Nota: Hola, este es mi primer fanfic de Harry Potter, bueno, mi primer fanfic y punto. Me comprometo a recibir vegetales(siempre que no sean en lata), críticas e insultos con una sonrisa, ya sabéis eso de que si uno no es criticado nunca mejora... pues adelante! También soy nueva en , así que si alguien quiere darme consejos, recomendarme fics o autores o simplemente mandarme una lechuza que me lo comunique y estaré encantada y agradecidísima :)
Y bueno, Harry Potter no lo he creado yo, pero sé donde vive la rubia que se cargó a Sirius, así que si las amables señoritas de las antorchas y los palos quieren seguirme, podemos pillarla por sorpresa. Todo es de Jotaká. Menos la música.
- Hey, ho, let's go!!!!!
-Baja la música.
-¡¿Qué dices, Lunático?!-los Ramones pisotean el concepto de melodía en el cuarto de los chicos y Sirius finge que toca una guitarra dando saltos sobre su cama.
-Que bajes la música o va a venir McGonagall-repite con los ojos entornados y una sonrisa retenida en la comisura ante el espectáculo. Remus se arrepiente de muchas cosas en su vida: de permitir que sus amigos se convirtiesen en animagos ilegales, de traicionar la confianza de Dumbledore, de decirle a Peter que aquella túnica amarilla le sentaba bien y de contarle a James que a Lily le gustaba su pelo despeinado(las pelirrojas ni olvidan, ni perdonan), pero jamás se había arrepentido tanto como de haberle regalado a Sirius aquel álbum. Escuchó una canción en la radio muggle y decidió que era espantosa, pero cuando volvió a oírla pensó en Sirius y en por qué narices alguien había hecho zumo de él y lo estaba vendiendo en forma de música. Así que no pudo resistirse y se lo regaló. Claro, a él le encantó. Porque Sirius era el punk. Caótico, rebelde, desordenado, insolente, sincero, divertido, amargo, irónico, intenso, avasallador, fugaz. No se necesitaba un talento especial para tocarlo, pero sí muchas ganas y más energía, igual que para tratar con Sirius. Puede parecer aberrante, estruendoso e insustancial, pero sólo hay que concederle una segunda escucha, porque más allá de su olor a gasolina, su arrogancia y sus chupas de cuero, la oveja negra de los Black tiene más complejidad que las Polonesas de Chopin, el alma más dolorida que un blues y la energía chispeante de un rock and roll.
Los Chuddley Cannon han perdido muchas ligas desde aquel día que Remus desentierra de su memoria, entre los chistes malos de James y los versos favoritos de Lily de aquel poema de Withman. Le gustaría poder contárselo y reír, meterse con él porque desafina y que le dijese que le iba a enseñar a tocar la guitarra, con esa sonrisa suya que hacía que todo sonase terriblemente obsceno y atractivo. Que le fulminase con la mirada y le dijese que todavía podía destrozar los muelles de las camas. Pero Sirius ya no fulmina a nadie en mil tonos de azul. Canuto tenía ojos tormentosos, los profesores decían que era un huracán, las chicas que era un terremoto(entre suspiros, sonrojos y risas tontas), su madre que era una catástrofe, Lily que era un maremoto. Remus cree que es la tormenta perfecta, siempre dicen que después de la tormenta llega la calma, pero el hombre lobo preferiría haberse ahogado tocando(como los músicos de Titanic)antes que soportar esa calma sin luna. Porque la noche tiene estrellas y luna, y sin las estrellas, la luna se niega a salir. Desde que Sirio se extinguió, no hay estrella en el cielo que convenza a la luna para que salga a pasear. El cielo nocturno parece de luto. Por Sirius Black. Por Canuto. Motero. Amigo. Padrino. Fuerza de la naturaleza. Y algo que la gente no puede comprender. Por eso Joey Ramone se desgañita en el gramófono de Remus, que le aúlla de dolor al cielo sin luna. Sin Sirius.
