Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, y para loas que ya han leído las novelas que adapto, aclaro que esta historia no es mia. Yo sólo me limito a compartirla con ustedes cambiándole ciertos detalles para que se adapte mejor a los personajes que tanto amamos. Al Final mencionaré quien ha sido la excepcional y magistral autora de modo que podamos mantener el misterio. Espero lo disfruten mucho, como yo lo hice
Capítulo 1 "El gran desafío"
—Si, Bella, sigo al pie de la escalera —contestó Edward en un tono entre cansino y burlón—, y sí, estoy mirando por debajo de tu vestido —añadió para picarla.
Lo cierto era que le estaba costando todo su autocontrol mantener la vista apartada. Bella Swan tenía unas piernas preciosas, sobre eso no había discusión posible. Hacía años que era su mejor amigo, su tormento, y una especie de figura de hermano mayor, pero eso no le restaba objetividad respecto a sus encantos. Bella Swan le parecía una mujer realmente hermosa.
—Edward Cullen, en cuanto baje de aquí serás hombre muerto.
—¿No estarás amenazando con caerte encima de mí y aplastarme, verdad? —sonrió muy divertido — porque siento decirte que estando tan escuálida como estás, no me matarías en el acto, es más lo único que lograrías y esto siendo bastante exagerado sería que me rompieras un brazo. Mmmm aunque claro que, tal vez, si me caes sobre la cabeza a lo mejor pierdo el conocimiento, pero aun así…
Bella no pudo evitar echarse a reír.
—Con eso me conformaría. Así al menos te callarías un rato, que manera de hablar tanto— dijo Bella haciendo una mueca que a él le pareció adorable.
En ese momento sopló una ligera brisa, levantando un poco el vestido de Bella y obsequiando a Edward una fugaz visión de un trozo de encaje blanco. Edward tragó saliva y giró el rostro, sintiéndose irritado al notar que se había ruborizado como nunca antes. Al parecer ella no lo notó.
—¿Todavía no tienes a ese estúpido bicho? —espetó Edward algo irritado.
Bella alargó la mano un poco más, y consiguió alcanzar el suave cuerpecillo de su gato persa, el cual se había encaramado al árbol y no se atrevía a bajar.
—Buen gatito, ven con mamá… ven gatito, gatito, gatito... ven con mami… ya está! —murmuró sosteniéndolo contra su pecho—. ¡Ya lo tengo! —exclamó mirando hacia abajo—. La próxima vez, Houdini si tienes que subirte a algún sitio, súbete al tejado del porche —dijo hablándole al gato—. De ahí al menos sabes bajarte tú sólito, y así no tendré que recurrir otra vez a este insolente inútil, que aprovecha para mirar por debajo de mi falda, ¿me oyes?
Edward sujetó pacientemente la escalera hasta que Bella pisó tierra firme.
—He oído lo que le has dicho a ese horrible animal, ¿sabes? —le dijo torciendo el gesto.
Bella alzó el rostro para poder mirarlo a los ojos.
—Esa era mi intención —le contestó con una dulce sonrisa sarcástica—. Dime, ¿cómo es posible que alguien que mide casi dos metros pueda tener miedo a las alturas? Si fueras un caballero habrías subido tú a rescatar a mi gato en vez de dejar que lo hiciera yo.
—No es culpa mía que ese tonto peludo se suba a los árboles cada vez que aparece un perro. El sí que es un blando cobarde. En vez de plantarles cara… no, que va!, el corre como doncella en apuros a esconderse en la altura de algún gran árbol. Si no son más que sacos de babas… Además, lo tienes muy mimado. Deberías dejar que aprenda a salir solo de los líos en los que se mete —dijo haciendo reír a Bella de nuevo.
Edward cerró la escalera de metal, y la guardó en la caseta de las herramientas del jardín antes de seguir a Bella al interior de la casa, en la que llevaban viviendo juntos, compartiendo el alquiler, desde hacía casi seis meses. Habían sido amigos desde niños, y ni la distancia ni el paso del tiempo habían alterado la afinidad entre ambos. Seguían pasándolo igual de bien cuando estaban juntos.
Edward tomó asiento en una de las banquetas de pino de la cocina, y observó a Bella mientras ponía de comer a su mascota. Era la misma Bella que conocía desde hacía quince años, pero desde que regresó de Inglaterra había algo que había cambiado en ella, aunque no acertaba a averiguar qué era.
Tras dejar a Houdini comiendo su raro alimento, Bella puso a calentar agua para hacer té y aún de espaldas a su amigo, pudo notar su mirada. Volvió el rostro hacia él un momento, enarcando una ceja.
—Ya estás otra vez, Cullen.
—¿Qué? —inquirió él sobresaltado. Había vuelto a pillarlo.
—Estabas mirándome. Últimamente no haces más que quedarte mirándome, y es bastante enervante, la verdad.
Edward resopló, fingiéndose incrédulo, y ladeó la cabeza.
—¿Sabes? Deberías desinflar un poco ese ego tuyo. ¿Crees que no tengo nada mejor que hacer que mirarte? Además, ya te tengo muy vista. Que aburrido Bells! Por favor!
Bella se dio la vuelta, apoyando la espalda contra la encimera se cruzó de brazos y le dedicó una de sus miradas patentadas de «no me tomes el pelo, Cullen».
—Pues no lo parece. ¿Por qué no me dices qué es lo que pasa? Estás volviéndome loca.
Edward parpadeó con aire inocente.
—¿De qué hablas? No pasa nada. ¿Acaso hay alguna ley que diga que no puedo mirarte? —le espetó.
Los ojos marrones chocolates de Bella se tornaron suspicaces.
—Se te da fatal mentir, Cullen. Vamos, desembucha.
—¿Que haga qué? Oh, es otra de esas expresiones que se te han pegado en Inglaterra —le dijo con una sonrisa burlona.
—No trates de cambiar de tema.
—No estaba tratando de cambiar de tema, pero dime. ¿cuánto crees que te llevará volver a hablar como americana?
—Siempre he sido americana, y siempre lo seré, botarate —gruñó Bella, irritada, con los brazos en jarras.
Edward dio un paso hacia ella esgrimiendo un dedo acusador.
—¿Lo ves? ¡Has vuelto a hacerlo! —exclamó—. «Botarate»… —repitió, meneando la cabeza y chasqueando con la lengua—. ¡Si hasta tu acento suena inglés a ratos! Además, has perdido otra vez, Swan. Te lo dije, no te convenía apostar.
Bella iba a decir algo, pero se quedó muda y boquiabierta al darse cuenta de que tenía razón. ¡Condenado Cullen! Llevaba pinchándola con el cambio de acento y los modismos desde que había vuelto de Inglaterra. De hecho, esa misma mañana él la había retado a pasar un día entero sin decir una sola expresión inglesa, pero finalmente había caído. Pero no era culpa suya, sino de él, que siempre lograba hacerla rabiar. Claro que, conociéndola tan bien y sabiendo qué cosas la fastidiaban, nunca le resultaba difícil.
—Muy bien, ¿cuál es el pago de la apuesta? —le preguntó Bella con fastidio.
—Pues… creo que necesito tiempo para pensarlo —contestó Edward con una sonrisa maliciosa, levantándose y yendo hacia la puerta—. Te lo diré después, durante la fiesta.
—Mmm… Pues la próxima vez pondremos antes las condiciones de la apuesta.
Edward se detuvo en el quicio de la puerta.
—Y se perdería toda la diversión. Es mejor no saber las condiciones de ese modo se mantiene la emoción hasta el final —le dijo burlón.
—Lárgate a trabajar antes de que me vea obligada a hacer algo de lo que luego tenga que arrepentirme, Cullen —advirtió Bella, agarrando un paño y tirándoselo a la cara.
Edward se echó a reír de buena gana, haciéndola sonreír de vuelta.
—Ya estás como siempre, haciéndome promesas que luego no cumples. Un día de estos creo que me arriesgaré a ignorar tus amenazas, solo para ver qué es eso de lo que luego te arrepentirías.
Edward era un joven ingeniero civil, y Bella, que lo conocía bien, sabía que en ningún otro lugar era tan feliz como en sus construcciones, en las obras al aire libre, dirigiendo a los trabajadores con ese casco de seguridad y tantos planos alrededor. No era capaz de imaginarlo desempeñando ningún otro trabajo.
Al finalizar la tarde, Bella le sonrió cuando él giró la cabeza y la vio mirándolo entre la gente que había acudido a la barbacoa, una fiesta que se celebraba todos los veranos para los residentes en el pueblo.
En ese preciso momento Edward estaba hablando con dos hombres de negocios y sus esposas, quienes parecían estar escuchándolo con mucha atención. Era un miembro muy respetado en la pequeña comunidad, pero Bella se decía que era porque no lo habían visto nunca haciendo de payaso como lo hacía con ella.
Tomó un sorbo de su copa de vino e inspiró profundamente. Era agradable volver a estar en Forks, su pueblo natal. En ningún otro sitio sentía tanta paz como allí.
—Hola, creo que no nos conocemos —la saludó una voz masculina detrás de ella.
Bella había dejado de creer hacía tiempo en aquel cliché de las mariposas en el estómago que solía describirse en las novelas rosas, cuando la heroína escucha por primera vez la voz del galán que la enamora, pero de repente, por primera vez en su vida, le sucedió. La voz de aquel hombre era profunda e innegablemente sexy, incluso intrigante.
Al girarse se encontró mirando a un hombre alto, con los ojos más negros que había visto nunca, y rostro bronceado de rasgos increíblemente simétricos. Bella sonrió, peinándose el cabello con la mano sin darse cuenta.
—No, creo que lo recordaría si nos hubiésemos conocido.
El hombre sonrió también.
—Eso mismo estaba pensando yo —le dijo tendiéndole la mano—. Me llamo Jacob, Jacob Black, y acabo de mudarme a la casa que hay en la carretera, vía a la reserva.
—Oh, ¿de veras? Entonces debe de ser usted el importante hombre de negocios del que la gente no ha dejado de hablar los últimos meses —se rio estrechándole la mano, sonrojándose al ver que él no la soltó durante un buen rato—, el que lleva ese negocio de las cabañas para turistas en la reserva, ¿me equivoco? No sé si lo sabe, pero es el principal tema de conversación en el supermercado.
—Lo imagino —contestó él riéndose también—. ¿Y usted es…?
—Bella Swan. Y vivo en… bueno, vivo con Edward Cullen.
—Oh.
Bella casi se abofeteó, y se apresuró a aclararle:
—Pero solo somos amigos. Quiero decir… conozco a Edward de toda la vida… es como un hermano para mí… en fin, quiero decir que no somos…
—Ya veo —murmuró Jacob, sonriendo al ver su atolondramiento—. ¿Entonces no me matará si le pido un baile?
—No, no, claro que no. ¿Por qué habría de importarle?
Edward se dirigía hacia la mesa de los aperitivos cuando vio algo que llamó su atención, y casi se rompió el cuello al girar la cabeza para asegurarse de que no había visto visiones. ¡Era increíble!, Bella ni siquiera le había dicho que conociera a Jacob Black, y allí estaba, mirándolo embobada mientras él hablaba… o se pavoneaba, más bien.
Edward agarró una botella de cerveza y rodeó la improvisada pista de baile hasta encontrar un árbol en cuyo tronco apoyarse. Bella y aquel donjuán de pacotilla habían salido a bailar, y Edward observó con desagrado que no podían estar más pegados. No era la primera vez que veía a su mejor amiga con otro hombre, pero no recordaba haberse sentido jamás irritado ante la idea, sobre todo de aquel modo, como si alguien le estuviese estrujando las entrañas, como si fuera su testosterona lo que lo estaba haciendo reaccionar así.
Era absurdo. Bella ya no era la chiquilla blanquilla y debilucha a la que había estado atormentando con sus bromas durante años y a la que siempre trataba de proteger a toda costa, sino una mujer hecha y derecha. No, no era asunto suyo con quién bailase, pero aun así… Quizá eran celos de amigo ante la idea de que quisiera pasar más tiempo con otra persona, de ser relegado a un segundo plano. Y sin duda sería así si empezaba a salir con Jacob «Baboso» Black o con cualquier otro. Claro, debía de ser eso. Ella había regresado hacía poco de Inglaterra y temía volver a perder su compañía tan pronto.
Aunque eso tampoco tenía mucho sentido, porque ella solo estaba viviendo con él mientras terminaba la construcción de la casita cuya hipoteca ya había empezado a pagar, y sabía que cuando estuviera acabada ella se marcharía. Aquel repentino odio hacia el «señor Baboso» era algo completamente irracional, pero no hizo sino acrecentarse cuando vio a Bella riéndose por algo que le había dicho. Le estaban entrando ganas de ir a estrangularlo, pero se limitó a dar un buen trago de la botella de cerveza.
—Vaya, vaya, vaya… Edward Cullen… ¿qué estás haciendo aquí escondido?
A Edward casi se le atragantó el líquido ambarino. Estupendo, justo lo que le faltaba, Jessica Stanley, la mujer molusco. No tenía mal cuerpo y sabía maquillarse, pero le ponía los pelos de punta, igual que cuando alguien araña una pizarra.
—Jessica, qué sorpresa tan agradable. Y. si me permites decírtelo, qué… mm… qué "elegante" estás —dijo esbozando con dificultad una sonrisa. ¿A quién sino a Jessica Stanley se le ocurriría ponerse un traje de chaqueta pantalón ejecutivo de firma y zapatos de tacón para ir a una barbacoa?
Jessica lo miró con los ojos entornados, como si hubiera esperado un cumplido más generoso, pero finalmente pareció conformarse:
—Oh, gracias, Edward, eres encantador. Todos los hombres son iguales… siempre queriendo hacernos sonrojar con vuestras galanterías. Pero, bueno, ¿qué sentido esforzarse por estar perfecta sino es para recibir halagos?
La sonrisa blanqueada de Jessica lo estaba poniendo nervioso, así que Edward giró la cabeza hacia la pista de baile, pero el remedio fue peor que la enfermedad, porque fue a encontrarse con que el «señor Baboso» estaba aún más pegado a Bella. Jessica observó la dirección que habían tomado sus ojos, y en sus labios se dibujó una sonrisa irónica.
—Caramba, parece que Bella tiene buen olfato para el dinero. No sabía que conociese a Jacob Black. Bueno, así al menos se acallará durante unos días el rumor que corre sobre ustedes dos. Además, me parece que ya va siendo hora de que tú y yo nos conozcamos mejor, ¿no crees, Edward? —dijo colgándose de su brazo.
Cada vez que pronunciaba su nombre le daban escalofríos. En un intento de sacarse de la garganta el empalagoso perfume de Jessica, Edward tosió y le retiró la mano de su brazo.
—¿Qué rumor es ese que corre sobre nosotros, Jessica?
La mujer contrajo el rostro, irritada por su desprecio.
—Pues, ¿qué va a ser? Que la mitad del pueblo cree que Bella y tú son novios, amantes, como quieras llamarlo, ¿o es que no lo sabías?
—¿Qué?
—Oh, vamos, Edward. Esta es una comunidad pequeña, y bastante anticuada además. ¿Qué esperabas que pensaran de que vivan juntos? —le dijo dedicándole otra sonrisa viperina—. Sin embargo, sería tan fácil poner fin a ese rumor… Solo con que tú y yo…
Edward no pudo resistirse a darle a aquella estúpida un poco de su propia medicina, realmente ella y sus malintencionados chismes lo sacaban de casillas
—Si se tratara de un rumor, podríamos –dijo Edward en tono despreocupado pero de forma en que quede claro para ella.
Jessica lo miró entre incrédula y ofendida, como si la sola idea de que fuese cierto la indignara.
—Pues si no es solo un rumor, debo advertirte que eso solo hará que aumente el interés de Jacob por ella —le dijo mirándolos con malicia y luego a él—. Por lo que he oído, en Nueva York tenía fama de mujeriego. El amor es como un juego para él, y si la mujer en la que se fija está comprometida o casada, tanto mejor —se quedó observándolo un instante, escrutando su rostro.
—Oh, ya veo… —volvió al ataque Jessica— Bella te ha pedido que finjas que hay algo entre vosotros para que Jacob se fije en ella —dijo riéndose—. Bueno, en cualquier caso, cuando tu amiga haya conseguido su propósito, estoy segura de que me verás con otros ojos. Nadie podría ayudarte como yo a conseguir el lugar que mereces en esta comunidad. Seríamos la pareja perfecta, Edward —añadió dejando escapar un suspiro teatral—, pero no voy a esperar siempre, ¿sabes?
Edward la observó alejarse, y alzó los ojos al cielo, rogando porque así fuera.
—¿No le importa que le robe un momento a Bella, verdad, señor Black? —inquirió Edward interrumpiéndolos, y esforzándose por sonreír.
—Por supuesto que no, Cullen.
Ambos hombres sabían que el otro mentía, pero Edward volvió a esbozar una sonrisa de cortesía.
—Gracias.
Jacob le dirigió una breve mirada, y después dedicó la más galante de sus sonrisas a la joven.
—Nos vemos, luego, Bella, y tal vez podríamos ir a darnos ese baño de medianoche en el lago, ¿eh?
Bella lo despidió con la mano, riéndose como una colegiala, haciendo que Edward pusiera los ojos en blanco incrédulo.
—¡Te tomo la palabra! —exclamó Bella con el índice levantado, mientras lo veían alejarse caminando hacia atrás.
Finalmente el donjuán se dio la vuelta y se perdió entre la multitud, siendo abordado por la omnipresente Jessica.
—«¡Te tomo la palabra!» —la remedó Edward, poniendo una voz chillona, y riéndose burlón mientras la tomaba por la cintura y empezaban a bailar—. ¿Se puede saber a qué venía eso? ¿Y por qué diantres lo tuteas?
—¿Por qué no vas a tirarte de algún puente, Cullen?
—¿No irás a decirme que te gusta ese tipo?
—Déjame pensar… ¿Por qué iba a gustarme? —dijo Bella alzando la mirada, como considerándolo—. Solo es guapo, con clase, rico… Claro, ¿por qué iba a gustarme? —le espetó con ironía.
—¡Diablos!, ¿cómo no habré caído en todas esas cualidades tan increíbles? —exclamó él dándose una palmada en la frente—. Bells, no te tenía por una mujer materialista. Francamente, me has decepcionado —le dijo frunciendo el ceño y chasqueando con la lengua desaprobador.
—¿Cómo te atreves a acusarme de materialista? —masculló ella, sonrojándose y dándole un golpe en el brazo—. No es lo único que he visto en él. Yo… —pero, al ver que él estaba conteniendo la risa, se formó en sus labios una media sonrisa—. Eres un fastidio, Cullen. Ni siquiera sé por qué sigo viviendo contigo. ¿Puedes recordármelo?
Edward se inclinó hacia ella y le susurró:
—Porque en el fondo, y aunque nunca lo admitirías, estás locamente enamorada de mí.
Bella se echó a reír y sacudió la cabeza, divertida.
—Bueno, si es eso lo que piensas, no voy a ser tan cruel como para destrozar tus sueños.
Se quedaron callados un buen rato, moviéndose al compás de la lenta melodía que estaban tocando. Edward alzó la vista hacia el cielo estrellado y suspiró.
—Jessica Stanley dice que sabe de buena tinta que Black es un mujeriego.
—Como si ella no fuera detrás de todo lo que lleva pantalones…
—Ya sé, ya sé, pero no deberías tomártelo a la ligera, Bells. ¿Y si es verdad? Soy tu amigo, y no me gustaría que te hicieran daño. A mí me lo presentaron al principio de la fiesta y no me ha parecido muy de fiar.
—A lo mejor ha cambiado —dijo la joven enarcando una ceja—. Tal vez se haya venido a vivir a un pueblo como este para sacudirse de encima esa mala reputación de la gran manzana y conocer a alguien que merezca la pena, ¿no crees?
—En cualquier caso no sería difícil averiguar si es o no de fiar.
—Ya, ¿y cómo se supone que pretendes averiguarlo? —inquirió ella entornando los ojos.
—Jessica me ha dicho que suele ir detrás de las mujeres comprometidas o casadas Y… eeemmm… según parece… —le explicó Edward, incómodo—. Bueno, parece que todo el pueblo piensa que tú estás con… eestee… alguien, así que, para empezar, es posible que esa sea la razón por la que se ha acercado a ti.
Bella lo observó suspicaz. ¿Por qué rehuía su mirada? ¿Y dónde pretendía llegar con todo aquello?
—¿Y con quién creen que estoy?
Edward carraspeó, y por alguna razón sus ojos se fijaron en los labios de ella.
—Conmigo —respondió en un murmullo apenas audible. Bella se echó a reír.
—¿Estás de broma? Es lo más ridículo que había oído jamás. ¿Tú y yo? ¡Por favooooor!
—Bueno, es lo que tiene compartir casa con uno de los solteros más cotizados de Forks —le respondió él, alzando la barbilla indignado—. No todas las mujeres me ven como a un hermano mayor, responsable y en el que se puede confiar.
—Oh, sí, «responsable y en el que se puede confiar» —repitió Bella sin dejar de reírse.
A Edward sin embargo no le hacía gracia.
—Tal vez si te molestaras en ser un poco más objetiva te darías cuenta de que tengo muchas buenas cualidades.
La joven abrió mucho los ojos, sorprendida por el inusual tono irritado en su voz. ¿Estaba enfadado porque ella le había dicho que la idea de que pudiera sentirse atraída por él era ridícula? En un intento por destensar el ambiente, Bella esbozó una sonrisa.
—Escucha, Cullen, Jacob Black parece un tipo muy agradable, y no sé qué tienes en contra de él aparte de las acusaciones de alguien como Jessica.
—Con eso ya es bastante. Ya te he dicho que no le permitiré que te utilice como si fueras un juguete, para divertirse un poco y luego dejarte tirada y con el corazón roto.
—¿Y cómo puedes saber que vaya a hacer eso? —insistió ella, frunciendo el entrecejo.
—¿Y cómo puedes saber tú que no vaya a hacerlo? –respondió de inmediato Edward.
Bella meneó la cabeza.
—Te estás comportando como un idiota. –dijo ella reprobatoriamente.
—¿De veras? ¿Qué te apuestas a que tengo razón?
—Cullen, por favor, déjalo ya.
—¿Por qué te molesta? Si estás tan convencida de que verdaderamente es un buen tipo, deberías defender tus convicciones mi querida Bells –dijo Edward en tono irónico para hincarla ya que para él, Jacob no quería más que utilizarla.
—¿Y cómo se supone que debería hacerlo? —inquirió ella con voz cansina.
Una sonrisa se dibujó lentamente en los labios de Edward, y en sus ojos brilló el desafío:
—Demostrando que estoy equivocado. Sal conmigo, finge durante unos meses que somos pareja… y veremos qué ficha mueve el encantador señor Black porque, si a pesar de dar a entender públicamente que estás comprometida, sigue persiguiéndote, sabrás cuáles son sus verdaderas intenciones.
—¿Te has vuelto loco de repente? —exclamó Bella mirándolo de hito en hito.
Dejó de bailar, y lo agarró del brazo, arrastrándolo fuera de la pista de baile, y tomando el camino que llevaba al lago, deteniéndose a unos metros de la orilla, debajo de un grupo de árboles.
—Swan, me cuesta trabajo reconocerte. Nunca antes te habías acobardado ante una apuesta.
—No seas absurdo, no tiene nada que ver con eso— se defendió ella.
—Oh, ya veo, entonces es solo que no eres capaz de admitir que, como de costumbre, yo tengo razón –Edward hablaba con tono de ganador.
Bella estaba empezando a perder la paciencia.
—Escúchame bien Edward Cullen, a lo largo de tu vida has tenido algunas ideas disparatadas, estúpidas y hasta absurdas, pero esta las supera con creces —le espetó.
Edward se cruzó de brazos, esperando a que terminara la descarga de Bella y todo esto del sermón —. Es decir… ¿tú y yo?… ¿como pareja? Escúchate Cullen, es de locos…
—Bella… —suspiró él.
—… absolutamente de locos. ¿Quién se tragaría algo así?
—Si me dejaras…
—Por favor, si no aguantaríamos ni diez minutos mirándonos a los ojos sin partirnos de la risa. Por no hablar de tener que besarnos, porque las parejas de verdad se besan —añadió ruborizada.
Edward estaba mirándola con una sonrisa maliciosa.
—Me parece que la dama protesta demasiado. ¿No será que te da miedo besarme?
Bella volvió a abrir los ojos como platos, y resopló irritada.
—¿Miedo yo? ¿Por qué diablos iba a tener miedo de besarte?
Edward se acercó a Bella hasta que sus cuerpos casi se tocaron, y se inclinó hacia ella.
—No lo sé, tal vez te da miedo que pueda gustarte besarme –se lo dijo a escasos centímetros de sus labios dibujando esa risita ladeada pícara y seductora.
—¿Quieres apostar? –se defendió ella.
—Creía que esa era la idea –se separó un poco nuevamente de ella.
Bella se quedó boquiabierta, y se echó a reír.
—De verdad que no me lo puedo creer. ¿Estás sugiriendo en serio que podría gustarme besarte… a ti, de todos los hombres sobre la faz de la tierra, justamente a ti?, ¿que disfrutaría?, ¿que…?
Edward hizo lo único que se le ocurrió para callarla, la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí, y la besó.
Al principio Bella no podía creer que Edward estuviera haciendo lo que estaba haciendo. El que la estaba besando era su amigo, Edward Cullen, el Edward al que conocía de toda la vida, el Edward que la había atormentado, animado y protegido a partes iguales durante su infancia y adolescencia. Siempre había pensado que besarlo sería como besar a un hermano, pero, extrañamente, no era así. Era como… bueno, no era del todo desagradable, de hecho era… «Esto no puede estar bien», pensó.
Edward tampoco podía creer que estuviese haciendo lo que estaba haciendo. «¿Hola?, Tierra llamando a Edward, ¿qué diablos estás haciendo? ¡Estás besando a Bella Swan, a tu mejor amiga!», lo reprendió una vocecilla dentro de su cerebro. Sin embargo, dejó de prestarle atención al sentir la suavidad y calidez de sus labios. Era una sensación tan…
—Uy, perdón, señor Cullen; perdón, señorita Swan —dijo de pronto una vocecita infantil, seguida de risitas—. No los habíamos visto.
Bella y Edward se separaron al instante, y se quedaron de piedra, mirando a los hijos de los Mallory. Edward fue el primero en recuperar el habla, aunque la voz que le salió de la garganta, no le parecía la suya.
—No pasa nada, niños, tranquilos.
Los chiquillos se alejaron, cuchicheando y prorrumpiendo en más risitas.
—¿Lo ves? Mamá tenía razón, están "juntos". ¡Verás cuando le digamos que es verdad que son novios! —le decía la niña a su hermano.
Edward se quedó mirando en la dirección en la que habían desaparecido, como si pudiera verlos aún en la oscuridad, mientras Bella observaba su ancha espalda.
—Cullen…
—Bueno, parece que hemos resultado bastante convincentes —farfulló—, ¿no crees? —añadió girándose para mirarla.
—Serías capaz de cualquier cosa con tal de demostrar que los demás se equivocan, ¿no es verdad? —le espetó Bella riéndose. Sin embargo, su risa no sonó verdadera. Por primera vez en su vida se sentía incómoda con Edward, y se dio cuenta de que ni siquiera era capaz de levantar la vista del suelo.
Edward tomó el rostro de la joven entre sus manos para que lo mirara a la cara.
—Vamos, Swan, será divertidísimo. Además, ya no puedes echarte atrás, porque esos niños nos han visto, y ahora mismo estarán poniendo en marcha eso que se llama «radio Fork a la órden». ¿O estás dispuesta a admitir que tengo razón sobre Black solo porque te da miedo esta apuesta?
Bella lo miró con los labios fruncidos. Nunca se había negado a aceptar una apuesta de Edward, y no podía creer que alguien tan encantador como Jacob Black pudiera ser un sinvergüenza. Le demostraría que estaba equivocado. Si la cuestión era interpretar durante unas semanas la farsa que proponía, por ella no había problema. Sería como quitarle un caramelo a un niño.
—De acuerdo, Cullen, acepto el reto —le dijo, alzando desafiante la barbilla—. Esperemos, por tu bien —le dijo acercándose a él y dándole unas palmaditas en el pecho—, que puedas soportar el calor —le dijo en un tono peligrosamente seductor.
Edward se quedó mirándola fascinado. La garganta se le había puesto de repente muy seca. ¿Qué había empezado? Conocía a Bella lo suficiente como para esperar que la joven fuese a hacerle pasar un infierno. Esbozó una sonrisa divertido. Estaba más que dispuesto a sufrirlo.
Bueno aquí esta el primer capítulo de "Desafío de amigos", espero que las que gustan de estas adaptaciones de verdad la disfruten... yo amé a este Edward desde su primera frase dicha... estoy tan enamorada jajaja
Chicas, en realidad espero me acompañen en esta nueva aventura y me cuenten que les va pareciendo la historia, de modo que pueda seguir actualizando al saber que es del agrado de ustedes.. asi que... que lluevan los REVIEWS jejeje
Un abrazo enorme para todas,
Vivitace
Pd.- Cargaré fotos en mi perfil para que se hagan la idea de nuestro Edward & Bella!
