El caso Candy Candy
Nota de la autora: El Caso Jane Eyre es un libro muuuy extraño escrito por Jasper Ffrode. En él, es posible entrar a los libros, y sacar a los personajes al mundo real. "Lost in Austen" es una serie donde la protagonista entra al mundo del libro "Orgullo y Prejuicio". Ambos me inspiraron para escribir esta historia.
Algunos diálogos están sacados directamente de la traducción al castellano del manga de Candy Candy, que saqué de una magnífica página, "candyblanca".
Primera Parte:
-¿Están seguras de que resultará? – pregunté.
María se humedeció los labios antes de contestar:
-Cada causa tiene su consecuencia; si modificamos una, modificamos la otra.
-Suena lógico – dijo Soxie, la más convencida de las tres -. Empecemos ahora mismo.
Las tres teníamos dieciséis; éramos amigas desde pequeñas, y, obvio, lo que más nos unía era nuestra afición-obsesión con Candy Candy y ese amor que nunca fue entre la protagonista y el precioso-rico Terry. Pro supuesto que esas características no nos hacían muy populares entre nuestros compañeros de curso (éramos las únicas "otaku"). Nos molestaban casi diariamente tratándonos de infantiles, tontas, inmaduras... y el hecho de que las tres fuéramos, además, buenísimas estudiantes, nos convertía en unas absolutas "nerds" a los ojos de nuestros compañeros.
No les engañaré diciendo que sufríamos mucho, que estábamos enamoradas del chico más popular, que nuestro sueño era ser porristas, porque no es cierto. Nosotras éramos nerds felices, la pasábamos muy bien en nuestro grupo de Candyadictas y, la verdad, no nos importaba mucho lo que pensaran nuestros compañeros.
Nuestros profesores tampoco nos apreciaban mucho; debe ser porque a veces interrumpíamos la clase para enviarnos mensajes donde comentábamos algún fanfic nuevo de nuestra pareja favorita... o nos pillaban dibujando a Candy y Terry. No nos llamaban al apoderado porque igual éramos muy buenas alumnas, pero destruían nuestros dibujitos con una sonrisa cruel en el rostro.
Un día Soxie (se llamaba Susana, pero se cambió el nombre lo más rápido que pudo) llegó a clases con un libro que se salía de nuestra temática habitual: "El caso Jane Eyre"
-¿Un libro policial? – le reclamé.
-Lee esta parte – me dijo.
Y así me enteré de la existencia de los "gusalibros" y del Portal de Prosa, un mecanismo biológico que permitía que las personas se metieran en sus libros favoritos.
-Pura ciencia ficción – le reclamé. No sabía lo equivocada que estaba.
-Nosotras podemos hacerlo – exclamó Suxie, emocionada. María y yo la miramos con desconfianza.
-Ya te volviste loca – le dijo María.
-No, no tanto – le respondió Suxie.
Así que nos pusimos a investigar en Internet sobre genética, clonación, física, matemáticas, todo eso; nos demoramos un mes entero, pero de alguna forma logramos crear nuestro propio Portal de Prosa y nuestros escaralibros (nos dio asco hacerlo con gusanos).
-Bueno, ¿y para qué hicimos esto? – pregunté una vez que terminamos todo el asunto.
Las tres nos miramos indecisas, hasta que Soxie palmoteó y dijo, feliz:
-¡Vamos a cambiar el final de Candy Candy!
María y yo nos miramos sin saber qué decir.
-Soxie – empezó María – oye, nosotras te seguimos el juego con esto del Portal de Prosa porque creímos que era sólo un juego, una manera de ejercitar la materia de biología y física... ¿tú crees que es cierto
-¿Y si resultara? – nos preguntó Soxie con los ojos brillantes.
Y era verdad.... si resultara... el final soñado de Candy, el final que nos gustaría a nosotras. Candy con Terry juntos para siempre. ¡Sí! ¿Valía la pena intentarlo! Lo peor que podía pasar era que no funcionara y nos quemáramos un poco las cejas.
Así que nos reunimos un viernes en la tarde en casa de María (sus padres no estaban), y pusimos manos a la obra.
Trajimos nuestras tres colecciones del manga de Candy, usamos la más antigua (la mía) y empezamos a pensar en qué parte nos meteríamos:
-Yo creo que deberíamos meternos cuando Annie llega al Colegio San Pablo. Annie debería hacerse de inmediato amiga de Candy, para que la apoye con Terry – dijo Soxie.
-Yo creo que debería ser cuando Candy se encuentra con Terry en la noche, en el colegio, cuando los pillan por culpa de Elisa – dije yo -, porque es ahí cuando se separan.
-Pero si Annie los hubiera apoyado, quizás no se habrían separado – dijo Soxie.
-Yo creo que debería ser cuando Candy viaja de Europa a América – dijo María -, tendríamos que ayudar a Candy a viajar más rápido para que se encuentre con Terry en el Hogar de Pony.
-Pero si esa noche no los hubieran pillado, no se habrían separado – alegué yo.
-Y si Annie los hubiera apoyado, no se habrían separado – repuso Soxie.
María y yo aceptamos que Soxie tenía razón, y pusimos manos a la obra. Entraríamos en el manga de Candy y convenceríamos a Annie de apoyar a Candy.
-¿Están seguras de que resultará? – pregunté.
María se humedeció los labios antes de contestar:
-Cada causa tiene su consecuencia; si modificamos una, modificamos la otra.
-Suena lógico – dijo Soxie, la más convencida de las tres -. Empecemos ahora mismo.
-¿Y quién entrará? – preguntó María.
-Yo tengo que manejar el portal así que no puedo – dijo Soxie -. Deben entrar ustedes.
Activamos el portal de prosa y colocamos el manga de Candy en los escaralibros. Yo no tenía fe verdadera en el proyecto, así que casi me morí cuando apareció una puerta en la pared.
-Es el portal – susurró Soxie – Entren rápido. Cuando quieran salir, digan "sácame de aquí". Yo estaré leyendo el manga y abriré el portal de inmediato.
Abrimos la puerta y nos encontramos en la Inglaterra de principios del siglo XX. Estábamos en el hotel de Annie, en el que ella se alojó antes de ingresar al Colegio San Pablo.
Me llamó la atención que el lugar no parecía dibujado, sino real, ningún personaje parecía "monito japonés", por llamarlo de alguna manera. Todos nos miraban con extrañeza, y con razón, porque a las muy tontas no se nos ocurrió colocarnos ropa un poco más acorde con la época.
Nos acercamos al mesón de recepción.
-¿Podemos hablar con la señorita Annie Britter, por favor? – preguntó María.
-¿De parte de quién? – dijo el recepcionista, mirándonos con desconfianza.
-Somos doncellas de la señora Leagan; hemos traído un valioso obsequio para ella – mentí yo.
El recepcionista pareció convencerse.
-Habitación 202 – dijo, y ya no nos miró más.
Subimos las escaleras – no confiábamos en los ascensores de esos años – y llegamos a la habitación de Annie. Tocamos la puerta.
-Adelante – dijo una suave voz.
Entramos; Annie estaba sola. Era una chica de aspecto delicado, muy hermosa, de ojos tristes. Muy delgada. Era raro verla como un ser de "carne y hueso", sobre todo si una está acostumbrada a verla en puro dibujo.
-Esta chica tiene anorexia – murmuró María.
Annie nos sonrió tímidamente.
-Es un gusto recibir obsequios de la señora Leagan – dijo Annie -. Transmítanle mis agradecimientos. Pueden pasarme el obsequio.
-¿No nos va a invitar a sentarnos? – dijo María. Annie pareció sorprendida.
-Ustedes son criadas... no creo que sea adecuado que se sienten en presencia de una dama.
-Pero somos seres humanos – reclamó María. Yo la hice callar. Después de todo, queríamos convencer a Annie de apoyar a Candy, no debíamos hacerla enfadar.
-Señorita Annie, lamentamos la situación, pero debemos decirle que no traemos ningún obsequio – dije yo.
-¿Lo perdieron?
-No; no somos criadas de la señora Leagan.
-Somos lectoras del manga – dijo María. Le pegué en el brazo y le pedí que se callara.
-¿El manga? – Annie parecía confundida.
-No le haga caso a mi amiga... – pedí yo -. La cosa es que somos conocidas de Candy... ¿se acuerda de ella?
Annie nos miró con suspicacia.
-No sé de quién hablan.
-¡Judas! ¡Niega a su amiga! – exclamó María sin poderlo evitar.
-También conocemos a Archie... y a Stear... a ellos les cae muy bien Candy.
Annie cerró los ojos y giró la cabeza. Típico gesto de "chica manga adolorida".
-Archie... – murmuró.
-Creo que a ellos les gustaría que fueras amiga de Candy – dije yo.
-Si Candy se queda con Terry, entonces Archie no seguirá enamorado de ella – dijo María. Al oír esto, Annie inclinó la cabeza y vimos que comenzó a llorar silenciosamente.
-Ya la embarramos – dijo María.
-La embarraste – reclamé yo. Me acerqué a Annie y le toqué el hombro.
-Annie... –dije – tú eres muy linda, estoy segura de que Archie igual te elegirá a ti... Pero debes apoyar a Candy, ella necesita de una amiga en quien confiar...
-Quisiera mi propio manga... dijo Annie.
María y yo nos miramos sin creer lo que oíamos.
-¿Qué dices? – preguntó María.
-Que quisiera mi propio manga... estoy aquí atrapada en la historia de Candy, dependiendo de ella para hacer mis cosas, sin poder cumplir mis deseos... yo soy una persona débil de carácter, lo reconozco; no me gusta esta sociedad de gente rica. Yo quería quedarme en el Hogar de Pony, ayudar a cuidar a los niños por siempre, no enfrentarme a la vida... pero la historia de Candy me arrastró a donde estoy ahora. Y después me llevará a sufrir por Archie, a sentir celos de Candy, a maltratarla... a ser infeliz. ¿Por qué no puedo tener mi propio manga?
-¿Qué sabes tú de los manga? – le pregunté con un hilo de voz?
-Son nuestro destino... cada personaje está atrapado en el destino que le creó el autor de la historia. Es imposible hacer algo distinto. No te imaginas lo mucho que sufro cada vez que llego a esta parte y debo hacerle ese desaire a Candy en el Colegio San Pablo. O lo que lloré al escribir esa horrible carta, cuando le dije que no quería escribirle más... todos deben odiarme allá afuera, ¿no?
-¿A qué te refieres con "allá afuera"? – preguntó María.
-Al mundo real, a la gente que lee las historias.
María y yo nos miramos. ¡Ella sabía!
-¿Todos los personajes saben que son parte de una historia, de un manga? – preguntó María.
-No... yo me di cuenta en una fiesta, después de la presentación de Terry en Chicago... ¿la recuerdan?
Claro que la recordábamos; Terry fue a Chicago, Candy quería verlo, aunque tenía turno... pero no la dejaron estar en el palco de la familia. Se sentó en las graderías, después buscó a Terry toda la noche mientras éste la buscaba a su vez... uf, tremenda tragedia.
-En esa fiesta había mucha, mucha gente. Fui al baño, y oí a dos chicas que hablaban de Terry, que Terry era tan bello, perfecto, todo eso. Después dijeron algo muy raro: valió la pena entrar al manga. Claro que no hubiera entendido nada si no dejan abandonado una revista. Ahí estaba yo, en ese momento, leyendo lo que pasaría en el futuro. Leyendo la muerte de Stear. Eran dibujos, historietas aparentemente para niños, pero eran nuestro destino. Guardé la revista y esperé en el baño a que las chicas volvieran por ella. Cuando lo hicieron las interrogué. No sé de dónde saqué el coraje para hacerlo. Eran dos chicas japonesas, muy simpáticas, y aunque al principio negaron todo, después me contaron la verdad. No les creí, debo ser sincera. Pero cuando me di cuenta de que, al cumplir dieciocho, el tiempo volvía a cuando era un bebé, supe que decían la verdad.
-¿Y tú, entonces, lo recuerdas todo?
-Sí; como tengo el conocimiento, sé lo que pasa, y recuerdo toda la historia. Los demás no lo saben. Por eso paso triste todo el manga, porque conozco lo que va a pasar. Créanme, antes sonreía un poco más.
-¿Y hace cuánto te pasó eso? – preguntó María.
-Hace mucho, mucho tiempo... creo que ya he pasado dieciséis mil veces por lo mismo. Sí, algo así.
-Entonces esas chicas vinieron hace muchos años.
-Me dijeron que era 1980 en la época real.
-¿Y no ha venido nadie desde ese entonces? – pregunté.
-No; pero la autora me habló una vez. Sentí su vez en la habitación, de noche, como si fuera una radio. Me dijo que si seguía tan triste, entonces no podría usarme en la continuación de la serie. Yo le dije que me matara de una vez, que no me interesaba estar en una continuación. Parece que se enojó, porque desde ese entonces nunca más me dijo nada.
María y yo nos quedamos en silencio. Después de ver cómo sufría Annie, ahora nos parecía tan egoísta lo que le íbamos a pedir...
-Me encantaría salir de aquí... – murmuró Annie – ver el mundo real... tener otras experiencias que me ayuden a soportar mejor esta vida mía.
A María se le iluminó el rostro.
-Causa y consecuencia – dijo ella – Tengo una idea.
La idea de María era arriesgada, extraña, loca, peligrosa... pero le encantó a Annie. A mí no, pero parece que mi opinión no tenía mucho peso ahí.
La idea era sacar a Annie al mundo real, y que yo me quedara en su lugar.
-¿Y por qué no te quedas tú? – le reclamé a María.
-Porque yo soy rubia y rellenita – dijo ella. Tú eres de cabello castaño, ojos grandes y delgada. Se parecen bastante Annie y tú. Candy no ha visto a Annie en años, no se dará cuenta del cambio.
-¿Y qué me dices de Archie, Elisa y los demás?
-No hay problema con ellos; no me han visto en casi dos años – respondió Annie, feliz con la idea.
-Me van a preguntar cosas de tus padres, de tu casa.
-Mamá va a muchas fiestas, papá siempre está en sus negocios, y los Carter, Vanderbilt, Rochester y Witherspoon les mandan muchos saludos. Las fiestas estuvieron adorables y todas amamos a Douglas Fairbanks.
-Déjame anotarlo –respondí con un suspiro. Me habían convencido. Tomaría el lugar de Annie, y me metería en la historia de mi heroína, Candy White.
Una vez que Annie me indicó todo lo que debería saber, me cambié de ropa y me despedí de las chicas.
-Gracias – dijo Annie, abrazándome. Por primera vez la veía sonreír con verdadera felicidad.
-Amiga, confiamos en ti. Ayuda a Candy – dijo María - ¡Sácanos de aquí! – gritó, y vi cómo aparecía la puerta "mágica".
Me quedé sola. El padre de Annie aparecería a eso de las ocho, para cenar con ella. Annie me había recomendado que cenáramos a la luz de las velas para que el padre no se diera cuenta del cambio, y que cuando mañana él fuera a dejarme al colegio, me cubriera con una pañoleta, alegando que tenía frío.
Así lo hice. Me dio un poco de pena engañar al padre de Annie, que era muy amable, pero yo tenía una misión que cumplir. Él no se dio cuenta de nada.
Al día siguiente me envolví el rostro en una pañoleta y fui con el padre de Annie al colegio. Me recibió la hermana Gray, que se portó muy amable hasta que el señor Britter se fue. Después, de mala manera me obligó a sacarme la pañoleta porque no podía llevar cosas así con el uniforme. No quise reclamar, se la entregué y llamó a la hermana Clice para que me presentara ante las demás alumnas.
Me llevó por esos pasillos tan oscuros que recodaba del manga y del animé. Mi parte favorita es la del colegio San Pablo, y mi corazón de verdad casi se me sale del pecho pensando que pronto vería a Candy, Patty, Terry, y todos esos personajes tan queridos por nosotras.
-No puedo creer que esté aquí – dije en voz alta, sin darme cuenta.
-Sí; nuestro colegio es muy exigente en cuanto al ingreso de nuevos alumnos, pero usted dio un excelente examen; todas las respuestas correctas, casi como si supiera lo que le iban a preguntar de antemano. Por eso se merece estar aquí, señorita Britter. Su padre dice que usted es tímida. Ante cualquier problema, no dude en acudir a nosotras – dijo la hermana Clice.
Se abrió la puerta de la sala de clases y los murmullos de las chicas, en vez de terminarse, aumentaron al ver que la hermana traía una nueva alumna.
-¡Silencio! – exclamó la hermana Clice – Llegué tarde porque les traje a una nueva compañera.
-Buenos días. Me llamo Annie Britter y vengo de Estados Unidos – dije, intentando poner una sonrisa tierna y tímida. Las chicas no dejaban de mirarme. Ahí estaban Elisa y sus secuaces (me sorprendió ver lo linda que era Elisa), Patty (más gordita de lo que yo esperaba) y la ídola de ídolas, Candy White. Era tal como lo esperaba, una chica rubia, pecosa, de piel tostada por el sol, con dos moños adornados por cintas. Sonreí más al verla. Ella me miraba sin salir de su asombro.
-¿Sabías que dos de tus compañeras también vienen de Estados Unidos? – preguntó la hermana Clice -. ¡Elisa Leagan, Candice Andley, levántense!
Candy me sonrió tímidamente.
-Sí, claro que lo sabía, hermana – respondí -. De hecho, a ambas las conozco.
Un murmullo de sorpresa recorrió las filas de las alumnas.
-Supongo que recuerdas a Candy de cuando era una simple... – empezó a decir Elisa.
-No, la recuerdo de cuando ambas estábamos en el Hogar de Pony – repuse, y saludé con la mano - ¡Hola, Candy!
Ella me miraba con la boca abierta.
-¿Puedo ir a abrazar a Candy, hermana? – le pedí a la monja – Hace siglos que no la veo.
La hermana me autorizó, y sin preocuparme de nadie, le di a Candy un abrazo bien apretado. Ella se puso a llorar suavemente.
-¡Annie, oh, Annie! ¡Te he recuperado, mi amiga, mi hermana! – murmuró.
Yo también lloré un poquito; me emocioné al ver la alegría de Candy.
-Hay un puesto al lado de Candy, puedes usarlo – dijo la hermana Clice, enjugándose una lágrima.
-Sí, que las huérfanas del Hogar de Pony se queden juntas – dijo Elisa. Sus secuaces nos miraron y se rieron con burla.
-Supongo que Elisa tendrá que confesarse esta tarde si quiere comulgar en la misa de mañana – dije.
La hermana Clice me quedó mirando, y asintió.
-Es un pecado hablar mal del prójimo, Elisa. No olvides confesarte esta tarde y pedir una penitencia especial. Mil padrenuestros estarían bien – le dijo.
-¡Pero yo...! – comenzó a defenderse Elisa.
-Tú nada – la calló la hermana – Con un poco de retardo empezaremos la clase. Candy, su recitación.
Candy se puso de pie y comenzó a recitar un poema en francés, bastante bien según yo (que no sé francés), pero Elisa y su amigota empezaron a murmurar. Así que les tiré un pedazo de goma para que dejaran de hacerlo.
Candy terminó, y la hermana la felicitó. Después estudiamos otro poema. A la salida de clases, Elisa y sus compinches se acercaron a nosotras, parece que con la intención de molestar, pero nosotras las ignoramos.
En el recreo, Candy y yo nos fuimos a la "Segunda Colina de Pony" para ponernos al día con nuestras vidas. Yo me había memorizado la vida de Annie, y ya sabía todo lo que le había pasado a Candy, pero oírlo de los propios labios de ella era una experiencia increíble.
Continuará...
Próximo capítulo: El resultado de la intervención.
