Los personajes no me pertenecen, todos son propiedad de Hidekaz Himaruya; yo los uso sin fines de lucro y para mi entera diversión y la suya.

Este fic no tiene ningún respaldo histórico, sólo son mis ganas de imaginar cómo Mongolia pudo haber torturado a Rusia y porqué Rusia sonríe siempre.

Sin más: ¡Disfruten!

Aprendiendo a sonreír.

Le dolía la garganta de tanto gritar, le ardían las manos y las mejillas por el inclemente frio, sentía que no podía abrir los ojos y sin embargo no podía dejar de llorar.

Sorbió violentamente por la nariz e intentó controlarse cuando la mano del mongol se estrelló contra su rostro. Gimoteó, se abrazó a sí mismo y siguió sollozando.

Sabía que eso le gustaba al mayor. Sabía que Mongolia adoraba escuchar a sus víctimas gritar; sabía que adoraba escucharlo gritar y llorar. No sabía por qué, pero sabía que lo adoraba.

Le mongol sonrió con saña y pateó al menor en las costillas urgiendo por escuchar más de sus lamentos.

—Me encanta cuando lloras, Vanya —susurró Mongolia tomando al pequeño Rusia del rostro y acercándolo a él. —. Me encanta tu rostro blanco sonrojado por el frio, cubierto de lágrimas… Lo único que no me agrada es que no abras los ojos. Tus ojos me fascinan. Son de un color único.

Rusia gimoteó un poco más y con esfuerzo abrió los ojos para que Mongolia los viera. Se mordió el labio inferior y volvió a sorber por la nariz.

—Ya basta… —rogó temblando —Ya no me hagas esto.

—¡Oh, Vanya! —canturreó Mongolia sonriendo. Sus ojos tan negros como su cabello contrastaron con lo claro del cabello de Rusia y lo amatista de sus llorosos orbes. —No puedo parar, porque simplemente me encanta verte llorar y rogarme porque me detenga.

Rusia hipó un par de veces e intentó alejarse del toque de Mongolia asustado. Aquel sujeto estaba loco. Loco. ¿Cómo era posible que alguien disfrutara del dolor ajeno? ¿Qué se regocijara viéndolo llorar y lastimándolo cada vez más y más? ¡Estaba loco y enfermo!

—Sí, así —sonrió Mongolia encantado —. Esa cara de susto, esas lágrimas, esa mueca de dolor. Me encanta, Vanya, me encanta.

Mongolia arrojó al pequeño al suelo y se posicionó sobre él limpiándole las lágrimas con falsa gentileza.

—No más.

—Me encantas, Vanya —susurró Mongolia acercando peligrosamente su cara a la del menor —. Ahora, anda, llora, grita, gime, pídeme que pare y hazme feliz.

Las lágrimas de Rusia siguieron saliendo de sus ojos y los gritos de sus labios mientras Mongolia se deleitaba con aquello y se aferraba placenteramente al cuerpo del menor hasta que éste se sumió en la inconsciencia.

Esa noche, mientras que Mongolia le abrazaba contra su pecho y su largo cabello negro se desparramaba a su lado le hacía cosquillas en la cara, Rusia lo entendió. Entendió que la única forma de dejar de "encantarle" a Mongolia era dejar de llorar, dejar de gritar y dejar de rogar. Se tragaría las lágrimas, se ahogaría con los gritos y haría que los ruegos le partieran el alma pero no volvería a complacer a ese monstruo.

Fue así como Rusia aprendió a sonreír aun cuando tenía ganas de soltarse a llorar. Aprendió a callar aun cuando tenía ganas de gritar. Aprendió a reír para no tener que rogar y a que lo único seguro en su vida era que siempre haría frio en su hogar.

Gracias por leer.

Si les gustó o si no, espero que se tomen algunos minutos para dejarme un comentario :3

Sheep.