Molly Weasley dormía, no muy tranquilamente, con un sueño recién conciliado, hasta que un el sonido de vidrio rompiéndose hizo que se alertara, seguido de algún quejidos y sollozos provenientes del exterior de su habitación.
Se levanto de su cama dejando a Arthur en ella; el pobre había descansado menos que nadie de la familia desde que la guerra había acabado, y ahora dormía profundamente, con la ayuda de una poción para no soñar. Como casi todos en La Madriguera hacían últimamente.
Al salir de su habitación noto una luz proveniente del baño, en compañía de los mismos sollozos que la habían despertado, e inmediatamente dirigió hacia allá.
Al llegar baño, vio la puerta entreabierta, y escucho el agua corriente dentro. Al ver dentro del baño a través del pequeño espacio, se encontró con una imagen que le partió el corazón; si es que era posible.
George estaba sollozando sobre el lavabo, mientras su mano izquierda reposaba en él, con el agua cayendo sobre su mano ensangrentada. Al principio la escena la desoriento, pero se dio cuenta de lo que pasaba cuando vio el espejo de pared roto desde el centro, y algunos pedazos de cristal en el piso y dentro del lavabo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al tiempo que entraba al baño y, con un movimiento de varita, sanaba la mano de su hijo. Él, sorprendido al no haber oído a su madre llegar, trato de limpiar las lágrimas de la cara, hasta que ella lo abrazo fuertemente y le susurro, con voz débil:
"Llora, hijo" dijo Molly. "Sé que estas sufriendo por esto; tu más que nadie en esta familia. Saca todo ese dolor. Llora, que yo estoy aquí para cuidarte".
Nuevas lágrimas salieron de los ojos del pelirrojo, mientras sollozaba más fuerte, y más fuerte se abrazaba a su madre.
"S-se fue, mamá" lloro George en su hombro. "Dijo que estaríamos siempre juntos, pero se fue. ¡No cumplió su promesa!"
A Molly le destrozaba ver a George así; él, que siempre era el alma de toda reunión, porque no hacía falta que fuera una fiesta, él la animaría; él, que siempre tenía un chiste o una burla en la boca. La mataba por dentro oír cuanto le afectaba la muerte de Fred. Pero debía ser fuerte; ahora más que nunca.
Debía ser fuerte por su hijo. Debía cuidar de George, como no había cuidado de su Fred durante la guerra. Porque no importaba que fueran mayores de edad, ella era su madre, y su deber era cuidar de ellos, protegerlos, a todos sus hijos.
No solo a Ginny, cuando Bellatrix la había atacado; o a Bill, cuando el hombre lobo le había mordido, sino de todos, y había fallado en su labor de madre. Y se sentía fatal, porque George sufría por su error, lo cual lo hacia un error peor.
Porque no importaba cuantas veces se lo repitieran Arthur, Bill o Charlie, ese «no podrías haber hecho nada por salvarlo; no estabas allí» no le quitaba el dolor del pecho, y tampoco se lo quitaba a George.
Porque Molly sufría por el sufrimiento de sus hijos; por el sufrimiento de George.
