No debería estar escribiendo esto.

Disclairme: Harry Potter no me pertenece, sí lo hiciera las cosas hubieran sido distintas.


Pansy

(como la flor)


Prefacio


Eglantina

Quién te quiere, te hará llorar.


"— ¡Pero está allí! Potter está allí. ¡Que alguien lo agarre!"

Por un instante, su voz fue lo único que resonó en el Gran Comedor. Tan solo por un instante.

Al siguiente, más de un centenar de varitas la apuntaba directamente. Miradas centelleantes, cargadas de amenaza y señales de peligro se le clavaron sobre la piel, atravesaron la barrera que había estado construyendo todos esos años entre ella y el mundo, astillando la máscara —ya rota— que desde niña se había obligado a usar. Y dolió.

Oh, cuanto le dolió.

Como las miradas de su padre o las falsas caricias de su madre. O los distantes besos de Draco, o las perfectas sonrisas de Daphne y los comentarios venenosos de Tracey. Punzó, como las burlas sobre su enclenque cuerpo o sus ojos demasiado pequeños y juntos, y su nariz achatada. La lastimó, como las palabras cruelmente sinceras de Theodore o las mentiras disfrazadas de bromas por parte de Blaise, o la indiferencia de Vicent y Gregory. La lastimaron, sin ni siquiera usar un cruciatus o alguna otra maldición sobre ella.

Dolía. La abrasaba, le quemaba. Oh, cuanto los odiaba.

"—Gracias, señorita Parkinson —dijo la Profesora McGonagall con voz cortante—. Abandonará el Comedor la primera con el señor Filch. El resto de su Casa puede seguirla."

Apretó los puños, levantó el mentón y le dedicó una mirada a Potter, una que ardía en un fuego verde. Pero no un verde esmeralda como los ojos del niño-que-sobrevivió, sino de un verde de una tonalidad mucho más clara, como el de la hiedra o la de un avada. Una última mirada.

Dio un paso hacia adelante, luego otro tras de este —las rodillas le temblaban, el aliento se le había quedado atrapado en la garganta y el corazón amenazaba con salírsele—. Oyó el sonido de la madera chocar contra el piso, el hondear de numerosas túnicas al viento y el eco de muchos pasos contra el mármol. Sabía que la seguían, que por primera vez sus compañeros de casa la seguían, no a Draco, no a Daphne, no a Blaise. No. A ella. Y sí no estuviera tan aterrada, la ironía le hubiera robado una sonrisa —de medio lado, a penas visible, como la de una serpiente—. Pero en cambio, cruzó el Gran Comedor, con las uñas enterradas en sus palmas y cuidando de no tropezar, no ahí. No en ese instante.

Camino, sin siquiera mirar a atrás.

Sintió la mano de Blaise colarse por su antebrazo hasta alcanzar la suya, sus miradas se encontraron al vuelo —verde contra negro— y él le dedicó un leve asentimiento, un gesto que quería decir tantas palabras y promesas de un futuro distinto, de un amor que siempre sería correspondido. Pero como siempre, ella apartó la mirada. En cambio, sus ojos buscaron con desesperación una cabellera de un rubio platinado. Y como pasaba desde el año anterior, desde toda una vida, no la encontró y las manos comenzaron a sudarle y el corazón le sangró un poco más, un latido menos, perdido entre las paredes de roca helada de aquel castillo.

—¿Y Draco? —preguntó, sin querer ver como algo se quebraba algo dentro de Blaise. Un poco más, un trozo menos. Como su máscara, como ese órgano sanguinolento en su pecho.

—No lo sé.

Y ella dudo, si continuar o no. Porque era Draco, su Draco. El niño por el que había luchado desde que tenía memoria, el joven por el cual mataría sin dudar y el hombre a quién siempre amaría. Pero a quién traiciono, al quién no pudo acompañar, al que le soltó la mano cuando más le necesitaba. No, ya no era su Draco.

—Tenemos que encontrarlo —susurró, pero sus palabras murieron entre ellos, bajo esa mirada oscura que le dedicó Blaise. Otro trozo de su máscara cayó.

Fue justo ahí, cuando Theodore los alcanzó, tomándola del codo y aprisionándola, haciendo que sus pasos terminara de detenerse y que la marea de verde y plata los adelantara.

—Voy a quedarme —declaró, sus ojos azules clavados en ella.

—¡Theodore! —chilló, y supo que las grietas que recubrían su máscara eran demasiadas para mantenerlas juntas.

—¿Estás seguro? —preguntó Blaise, no quedaban rastros de burla en su voz. El bufón había perdido toda razón para reír.

Él aludido asintió.

—¡Astoria! —Escuchó a Daphne gritar cerca de ellos, entre la cacofonía de sonidos que los envolvía, entre sollozos y murmullos— ¿Dónde está Astoria?

Millicent pasó corriendo a su lado, sus ojos cubiertos de lágrimas y un gato de pelaje gris fuertemente apretado contra su pecho.

Pero ella no supo que decir. No quería contestar. En cambio, abrazó a Theodore. Fuerte, como si con ese simple gesto pudiera retenerlo a su lado, detenerlo, quitarle el deseo de venganza y arrebatarle todos sus sueños de libertad. Porque ella era egoísta y posesiva, y lo necesitaba ahí, a su lado, junto a ella. Como siempre.

—¿Alguien ha visto a Astoria? —volvió a preguntar Daphne, con una voz estrangulada que rayaba la histeria. Pansy la ignoro.

—Tracey tampoco está —dijo el chico entre sus brazos, como sin con aquellas palabras pudiera explicar su resolución.

—Draco tampoco —lloriqueó ella, hundiendo su nariz en el cuello masculino.

Theodore olía a libros viejos y secretos ocultos, a algo metálico, quizá a sangre. Olía a muerte. Pero a ella no le importaba, nunca le había importado.

—Lo encontraré, me aseguraré de que no haga nada estúpido —le aseguro con su voz ronca, aunque ella sabía que era mentira.

—¿Te iras? —preguntó, con las lágrimas nublándole la mirada.

Otro trozo de su máscara se cayó. Alguien a la lejos grito.

—Cuando la encuentre.

—Ella no es para ti.

—Lo sé —dijo el chico, removiéndose visiblemente incómodo entre sus brazos y obligando a que le soltara —. Blaise, llévatela.

El moreno, mudo testigo de su intercambió, asintió.

—Draco, encuentra a Draco —le pidió, sus dedos aferrándose a su túnica. No quería soltarlo, no quería que se fuera de su lado.

Él le dedicó una última mirada antes de tomarla de las muñecas —con demasiada fuerza, sin consideración— y apartarla.

—Malfoy no te merece —sentenció, dándose media vuelta y corriendo en sentido contrario.

Ella se quedó ahí y los últimos pedazos de su máscara cayeron. Uno a uno, golpearon contra el suelo. Una lagrima se deslizo por su mejilla hasta perderse en el vacío. Primero una, luego vinieron las demás.

—Pansy, es hora de irnos —le recordó Blaise, tomándola de la mano y entrelazando sus dedos con los de ella.

Y ella corrió, fuera de los muros de Hogwarts, dejando salones vacíos y pasillos olvidados. Corrió, hacia un destino incierto, lejos de la decepción de su padre y la locura de su madre. Alejándose de Draco y todo ese amor que le había dedicado pero que nunca fue realmente correspondido. Lejos de la envidia y los celos, más allá de las bromas, las risas y las cervezas de mantequilla a media noche. Corrió, hasta que la garganta le quemó y los pulmones clamaron por aire, y ya no fue posible escuchar ni las maldiciones ni las explosiones que devoraban los recuerdos de los mejores —o los peores— años de su vida.

—¿Y ahora qué? —preguntó Blaise, quién no le había soltado la mano.

—No lo sé —admitió, dejándose caer y llevándose al joven con ella.

—Podemos irnos —sugirió, empujándola contra su pecho.

—¿Y hacer qué?

—No lo sé. Quizá, contar nuestra historia —dijo, sus dedos enredándose en su cabello—. Contemos nuestra historia. Mi historia, tú historia. La de Theo, la de Malfoy, la de Millicent y la de Daphne. Contemos la historia que nadie más va a contar, tú historia.

Asintió, hundiéndose en su pecho. Con todos sus sentimientos desbordándose por sus ojos, empapando la corbata de Blaise, de verde y plata.

Porque ella contaría su historia. La historia de la niña que jamás debió nacer, la que le robó la vida al verdadero heredero. De la mocosa mimada, superficial y educada entre tradiciones, etiqueta y prejuicios. La de la chica que vivió para enamorarse de Draco Malfoy y la que lo perdió cuando no pudo alcanzarlo en su camino hacia la oscuridad. De la princesa que se escondió detrás de sonrisas ensayadas y palabras afiladas, que aprendió el fino arte de la venganza. De la mujer que nunca pudo ser la más bella, ni la más inteligente, ni siquiera la más astuta. De ella, quién se escondió tras las mentiras de su bufón y que acarició el peligro de la mano del único que llegó a comprendedla.

Esta es la historia de Pansy Parkinson.

Su historia.


Como dije: No debería estar escribiendo esto. Primero, porque tengo el tiempo contado para mi defensa de tesis y segundo porque tengo varias historias pendiente. Pero aquí estoy, publicándolo desde el laboratorio. Horror.

Pansy, como una flor. Es la historia de esta chica, su historia según mi persona. La historia de sus padres, la de sus amigos, la de su primer y último amor. Es la historia que nunca será publicada, pero muchos querrán escuchar. Pansy, o pensamiento, es una flor, una hibridización para ser más exactos.Y es curioso que este sea el nombre de nuestra protagonista. Cada capitulo llevara el nombre de una flor, el significado de la misma que nos mostrará un momento en la vida de esta niña que se convertirá en mujer.

No serán capítulos muy largo, tan solo pequeños momentos que nos permitirán apreciar quién fue Pansy Parkinson.

Esta es su historia.

Espero que les agrade, saludos.