-Ninguno de los personajes me pertenece.
-La idea de esta historia loca si salió de mi cabeza.

Tener en cuenta: 1) este fanfic se sitúa después de "El juicio", uno de los capítulos cancelados, cuyo guión puede encontrarse en internet. 2) El calzone es un plato italiano (bastante rico).


I - Sospechoso aroma a calzone.

Pudo infiltrarse hábilmente, ya conocía muy bien los movimientos de los gnomos del jardín y por suerte el pequeño e idiota robot había dejado la ventana abierta. Para su gran sorpresa, ninguno estaba dentro; miró atentamente y trepó hasta el techo, dudó, ese tipo de oportunidades se presentaban casi nunca, pero ¿y si era una trampa? ¿Y si no lo era?, jamás se perdonaría el no haberlo intentado. Dib revisó hasta el último rincón del piso superior, sintiendo un éxtasis como pocas veces, y se atrevió a bajar al subsuelo de la base por el cesto de basura. El corazón le dio un brinco de sólo imaginarse allí otra vez, rodeado de aparatos extraterrestres… sin su dueño. Sólo él y todo el tiempo del universo.

Despertó gracias a las sacudidas de su hermana.

—Es la última vez que soy tu despertador, o compras uno o te despides de todo lo que conoces —dijo con su tono habitual, y lo dejó solo.

Dib le dio las gracias, ignorando su amenaza y comenzó a vestirse para ir al colegio. La remera y los pantalones se los puso enseguida, pero mientras buscaba un par de calcetines en el cajón, comenzó a recordar el extraño sueño que acababa de tener. Era un sueño-flashback acerca de la vez que estuvo en casa de…

—Zim… —dijo con un hilo de voz.

Una extraña sensación le recorrió cada una de las vértebras de la columna. Hacía muchos años que no pronunciaba el nombre de aquel extraterrestre con quien había hecho la escuela primaria; que, de repente y sin aviso, comenzó a faltar a clases y Dib no volvió a saber nada de él a pesar de que investigó más arduamente que nunca. El sueño fue acerca de una de las últimas veces en las que fue a inspeccionar la casa después de su desaparición.

—¡Dib!, ¿volviste a acabarte todo el cereal? —exclamó Gaz desde la planta baja. El muchacho terminó de ponerse los calcetines y las botas y bajó a toda velocidad, asegurando que había una caja más al fondo de la alacena.

Se dice que los cambios dan oportunidades y que en ambientes nuevos uno podía ser quien quisiera. Lamentablemente en aquella ciudad no se daba de esa forma y Dib tenía casi a la mayoría de sus compañeros de escuela primaria compartiendo el aula con él. Era cuestión de minutos para que los nuevos se enteraran que el muchacho vestido de negro, sentado en la primera fila del lado de la ventana, estaba loco o era un rarito en busca de cosas paranormales. Cuando Dib ocupó su asiento pudo escuchar los mal disimulados murmullos; suspiró forzando una leve sonrisa, no era nada a lo que no estuviera acostumbrado.

Quizá sería diferente si Zim estuviese allí, aunque sea para devolverle la palabra con sus insultos extraterrestres o para acusarlo de mentiras…

Sus ojos se perdieron en el cielo rojizo. Por un momento sintió que viajaba en el tiempo y escuchaba aquella voz llena de verdadera convicción gritando.

¡Mientes! ¡Mienteees!

Zim no sólo significaba problemas para la tierra. Muy en el fondo, una parte de Dib saltaba de satisfacción y euforia, porque Zim era la prueba de que él siempre había tenido la razón acerca de otras formas de vida más allá del planeta Tierra, que todos los años que invirtió en investigar y ver programas acerca de lo paranormal no fueron en vano. La parte mala, obviamente, era que el invasor tenía una misión que comprometía a una humanidad (que a veces no se mostraba digna de ser salvada por Dib).

Se sentía como gritar a la oscuridad, Zim fue una especie de eco que llenaba ese pequeño e inconsciente vacío.

"Fue", en tiempo pasado. Dib ya estaba resignado a que reapareciera, Zim no estaba ni en la ciudad ni en ninguna otra parte del mundo. Desde su desaparición, Dib se había contactado con Los Ojos Hinchados para que estuviesen al tanto de un posible intento de conquista irken en cualquier parte. Sin embargo, no sucedió nada y así los días previos a ese día en el que la señorita Bitters presentó a Zim a la clase, regresaron.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando apareció en el aula un hombre obeso, vistiendo una camisa que tenía marcas de sudor debajo de las axilas, con cabello era castaño y enmarañado, cargaba en una mano una caja de rosquillas y en la otra un maletín negro. Se paró delante de la clase y antes de presentarse tosió varias veces, escupiendo saliva a los desafortunados de la fila de adelante. Dib sonrió, al estar en la punta no le llegó nada.

—Espero que sean mejor de lo que la señorita Bitters me ha dicho —comenzó de forma arrastrada y gangosa—. Veo muchas caras nuevas, lógicos, si nunca nos hemos visto antes. —Su ojo derecho se desvió repentinamente, la clase dejó de escucharlo y se concentraron en el movimiento de este. —Voy a tomar asistencia.

El hombre era simplemente grotesco, pero al menos no traía un aura de desaliento como la señorita Bitters. Dib sacó su cuaderno y un bolígrafo para tomar apuntes, aprovechó que no lo estaban viendo y revisó si tenía algún mensaje de Los Ojos Hinchados en su teléfono celular; aparte de uno de Gaz diciendo que si no llegaba a tiempo para la cena familiar lo mataría, no tenía más mensajes. Tampoco era que tenía muchos contactos; no dolía demasiado porque Dib jamás había sido una persona rodeada de amigos, no podía sentirse mal por no tener algo que jamás había conocido. Todo ese acto patético de ser popular no le interesaba, él estaba apto para cosas más elevadas, como por ejemplo su sociedad secreta.

—Membrana, Dib —gruñó el profesor.

—Presente —respondió sin despegar la vista de los garabatos que estaba haciendo en la última hoja del cuaderno.

—Calzone…, Kit —continuó, no sin aguantar una desagradable risita después de leer el apellido del tal Kit. Al igual que el resto de la clase, Dib giró automáticamente la cabeza en busca de Calzone. No formaba parte de su grupo de la escuela primaria, pero a diferencia de otros nuevos, tenía un apellido con tentativa de risas permanentes. Casi hasta sintió lástima por él sin siquiera conocerlo. —Calzone —volvió a repetir sin respuesta—. Bien, su primer día y tendré que ponerle ausent-

—¡No! —chilló una voz desde el pasillo—. Kit Calzone… está llegando… justo… en este… ¡momento!

Apenas pronunciado "momento", un muchacho delgado cayó de bruces a los pies del profesor. Dib sintió vergüenza ajena, ya no sólo un apellido gracioso, sino una entrada de lo más ridícula.

—¡Kit Calzoncillos! —se escuchó desde el fondo. Más risas estallaron.

Kit se puso de pie, sacudiendo su cabellera negra. Tenía grandes ojos de un color violáceo, piel clara aunque no tanto como la de Dib. Era un poco más bajo que los demás y vestía un pantalón negro ajustado, una blusa con mangas a rayas verde y verde más oscuro y encima una playera verde oscuro que le llegaba hasta un cuarto de los muslos; por último usaba unas botas de varón negras sin plataforma, algo que quizá no le vendría mal.

—No te acostumbres a dar el presente de esta manera, Calzones, digo, Calzone —advirtió el profesor—. Ya, busca tu pupitre y de deja de distraer a la clase.

Kit se puso de pie, sacudiéndose las mangas con cuidado, fulminó al hombre con la mirada y buscó silenciosamente un asiento libre. El único se hallaba al lado de Dib, no tuvo inconveniente alguno y se sentó, murmurando en voz casi inaudible insultos contra aquel idiota que el primer día de clases ya se estaba burlando de su apellido como cualquier otro alumno más. Dib rió para sus adentros, el chico le cayó simpático, claro dejaría de serlo cuando se empezara a burlar de él como todos los demás.

La clase comenzó, como era el primer día se perdió la mayoría del tiempo en presentaciones, reglas, listas de manuales obligatorios o de ayuda, advertencias, reuniones de padres, la asistencia, etc. Dib no se molestó en tomar nota, prefirió seguir garabateando en la hoja de su cuaderno y a su lado, Kit se encontraba muy entretenido presionando el botón de la punta de su bolígrafo, algo que para el final de día se volvió más que insufrible.

Tal como lo esperaba, ninguno quiso compartir la mesa de la cafetería con el chico paranormal. Aislándose con total libertad por esa media hora, Dib sacó su teléfono y comenzó a revisar las páginas de internet a las que solía entrar o los foros a los que se unió para debatir. Algunos usuarios estaban bastante interesados en su teoría sobre el día de la invasión irken, otros le tomaban el pelo; sin embargo, Dib respondía a las preguntas, volvía a gritar en la cima de aquella montaña que se llamaba "razón", esperando el eco.

Aunque nunca sería como el primero de todos.

—Hey.

"Agente Palomilla, tienes un nuevo mensaje"

—¡Hey!

Dib despegó los ojos de la pantalla y se cruzó con la mirada de Kit, que estaba a pocos centímetros de él, sosteniendo una bolsa de papel que chorreaba grasa, entre sus manos. Kit arqueó una ceja, entre irritado y confundido, después de una breve pausa se sentó frente a Dib.

—¿Qué es lo que ibas a decir? —inquirió Dib.

—Iba a preguntarte si te molestaba que me sentara en esta mesa, ¿pero qué importa? No eres el dueño de la mesa y estás ocupado con ese juguete —respondió con desdén mientras sacaba un sándwich de aparente carne color violáceo.

—Qué carácter tienes… —dijo Dib rodando los ojos—. Con ese apellido tendrás que acostumbrarte a esta mesa.

—Cómo si me importara vivir rodeando de estúpidos como ellos —se defendió, apuntando con el dedo a una mesa repleta de chicos y chicas que hablaban y reían sin parar—. ¡Antes que me devoren los gusanos! No sé cual es el problema, mi apellido es completamente normal, ustedes lo asocian con cada… tontería —gruñó, dando un feroz mordisco al sándwich.

—Por supuesto, todos tenemos nombres de comida italiana o que se parecen al nombre de la ropa interior. Vamos, admite que causa gracia. Bueno, admite que a los demás les causa gracia. Papá una vez nos llevó a un restaurante italiano y el calzone no es malo —comentó para diferenciarse de esa masa de estúpidos. Quizá el tal Kit fuese alguien con quien pudiera hablar aunque sea durante la hora del almuerzo. —Me llamo Dib —agregó, sin atreverse a extenderle la mano.

Kit dio otro mordisco, masticando silenciosamente. Un pequeño hilo de grasa se deslizó por la comisura derecha de su labio, se limpió con el dorso de la mano, abrió su lata de soda y vaciló antes de dar un par de sorbos. Luego enfocó la vista en Dib, que esperaba al menos una señal de que había sido escuchado.

—Ya sabes cómo me llamo. Supongo que no puedo aspirar a hablar con otras personas, ¿o sí?

—Creí que preferías los gusanos —retrucó sonriendo apenas.

—Oh, sí, sí, los gusanos. Toda la vida.

Se miraron y no pudieron evitar sonreír con ganas.

Antes de que Kit pudiera decir otra cosa, Torque Smacky se detuvo y lo sujetó por el cuello de la playera. Dib se puso de pie en seguida y observó como Kit intentaba tocar el suelo con los pies en vano. Torque lo sacudió violentamente y lo estampó sobre la mesa, tomó el jugo de naranja exprimido de Dib y se lo arrojó al rostro mientras amenazaba:

—La próxima vez que molestes todo el día con el botón del bolígrafo voy a hacerte pedazos en serio, niño-calzoncillos.

—¡Oye, déjalo en paz, Torque! —intervino, Dib.

Torque giró la cabeza hacia él, pero Kit los interrumpió porque aullaba de dolor. Sobre su rostro habían salido unas ampollas anaranjadas que comenzaban a hincharse. Se puso de pie con dificultad, las piernas le temblaban y parecía que perdería el equilibrio en cualquier momento; llevándose las manos al rostro se echó a correr, gimoteando y bajo una lluvia de risas.

—¡Otro fenómeno, sólo era el jugo de naranja de Dib!

Agua y naranja…

«¿Zim? —pensó inmediatamente, como si no hubiesen pasado tantos años—. No… tomaste la soda, no puede ser…»

No podía ser, mas no dudó una sola fracción de segundo en correr tras él.