CAPITULO 1: ESTIRPE DE CAZAVAMPIROS.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Castlevania, y todos los personajes relacionados con esta saga, son propiedad de Konami. Algunos de los lugares nombrados en este capítulo existen realmente en Madrid (que entre pitos y flautas es donde yo vivo). Yo no saco provecho de nada de esto, así que sed buenos y dejadme con mis prácticas de escritura, por favor.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Con un gruñido de desagrado, Ana María Lecarde cogió el teléfono encima de la mesa de su despacho. No quería atender llamadas, pero la persona que estaba al otro lado de la linea había resultado ser de lo más persistente, y había esperado hasta que a Ana María se le había agotado la paciencia.
-Agencia de detectives Lecarde- dijo, intentando que su voz no sonara muy amarga.
-¿La señorita Ana María Lecarde?- preguntó una voz masculina, con un ligero acento alemán, al otro lado del teléfono.
Ana María reprimió las ganas de hacer algún comentario humorístico al respecto. En su situación económica, ya era milagro que no hubiera tenido que dejar su empleo y haberse metido a camarera en un McDonald's.
-Soy yo. ¿En que puedo ayudarle?
-Me gustaría hablar en persona con usted. Es un asunto muy importante.
"¿Cuándo no?" se preguntó ella. Había algo en todo aquel asunto que no le gustaba, pero se tuvo que recordar que, a pesar de que en aquellos momentos había conseguido fondos para vivir cómodamente durante algún tiempo, el dinero no le duraría para toda la vida.
-¿Podría hablar con usted mañana por la noche?- prosiguió el hombre de acento alemán.
Ana María suspiró. No necesitaba ver su agenda para saber que no tenía una cita, ni de trabajo ni de placer, en ningún futuro próximo.
-Sí- dijo ella-. Si quiere usted venir a mi despacho...
-No, es mejor que no. No quiero levantar demasiadas sospechas. ¿Cenaría usted conmigo en el restaurante Viridiana? Tengo hecha una reserva a nombre de Robert Van Helsing.
Ana María dio un ligero y silencioso respingo al escuchar el curioso apellido, pero logró reaccionar a tiempo.
-Muy bien, de acuerdo. ¿A qué hora?
-¿Le parece bien las nueve?
"Como si me dice las siete." -Sí, claro, por supuesto.
-Nos vemos entonces.
Y el tal Robert Van Helsing cortó.
Ana María miró con mala cara el auricular, y luego lo colgó. Se volvió a mirar por la ventana a la calle, y observó los coches pasando bajo ella. Sin embargo, su mente estaba lejos, en otro mundo, con la extraña sensación de que aquel asunto de tanta importancia era algo más de lo que realmente parecía.
**********
Se encontraba en una sala que ella nunca olvidaría.
Era un lugar tétrico. Fuera era de noche, una noche fría de otoño. Apenas había luz, la poca que entraba por los escasos ventanales que poseía la iglesia convertida en museo. La sala era la que estaba fornada por la capilla y el abside circular de la extraña construcción. La puerta tras ella estaba abierta, pero sabía que se cerraría en cuanto ella intentara escapar. Había vivido aquella escena antes, en la vida real...
Pero aquella vez era diferente.
No hacía falta ser un genio para saberlo. Aquella vez, en aquel lugar, había estado acompañada de otras dos personas que se habían visto envueltas en el mismo problema. Pero ahora estaba sola, y eso la llenaba de terror. Si en otra ocasión, acompañada, había tenido dificultades, ahora que estaba sola, ¿qué sería de ella? Miró con ojos hipnotizados al centro de la sala circular, que estaba ligeramente por debajo de su posición, y contuvo el aire en sus pulmones.
No era precisamente lo que ella esperaba ver.
Tiempo atrás, el que había estado en aquella posición había sido un hombre demacrado, parecido a John Malkovick, que les miraba con sorna y un odio extremos. Ahora, delante de ella, había un personaje menos demacrado, pero no menos atemorizante. Vestía con una larga capa negra, que ocultaba la mayoría de su cuerpo, mientras que unos cabellos blancos y ondulados caían en cascada por sus hombros y espalda. Los rasgos de su rostro habrían resultado incluso atractivos si no hubiera sido por aquella mirada depredadora que le estaba dirigiendo. La sonrisa que curvó los finos labios del hombre le heló la sangre a la joven detective.
Aunque sabía lo que iba a suceder, se volvió hacia la puerta y se dirigió hacia ella a la carrera. La susodicha puerta se cerró de repente, y Ana María se llevó un batacazo terrible que la hizo retorceder un par de pasos. Desesperada, miró a su alrededor, en busca de un arma que le pudiera servir. Lo único que había a su lado era una larga alabarda. Sin pensarlo, la cogió y de un tirón la arrancó de su soporte.
Sin embargo, cuando se dio la vuelta ya era demasiado tarde. Solo vio el destello nacarado de unos colmillos más largos de lo natural, antes de despertarse con un grito.
**********
El cementerio casi siempre permanecía desierto, con escasa gente visitando las tumbas de sus familiares, especialmente en una hora tan temprana como aquella. Una ligera bruma invernal lo cubría todo, y daba a la joven el aspecto de un fantasma. Ana María Lecarde no solía visitar aquella tumba, pero aquella vez le parecía lo más conveniente.
Recordaba que, cuando no tenía más de cinco años, ella se sentaba en las rodillas de un humbre anciano de claros ojos azules y el cabello del color de la nieve, con la sonrisa pronta para la niña pero un brillo de eterna melancolía en los ojos. Aquel hombre, su bisabuelo, había muerto poco antes de que ella cumpliera los quince años, y quizá se debiera a ello que ella había elegido el camino que le había llevado a esa situación. Recordaba el retrato colgado sobre la chimenea de la casa familiar, un retrato de cuando su bisabuelo, Eric Lecarde, había sido joven.
Ana María cerró los ojos. De haber estado vivo cuando ella decidió seguir su corazón y darle la espalda a su familia, probablemente se hubiera acobardado y no lo hubiera hecho. Le quería más que a nadie en el mundo. Pensaba a veces que era precisamente por su falta que ella había dirigido su camino lejos de su familia.
Ultimamente pensaba mucho en él, y especialmente en el retrato sobre la chimenea. Recordaba especialmente el rostro del hombre que una vez había sido su bisabuelo. Era un rostro de rasgos suaves y excesivamente femeninos, pero en los ojos azul celeste, unos ojos que ella había heredado, estaba ya la melancolía que ella había conocido. Recordarlo hacía que Ana María se sintiera realmente triste.
La joven se puso de cuclillas, observando la lápida en la que tiempo atrás había habido grabado un pequeño poema a modo de epitafio.
-¿Quién lo iba a decir, verdad, bisi?- preguntó ella con una triste sonrisa en los labios-. Después de tanto tiempo, ha resultado que tú tenías razón y que yo era la que se equivocaba. Pero no me arrepiento. He seguido a mi corazón, como me dijiste, y ha resultado que me siento feliz, incluso sabiendo que cometí un error.
Ana María volvió a cerrar los ojos, pensando en el "error". Ella se había marchado de casa, enfurecida con su familia porque no le permitían hacer lo que ella deseaba. Ana María, en aquellos tiempos, pensaba que las creencias de su familia, y por lo tanto su tradición, estaban basadas en patrañas. Cuando había tenido que elegir entre ser sincera e irse o quedarse pronunciando la mentira que sus padres querían oir, ella había elegido la sinceridad. No se arrepentía de ello, aunque ahora se hubiera dado cuenta de que no todo lo que su familia creía eran mentiras.
Todo, se dijo, había empezado con aquel viaje a Alemania.
Frunció el ceño. El viaje a Alemania había sido la experiencia más desagradable que jamás había tenido. Ella y dos chicos habían estado a punto de morir en aquel viaje al pasaje del terror, y ella no estaba dispuesta a repetir la experiencia.
La historia oficial, la que figuraba en los archivos de la policía de Berlín, era que un asesino en serie se había dedicado a matar a todas las personas de un pequeño museo de arqueología, y que había estado a punto de matar a los tres españoles que había llegado allí para investigar la muerte de un arqueologo que había hecho unos grandes descubrimientos en Egipto. El loco se había enfrentado a los tres en una sala del museo dedicada a los vampiros, y los muchachos habían acabado con el hombre de una manera más bien poco ortodoxa: uno de ellos, un joven estudiante de turismo, viendo que sus compañeras estaban en peligro, había agarrado un kukri, una daga curvada especialmente preparada para cortar cabezas, y la había usado contra el tipo, decapitándole.
Pero eso era la historia oficial. La verdad, la auténtica historia, estaba grabada a fuego en la cabeza de Ana María, y se parecía a la oficial en muy pocos aspectos.
La joven detective acarició con los dedos enguantados la lápida de la tumba de Eric Lecarde, con un inmenso cariño y una sensación de pérdida que creía haber olvidado tiempo atrás.
-¿Qué puedo hacer?- musitó ella-. ¿Qué camino he de seguir ahora? Ojalá pudieras contestarme y darme algún consejo...
Se mantuvo un rato en aquella posición, hasta que escuchó unas pisadas en la grava del camino. Se levantó para ver a la persona que llegaba y lanzó un suspiro cuando comprobó quién era.
-No me esperaba encontrarte aquí, Ana- dijo el hombre-. ¿No tienes trabajo?
-Es lo bueno de ser independiente, Jorge- contestó ella-. Cuando la gente no te necesita, puedes cerrar el chiringuito por un día y hacer cosas más personales.
Jorge Lecarde, el hermano de Ana María, suspiró y se puso a su lado.
-Todavía no entiendo por qué lo hiciste. Renunciaste a una vida acomodada solo para hacer lo que te apetecía. ¿No pensaste en que vida te esperaba?
-Al contrario, lo pensé muy bien. Durante tres años, para ser precisos. Y no me arrepiento de haber tomado esa elección.
Jorge suspiró y se volvió a su hermana. Aunque eran hermanos, se parecían muy poco. Mientras que él tenía unos rasgos muy marcados y acentuados, heredados posiblemente de su abuelo materno, ella tenía unos rasgos femeninos y encantadores que le hacían parecer más joven de lo que en realidad era. Los dos, sin embargo, tenían dos cosas en común: el cabello negro y ondulado y los ojos de color azul celeste. Jorge se quedó observandola por un momento, mientras Ana María seguía con la vista clavada en la lápida.
-Es curioso...- dijo al fin-. Cada vez que te veo, no puedo evitar fijarme en lo mucho que os pareceis- Ana María se volvió hacia él-. Quiero decir, el bisabuelo cuando era joven y tú. Ahora que te has dejado el pelo largo, te pareces aún más. Teneis los mismos rasgos.
Ana María cogió entre sus dedos un mechón de sus largos y ondulados cabellos, negros como el ónice, y los observó con detenimiento. No era la primera vez que Jorge le decía aquello.
-Sin embargo, no nos parecemos en nada en el caracter.
-No sé que decirte- dijo Jorge-. Creo que en realidad os pareceis mucho más de lo que quieres admitir. Por lo que me contó el abuelo, las historias que nos contó de nuestro bisabuelo, él siempre había sido sincero con su corazón, y tú también lo eres.
Ella se encogió de hombros.
-¿Realmente lo crees así? ¿No sería quizás rebeldía hacia la vida que papá y mamá me querían dar?
-No, Ana. No te arrepientes de tu decisión, y eso quiere decir que eras sincera contigo misma.
Por un momento, él frunció el entrecejo, mirando con insistencia la lápida delante de ellos.
-Yo nunca fui capaz de hacer lo mismo que tú, aunque pensara igual. No podía... No me atrevía a negarme a los deseos de papá y dejar de lado la vida cómoda que tenía. Me era imposible.
Ana María se quedó mirando a su hermano de hito en hito. ¿Sería posible que le estuviera diciendo que él...?
Jorge se volvió hacia ella.
-Yo tampoco creo en eso de que los vampiros y los hombres-lobo existen. Pero nunca fui capaz de decirles que lo hacía.
Por un momento Ana María se le quedó mirando con los ojos como platos, y luego echó la cabeza hacia atrás y lanzó una cantarina carcajada que resonó por el cementerio en contraste con el ambiente triste que la rodeaba. ¡Era tan irónico! Ella, que había sido siempre la escéptica, la que no creía si no lo veía, se veía obligada a creer en vampiros, mientras que su hermano, que siempre había asegurado creer en ello, ahora resultaba el excéptico.
-¿Qué te parece tan gracioso?- preguntó él.
-¡Ah! ¿No te parece divertido como nuestra propia personalidad juega contra nosotros? ¡Qué irónica la naturaleza humana!- miró la lápida de la tumba de Eric Lecarde, con una sonrisa en los labios-. Vine a buscar un momento para meditar y pensar, ¡y mira con lo que me encuentro! ¡Una reafirmación en mis principios!- se volvió a su hermano-. Te lo agradezco, Jorge. Ahora puedo volver con renovadas fuerzas a mi camino.
Se puso de nuevo de cuclillas, se llevó sus dedos indice y corazón a los labios y luego los colocó sobre la lápida a modo de despedida. Se levantó y se alejó andando, con el pequeño consuelo de que, en realidad, nunca había estado sola.
**********
La mañana dio paso a la tarde, y la tarde a la noche. A las nueve menos cinco, hora en la que Ana María llegó al restaurante, ya titilaban en el cielo las pocas estrellas que se podían ver en Madrid. Por algún extraño milagro, el cielo estaba despejado en aquella fría noche de invierno, aunque aquello no servía de mucho consuelo. Enfundada en un viejo pero cálido abrigo, el más elegante que había podido encontrar que le diera un mínimo de calor, preguntó al metre por la mesa de Robert Van Helsing, y este le acompañó hasta una pequeña mesa redonda, bastante apartada. Había dos juegos de cubiertos, pero al parecer su cliente no había llegado todavía, así que Ana María se instaló en la silla que estaba pegada a la pared, de cara a la puerta.
Mucha gente entraba y salía del restaurante, y Ana María se sintió ligeramente confundida. Como loba solitaria que era, no solían gustarle los sitios con tanta gente alrededor, y como persona con unos ingresos económicos tan ínfimos, el hecho de estar en un sitio tan caro como aquel hacía que se pusiera nerviosa. Nunca se acostumbraría, pensó con un deje de cinismo, ni aunque fuera rematadamente rica.
En aquel momento entró un hombre apenas dos o tres años mayor que ella, con el pelo castaño claro cortado a tazón, y los ojos de un inquietante azul claro, que sonreía al metre. Al poco Ana María pudo comprobar que el joven era, al menos eso parecía, su cliente.
Se sorprendió bastante. Había esperado a un hombre mucho más mayor.
Se levantó cuando el metre y el hombre que debía ser Robert Van Helsing estaban ya cerca de la mesa. El metre se alejó tras dejar al hombre en su sitio, y los dos se miraron durante unos segundos.
-Así que es usted Ana María Lecarde- comentó él con una sorprendente voz de barítono-. Encantado de conocerla. Mi nombre es Robert Van Helsing- y le tendió la mano.
Ana María le dio la mano al extraño personaje con algo de reticencia. Había algo en el extraño hombre que la ponía nerviosa, aunque no sabía explicar el por qué
-Encantada- fue la simple respuesta de la detective.
Los dos se sentaron y Van Helsing se encargó de pedir la cena. Una vez el camarero que había ido a tomarles nota se alejó, el joven de cabellos castaños y penetrantes ojos de aguamarina se volvió a su compañera de mesa, que todavía tenía ese extraño sentimiento de que algo no iba del todo bien.
-Supongo que querrá saber por qué la he citado aquí, ¿no?
-La verdad es que sí- dijo Ana María, con una voz calmada y serena.
Van Helsing asintió con la cabeza.
-Primero de todo, he de advertirle que conozco todo lo que le sucedió en Alemania, y no me refiero a la historia oficial.
Ana María dio un respingo, pero no le dio tiempo a decir nada, ya que el extraño hombre la cortó, mirandola con profundos ojos azules.
-Es precisamente por ese asunto que acudo a usted. Requeriría de sus servicios para acabar con un nosferatu... Un vampiro, si sabe a lo que me refiero.
El hombre la observó, sus duros ojos dejandola clavada en el sitio, incapaz de moverse. Le costó tragar saliva. ¡Acababa de decirle que quería que cazara un vampiro! Por fin pudo decir algo a pesar de la mirada del tipo y de la sensación de terror que le recorría los miembros.
-Mire, se que voy a sonar egoista, pero yo no valgo para eso. ¿Por qué no va a hablar con mi hermano? Él es el cazador de vampiros, no yo.
-Me temo que ya lo he hecho, y hay un problema. Aunque su hermano tiene el entrenamiento necesario no cree en los vampiros que dice que caza. Enfrentado al vampiro al que espero aniquilar, no duraría ni un minuto. Necesito a alguien creyente que forme parte de la familia Lecarde, y que sea relativamente joven. Como comprenderá, es usted la única que cumple esos requisitos.
Ana María se sentía como si le hubieran dado un martillazo en la cabeza con toda la fuerza posible. ¿Quién demonios era ese tipo, y como conocía que su hermano no creía en vampiros? ¿Cómo sabía lo de Alemania? Su mente racional quería lanzar quejas de todos los tipos, pero estaba demasiado en shock como para decir una sola palabra y simplemente se quedó mirando anonadada al personaje frente a ella, mientras este tomaba un sorbo de agua. El camarero vino y dejó los platos pedidos antes de abandonar la mesa, sin preguntar por la absurda expresión de Ana María. Van Helsing, una vez el camarero hubo dejado la cena, continuó con su relato, haciendo caso omiso de la desencajada cara de su interlocutora.
-Verá, hay en la región de Transilvania, en Rumanía, un pequeño castillo enclavado en un lugar tan sumamente apartado que, cuando los comunistas llegaron, no osaron meterse en semejante y peligroso atolladero. Sinceramente, no los culpo. En ese castillo descansa un noble, un vampiro. Es, seamos claros, un vampiro excepcional. Todas esas historias actuales de los vampiros no tienen valor alguno, Ana María, no son más que patrañas. Los vampiros no poseen grandes poderes, ni la luz del sol les destruye, a pesar de que prefieren la noche. Pero el vampiro del que estamos tratando es un ser bastante particular... A ser sinceros, es el vampiro más poderoso jamás conocido.
No crea que no han intentado matarle. Varias veces a lo largo de unos cuantos siglos, créame, y en ningún momento se ha podido acabar de verdad con él. A finales del siglo pasado, mi antepasado, junto con un grupo de valientes, hizo frente al vampiro, y acabaron con él, creyendo que para siempre.
Sin embargo, poco tiempo después, una mujer, sobrina del terrible vampiro, descubrió el método para resucitarle, y provocó por medio de muy cuidadosas traiciones, lo que se conoce como la Primera Guerra Mundial, al fin de que el odio y la muerte causados en esa guerra alimentara el espíritu del vampiro, y así devolverle la vida. Lo consiguió, pero solo a medias. Antes de que se completara el proceso, dos jovenes cazavampiros llegaron y acabaron con ambos. Uno de esos cazadores de vampiros, Ana María, es su bisabuelo, Eric Lecarde.
Ana María, que ya de por sí estaba totalmente desencajada, dio un muy serio respingo y se quedó mirando a Van Helsing como si fuera un alien en toda regla.
-¿Mi... mi bisabuelo?- fue lo único que logró articular, tan anonadada como estaba.
-Así es. Tras ese problemático contratiempo, la familia de mi antepasado, a sabiendas de que si se había hecho una vez podía repetirse, decidió jugar el papel de guardianes del vampiro, para, en caso de que volviera a despertar, encontrara a alguien que pudiera enfrentarse a él. Lo preferible era que aquellos que se enfrentaran al vampiro fueran descendientes de los cazadores de vampiros que acabaron con él en 1914. Por eso mismo, mi familia ha mantenido un ojo vigilante en las dos familias: los Morris y los Lecarde. Ahora ve usted que tiene que ver mucho en esto.
Pero me estoy apartando de la historia. El caso es que, al parecer, alguien ha sido tan estúpido como para repetir el ritual para revivir al vampiro. Con tantas guerras como tienen lugar en el mundo, en especial en los Balcanes, no necesitó nada tan potente como una guerra mundial. Aquí he de admitir que cometí un error de apreciación, y que cuando me quise reunir con los cazadores, el vampiro ya estaba preparado. Fue desagradable descubrir que los que eran mis aliados no eran tan expertos cazavampiros como yo esperaba- Ana María consiguió soltar un suspiro de desesperación-. He de admitir que el miembro de la familia Morris es muy animoso, pero me temo que necesitaba a alguien más juicioso.
Así que, con la seguridad de que el descendiente de los Morris me ayudaría, me volví hacia el asunto más peliagudo, la familia Lecarde. Tenía dos posibilidades, su hermano o usted. Usted estaba en una situación desagradable, con su reciente encontronazo con una criatura de las tinieblas y su carencia de entrenamiento, pero su hermano resultó ser una peor opción. Al no creer en los vampiros, me ponía en un aprieto muy serio. Tuve que elegir y la elegí a usted.
Por suerte, surgió otra persona que está muy interesada en eliminar al vampiro que le menciono. Alguien muy especial, tan especial como nuestro adversario. Ha prometido ayudarnos en todo lo que pueda, y eso se lo tengo que agradecer.
Ahora, a lo que ibamos. ¿Piensa usted ayudarme a luchar contra ese vampiro?
La pregunta pilló por sorpresa a Ana María, que miraba a Van Helsing como si él fuera un lobo rabioso dispuesto a calmar su hambre con carne humana.
-¡Pero yo no sé pelear contra esas criaturas!- siseó-. ¿Cómo me voy a enfrentar con un vampiro especialmente poderoso si uno normal ya me puso contra las cuerdas?
Van Helsing sonrió con calma.
-¿Sabe usar una alabarda?
Ana María se le quedó mirando con cara de sorpresa. Aquel tipo le estaba dando la noche, desde luego.
-Sabía usar una hace mucho tiempo- admitió-. Cuando mi bisabuelo estaba vivo.
-Bueno, lo básico nunca se olvida, aunque supongo que tendremos poco tiempo para enseñarle algo más avanzado. Es más sencillo que enseñarle a manejar una espada o un arma con la que no haya tenido contacto. Confiaré en que la sangre de los Lecarde corra espesa por sus venas, cosa que no me sorprendería. Poca gente se enfrenta a un upyro con los puños desnudos.
Ana María se sonrojó ligeramente, sintiendose una estúpida rematada. Pero, ¿qué otra opción le había quedado aquella vez? La pistola nada podía contra una criatura como aquella, y no sabía manejar ninguna de las armas que había allí, así que no le había quedado más remedio que recurrir a un arma que, por demonios, algún efecto debía de tener en aquel ser, aunque solo fuera llamarle la atención y que soltara a su compañera: sus puños.
-Digamos que en cuanto se haga con el control de ese arma, podrá enfrentarse al vampiro, o por lo menos a sus servidores, con algunas posibilidades de supervivencia. Por conseguirla no se preocupe- Van Helsing tomo otro sorbo de agua antes de continuar, y su interlocutora no pudo evitar pensar en que no era de extrañar que tuviera la garganta seca con tanto como estaba hablando-. Llevo preparado bastante tiempo para esta contingencia, creame. Vuelvo a preguntarle, ¿me ayudará a enfrentarme a ese vampiro?
Ana María se quedó pensativa durante un momento. Creía, por las multiples referencias que le había dado, de que vampiro se trataba, y no le hacía ninguna gracia enfrentarse a aquel ser en concreto. Si era cierto lo que Van Helsing decía, y de la veracidad de todas y cada una de sus palabras no tenía duda alguna, se estaba enfrentando a una criatura realmente excepcional. Había dicho algunas posibilidades de sobrevivir, pero la joven detective no pudo evitar pensar que esas posibilidades, en realidad, debían ser muy pocas.
Aun así, había algo en su interior que se negaba a rechazarle a Van Helsing la ayuda que le había pedido. Era la parte de ella que se había enfrentado a sus padres, la que se declaraba en eterna rebeldía solo por mantener a flote sus principios. En pocas palabras, era la parte de su ser que mezclaba su conciencia con su sentido de la justicia.
-¡Ah, que demonios!- contestó al fin-. No puede ser mucho peor que lo de Alemania. Allí no sabía con lo que me estaba enfrentando, pero esto- sonrió en una mueca lobuna-, esto, por muy poderoso que sea, me es conocido. ¿Me cuenta sus planes?
Van Helsing respondió con una sonrisa gemela a la de la mujer frente a él. Había despertado lo que él esperaba encontrar en Ana María: su espíritu de cazadora.
-Sencillos, pero peligrosos. No nos enfrentamos a un simple chupasangres del tres al cuarto, es un ser muy poderoso... Y astuto. No saldrá de su madriguera hasta que esté realmente preparado, y entonces se necesitará un poder realmente grande para acabar con él, y el tiempo de la fe pasó ya hace muchos años. En esa situación, tendremos que entrar en el castillo, y eliminarlo allí.
-Estaremos en desventaja.
-Con él, siempre se está en desventaja. Contamos con poco tiempo, y yo todavía tengo que realizar algunas operaciones antes de que podamos entablar una lucha seria contra nuestro enemigo. Si sale de su madriguera antes de eso, entonces estaremos en una situación muy, muy grave. Es necesario para mis planes tener a dos guardianes en las cercanias hasta que yo pueda llegar. Le pido a usted ser uno de esos dos guardianes, y que me acompañe al interior del castillo cuando yo llegue.
Ana María levantó una copa de vino y miró el liquido de brillante color burdeos.
-Ya le he dicho que acepto meterme en este atolladero. ¿Qué hay del otro "guardian"?
De nuevo, una sonrisa lobuna asomó a los labios de Van Helsing.
-Ese guardian lleva en su puesto mucho tiempo ya. Está en Bistritz, en una casa en las afueras. Cuando usted llegue allí, él se encargará de darle un entrenamiento acelerado. No es mucho, pero es mejor que nada.
Ana María tomó un sorbo de vino, pensativa. Su mente racional le estaba gritando de todas las maneras posibles y en un montón de idiomas que se estaba dirigiendo a una muerte segura, pero había algo dentro de ella que le decía que era bien capaz de salir adelante en aquella situación, a pesar de que la lógica dictaba que alguien como ella no duraría ni cinco minutos.
Generalmente la lógica se iba a hacer gárgaras cuando a uno le decían que se iba a ver las caras con el mismísimo Drácula.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
NOTAS DE LA AUTORA: Primero de todo, la base del fic son el Castlevania: Simphony of Night para PSX y el Castlevania: The New Generation para MD. Mil gracias a Sparky por dejarme el último de esos juegos (Y sí, Lecarde vuelve a estar en su época xDDDDD). Los dos primeros caps del fic fueron reescritos tres veces, hasta dar con la fórmula apropiada. Aquí hago uso, sobre todo, del Castlevania de MD, pero más adelante se verá que tiro del de PSX como para aburrirme.
Ana María Lecarde es personaje mio, propio e intrasferible. Para ser concretos, es mi personaje del Ragnarok. Robert Van Helsing está un poco basado en el Van Helsing del Drácula de Coppola, pero no hay nada que pueda igualar a la interpretación del señor Hopkins. Aun así, me ha salido bastante... uhm... asqueroso como personaje.
Por último, estoy usando las leyendas antiguas de vampiros en la zona de centroeuropa, y nada de las actuales modernidades. Nada de vampiros inmunes a las cruces, por Diox. Algunos detallitos más irán cayendo por ahí respecto a eso.
