sobre la curva de su cadera, después se giró para marcharse.
—Buenas noches, muchacha.
Bella se levantó rápidamente.
—Espera. ¿Estamos solos aquí, o hay alguien más? ¿Estoy prisionera?
Él continuó de espaldas a ella.
—Sí, hay otros, pero por ahora, sólo nosotros. Consigue algo de sueño.
—Pero he estado durmiendo todo el día —añadió ella—, tengo hambre.
Se detuvo ante la cortina, mientras ella esperaba con inquietud su respuesta, esperando saber que quería hacer él con ella.
Al final, él miró sobre su hombro.
—Sígueme, entonces. Puedes sentarte en la mesa un rato y tener algo de cena.
Con eso, él pasó a través de la cortina y la sostuvo en alto, sus ojos nunca dejaron los de ella mientras esperaba que ella se uniera a él.
—¿Cuál es tu nombre, highlander? —preguntó Bella, estremeciéndose de dolor cuando usó sus dientes para desgarrar la carne del hueso de pollo. Tuvo que masticar lentamente y con mucho cuidado, de lo contrario podría acabar rodando de agonía en el suelo.
—¿Estás bien, muchacha? —preguntó él desde el lado contrario de la mesa—. Pareces incómoda. Aquí. Toma algo más de esto.
La tendió la botella de whisky de nuevo, y ella acogió con agrado la oportunidad de regar su cena. Un momento después, sin embargo, tuvo que luchar contra una espontánea ola de mareo y de risas. Efectivamente era un licor potente.
—¿Estás intentando emborracharme? —preguntó, dejando la botella sobre la mesa.
—¿Hará que reveles tus secretos?
Bella se limpió los labios con el dorso de la mano.
—Te lo aseguro, no tengo ninguno. Te lo he dicho todo.
—Lo dudo.
Ella arrancó otro bocado de tierna y suculenta carne.
—Y tú todavía no me has dicho tu nombre.
La miró con cautela.
—Ni tú me has dicho el tuyo.
Un tronco se movió en la chimenea, y brillantes chispas de luz de fuego brillaron en la chimenea mientras ellos se miraban el uno al otro con desafío desde los lados opuestos de la mesa.
—Soy Edward Cullen —dijo finalmente—. Natural de la isla de Mull.
—¿Del Castillo Duart?
—Sí —contestó—. Ahora dime el tuyo.
Ella se echó hacia atrás en la silla.
—Soy Isabella Swan, y soy natural de Portsmouth.
Sus ojos verdes se estrecharon.
—Estás muy lejos de casa, muchacha.
—No tengo casa. Los que quedaba de mi familia llegó al norte para luchar en esta rebelión, pero todos ellos están muertos ahora, todos excepto uno. Así que aquí estoy. Sola y… buscando venganza, supongo.
—¿Quién es ese uno del que hablas?
—Mi tío. Es un comerciante de libros en Edimburgo, pero no le he visto desde que era una niña.
El highlander se movió hacia abajo en un perezosa postura, y descendió la mirada hacia el cuchillo que la había dejado usar con su cena.
—¿Siempre has sido tan audaz? —preguntó—. ¿Tan atrevida?
—Sí.
La esquina de la boca de él se curvó hacia arriba en una pequeña sonrisa de seductor encanto.
—Te encuentro muy intrigante, Isabella Swan. Ninguna mujer me atacó nunca con semejante… pasión antes.
Ella no pudo evitar reírse de él.
—Ten cuidado, señor. Te dije que estaba buscando venganza, y si me canso de tus preguntas o insinuaciones, puedo decidir atacarte de nuevo.
Él habló con una calurosa sonrisa, extendiendo las manos a los costados.
—Se mi invitada, pero no olvides… salvé tu vida en ese campo de batalla. Cargué contigo por los bosques y robé uno de los caballos de tu rey para ti, después te sostuve en mi regazo milla tras milla mientras atravesamos ríos y claros juntos. En todo caso, tienes una gran deuda conmigo.
Bella le dirigió una mirada de soslayo.
—¿Estás coqueteando conmigo?
En ese momento algo muy agradable y desconocido calentó el flujo de sangre por sus venas.
Edward se inclinó hacia delante.
—¿Y si lo hiciera? ¿Podría ser eso suficiente para hacer que prometas no usar ese cuchillo de la cena en mí? O el cielo lo impida, ¿esa bayoneta afilada tuya?
—No tengo mi bayoneta —replicó, mirando alrededor—. No tengo nada.
—No, muchacha, eso no es verdad. Tienes tu ingenio, y eres moderadamente agradable de mirar.
—¿Moderadamente agradable? —ella sonrió de nuevo. Quizá fuera el whisky—. Que encantador eres.
La luz del fuego se reflejaba en el verde intenso de sus ojos, y ella deslizó la punta de su lengua por sus labios, preguntándose como ella podía estar comportándose así con un hombre que era su enemigo y captor.
—Un highlander mató a mi hermano —dijo rápidamente, su tono de voz cada vez más grave—. Así que por favor no me mires así.
—¿Así cómo?
—Cómo si quisieras llevarme de vuelta a la cama y hacer algo salvaje conmigo.
Él sonrió.
—Claramente has estado entretenida con algunos pensamientos perversos esta noche, muchacha… pero debería pedirte que me trates con respeto. No tengo intención de convertirme en esclavo de tus lujuriosos impulsos. Simplemente no lo hago.
Una vez más, ella rio.
—¡Hoy me has golpeado la cabeza! Así que te aseguro, no tengo impulsos lujuriosos en absoluto. Ni uno solo.
—Entonces ¿Por qué sigues hablando de ello?
Ella tendría que haberse ofendido. Debería haberse levantado, abofeteado su rostro, y haberse retirado a la otra habitación, pero algo la mantenía embelesada. Incluso vestido con el uniforme de tartán de su enemigo —las armas un sombrío recordatorio de la potencial fiereza de este highlander y de la muerte de su hermano—, él despertaba sus sentidos y enviaba una fiebre a su sangre. Era el gran poderío de sus músculos, suponía, y el desconcertante hecho de que él había salvado su vida hoy, incluso después de que ella había intentado matarlo.
—¿Por qué me ayudaste? —preguntó—. Simplemente podrías haberme dejado morir.
Por un momento él la contempló en el tranquilo silencio de la noche, mientras las llamas danzaban salvajemente en la chimenea. Entonces finalmente habló,
—Porque fuiste la más hermosa criatura sobre la que alguna vez posé mis ojos.
La emoción se acumuló deliciosamente en su vientre, justo cuando la puerta se abrió y dos barbudos highlanders irrumpieron en la habitación con mosquetes amartillados y apuntando a su cabeza. Bella se puso de pie en un impulso. Tiró su silla mientras se apoyaba de espaldas contra la pared del fondo.
Lenta y calmadamente, Edward se levantó y se giró para enfrentarlos.
1 Un claymore (gran espada en acepción Escocesa) es un tipo de espada cuyo uso precisaba de las dos manos para ser blandida, afilada por las dos vertientes de la hoja, poseedora de una empuñadura de gran longitud (al menos un cuarto del total del arma), que permitía al usuario sustentarla sin necesidad de forzar las maniobras, ni de asirla por la base de la hoja.
2 Cuerno para guardar pólvora.
3 Bolsa que se lleva sobre la falda escocesa.
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