Simplemente Amor.
"Si tan solo pudiera encararla, si tan solo hablar con ella fuera tan fácil como matar un Wendigo, pero no, cuando me acerco a ella me quedo mudo, empiezo a temblar. Y ya no sé qué decir. Dean tiene razón. No podemos enamorarnos, no podemos permitirnos sentir algo por alguien, sabiendo que al otro día ya no vamos a estar ahí."
Eso pensaba Sam, sentado en el banco de una plaza.
Pero en el fondo, sentía que estaba destinado a ella y que el negocio familiar no iba a impedir que al fin pudiera hablarle. Al fin y al cabo eso no era lo que él había elegido para su vida. Lo hacía porque su padre lo había obligado, porque no tenía elección.
También decidió que no dejaría que Dean se enterara, porque si no resultaba como el esperaba, Dean se burlaría de él un año seguido.
Esa noche se cambió, se perfumo y se dirigió al bar en donde ella trabajaba.
Fue hasta la barra y se sentó. Ahí estaba ella. La miro mientras atendía a los clientes. Su largo cabello rubio caía sobre sus hombros y su mirada despedía un brillo especial.
Se acercó a el:
-hola Sam, lo de siempre?
El asintió, mirándola embobado.
Cuando ella regreso con su cerveza él dijo:
-Jessica, me preguntaba, si quizá, cuando termines de trabajar, quisieras salir a dar una vuelta conmigo. Solo si quieres- hablo apresuradamente y con timidez.
Ella respondió:
- Claro Sam, me encantaría salir contigo. Termino en cinco minutos.
Diez minutos después estaban caminando por un parque. Sam no dejaba de mirarla y ella, sonrojada, lo había notado.
Se sentaron en un banquito y estaban mirando la luna, especialmente bella esa noche, cuando de repente Jessica lo mira a los ojos y acercándose le dice:
-Desde la primera vez que te vi entrar por la puerta del bar, sentí que tenía una conexión especial contigo y la primera vez que rozaste mi mano y nos dio una descarga eléctrica, lo supe. Solo que era demasiado tímida para aceptarlo, pero ahora estamos aquí los dos y no puedo evitar sentir que somos el uno para el otro y que pasaremos el resto de la vida juntos.
Sam se acercó, la abrazo, la beso y le dijo:
-Así será.
Y así fue, como, a pesar de los enojos de su padre, de las peleas y discusiones, nada pudo acabar con el amor que sentían mutuamente.
Y hoy, diez años después, sentados en el mismo banco del parque en donde se besaron por primera vez, veían como sus dos pequeños hijos corrían y jugaban bajo la misma luna brillante que esa noche hizo cumplir el destino de dos personas que sentían simplemente amor.
