Y ahora el fic esperado. El angst. Su título es El canto del cisne, su autora Bonne Ame, la misma que Siempre os encontraré, el fic de los gemelos. Este por supuesto es completamente diferente. No es AU, se desarrolla íntegramente en el Bosque Encantado, y vamos a presenciar a una Evil Queen despiadada, cruel, sádica, un personaje que despertará nuestras antipatías más viscerales en los primeros capítulos, y que bien podría estar en Juego de Tronos. Ja, ja, ja. Pero todo cambiará. Confiad en mí.

Sinopsis: En el Bosque Encantado, la princesa Emma es secuestrada por la Evil Queen, más negra y sedienta de venganza que nunca…¿Va a ella a poder escapar de esos sombríos lugares de tortura?

Quien avisa no es traidor. Los primeros capítulos no son fáciles de leer. El fic no es largo, cuenta con 20 capítulos, pero no son cortos.

Caída en la trampa

La oscuridad. El frío. El dolor.

Es todo lo que ella sintió cuando despertó. ¿Dónde estaba? Su cabeza le dolió terriblemente cuando abrió los ojos. Rápidamente se llevó las manos a su cráneo y notó con horror una sustancia pegajosa y aún tibia bajo sus dedos. Sangre…Pero, ¿cómo había podido herirse de esa manera? Intentó levantarse, pero todo su cuerpo parecía dolorido, y gimió de dolor. Tras un corto instante, se incorporó y dejó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Al final, logró distinguir el sitio donde se encontraba. Aparentemente estaba lejos de su confortable habitación del castillo.

Todo era sombrío. Solo un pequeño ventanuco dejaba pasar una débil luminosidad que le permitía distinguir las paredes de su minúsculo calabozo. En pánico, la princesa se alzó rápidamente. Pero un violento dolor en el pie derecho la hizo caer pesadamente en el sucio y húmedo suelo.

¿Cómo es que se encontraba en ese pútrido agujero? Intentaba recordar los últimos acontecimientos, pero en vano…Su cabeza le daba aún vueltas como para lograr tener el menor pensamiento coherente. Se inclinó hacia su pie y se dio cuenta del grueso grillete de metal que rodeaba su tobillo. Era una prisionera.


Emma Charming podría ser la princesa del reino, pero eso no era obstáculo para que fuera valiente y aventurera. Desde su nacimiento, veintiocho años antes, sus padres le habían ofrecido la educación de una princesa, sin, sin embargo, refrenar la naturaleza apasionada que siempre había demostrado. Había aprendido diferentes lenguas, a coser y a bordar, mientras estudiaba con pasión la política del Reino, equitación y el arte de la guerra, consciente de que un día sería ella quien reinaría el gran Reino que sus padres habían erigido.

Ese día, como de costumbre, había decidido partir temprano de caza. Nada como cabalgar temprano por la mañana para poner a una de buen humor. Lejos del fasto y de las encorsetadas etiquetas del castillo, solo en esos momentos degustaba la libertad.

Los recuerdos de la mañana le venían poco a poco, y sus dolores de cabeza comenzaban a calmarse. Emma pudo, finalmente, poner las cosas en orden.

¿Qué había pasado para que acabar en ese calabozo húmedo y frío? Se veía cabalgando al galope en el bosque, sus amigos August y Ruby a su lado, uno cabalgando, la otra siguiéndoles corriendo bajo su forma lobuna. Aunque era hija única, a Emma jamás le había faltado la compañía de otros niños de su edad. Muy sociable y dotada de un carácter gracioso y amable, había hecho amistad desde muy pequeña con todos los niños de la corte. La diferencia de sangre no molestaba a nadie, y Emma podía divertirse con sus amigos, mientras estos respetaran su rango principesco. Con sus dos amigos más cercanos, August, el hijo del carpintero, y Ruby, la nieta licántropo de la cocinera del castillo, rivalizaban inventando travesuras para sacar de los nervios a los adultos encargados de su educación.

Al convertirse en adultos, su amistad no se había roto. Y continuaban viéndose y pasando buenos ratos juntos. La caza era uno de sus pasatiempos preferidos…

Ante esos recuerdos felices, la princesa sonrió, pero un ligero chillido proveniente de una esquina de la celda la volvió a la realidad.

«Formidable, ahora, hay ratas…» gruñó

Continuó concentrándose, el dolor de su cabeza ya había casi desaparecido. El bosque, el olor del roció sobre los arbustos por la mañana, el viento en sus cabellos y ese grito…Emma de repente recordó: había escuchado un grito de lobo. Después una voz. Una voz humana que gritaba. ¡Y esa caída! Armas que chocaban…ruido de hojas…¡Ruby! ¡August! ¿Dónde estaban ellos ahora?

Todo le venía ahora: ¡habían caído en una emboscada! Justo antes de su caída del caballo, Ruby tuvo que notar el olor de los enemigos y habría querido prevenir a sus amigos. Pero era demasiado tarde, August no había tenido tiempo sino de gritarle a Emma que huyera antes de caer él mismo del caballo. En pánico, Emma había lanzado una mirada tras ella y cuando se hubo dado la vuelta, se había encontrado de cara con un escudo negro precipitándose hacia ella. Sin tener tiempo para reaccionar, había recibido la placa de metal sobre el rostro y un horrible dolor la había atravesado.

Se había desmayado antes de tocar el suelo.


Calmadamente, Emma analizó la situación. Sus amigos y ella habían caído en una trampa. Sin embargo, siendo la única que estaba en esa celda, nada demostraba que sus amigos hubieran sido también secuestrados. Esperaba que ellos hubieran logrado escapar. La única esperanza que tenía residía en el hecho de que era la princesa, mientras que ellos no eran más que plebeyos. Sin duda ellos no tendrían valor para sus secuestradores, y esperó ser la única en haber sido secuestrada. Siempre le habían dicho que su rango de princesa la ponía constantemente en peligro. Ella no se tomaba ese riesgo a la ligera, pero había logrado vivir casi con normalidad con esa amenaza constante como una espada de Damocles.

Sin embargo, hoy, alguien había tenido éxito. Alguien había logrado secuestrar a la princesa heredera del reino.

Emma pensó en todos los enemigos de sus padres: los ogros, los magos, los reyes rivales y envidiosos…Ninguno de esos enemigos habría cometido la estupidez de romper los tratados de alianza secuestrando a la princesa. El culpable no podía ser otro que…Emma se detuvo en seco. Había comprendido. Era evidente. ¿Cómo no había pensando inmediatamente en ella? La que le hacía la guerra a su familia desde siempre, la enemiga jurada de su madre…

Estaba en los calabozos de la Reina Malvada…


Emma siempre había tenido un carácter combativo. Saber que estaba en el castillo de la Reina Malvada no facilitaría su liberación, pero al menos sus padres no perderían un tiempo precioso buscando al culpable. Tenía confianza. Su liberación no sería sino cuestión de horas.

Pero cuando el frío y el hambre comenzaron a retorcer sus entrañas, su optimismo se esfumó. Una mirada al pequeño ventanuco le indicó que el sol ya se había puesto.

Tras largos minutos, escuchó pasos provenientes del fondo del pasillo. La profunda oscuridad no le permitía distinguir la más mínima silueta así que se concentró en el ruido. Los pasos eran pesados y lentos. Algunos instantes más tarde, un débil y tembloroso resplandor fue agrandándose y Emma pudo, finalmente, lograr ver acercarse a ella, con una antorcha en la mano, un guardia todo vestido de negro, cubierto con una cota de malla y con un yelmo que le cubría completamente el rostro.

«La princesa está despierta, se diría…» dijo más para él que para entablar la menor conversación

Emma dio un salto y, a pesar del grillete que le rodeaba el tobillo dolorido, se puso de pie y se acercó lo más posible a los barrotes.

«¡Sacadme de aquí, INMEDIATAMENTE!» rugió ella, determinada a no dejar ver el miedo que la atenazaba.

El guardia apenas prestó atención a la voz de la joven y rio bajo el yelmo.

«Eso es, eso es…»

«Lo vais a lamentar. ¡Mis padres vendrán a buscarme! ¡Haríais mejor en soltarme antes de tener que probar su venganza!»

Sus palabras no tuvieron ningún efecto. Como única respuesta, el guardia hizo pasar por una pequeña abertura de la puerta una escudilla de madera que contenía un líquido poco apetecible.

«Comed. Ella os quiere en forma» dijo él con una risa contenida

Aunque el hambre le estaba retorciendo el estómago, Emma no obedecería a su carcelero por nada del mundo y rechazó la escudilla con una patada, haciendo que el contenido se derramara en el suelo.

«Allá vos. Cuando tengáis demasiada hambre, siempre podréis lamerlo del suelo»

Y sin una mirada, salió del calabozo, dejando, poco a poco, a Emma en la oscuridad. En un asalto de rabia, Emma gritó y se removió tirando de la cadena. No consiguió nada más que hacerse más daño en el tobillo. Así que, perdiendo la esperanza por primera vez, se derrumbó y dejó caer lágrimas silenciosas.


Emma ni habría podido decir cuánto tiempo se quedo ahí, abatida, acostada en la fría piedra. Su cuerpo entero gritaba de tormento. Sus botas y su cota de caza, empapados, se habían pegado a su cuerpo, el frío y la humedad habían entumecido sus miembros, y apenas sentía sus dedos. Su tobillo le parecía hinchado y le costaba mucho moverlo sin gritar de dolor. El resto de su cuerpo estaba lleno de hematomas y agujetas.

Pero lo que más le hacía sufrir era el hambre. Aunque sabía hacerse la dura, sabía luchar y montar a caballo, Emma nunca había conocido el hambre, esa que torturaba el cuerpo y la mente. En su lujoso castillo, siempre había tenido todo al alcance de la mano. Le bastaba un estallido de dedos para obtener lo que deseara, desde un sencillo tentempié hasta los platos más refinados. Ahí, en ese calabozo, sentía el hambre por primera vez en su vida. Casi esperaba el regreso del guardia. Estaría dispuesta a tragarse esa mezcla sin protestar si eso podía calmar los dolores de su estómago.

Incapaz de pensar en otra cosa que no fuera comida, Emma apenas se dio cuenta de los ruidos que anunciaban la llegada de alguien. Solo fue cuando la luz de la antorcha comenzó a iluminar débilmente su celda a través de los barrotes que alzó la mirada.

No era el guardia.


«Y bien, bien…» susurró una voz almibarada «Heme aquí satisfecha… La princesa en persona me hace una visita. Estoy halagada, Princesa»

Petrificada de miedo, Emma retrocedió hasta el fondo de la celda, sin duda alguna temerosa sobre el resultado de ese cara a cara. Si la Reina Malvada en persona venía a verla a esa celda, es que sin duda pensaba matar con sus propias manos a la hija de su peor enemiga.

Vestida con un suntuoso vestido negro, ricamente bordado y por el que estaban diseminadas piedras preciosas, la reina del Reino Negro la observaba con una sombría mirada, un pequeño rictus de alegría plasmado sobre sus labios. Con esa vestimenta, enarbolaba tal carisma y tal prestancia que Emma comprendió inmediatamente el rumor que decía que era la más bella del Reino…

La más bella, pero también la más cruel. La soberana del Reino Negro era famosa a través del país por sus crímenes, sus malas artes y sus torturas, unas más inmundas que la otra. Emma supo en ese instante que su última hora había llegado. Pero, en un atisbo de coraje, y por no querer ofrecerle a esa reina malvada el placer de matarla sin combatir, se incorporó y la desafió con la mirada a través de los barrotes.

«Soltadme. Mis padres enviaran a su ejército y vos…»

«Ja, ja, ja, ja» la interrumpió con una carcajada demente «¿Acaso crees que tengo miedo de esos dos idiotas y de su ejército de marionetas?»

Ante esas palabras, la reina se acercó más a los barrotes de la celda y dijo en un inquietante murmullo

«Que vengan…Tendré un enorme placer en recibirlos…»

Escalofríos de terror atravesaron la columna vertebral de Emma. ¿Qué sucedería cuando sus padres se dieran cuenta de que la Reina Malvada tenía a su única hija? ¿Qué pasaría cuando decidieran venir a liberarla? ¿Y si ellos también caían en una trampa? En ese instante, Emma casi deseó que no fueran a liberarla.

Aún de pie tras los barrotes, la reina extendió un brazo a través de estos. Replegada al fondo de su celda, Emma no temía nada. La reina no podría alcanzarla. Pero Emma recordó que además de ser una soberana, era también una formidable hechicera. Y entonces apenas se sorprendió cuando sintió su cuerpo ser despegado de la pared y atraído por una fuerza invisible hacia la malvada reina. Aunque se resistiera, no podría luchar contra esa fuerza demoniaca. La reina enarbolaba una sonrisa malvada y sus ojos estaban negros. Parecía disfrutar con su poder, manipulando a la pobre princesa como si esta no tuviera ninguna voluntad.

La cadena en su tobillo le impidió avanzar más, pero a la reina eso no le preocupó. Con un rápido movimiento de su otra muñeca, la hizo desaparecer y pudo tirar de Emma hasta los barrotes contra los que ella estaba apoyada. La boca de la bruja no estaba sino a escasos centímetros de su oído, y podía sentir su aliento repugnante contra su piel. Todo su cuerpo luchaba para deshacerse de esa atracción mágica, pero de nada valía. Quería deshacerse de esa cercanía tan grande con la malvada reina a todo coste pero permanecía patéticamente quieta. Pero sobre todo, quería masajearse tu dolorido tobillo. Ahora liberada de la cadena, el sufrimiento que había terminado por olvidar se hizo sentir de nuevo.

La reina notó los esfuerzos que hacía la princesa por soltarse del hechizo que la envolvía, y eso la hizo reír.

«No luches, bella princesa…» le dijo al oído «todos tus esfuerzos serán inútiles frente a mi poder»

Después, con un rápido movimiento, acercó su rostro a los cabellos de la cautiva e inspiró profundamente. Emma estaba aterrada. Sus miembros estaban fijos, pero su asustado corazón latía a toda velocidad. ¿Qué iba a hacer con ella? La mirada de la reina era de alguien loco. Un brillo de excitación y de poder brillaba en sus ojos.

«Estás a mi merced, y haré contigo lo que me plazca» le susurró al oído.

Después, sin decir nada más, cesó el hechizo y Emma cayó al suelo, aplastando con su cuerpo su tobillo herido. Como no quería, a ningún precio, dejar transparentar su sufrimiento, se tragó el grito que quería salir de su garganta. Con la poca dignidad que le quedaba, se alzó y le dijo a la reina mirándola fijamente a los ojos

«No obtendréis nada de mí. Prefiero morir»

«Como gustes…» le respondió en tono ligero «De todas maneras, debes saber que siempre obtengo lo que quiero»

Después, añadió en un susurro que hizo temblar a Emma de arriba abajo

«Y eres a quien quiero…Así que prepárate, pues te tendré»