Hola, soy Biak Sogkey con una cuenta nueva (la anterior tenía fanfictions de más de seis años que en los que ya no me reconocía)
Escribí esto hace eones, hace casi más de un año. Hoy me dio por revisar los archivos de mis fanfictions y lo encontré, y tras darle una repasadita, me di cuenta de que no había escrito nada más de China/Fem!Inglaterra, y eso que me encanta el Iggychu hetero. Y como tenía una cuenta nueva sin estrenar, me dije ¿qué mejor que publicarla ahora? y así fue como terminé aquí.
Barco a vapor es el título de una canción de Supernovas que fue la inspiración total en este fic y la que oí durante la escritura de ambas partes como si fuera infinita. Hilaba una historia tan Iggychu en mi cabeza que simplemente no podía dejarla pasar.
Espero les guste. Es un Two Shoot que incluye algo de lemon en la segunda parte (algo más suave a lo que suelo hacer)
¡Ojalá disfruten tanto de la lectura como yo lo hice esribiéndolo!
Disclaimer: Hetalia no me pertenece, es de Hidekazu Himaruya. Hago esto por simple diversión.
Barco a vapor
I
Hong Kong la acompañó hasta la entrada. Inglaterra dejó sus maletas en el suelo y no volvió a recogerlas.
—Prefiero viajar ligera—dijo con una sonrisa con tono serena a su hijo—. Vendré a buscarlas pronto, si no envíamelas—dudó en decir. Usualmente ese trámite era un lío.
— ¿Está bien que te vayas así? Ni siquiera has desayunado—Hong Kong se mostró preocupado. Aunque su rostro se mostrara como siempre impasible, si se lo conocía lo suficiente se podrían advertir los leves cambios en su tono de voz y ligeros gestos de su cara. Inglaterra era una de esos pocos que lo sabían.
—No tengo hambre, no te preocupes—La verdad sí la tenía, pero después de tres días en tierras orientales no tenía ganas de probar bocado. Prefería –aunque muchos pudieran dudarlo— su propia comida. Comida que sabía mal, pero que era suya al fin y al cabo. Y estaba orgullosa de ella.
Hong Kong calló. Bajó la mirada y nuevamente Inglaterra no sabía en qué estaba pensando.
—Mi taxi ya está aquí—dijo. Hong Kong levantó la mirada: se veía tan sereno como siempre, pero deja entrever algo de tristeza. A Inglaterra le recordó los días en que era un niño y estaba bajo sus cuidados. Era tan… maduro para su edad. Y se parecía mucho a su padre, demasiado quizás para su gusto. Salió de la casa en dirección al auto. No podía espera más a estar lejos de ahí. Se subió. Afuera, Hong Kong agachó la mirada hasta la ventanilla. Ella bajó la el vidrio para hablar con él:
—Volveré pronto—lo consoló, pese a que era ella la que necesitaba consuelo urgentemente en esos momentos, pero no lo demostraría.
—Cuídate, mamá—le pidió—. Buen viaje.
Después de todo, no estaba seguro de cuándo volvería a verla. A veces eran años, otras, solamente meses. Y después de estos días dudaba que volviera pronto a verlo. Ahora pasaría una eternidad sin ver a su madre.
XOX
Inglaterra se quedó viendo la ciudad a través de la ventanilla. Faltaban pocos minutos para que su tren partiera y el taxi seguía lejos de la estación. Por un momento se le cruzó por la mente pedirle al chofer que se apresurara porque si no iba a perder su tren, pero no quiso hacerlo porque tenía que pasar por la casa de Francia antes. Él le había dicho que quería verla y aunque se negó, recordó a sus superiores y se dio cuenta de que iban a regañarla si no le hacía caso al llamado, ya que podría ser algo importante aunque lo dudaba. Francia siempre salía con estupideces. Quizás él estuviera planeando algo para acostarse con ella, como solía hacer desde hace siglos literalmente. No. No más Francia, se dijo, estaba harta de ese idiota. Pero debía ir.
Luego estaba el bastardo de Estados Unidos. Quisiera o no, lo quería y eso le jugaba en contra. Se preocupa demasiado por él aunque ya no fuera deber suyo cuidarlo: había sido él que se independizó de ella. Ella jamás lo habría dejado, nunca. Y le echaba de menos, por eso quería ver cómo estaba. Aunque no estaba segura de querer saberlo porque si lo veía mal, también se podría mal ella; y si estaba feliz eso la pondría peor. Odiaba admitir que él podía sobrevivir sin ella, lo odiaba más cuando se daba cuenta de que era ella la que no podía vivir sin estar cerca de su hermanito. Le dolía su traición.
Para cuando dejó de pensar, el taxi ya se había detenido frente a la estación. Y quedaban algunos minutos más para que su tren saliera. Le pagó al conductor y le agradeció por llevarla hasta allá. Se fue con paso rápido hasta la recepción con su boleto. No quería estar más en esas tierras. No quería. Pensar que iba al hogar de esa persona le enfermaba, le asqueaba demasiado, y, maldición ¡Todo estaba en chino ahí!
"Aquella vez ella había estado hablando con unos comerciantes chinos con los que querían hacer negocios las personas de su casa. Llegada la hora del té ella se indignó cuando uno de ellos hizo algo que le desagradó. Recordando que hablaba con personas incivilizadas, adoptó el tono de una institutriz que corregía una falta en su alumno
—Cuando se sirve el té…
—…el pico de la tetera nunca debe apuntar hacia una persona—terminó la frase uno de ellos por ella. Inglaterra frunció el ceño ante aquel extraño hombre chino—, porque es de mala educación—sonrió. Era la primera vez que Inglaterra veía una sonrisa china en aquellas tierras en las que apenas desembarcaba—. Nihao—la saludó, golpeando un puño en la palma de su mano en una reverencia
—Hi—contestó. Tendió la mano para que fuera besada. Una brisa fuerte meció el cabello de ambos en la cubierta de ese navío. Se miraron fijamente a los ojos. Y ninguno supo qué hacer."
Debía tomar el tren pronto. Y dejar de recordar de una maldita vez cosas que no venían al caso. ¡Oh! ¡Demonios! De repente no quería mirar hacia ninguna parte. Todo tenía que ver con él.
"—Esto tiene buen sabor—Inglaterra se mordió el labio tragándose el orgullo al admitir esa verdad. La comida china era deliciosa. Comparada a lo que ella cocinaba…—. ¿La ha hecho algún distinguido cocinero?
—Acabo de prepararla yo mismo—sonrió China al otro lado de la mesa. Al ver que su invitada tenía problemas para manejar los palillos pues tenía entendido que en sus tierras se usaban otros instrumentos extraños para comer, la a ayudó—. A ver, déjeme ayudarla. —Tomó la mano de Inglaterra y fue guiándola con la suya cariñosamente para sostener el bocado entre los palillos hasta lograr que se lo llevara a la boca con éxito. Sonrió satisfecho con el resultado. A Inglaterra no le hizo mucha gracia.
—No hagas eso—lo frenó lo más educada que pudo cuando vio que él iba a repetirlo. Era demasiado vergonzoso.
— ¿Por qué?
—Porque no me parece. —Se limpió con elegancia la boca con la servilleta. A continuación se disculpó y se marchó de la mesa, lamentando que la comida estuviera tan buena cuando lo que quería era gritar de frustración sin que China la viera. O simplemente matarlo porque ya no soportaba esa sonrisa que jamás dejaba entrever lo que estaba pensando en realidad."
China siempre fue un acertijo ilegible, pensaba, en todos esos años jamás pudo saber con certeza qué era lo que tenía en mente. Eso la desesperaba. La exaltaba a niveles inimaginables. Ella siempre fue cortés y educada con él . ¡Y el muy maldito sólo sonreía! A todo lo que ella le decía —y no dudaba que también siguiera haciéndolo aunque le dijera que era feo como una rata o alguna otra grosería a la cara—, se hacía el tonto y la trataba como su inferior cuando a leguas era todo lo contrario.
¡Ah! Su tren ya estaba aquí…. Bien, se decía internamente: un paso más para alejarse de ese horrible lugar que tan malos recuerdos le traía.
"—Mire la luna—le apuntó desde la ventana de la sala.
— ¿Qué hay con ella?—Era la misma que veía todas las noches desde su hogar. En aquel momento, no había comprendido la verdad que ese simple pensamiento ocultaba. Le restó importancia asegurándose que era otro de esos cuentos chinos lo que estaba por decirle—. ¿China?
—Hay un conejo haciendo medicina en la luna. ¿Puede verlo? —Apuntó la luna en el cielo."
No, no podía verlo. No podía ver nada. Estaba tan ciega. Y cuando creía ver mejor, resultaba que lo que veía antes no estaba equivocado al final. Qué tonta, ¡qué tonta había sido! Los ojos se le habían puesto los ojos vidriosos cuando se subió al tren. Todos ellos tenían la misma cara que esa persona ahí. Ella era la diferente en ese lugar, la extranjera tonta. Buscó en los otros vagones del tren alguno que estuviera menos ocupado, pero cada vez que abría la puerta de uno, había más y más chinos detrás. Era horrible tener que verlo en la cara de cada uno multiplicado por cientos. Finalmente, harta de buscar, terminó por quedarse en uno, el más lleno para su suerte. Se recargó en un asiento del rincón y acomodó sus gafas de modo que nadie pudiera ver que tenía ganas de llorar.
Lo sentía por Hong Kong, pero no iba a volver en un buen tiempo.
