CAPÍTULO 1:

ROMÁNTICO Y TERCO

La obstinación de mi hermano no tiene límites. Cuando una idea se la ha metido en al cabeza, no hay poder humano o sobrenatural capaz de sacársela. No descansará hasta ver cumplida su meta al costo que sea. Es un ser altamente competitivo. Ama la competencia casi tanto como ama la victoria, pero en cambio, aborrece profundamente la derrota, y es incapaz de darle la espalda a un reto. Es por eso que una vez que ha iniciado con algo, seguirá luchando hasta el último momento sin rendirse, y hará lo impensable con tal de evadir la derrota. Incluso cuando resulte muy evidente que el reto esta perdido, él seguirá desafiando ciegamente a la lógica, y se asegurará de triunfar a fuerza de lo que sea. Cualquier cosa será, antes que ser vencido. ¡Eso ni pensarlo! La palabra "derrota" no existe, ni existirá nunca, en el diccionario de Yami Kisaragi.

Por fortuna tiene la ventaja de ser sumamente astuto, entre otras virtudes. Aunque les diré que en ocasiones, ese orgullo y necedad suyos le nublan el juicio, tanto así, que incluso yo he llegado a preguntarme alguna vez, si es que algo realmente no carbura bien en esa masa de neuronas que Dios le ha dado por cerebro. En esa ocasión, llegué a pensar que mi hermano había perdido por completo la razón, pero no. Simplemente estaba enamorado, aunque pensándolo bien, creo que en realidad no hay mucha diferencia…

La persona que eligió no era la mejor, en opinión de muchos, pero la tenacidad de mi hermano estaba por encima de todo eso.

Sucedió al iniciar el que sería nuestro tercer y último año como estudiantes del instituto medio superior. Tal vez sea necesario mencionar que uno de los pasatiempos favoritos de mi hermano es atemorizar a los maestros; hábito que comenzó a desarrollar desde la guardería, época en la que gustaba de jugar bromas pesadas a las niñeras hasta hacerlas renunciar o ser despedidas. Al entrar a la escuela se le hizo costumbre ridiculizar del diario a los maestros durante las clases. Los maestros nuevos o recién egresados son especialmente fáciles de intimidar, y mi hermano es todo un experto en la materia. Disfruta de retarlos, aterrorizarlos y dejarlos en ridículo frente a toda la clase. Todo maestro que tuviera el infortunio de quedar en nuestra clase, se convertía en la víctima de mi hermano y, eventualmente, huían de él cambiándose de clase, de horario o hasta renunciando.

Uno pensaría normalmente que debería haber habido alguien que le pusiese un alto, pero no es tan sencillo. Y es que para empezar, se habrán dado cuenta ya, que mi hermano no es un tipo ordinario. Yami es poseedor de una personalidad arrolladora y desafiante, así como un inmenso carisma, ingenio, inteligencia, muchísima clase… en fin. Los docentes no tenían armas con que hacerle frente, y los directores de las escuelas en que habíamos estado, no se atrevían a intervenir por miedo a disgustar a nuestro padre, quién era dueño de muchos de los negocios importantes de la ciudad, y quien lejos de querer frenar a Yami, se enorgullecía silenciosamente de su actitud dominante.

Así que resumiendo: ¿quién iba a poder competir contra todo eso? Pues bien, eso nos lleva de regreso al inicio de cursos. Considerando que todos los maestros que llegaban a nuestra clase terminaban huyendo, es comprensible que nos cambiaran al asesor en turno por uno nuevo, por lo menos cada semestre. El primer día de clases de ese año comenzaba sin novedad. El grupo se hallaba expectante. El rumor era que el nuevo asesor de clase era una joven profesora de literatura. ¡Fabuloso! Una candidata perfecta para caer en la lona ante las puntadas de mi hermano. Lo más seguro era que saliera corriendo a los 5 minutos de haber llegado, y conociendo a Yami, ¡quizá incluso hasta la hiciera llorar! Ese iba a ser un momento para recordar, más de lo que todos pudiéramos siquiera imaginarnos. Yami también estaba de buen humor. Molestar a un nuevo maestro era siempre divertido. Ya estaba listo para darle a la nueva maestra una cálida bienvenida.

Justo en el momento en que sonó el timbre para dar inicio a clase, se abrió puntual la puerta del salón. Entró una mujer un poco alta, de ondulado cabello rubio claro y tez muy, muy clara. Vestía una larga camisa blanca con un pequeño chaleco negro encima, y debajo, unos muy entallados pantalones negros de tela muy delgada. Sobre los mismos calzaba unas botas de tacón del mismo color, un par de libros bajo el brazo, un maletín negro en su mano, y una gruesa regla de medio metro hecha de madera en la otra. El salón entero calló en cuanto ella entró por alguna razón inexplicable. Era como la calma que precede a toda tormenta; algo grande estaba a punto de desatarse.

Caminó seria y silenciosamente hasta el escritorio y dejó encima sus cosas, con excepción de aquella regla, que en adelante, veríamos perdurablemente fusionada a su mano derecha. Caminó hasta quedar frente al pizarrón, barriéndonos con aquella fría y severa mirada suya. Fue impresionante, hasta para mí. Hasta entonces nunca había visto a alguien con tanta fuerza en la mirada, ¡y menos a una mujer! Esa intimidante mirada sólo era comparable a la de mi propio hermano, o a la de su amigo, Seto Kaiba, quienes estoy seguro, estaban tan sorprendidos como yo, o más, aunque sus caras no lo decían.

La mujer se paró ahí y con sus ojos azules y claros, como el hielo mismo, nos miró con desprecio, como si no fuéramos dignos de estar en su presencia. Fue como si una fuerte ráfaga de viento helado nos golpeara de pronto, y nadie se atrevía a producir sonido alguno. En ese momento lo noté. En los ojos de mi hermano brilló la emoción de la batalla, y sus labios se torcieron en una pequeñísima sonrisa. Iba a empezar, y estaba bastante emocionado. Esta riña prometía ser realmente interesante.

La maestra azotó la regla contra su mano vacía y hubo un pequeño sobresalto general.

-¿Y bien? –Preguntó- ¿Van a quedarse ahí como troncos toda la mañana?

La duda surcó los rostros de la mayoría. Los compañeros comenzaron a mirarse unos a otros como intentando leer la respuesta en la cara de los otros bobos, pero nada salía de los pozos secos en sus cabezas. A mi lado, escuché que Jounouchi, otro de nuestros amigos, me preguntaba en secreto:

-Oye Yuugi, ¿de qué está hablando esa bruja?

El pedido no era muy claro, pero lo que ella estaba esperando, era que hiciéramos la tradicional reverencia con saludo de los buenos días que normalmente se hacía. Todos los grupos de estudiantes de Japón lo hacían, pero en nuestro salón hacía mucho tiempo que no existía un respeto hacia la figura docente, por lo que no es difícil imaginar porque mis compañeros ni siquiera se acordaban de con que se comía eso. Se lo iba a decir a Jou, pero justo cuando estaba a punto de abrir la boca, un marcador salió volando de la nada golpeándole a mi amigo en el tabique de la nariz.

-¡Con que secreteándose a mis espaldas, ¿no? Por lo visto no han recibido la instrucción básica de modales. Pues bien, eso les costará a todos el 10% de su calificación mensual, y un 10% más, a su compañerita (Jou), por comunicativa.

Hubo un quejido general, que fue inmediatamente apagado por la profesora.

-¡Ahh, ¿quieren que sea un 20%? –y se acallaron los quejidos. Sin embargo, una conmoción aún mayor estaba por azotar. Mi hermano se levantó de su silla en ese momento, todos lo miraron como diciendo "¡Ya era hora!", y con toda firmeza y confianza en sí mismo le dijo:

-Discúlpeme, sensei, pero me temo que esta siendo intransigente…

-¡Siéntese! –le ordenó ella, sin siquiera hacerle caso. Su voz retumbó en las paredes del aula haciendo al grupo saltar en sus asientos- No le di permiso de hablar.

-Como decía, esta siendo… -intentó de nuevo sin dejarse mangonear, pero entonces, un golpe horrendo se oyó desde su lugar cuando la maestra estrelló su mano violentamente contra la paleta de su banca. Por poco creí que la había roto en serio.

-¡¿Acaso está sordo? –dijo alzando la voz. Su gélida mirada se encontró con la desconcertada de Yami, vaporizando las palabras de su boca al instante- ¡He dicho siéntese! ¡Regla número uno: nadie habla hasta que yo le dé la palabra, y nadie se levanta de su asiento sin que yo lo autorice! ¡Si no le agrada, puede salir de mi clase y tendrá dos faltas! ¡Acumule tres faltas y estará automáticamente reprobado! –Su mirada se endureció aún más y su voz se hizo casi gutural- ¿Quedó claro?

Recobrando algo de aplomo, mi hermano contestó:

-Sí, sensei, muy claro, pero…

"Pero". ¡Ah, que nefasta palabra! Antes que cualquier otra saliera de su boca, la regla amenazadora de la maestra ya se había estampado estrepitosamente contra su cabeza. El salón entero, incluyéndonos a Seto y a mí, alzó un jadeo incrédulo y los ojos de todos se abrieron como platos. Mi hermano se llevó una mano al lugar golpeado. La expresión de su rostro decía que su mente estaba totalmente en blanco, aunque en realidad si había una única cosa que surcaba su mente: "Me golpeó… ¡Ella me golpeó…! ¡Me golpeó!", se repetía sin cesar. La maestra lo tomó del brazo jalándolo hacia la puerta.

-Por lo visto no entiende usted el idioma, ¿verdad? ¡Pues lárguese, y no vuelva hasta que haya aprendido el significado de "no" y "hablar" y "siéntese"! –dijo abriendo de golpe la puerta, y arrojó a Yami fuera del salón cual si fuera un saco de basura. Se oyó el terrible portazo tras él, y un ensordecedor silencio imperó en adelante. Los rostros de todos los compañeros del salón estaban estupefactos, y que decir de Jou; él estaba horrorizado, en shock. Por otro lado, Seto y yo nos quedamos boquiabiertos. ¡Eso realmente no podía haber pasado! ¿Acaso alguien, alguien realmente acababa de someter humillantemente a Yami Kisaragi?

"¡Esa… esa mujer… ¡", Seto sólo la veía sin poder creerlo todavía.

"¡…tiene un pacto…!", el rostro de Jou estaba descompuesto.

"¡…con el Diablo!", fue la única explicación posible que encontramos.

Mi hermano pasó el resto de la mañana en el pasillo. Estuvo un buen rato con la mirada en blanco y la boca semicerrada. Evidentemente le costaba trabajo asimilar lo ocurrido. En todo ese tiempo que su mente estuvo ida siguió repitiéndose la misma cosa.

"Me golpeó… ella me golpeó…"

Finalmente, alrededor de la mitad de la segunda hora clase, fue que salió de su "estado de shock", y pudo de nuevo pensar coherentemente. Nos sorprendió ver lo tranquilo y sonriente que estaba cuando llegó la hora del descanso. Esperábamos que estuviera estresado y molesto, como cuando las cosas no salen del modo que quiere o espera. Sin embargo nos recibió a la salida del salón con un rostro sereno, casi contento, y una vez que nos decidimos a preguntarle sobre lo ocurrido con la nueva maestra, no dijo nada, sino que empezó a reírse como si le diera mucha gracia. Creímos que tal vez había sido demasiado impacto para él, pero entonces Yami disipó nuestras dudas.

-¡Es divertido, -nos dijo- muy divertido! ¡Esa mujer realmente me apabulló!

-Sí, frente a toda la clase –dijo Seto-. Justo como tú sueles hacer con los maestros, no ellos contigo. ¿Te parece divertido?

-Pues sí. ¡Bastante, en realidad! Ustedes saben que nunca antes habían hecho eso conmigo. Me tomó por sorpresa, pero ahora que lo veo… ¡me da gusto!

-¿Qué tiene de agradable? –le pregunté.

-Que ha llegado alguien más interesante de molestar.

-¿Quieres decir que volverás a intentarlo? –le dijimos Seto y yo incrédulos.

-¡Viejo, no te lo recomiendo! –le aconsejó Jou- ¡Sakuraba sabe kung-fu!

-¿Sakuraba? ¿Así se llama?

-Sí, -indico Seto- Meia Sakuraba. Pero dile "Sakuraba-sensei", o sólo "sensei", si es que no quieres que vuelva a estamparte esa regla en la cabeza –y se río levemente.

-¡Ah, sí! La regla… -concedió Yami con una sonrisa- ¡Ja, ja! Esa mujer no me dio oportunidad de defenderme. Me hizo sentir un poco de miedo; hay que reconocerle su logro.

"Eso es mucho más de lo que nadie ha logrado…" pensé. Sólo nuestro padre era capaz de poner en Yami esa expresión de desconcierto. De hecho, Sakuraba-sensei me recordaba un poco a nuestro padre. Ese mismo aire de superioridad e intolerancia, la mirada fría, esa aura que inspira miedo y respeto. De los tres hermanos que éramos en mi familia, sólo Yami gozaba de la total confianza y aprobación de nuestro padre. Era en efecto, el consentido.

-Además… -dijo él poniéndose serio de pronto- ella sigue siendo igual que todos los demás.

-¿Qué quieres decir con "igual a todos los demás"? –preguntó Seto. Sólo podía referirse a una cosa.

-Pues… ella todavía no sabe quién soy, es por eso que me ha tratado como trataría a cualquier otro. Pero en cuanto sepa mi nombre, caerá igual que los otros, igual que todos.

-Sí… Creo que tienes razón. No importa cuán dura se muestre ahora, eso es sólo porque cree que tiene poder sobre ti. Pero tan pronto como sepa con quien se mete, ya no se mostrará tan "estricta"… -una sonrisa agria se formó en sus labios. Mi hermano asintió también sonriendo, pero por alguna razón, noté que no se veía tan divertido como antes.

También me pareció extraño que mencionara lo de nuestro apellido. ¿Realmente pensaba usar eso para intimidar a la maestra? No me parecía lógico. Él siempre fue un hombre muy orgulloso, y por lo mismo, le gustaba afrontar los retos sin más ventaja que sus propias cualidades y recursos personales. Alcanzar la victoria sin ventajas externas y demostrar su superioridad ante el enemigo, era lo que más le satisfacía. Ganar algo en función del dinero o los privilegios que nuestro apellido le proporcionaba, sería como tragarse un puñado de cenizas. Pensar en todo esto comenzó a darme una extraña sensación al respecto, pero preferí guardármela y esperar.

Terminó el descanso y volvimos a clases. Yami también entró, pero no hizo por retar a Sakuraba. El resto de la clase hasta la salida, sólo la estuvo observando mientras daba su materia. Finalmente llegó la hora de salir, y en cuanto se fue la mayor parte del grupo, mi hermano se dirigió con la maestra. Nosotros decidimos esperarlo y observar desde afuera del aula deseándole suerte.

Ella estaba recogiendo sus cosas para irse cuando mi hermano se acercó, y ella lo miró muy seriamente.

-Em… Sensei, he venido a disculparme por lo de esta mañana, yo…

-Ni se moleste, -le interrumpió- usted ya tiene dos faltas y 30% menos de calificación. Necesitará un 100 si quiere salvar mi materia este mes. Y en cuanto a lo de hoy, más le vale que no se vuelva a repetir, porque no seré tan tolerante la próxima vez.

Apenas pude tragarlo cuando lo escuché desde donde estábamos Jounouchi, Kaiba y yo. "¡¿Ella estaba siendo tolerante?", me dije.

-Lo entiendo, sensei –dijo mi hermano-. Y a propósito de mi calificación, mi nombre es Yami Kisaragi.

Una triunfante media sonrisa se formó en sus labios al decirlo.

-Ah, sí. Kisaragi, Yami –dijo ella. Él asumió por su tono que efectivamente sabía sobre él, y estaba lista para voltearse y hacerle una reverencia, pero la maestra continuó- Ya lo sabía. Ya te había registrado en la lista por lo de hoy; fuiste el único con falta.

Yami la miró confundido. No estaba plenamente seguro de que ella supiera con quien estaba hablando.

-Creo que no me escuchó: dije que soy Yami Kisaragi, quiero decir, que soy parte de la familia Kisaragi.

Sakuraba ni siquiera lo miró. Tomó sus cosas y lo pasó de largo y se dirigió a la puerta, ignorándolo por completo.

-Sí, que bien por ti, niño. Imagino que ha de ser grandioso, pero ya debo irme.

Irritado, Yami se volteó decidido a decirle un par de cosas como castigo a su ignorancia.

-¡Sakuraba! –le gritó. Ella se congeló al instante. Yami dio un par de pasos hacia ella, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, Sakuraba-sensei se dio vuelta hacia él apuntándole a la cara con su regla, cuya punta quedó a escasos milímetros de su nariz. Una voz sombría y escalofriante salió de su boca cuando se miraron.

-Nada de "Sakuraba". "Sakuraba-sensei" para ti, y sé muy bien quien eres, pero no creas que puedes meterte conmigo sólo porque tu padre tiene dinero. A mi no me importa quien seas, ni cuantos ceros tenga tu cuenta bancaria; métete conmigo, atrévete y te arrancaré la cabeza y la arrojaré a la bahía más cercana.

Dicho esto, se giró velozmente y salió del salón como una tempestad, sin siquiera dar tiempo a mi hermano de responderle. Estábamos anonadados, y no sabíamos que decir. Pero una vez que Sakuraba-sensei estuvo suficientemente lejos, Jou exclamó en terror.

-¡Sí tiene un pacto con el Diablo!

Kaiba torció un poco el gesto y apoyó la teoría.

-Probablemente…

Volteé al salón y vi a Yami ahí parado todavía y sin poder articular palabra alguna.

-Yami, ¿estás ahí? ¡Reacciona! –le dije.

-La encontré… -pronunció en voz baja.

-¿Qué? –pregunté, dudando de sí le había escuchado bien.

-¡Al fin la encontré! –exclamó encarándonos con una gran sonrisa.

-¿Encontrar a quién? –preguntamos sin siquiera saber de qué rayos estaba hablando en ese momento.

-¡A la mujer con quien estoy destinado a casarme! –respondió ampliando aún más su mueca de gusto.

-¡¿Quéee? –no lo podíamos creer. ¡No podía estar hablando en serio! ¡Esa tenía que ser una de sus bromas pesadas!

-No… no hablas en serio, ¿verdad? –dijo nerviosamente Jou- No estás hablando de… ¡No!

-No tenía idea de que fueras un masoquista –se mofó Seto.

-Muy bien, Yami –le dije con mi sarcástica risa fingida- Ja, ja, ja. Que buena broma. Ahora vámonos a casa.

-No es una broma –dijo mirándome a los ojos-. Meia Sakuraba es la mujer perfecta para ser mi esposa. Es mi mujer ideal.

Jou tomó a Yami de los hombros y comenzó a sacudirlo frenéticamente.

-¡Amigo, ¿cómo puedes decir eso? ¡Ella no es humana! ¡Es un demonio con piel de mujer!

-Si lo que quieres es acostarte con una sádica, yo puedo presentarte a varias –le dijo Seto.

-Nah, no es tan mala para ser un demonio, ni tampoco creo que sea una sádica –dijo mi hermano con firmeza- Es una mujer de carácter fuerte y dominante.

-Sí, bueno, a esa mujer "fuerte y dominante" no pareces serle de mucho agrado, precisamente –repliqué.

-Es verdad. Sólo necesito atraerla hacia mí, y entonces será mía –sonrió.

-Sí, claro –dijo Seto-. 10 mil dólares a que no puedes meterte en sus pantaletas antes de graduarte.

Mi hermano levantó una ceja, y yo pensé "¡Kaiba, idiota! ¡No lo retes! ¡Si haces una apuesta con él harás que…!"

-30 mil a que puedo hacerla acceder a casarse conmigo.

"…¡diga algo tan estúpido como eso!", pensé. Y entonces todos, incluso los pocos alumnos que aún estaban ahí, pusimos una cara de susto por darnos cuenta de que realmente lo decía en serio.

-¡¿Qué? ¡¿Es de verdad? –dije. Jou me suplicó.

-¡Aaagghh! ¡Yuugi haz algo! ¡Yami es tu hermano gemelo, convéncelo!

-Esto está más allá de lo que yo puedo hacer… -le respondí.

-¡Así es! ¡Meia Sakuraba será mi esposa sin importar lo que pase, o mi nombre no es Yami Kisaragi!

-No lo puedo creer… -mascullé, más para mí que para el resto.

-Bien, tenía que suceder. Creo que a tu hermano finalmente se la zafó un tornillo.

-¡Ha enloquecido por completo!

Como dije, una vez que a mi hermano se le ha metido algo entre ceja y ceja, no habrá poder que lo haga renunciar, hasta que no haya obtenido lo que quiere, y esta no será la excepción.

"Meia Sakuraba… ¿qué clase de jodido hechizo retorcido y perverso has puesto en mi hermano?", fue lo único que me pregunté desde ese momento, y hasta que finalmente llegamos a casa.