Capítulo 1: The Longbottom experience
Leo se despertó aquella mañana con la extraña sensación de estar siendo observado.
Al principio le resultó raro, ya que la habitación estaba en total oscuridad, las persianas echadas, las ventanas cerradas, y ni una rendija entre la puerta y la pared por la que la vista del ojo humano pudiera colarse. Cuando, muy esforzadamente, descorrió las cortinas y abrió la ventana para dejar entrar el aire a su habitación, se quedó muy sorprendido al ver un par de lechuzas (o búhos, él no sabría decirlo) posadas sobre una farola que le dirigían la mirada.
Lo estaban mirando, personalmente. No casualmente, no instintivamente como mecanismo de alerta, no con el interés de la supervivencia. Personalmente.
Leo pestañeó unas cuantas veces y se pasó una mano por el espeso pelo rizado. Estudió a las dos aves hasta que decidió que no suponían una amenaza mayor y se calzó las zapatillas para ir a desayunar. Ni los chocopops consiguieron que se olvidase de aquella sensación tan extraña.
Esa mirada de nadie lo persiguió durante casi todo el día; en la ducha incluso, en parque con sus amigos, frente al ordenador en el salón, bajo la mesa del televisor. Durante la comida estuvo irritable y excitado, cambiando de opinión a cada segundo y queriendo cambiar la de los demás.
David, su padre, que estaba tratando de concentrarse en un nuevo proyecto, comenzaba a mirarlo con una suspicacia inusual, pero no desconocida, cuando sonó el timbre.
-¡Ya voy yo!
-Espera. Leo, espera.
El niño no le hizo caso. Miró por la mirilla y le pareció ver a Donald Roberts, un colega de su padre, así que ni corto ni perezoso, abrió la puerta.
-El señor Leonard James Hendrix, supongo.
El hombre que estaba en la puerta, bien mirado, no se parecía tanto al señor Roberts. Era algo más joven que su padre, llevaba una curiosa chaqueta de tweed y un viejo maletín de cuero colgado del hombro izquierdo. Sonreía.
-¿Leonard? ¿Quién es?- Padre se acercó hasta la puerta. Leo se había quedado sin habla.-Buenas tardes, ¿puedo ayudarle en algo?
El joven amplió su sonrisa.- Si, así lo creo. Usted debe de ser David Hendrix ¿cierto?- Le tendió la mano. Su padre la estrechó aún algo desconcertado, pero recobrando la compostura, seguro de que se trataba de algún asunto de fácil solución. –Yo soy Neville Longbottom, encantado de conocerle. He venido con la esperanza de poder hablarle un momento sobre su hijo.
-¿Sobre mi hijo? ¿Sobre Leonard?
-Sí, eso creo, sí. ¿Tiene usted más hijos en edad escolar?
-Pues… no, no tenemos más hijos. Disculpe pero, ¿usted quién es?
-Neville Longbottom.
-Quiero decir, para quién trabaja. ¿Por qué está aquí?
-Bueno, supongo que hace unos días recibió correo del Colegio de Primaria Simon Keeley con respecto al próximo año de su hijo, los diferentes institutos y las posibles opciones para su educación.
-Así es ¿es usted del Simon Keeley?
Leo abrió la boca por primera vez para decir que no.
-No, no lo soy. So maestro en otro colegio. Enseño… biología, botánica. Mire, la institución a la que pertenezco, Hogwarts, se precia de décadas de historia en continuo ejercicio de la enseñanza. Es un centro muy selectivo con sus alumnos, y tenemos cierto acceso a los expedientes de algunos colegios de primaria, que nos facilitan sus listas de alumnos y sus calificaciones. En fin, señor Hendrix, estamos muy interesados en que su hijo se matricule en Hogwarts para este curso.
David Hendrix pestañeó unas cuantas veces y se pasó una mano por el lacio pelo de color arena. El otro hombre rebuscó en su maletín y le tendió un una especie de panfleto de color morado.
-Tenga, uno de nuestros folletos.
David lentamente lo invitó a pasar, invadido de una repentina confianza de procedencia desconocida.
-Siéntese, por favor. ¿Le apetece tomar algo? ¿Un té, tal vez?
Leo estaba desconcertado.
-Solamente si toma usted, no quiero ser una molestia. Escuche, Hogwarts es un colegio para jóvenes con habilidades muy especiales, extraordinarias.
-¿Y creen que Leo…?
-Sí. De hecho,-y la cara del tal Longbottom pareció iluminarse, como si acabara de recordar algo en aquel momento.-de hecho…
Rebuscó un poco más en su maletín y de él sustrajo un sobre de color blanco con las letras de la dirección y el remitente escritas en tinta verde. Se lo tendió a Leo.
-Esto es para ti, muchacho.
-¡Pero es una absoluta locura! ¡O un timo! Sí, eso es lo que es usted, un loco, un estafador, un timador que cree que puede engañar a un niño de 11 años con un truco de magia barato.
Leo observaba la discusión tratando de intervenir, pero no había mucho espacio por dónde hacerse oír. La idea de ser un mago no le resultaba del todo extraña, no del todo ajena, no imposible, al fin y al cabo. Pero su padre a penas dejaba explicarse al profesor Longbottom, que a esas alturas ya había cambiado el contenido de todos los vasos de la mesita, y lanzado por los aires confeti, hecho bailar los cojines del sofá, e incluso estuvo tentado (Leo pudo verlo), de hacer origami con los primeros diseños de una portada para una nueva edición de cuentos Grimm, sobre la que su padre había estado trabajando tan duro durante meses.
Como David amenazaba con abrir un boquete en el suelo a patadas, el hombre agitó de nuevo aquella especie de batuta tan genial y su padre pareció de pronto algo más relajado que antes. Por su puesto continuó negándose a aceptar que nada parecido a la magia estuviese ocurriendo de verdad, pero al menos ya no gritaba ni amenazaba con el puño a su visitante. Leo releyó la carta que le había sido entregada. "Señor Leonard J. Hendrix, Habitación pequeña del sur".
Estimado señor Hendrix:
Nos complace informarle de que ha sido usted admitido en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería…
Firmado: Pomona Sprout. Subdirectora.
Con algo más de confianza en sí mismo, Leo iba a tratar de aportar algo a la conversación por enésima vez cuando unas llaves repiquetearon al otro lado de la puerta de entrada, y la cerradura hizo el inconfundible sonido de una entrada legítima. La puerta se abrió del todo e Isadora Lemoine-Hendrix entró en la casa.
-¡Hola a todos! ¿Chicos? ¡Oh! Veo que tenemos visita.
-¡Mamá!
-Dora, por fin.
-Ah, ¿la señora Hendrix?
-Lemoine, por favor. Señor…
-Lomgbottom.
Isadora echó una mirada en derredor y enseguida percibió que algo no iba como debería. Los pequeños cambios de la magia de Neville se habían dejado sentir de un modo subliminal en todo el entorno y la señora Lemoine podía notarlo.
-Leo, cariño ¿está todo bien?
Leonard James Hendrix, hasta aquel momento algo desconectado de toda la escena, se dio cuenta de que aquella era su oportunidad para hablar y ser escuchado, y decidió aprovecharla.
-Mamá, creo que soy mago. Y el profesor Longbottom ha venido a ofrecerme una plaza en su colegio.
Una de las cosas que David más admiraba de su esposa era la forma en la que levantaba la ceja cuando no quería reírse. Isadora realizó aquel gesto con tanto encanto que por un momento David se olvidó de por qué estaba tan enfadado.
-¿Ah sí?-se volvió hacia Neville- ¿No le importaría hacerme una pequeña demostración? Después de todo he llegado un poco tarde…
Neville Longbottom agitó una vez más la misteriosa batuta que sostenía y las bolsas del supermercado que la mujer había traído consigo se levantaron grácilmente, se posaron sobre el mármol de la cocina, y comenzaron a vaciarse ordenadamente.
-¡Maravilloso!- la señora Lemoine estalló en carcajadas y aplaudió la demostración del profesor.-Y muchas gracias. Pero yo me refería a si podría mostrarme cómo es eso de que mi Leo es mago.
-Bueno, eso me lo podrían decir ustedes. Eso, Leonard, nos lo podrías contar tú mismo. ¿Nuncca has sentido que cosas extrañas sucedían a tu alrededor cuando estás enfadado o asustado? ¿Alguna vez tus deseos se han hecho realidad, de forma palpable e inmediata?
David seguía desconcertado, pero en la mente de Leo las piezas comenzaron a encajar de manera pavorosa.
-Una vez me caí de la bici… en la cuesta de la fábrica.-El rostro de Isadora se crispó de disgusto.- Me rompí el pantalón y me hice muchas heridas y yo… yo sabía que te enfadarías y entonces… entonces, cuando llagué a casa pues no tenía ni un rasguño y el pantalón estaba como nuevo. Y aquella vez en la que me enfadé mucho con Jeremy ya no me acuerdo por qué, pero el caso es que e le bajaron los pantalones de repente delante de toda la clase, y una vez también estaba en la carretera y un coche se saltó un semáforo y pensé que me iba a dar, pero de pronto estaba sentado en una mesa del pub de enfrente. Y además está…
De pronto la señora Lemoine se abalanzó sobre su hijo y lo abrazó.
-¡Oh Leo, lo sabía, lo sabía! ¡Sabía que había algo en ti!
David no podía creer lo que estaba oyendo. -¿Tu le crees? ¿Lo crees?
Ella sonrió.- David, ¿has olvidado cómo nos conocimos?
El profesor Longbottom la miró desconcertado-¿Es usted bruja?
-No, yo… bueno. No, pero siempre. Verá, nací en el Caribe, mi religión no me posiciona en contra de las fuerzas sobrenaturales. Y le creo, yo también he visto a Leo hacer cosas cuando aún era demasiado pequeño como para recordarlas… y usted acaba de colocar mi compra en las alacenas de nuestra cocina.
Hasta aquí la primera carta. Leonard J. Hendrix es un chico de once años hijo de padre inglés y madre caribeña. Le gusta el fútbol, las series de policías, los videojuegos de plataformas y las salchichas con puré. Y sí, Hendrix padre es un gran fan de la música del célebre guitarrista y la J. es su pequeño homenaje. David simplemente vio la oportunidad y la aprovechó.
