Tu abrigo perdido.


Han pasado los años y no sé qué me da por recordar aquellos días, ahora que no hay razón, ahora que te tengo cerca y que estamos bien, lejos de esos momentos donde la soledad y la tristeza me invadían. Esa vez la distancia me apuñalaba con lentitud el pecho y viniste desde tan lejos sólo para animarme. Dos días en los que hicimos tanto y a la vez tan poco.

Aún te recuerdo a las afueras del terminal de buses junto a una pequeña maleta, escondiéndote de la lluvia bajo un modesto y arruinado techo. Tu rostro se ocultaba detrás de una bufanda rosa y un gorro que te hacía ver aún más tierna. Tu mirada se perdía en las posas de agua que se formaban y el hecho de saberme la razón de tu sonrisa no me podía hacer más feliz. Era el rayo de luz que mi día necesitaba para empezar.

Desayunamos en mi departamento lleno del abrigo artificial que brindaba mi estufa, la que apagaste apenas llegaste. No era necesario, lo sabías y fue ahí cuando me di cuenta de cuánto te extrañaba y necesitaba, que en los meses sin vernos el estar bien no era más que un artificio de mi mente. Tomaste mi mano y salimos con nuestros abrigos sobre los hombros, bufandas bajo la nariz, gorros de lana y sin paraguas a recorrer la ciudad.

Por alguna razón que desconozco terminamos pasando nuevamente por el terminal de buses después de haber caminado casi dos horas. Caímos en una cafetería cuyo abrigo sintonizaba con el tuyo y no pude sentirme más feliz de disfrutar un momento tan sencillo, tan propio de ti.

La lluvia se detuvo mientras por las calles avanzaba el festival que observábamos desde la comodidad de una banca; hablábamos todo lo que se nos quedó por teléfono y mensajes de texto, tantas cosas con una calma inconmensurable que no podía entender el significado del tiempo y la distancia, la velocidad a la que pasan las cosas y cómo las percibimos. Reías, sonreías y te amaba cada instante un poco más.

Recuerdo el día siguiente, en el que tomaste el bus de vuelta. Pasé al mismo local en busca de un café y algo que me recordara tu aroma, tu esencia o tu abrigo. Por unos instantes pude sentirlo aunque se escurriera rápidamente entre mis sentidos. Fue el café más dulce y amargo que haya probado en mi vida. Recordarlo me aflige hasta el día de hoy.

En ese instante sólo me quedaba resistir hasta que volvieras, sin caer en la locura de correr desesperado hacia ti, que vivías en un lugar en donde no quería estar. Hoy, agradezco que estés a mi lado cada día.


Me dio por escribir un takari y aquí está. Gracias por leer :) nos vemos!