Entre el cielo y el agua.
-Helena, esto es serio.
-Lo sé.
-¿Estás segura?
-Segurísima.
-No quiero dañarte.
-Por todo lo que amamos debemos sufrir un poco. Yo he aceptado tu anillo. ¿Aceptas tú mi obsequio?
Y él la miró largamente, tan bella, dulce e inocente. Tan pequeña y delgada. Se le estaba ofreciendo a él. Pero ¿qué iba a hacer él, sino ofrecérsele también a ella? Y se acercó a ella, y la besó. – Te amo. Te juro que te amo.
Sus labios volvieron a unirse, como ya habían hecho tantísimas veces. Thranduil acariciaba con sumo cuidado y cariño la deliciosa y suave boca de su amada, que se abría y se cerraba en suspiros incontrolados debido al cosquilleo que su cuerpo estaba comenzando a experimentar. No era para menos, pues la magia de aquel lugar, que llevaba envolviéndolos toda la noche, sólo acababa de comenzar.
Cada bocanada de aire que su querida amante exhalaba podía transportar al Rey Elfo al mismísimo paraíso, pues escuchar su voz entrecortada contra sus labios le suponía un placer tal que ya anticipaba lo que iba a acabar pasando esa noche. Sin embargo, no quería ir deprisa, ni mucho menos, y por varias razones: le primera, porque sólo deseaba que su bella princesa disfrutara todo lo posible de la pérdida de su dulce inocencia; la segunda era que él mismo llevaba sin yacer con una mujer milenios. Ya casi había olvidado los pasos que había que seguir. Se sentía casi tan inexperto como ella.
Siguiendo su instinto, Thranduil empujó levemente a su amada hacia el suelo, de manera que Helena quedó completamente tumbada sobre la fresca hierba, y, tras mirarla brevemente a sus azules ojos, bajó sus suaves labios hacia su delicado cuello, repartiendo dulces besos sobre su piel, mientras que le acariciaba con cuidado la cintura a través de su fino camisón.
-Si sigues así - susurró ella, arqueando su espalda levemente, - esto no durará mucho.
Thranduil sonrió para sí, medio divertido, y, alargando de nuevo su cuello hacia arriba, miró muy fijamente a su amante con un amor indescriptible en la mirada:
-Te juro que esto durará para toda la eternidad.
Helena le devolvió la sonrisa, claramente nerviosa, y aupó un poco su cabeza para unir su boca de nuevo a la de su Rey. Thranduil se agachó aún más sobre el pequeño cuerpo de ella para que estuviera todo lo cómoda posible, mientras que paseaba su lengua por los carnosos labios de la joven. Ella le permitió la entrada a su húmeda cueva sin reparos, y él paseó su rosado órgano por las blancas y brillantes perlas que allí estaban guardadas.
Helena elevó su mano derecha hasta llegar a acariciar el sedoso cabello de su amado, mientras que su izquierda se paseaba por su largo y firme cuello.
-Te amo - le dijo ella, sin motivo aparente, bajando ahora su boca hacia la puntiaguda barbilla del Rey Elfo, dejando un leve mordisco en el lugar.
Thranduil sintió una aguda calorada en su entrepierna en ese mismo momento.
Aquello estaba empezando.
-Y yo a ti - le respondió él, atrapando de nuevo su boca entre la suya. -Te amo. Más que a mi propia vida.
Helena agarró con sus manos las mejillas del Rey, arqueando las cejas, desesperada por volver a besar sus labios, por volver a jugar con su lengua. Tras un largo y apasionado beso, Thranduil bajó sus fauces hacia las clavículas de la princesa, besándolas con premura. Ella, por su parte, dirigió sus ansiadas manos hacia el broche superior de la túnica de su Rey. Una vez hubo quedado libre de su agarre, ella paseó la palma de su mano izquierda por la tersa piel de la parte superior de su pecho.
Thranduil no se hizo mucho más de rogar. Con un leve movimiento de manos, desató el cordel de su bata, dejando ambas aberturas a los dos costados de la princesa.
Se quedó prendado nada más observarla allí, bajo la luz de la luna. Su claro camisón recortaba perfectamente su delgada figura, marcando sus leves curvas que culminaban en su estrecha cintura.
Helena se aupó levemente sobre sus dos manos para pasarse la bata por los brazos y dejarlo tirado a un lado. Thranduil la miraba completamente hipnotizado. Sus mejillas estaban levemente encendidas, y sus labios estaban más que hinchados. Su cabello caía despreocupadamente por sus huesudos hombros, que quedaban al aire libre gracias a su camisón de sisa. La suave prenda que cubría su cuerpo caía sin ninguna atadura a través de su cintura; la única parte en la que el vestido se apegaba más a su cuerpo era la zona superior. Un estrecho cordón apretaba el traje justo debajo de sus senos, provocando que estos se abultaran un tanto. El levísimo escote que dejaba entreverse bastaba para que el corazón del Rey Elfo palpitara a mil por hora.
Helena respiraba afanosamente, provocando que su pecho subiera y bajara a una gran velocidad. Thranduil sabía que no podría aguantar mucho más si se limitaba a mirarla.
-Eres el ser más bello de toda la Tierra Media - le susurró acercándose de nuevo a su dulce rostro.
-Hazme sentir como tal - le pidió ella, en un suspiro entrecortado.
Thranduil abrió mucho los ojos ante esa súplica.
-Te haré sentir como el ser más bello de todo el universo.
Sus bocas se unieron por décima vez esa noche. Thranduil bajó sus manos hacia el bajo del camisón de su princesa, y comenzó a elevarlo lentamente, a la vez que acariciaba sus piernas con una sensualidad que pocos habrían advertido en el Rey Elfo.
Para cuando sus manos estaban a la altura de sus rodillas, la boca de Helena bajó hacia el cuello de su amado, repartiendo varios mordiscos sobre su superficie.
Thranduil no cedió al placer, y siguió subiendo y subiendo su falda, hasta que sus palmas llegaron a los muslos de la joven. Suavemente, los empujó hacia sí mismo, sintiendo así el vientre de ella muy próximo a su virilidad creciente.
Helena subió aún más su boca. Sus feroces dientes fueron a parar a la puntiaguda oreja izquierda del amor de su vida, besándola unas veces con suavidad, otras con un cierto amago de leve violencia. Suaves gemidos escapaban ya de los labios de Thranduil, pues su amada había redescubierto una zona sensible que él hacía mucho que había olvidado.
-¿Me querrás por siempre? - le preguntó ella, bajando su cabeza hacia su hombro, resguardándose en su cuello.
-Por siempre - le juró él, besando con suavidad su liso cabello negro. -Por siempre y por mucho más.
-Bésame - le pidió ella, con unas cristalinas lágrimas de emoción en su rostro, antes de que la pasión los envolviera por completo.
Thranduil sucumbió a su petición sin ningún reparo. La besó, una vez más, con un cariño infinito, intentando transmitirle todo el amor que su corazón albergaba.
-Quiero verte - la petición de ella lo pilló completamente desprevenido. Quería verle... sabía a lo que se refería.
Thranduil se desabrochó con lentitud su túnica, mientras que la avergonzada mirada de Helena vigilaba todos sus movimientos con atención.
Cuando el último broche hubo cedido a su tacto, el Rey Elfo se deslizó la prenda por sus brazos, justo como había hecho Helena con su bata unos momentos antes.
El frío de la noche arañó su piel como si de un cuchillo se tratara, pero a él no le importó. Su atención estaba fija en los ojos de su amada, que lo observaban abiertos de par en par.
El torso del Rey mostraba un físico completamente atlético. Sus fuertes pectorales coronaban su pecho; la parte baja de su abdomen no estaba menos elaborada. Sus bíceps eran más que palpables en sus brazos. Thranduil podía entender perfectamente cómo de acomplejada debía de sentirse en ese momento su pequeña y bella enana.
Agarrando con suavidad su muñeca derecha, el elfo atrajo con cuidado la mano de su princesa hacia su pecho, indicándole así que no debía sentirse avergonzada por tocar su piel.
Helena abrió levemente la boca al sentir el tacto de su amado bajo la yema de sus dedos. Para su sorpresa, su dermis era mucho más suave y lisa de lo que había creído en un principio. Fue entonces cuando se dio cuenta, con sorpresa, que no había tocado jamás a un hombre.
La princesa se aproximó lentamente al cuerpo de su amado, a la vez que paseaba su mano por su pecho, ya sin reparo alguno. Se abrazó con suavidad a su torso, apegando mucho la cabeza al lugar donde debía estar su corazón. Thranduil acarició su negro cabello con ambas manos, y Helena posó sus labios sobre su tórax levemente. Unos tiernos besos fueron repartidos a lo largo de su tronco, subiendo hacia sus musculados hombros y bajando hasta su ombligo en cuanto hubo ganado un poco más de confianza.
Thranduil, por su lado, volvió a ponerse manos a la obra; y, mientras le besaba con vehemencia su carótida y la parte inferior de su oreja derecha, sus hábiles manos subieron de su cintura a la parte superior de su espalda, justo donde se situaba el botón que cerraba aquella prenda alrededor de su cuerpo.
-¿Me permites? - le preguntó, susurrante, al oído, provocando que un incontrolable cosquilleo recorriera la columna vertebral de Helena.
-Sí - respondió ella, con voz medio temblorosa.
El Rey Elfo posó un leve beso sobre su mejilla, y le desabrochó con lentitud la pequeña botonadura. Las mejillas de Helena se tornaron rojas al sentir cómo las manos de su amado bajaban su camisón desde los hombros hasta la altura de la cintura. Un ajustador de color negro y de encaje, que le llegaba hasta la altura del vientre, dejando a la vista su ombligo, era la única prenda que separaba el frío aire de la intimidad de sus vírgenes pechos.
La pobre muchacha estaba temblando de los nervios. No sabía qué era lo que iba a pensar su amado Rey en cuanto la viera completamente desnuda.
Sin embargo, sus miedos se esfumaron casi del todo al sentir unos dedos aupando su barbilla hacia arriba. Los grises ojos de Thranduil la miraban con un calor insólito en ellos. Helena tragó saliva, pasando los brazos por detrás del cuello del elfo, a la vez que él se acercaba a su rostro con una clara intención de besarla.
-Eres bellísima - le dijo él, justo antes de unir sus labios con los de ella en un beso, que probablemente fuera el más suave y dulce que jamás la pareja hubiera compartido. Se quedaron muy próximos el uno al otro incluso una vez que se hubieron separado.
-Soy muy pequeña - susurró ella, mostrándole sus inseguridades.
Pero Thranduil solamente rió ante su comentario, acariciando su nariz con la suya propia.
-Y yo soy muy grande - le respondió el otro, simplemente.
-Tengo miedo.
-Es normal - negó él levemente con la cabeza. -Pero te prometo que intentaré que no duela.
-No tengo miedo por eso.
Thranduil enarcó las cejas un tanto hacia abajo, posando una mano sobre su cuello. -¿Por qué, entonces?
-Temo no gustarte.
-Pues por eso no has de temer - le aseguró él, atrapando uno de sus rebeldes mechones de pelo detrás de su oreja. -Ya es tarde para que no me gustes. Me encantas.
Helena se internó en el gris punzante de sus ojos, en ese mar de hielo que ya estaba empezando a derretirse por el calor que los envolvía.
Alargó su mano hasta alcanzar la de él, y, justo como había pasado antes a la inversa, la atrajo hasta su propia cintura, incitándolo a acariciarla.
Thranduil posó sus dos extremidades suavemente sobre la estrecha cintura de su amada, y la envolvió con calidez entre sus brazos.
Helena agachó un tanto su cabeza, y volvió a posar su boca sobre le pecho de su amado. Se regocijó al pasear sus manos por los marcados abdominales del monarca, bajando sus dedos más y más... hasta que llegó a la parte superior de sus polainas. Sabía lo que tocaba ahora.
Aupándose levemente sobre sus piernas, Helena se bajó el camisón por ellas; cuando la prenda hubo rozado el suelo, ella pasó los pies por encima, y se posó, con las piernas abiertas, justo encima de la abultada entrepierna de su magnífico Rey. Ahora solamente la ropa interior tapaba su cuerpo. Su plano vientre, sus marcadas caderas y sus esbeltas piernas quedaron ya a la maravillada vista del elfo que la acompañaba a su lado.
Con un leve movimiento de mano, Helena agarró con sus finos dedos el extremo de los pantalones del monarca, tirando de ellos un poco hacia abajo. Él entendió la indirecta a la nada.
El Rey se quitó las botas con rapidez, para después bajar sus polainas a través de sus carnosas y firmes piernas. Pronto, él también quedó en ropa interior. Su miembro, tal y como Helena había previsto, era grande. Muy grande. Y aún no había terminado de crecer. No sabía cómo iban a terminar aquello de una manera cómoda para ambos.
Thranduil, que parecía adivinar sus pensamientos, agachó de nuevo a Helena contra el fresco césped del suelo, y besó sus labios con un cariño infinito. Ella le correspondió con afecto, acariciando su cuello.
-Todo lo que va a suceder esta noche es porque te amo- le susurró él al oído, tomando su mano derecha entre la suya propia.
Helena asintió con energía. No le quedaba ninguna duda de aquello. Arqueando un poco la espalda, su pelvis llegó a rozar levemente el miembro abultado de su amado. Quería hacerlo. Estaba preparada.
-Hazlo - le pidió, dándole carta blanca. A partir de ese momento, se entregaba completamente a él.
Thranduil no se hizo mucho de rogar.
Comenzó besándola en los labios, con una pasión que, aunque desenfrenada, no dejaba de lado el cariño que quería transmitirle. Sus lenguas ya no jugaban entre si: luchaban, con fervor y violencia, para comprobar cuál de ellas resultaría victoriosa en aquella competición sin trofeo. Las manos del Rey bajaron de la cintura de su princesa hacia sus muslos, para subir después a sus glúteos. Con un rápido movimiento, atrajo la entrepierna de ella a la suya propia, provocando que un leve quejido saliera de los labios de ella. Pero ya no era el momento de pedir disculpas.
Helena sintió cómo un fogoso calor se apoderaba de su sexo al frotarlo contra el miembro del Rey, que ya casi estaba en su punto más alto. La joven sintió una enorme vergüenza apoderarse de ella, pero entendió que, si quería seguir adelante esa noche, debería dejar esos sofocos de doncella atrás. Ya sólo importaban su enamorado y ella, y se estaban entregando sus más profundas intimidades sin bochorno.
Así pues, la enana movió las caderas castamente contra la entrepierna de su Rey, agarrando los endurecidos glúteos de este para facilitar su labor. Una incontrolable excitación se fue haciendo con su ser, a la vez que los impúdicos quejidos se iban abriendo paso a través de su garganta. A Thranduil le estaba ocurriendo igual. Helena no pudo evitar imaginarse qué diría su madre si la viera en esas condiciones allí mismo.
Thranduil decidió ponerles el trabajo más sencillo, y agachó con sus manos la cintura de Helena para dejarla caer de nuevo en el suelo. Después, sus extremidades agarraron las estrechas caderas de su enana, y, con rigidez, comenzó a restregar su pene justo contra el lugar exacto en el que estaba situado su clítoris. Helena dejó esta vez escapar un suspiro sorprendido, a la vez que levantaba un poco la cabeza del suelo con los ojos muy abiertos.
Aquello la había pillado del todo desprevenida.
-Ssshhh - le susurró él, tomando su cráneo entre sus brazos, para resguardarlo de la dureza del suelo. -Déjame a mí.
Le bastó una sola mano para sujetar con firmeza las caderas de la muchacha. Helena ya medio gemía de placer controlado, mientras que sus partes bajas iban tomando el ritmo que deberían seguir un tiempo después.
Ella se dio cuenta de que sus bragas estaban completamente empapadas.
-Por favor... - le susurró ella en el oído.
-Por favor... ¿qué? - le preguntó él, a su vez.
La enana no respondió. En su lugar, agachó un poco la cabeza, y, pasando la mano por su pecho, lamió uno de sus pequeños pezones con la lengua.
Esta vez fue él el desprevenido. Un suspiro involuntario salió de la boca de Thranduil. Al comprobar su éxito, Helena decidió morder con cuidado su mama, paseando la punta de su lengua por su superficie. Otro gemido escapó de los labios de su amante.
Helena se entretuvo durante un largo tiempo en besar con pasión y sin remilgo los senos de su elfo, primero uno y después el otro; su mano, divertida, se paseaba por su abdomen con lentitud.
Llegado a un determinado punto de excitación, y con una confianza mutua que iba en crescendo, Helena bajó aún más su mano, internándola en los calzones del Rey. Sin pensárselo dos veces, agarró su miembro con firmeza.
Era fuerte, duro, fibroso... y largo. Le gustó.
-¿Sabes cómo se hace? - le preguntó Thranduil al oído, con una sonrisa más que placentera en sus labios.
-Lo cierto es que no - le respondió ella, sinceramente.
-Yo tampoco.
Helena rió para sí abiertamente. Los elfos no se exploraban a sí mismos como los mortales.
-Ya lo iremos descubriendo - sonrió ella, posando un suave y húmedo beso sobre sus labios.
La enana se aupó a sí misma con ayuda de sus codos, y se colocó encima de su amado elfo; eso sí, lo hizo de espaldas a él, para no tener que mirarlo al rostro directamente.
Sentándose encima de su torso, Helena se agachó un poco hacia adelante, y, haciendo acopio de su valor, bajó los calzones de su amado. Su lampiño miembro apareció ya sin tapujos ante su mirada. Y, sintiéndose completamente segura de lo que quería hacer, se agachó aún más, y lo internó en su boca.
Como ya había supuesto y oído por ahí, no era una sensación agradable; pero había algo en su interior que la incitaba a hacerlo. Paseó su lengua por los derredores de la punta de su pene, a la vez que lo mordía con sus dientes (intentando, claramente, no hacerle mucho daño). No tuvo que esperar mucho tiempo hasta que escuchó, esa vez sí, unos altos gemidos escapados de la garganta de su Rey.
-Sí - exclamaba él, aferrándose a la hierba con las manos. -Justo ahí.
Helena se detenía en aquellos puntos en los que su amado parecía tener más sensibilidad, pero varias veces se veía obligada a parar debido al mal sabor de boca.
-Dame más - le pedía él, gimiendo sin control alguno. -Helena...
La enana se rindió al fin, después de varios minutos dándole a la lengua. Necesitaba descansar y tomar aire.
Sin embargo, su amado no estaba dispuesto a dejarla tan fácilmente. Con un rápido movimiento de dedos, Thranduil bajó las negras bragas de su amada hasta que cayeron al suelo. Ya iba siendo hora de que él le proporcionara el mismo placer que ella se merecía.
Agarrando firmemente su cintura, Thranduil alargó el cuello, e introdujo su nariz y su lengua en su sexo.
Helena estaba gimiendo antes de poder darse cuenta. Aferrándose con fuerza a la cintura de su amado, y hundiendo la boca en su ombligo, intentó ahogar las quejas de placer que rasgaban su garganta. Sin embargo, no lo consiguió cuando la lengua de Thranduil subió un poco más, hasta posarse en su clítoris directamente.
-¡Ah! - exclamó ella, arqueando la espalda hacia arriba. Aquello era demasiado.
El Rey se permitió jugar un tanto más con su pequeña y rosada pepita, paseando su afilada lengua por su recortada superficie.
-Por favor... - le pidió ella. -Para. No puedo soportarlo.
Thranduil, al escuchar su súplica, temió haberse pasado. Paró al instante, dejando libre del placer a su amada. Reincorporándose un poco, la abrazó entre sus brazos, olvidándose de la pasión y el deseo por un momento.
-¿He hecho algo mal? - le preguntó, acariciándole la mejilla con cuidado.
Ella le negó tímidamente con la cabeza, quedándose quieta por un momento. Pasados unos instantes, la muchacha se puso medio de pie, flexionando las piernas, dejando su pubis muy cercano a la boca del monarca. Quería que lo repitiera.
-Como mi princesa guste - ronroneó el elfo, con una media sonrisa juguetona, retomando su labor anterior. Helena se tuvo que aferrar a su dorada cabeza para no caer del placer.
-Me encanta... - gimió, apretando aún más su entrepierna contra las feroces fauces de su Rey.
-Me tendrías que haber dejado a mí primero - le dijo él. -No tenías por qué haberlo hecho.
-Pero quería.
Helena se alejó entonces de los pegajosos y húmedos labios de su amor, y volvió a sentarse justo a su lado. Sólo quedaba una parte de su anatomía por mostrar.
Llevando sus manos a su espalda, se desató los cordeles que sujetaban su sostén. Sus pechos quedaron al aire libre.
Thranduil se quedó completamente embobado al verlos. Helena no podía adivinar que para él, eran la cosa más perfecta que jamás podría haber imaginado. Sus pequeños pezones lo esperaban, erizados por el frío.
El Rey empezó por pasar las palmas de sus manos por sus senos en toda su totalidad (lo cual no era muy complicado debido a su tamaño). Thranduil recordó la noche en que había visto a la princesa casi desnuda en el estanque del palacio de Valle. Entonces el cabello tapaba sus maravillosas virtudes de su vista.
Thranduil pellizcó levemente las mamas erizadas, para después probar una de ellas de sus propios labios. Helena volvió a gemir al sentir la humedad de la boca de su amado en una zona tan sensible para ella. Se sentía como en el mismo cielo en esos instantes.
-Y pensar que temías que no me gustaras... - susurró él, pasando de un pezón a otro.
-Yo... yo...
Thranduil no le dio tiempo a articular más palabra. Un beso apasionado y salvaje fue compartido entre los dos amantes. La luna los abrazaba, el aire los asfixiaba. Las manos de uno recorrían a una velocidad de vértigo el cuerpo del otro. Helena apretó fuertemente su pene erecto contra su palma, Thranduil mordió su cuello con violencia.
El elfo sintió una espesura abrirse paso en su interior, a la vez que su querida joven masturbaba con violencia su propio falo. Sabía que quedaba poco. Pero aquello no podía quedar así.
-Espera - le susurró, despegando su aliento del de ella.
-¿Qué... qué ocurre? - le preguntó la joven, con la respiración entrecortada.
Thranduil internó la mirada en sus puros ojos azules. Recordó la noche en que se habían reconocido, cuando ella había caído en sus brazos por culpa de un tropiezo. Ya entonces le había parecido la mujer más bella que jamás hubiera conocido.
-¿Quieres parar? - le preguntó, sinceramente.
-No - negó ella enérgicamente con la cabeza.
Thranduil asintió para sí mismo. Agachó, por última vez esa noche, a su amada contra el fresco suelo. La miró desde arriba, acariciando su cabello negro como la misma noche. La besó en la frente, la besó en la nariz, en los labios, en la barbilla. La besó en la mandíbula, en el cuello, en las clavículas y entre los pechos. Besó su pezón derecho, el izquierdo, su cintura y su vientre. Besó su peludo pubis, y besó por último su sexo.
Un dedo fue el encargado de internarse en la profundidad de su ser. Hallando rápidamente la entrada a su inminente paraíso, Thranduil ahondó más el corazón, siguiendo la empinada senda de su interior. El anular lo siguió a la nada en su camino, y después el índice, intentando abultar todo lo posible su vulva para poder después penetrar en su vagina.
Helena temblaba de la emoción. Ella nunca había atrevido a masturbarse a sí misma de esa manera, y ahora se lo estaba permitiendo a una persona ajena a ella misma.
Thranduil alcanzó con rapidez el punto de placer de su princesa, en la pared delantera de su vagina. Ella abrió los ojos exageradamente, aferrándose a la hierba con desesperación. Jamás habría imaginado que podría sentir tanto placer.
Unos hermosos y agudos gemidos escaparon de su garganta. Su espalda se arqueó violentamente. Sus pies cavaron surcos contra la tierra.
-Por favor...
-¿Qué? - preguntó él, sin detenerse en su labor.
-Te quiero... dentro de mí.
Thranduil se detuvo al escuchar aquello, y extrajo sus dedos de su interior. -¿Cómo?
-Quiero que me hagas tuya. Ahora.
-¿Estás segura?
-No he estado más segura de nada en mi vida. Hazlo, por favor. Te necesito en mi interior.
Thranduil abrió las piernas de su amada, que estaban arqueadas contra el suelo. Dejando su miembro preparado justo en la boca de su interior, el elfo posó sus manos a ambos lados de los hombros de la joven, y dejó caer el peso de su cuerpo sobre ellas. Ahora, podía mirarla directamente a los ojos. No quería perder su contacto de ellos. Quería que estuviera tranquila.
-Te amo - le repitió, una última vez.
-Y yo a ti - le sonrió ella, aferrándose a la hierba con todas sus fuerzas.
Thranduil besó sus labios una vez más, y se dispuso a entrar en el organismo de su amada.
Le costó, y mucho. La inexperiencia y los nervios de ella endurecían y tensaban mucho sus paredes vaginales, haciéndole difícil la marcha adelante. Apenas había terminado de meter el glande cuando Helena aferró sus uñas a su espalda.
-Sshhh - le susurró él, al oído. -Tranquila.
Helena abrió un poco más las piernas, intentando así agilizar más el proceso; pero aún estaba demasiado nerviosa.
-No me gusta la sensación - gimoteó ella contra su cuello.
-Cálmate, no pasa nada. Te prometo que será breve. Te gustará.
Thranduil decidió no detenerse ante los quejidos lastimeros de su amante. Sabía que, cuanto antes acabara, mejor sería.
El Rey Elfo aceleró la velocidad, un poco más, un poco más... hasta llegar al himen de su amada. Lo desgarró de una sola estocada sin darle tiempo a ella a pensar.
Se sintió muy mal en cuanto escuchó el grito de dolor que sus delicados labios dejaron escapar. Su virginidad ya no existía.
Thranduil extrajo un poco el miembro de su vagina, pero no del todo, intentando sofocar un poco su dolor.
-Ya está - le susurró él, besándole la frente con ternura. -Ya está, amada mía. Ya está hecho.
Helena dejó escapar unas cálidas lágrimas de sus ojos, que fueron a parar al cuello del elfo, donde ella tenía enterrando el rostro.
Thranduil besó sus labios una vez más, y otra, y otra, y así hasta diez veces, mientras que le acariciaba el cuello con dulzura.
-¿Me va a volver a doler? - le preguntó ella, con inocencia en la voz.
-No tanto como esta vez, te lo prometo - le aseguró él, uniendo sus manos con la de ella.
Thranduil volvió a internarse en su profundidad una vez más, pero esta vez, más lentamente. Helena se abrazó de nuevo a su espalda, rogando que aquello acabara pronto.
-Te juro que te quiero - le dijo él, acariciando sus finos dedos entre los suyos propios. -Te lo juro por mi vida.
Llegó un momento en el que Thranduil no pudo avanzar más. Había llegado al fondo.
Con suavidad y lentitud, comenzó a mover sus caderas, simulando que estaba montando sobre su alce a paso lento. Helena se dejó hacer.
Y pronto, entre beso y beso que su amado posaba sobre su cuello, la princesa fue comenzando a sentir algo en su interior. Primero no fue más que una pequeña punzada, pero después la sensación se fue prolongando. Un pequeño placer surgió en el triángulo superior a la zona de su clítoris; un placer que fue poco a poco subiendo de nivel.
Su flujo resbalaba a través del pene de su Rey. Lo notaba. Sus paredes se estrechaban en torno a su miembro, aprisionándolo. Y ella comenzó a perder la noción de sí misma y del mundo que los rodeaba.
El placer llegó a ser inmenso. El orgasmo que ambos estaban experimentando los encerró en su propia burbuja.
Helena gritó, y sus cuerdas vocales rasgaron el vacío del aire. Thranduil exclamó su nombre, a la vez que gemía contra su oído, rugiendo de éxtasis. Por el rabillo del ojo, Helena vislumbró el cielo estelar reflejado contra el agua del estanque. Estaban en un lugar entre el cielo y el agua.
-Helena... - repitió el Rey, cabalgando con violencia sobre sus caderas, abrazándola por la espalda y agarrándola del pelo.
-No pares - le pidió ella. -Dame más... más...
El clímax llegó para ambos a la misma vez, de una manera casi mágica. Sus alientos de mezclaron en el aire. Y la semilla de Thranduil se abrió camino en el interior de Helena.
Todo había acabado.
Ambos amantes se quedaron un rato más abrazados, inmóviles.
Y Helena se dejó caer sobre la hierba, sudando, respirando con dificultad, tiritando de la emoción, sintiendo la semilla de su amado en su interior. Y Thranduil, en las mismas condiciones que ella, se tumbó a su lado.
-¿Estás bien?
-Mejor que nunca – sonrió la princesa, y Thranduil rió como no lo había hecho en mucho tiempo. La acercó a su cuerpo, y le besó la frente y el pelo, empapados de sudor.
-¿Te ha dolido?
-Sí, pero ya da igual.
Poco a poco se fueron calmando, y sus cuerpos se enfriaron. –Thranduil – lo llamó ella, con voz temblorosa.
-¿Qué ocurre, vida mía?
-Tengo frío.
Él se levantó corriendo, cogió las ropas de ambos, y los tapó a los dos con ellas. El elfo volvió a abrazarla, para darle calor.
-¿Mejor?
-Bastante. Gracias. (...) Estoy muy cansada.
Él le acarició el pelo, y le besó la cabeza. – Duerme.
-¿Te quedarás a mi lado? ¿Me estarás abrazando cuando haya despertado?
-Claro que sí. Te lo prometo. Duerme tranquila, te despertaré con besos cuando sea la hora de irnos.
Ella le dirigió una última sonrisa de agradecimiento, y recostó la cabeza contra su hombro. – Te amo. Con toda mi vida.
-Y yo a ti, mi amor. Te lo juro.
No pasó mucho hasta que él también sucumbió al sueño.
