Los personajes pertenecen a Yana Toboso, autora de Kuroshitsuji.

No apto para menores, sexo explícito y demás.

Disfrutadlo.

"Tomphson me miró inexpresivo. Le devolví la mirada. Cantebury me cogió del brazo ligeramente, llamando mi atención. Miré al frente, mientras sus siseos me llenaban la mente.

Me mantuve callado mientras ellos comentaban las novedades. Yo aun sujetaba la peluca rubia y vestía con el atuendo púrpura y verde de mi Alteza.

Sin embargo, Claude había vuelto con otra persona.

Su nombre era Ciel Phantomhive, al contrario que mi Alteza, mi ahora joven Amo era tranquilo, callado y serio.

Alois Trancy habitaba en su interior, poco faltaba para que despertara. Ambas almas luchaban por salir a la luz, pero Ciel Phantomhive parecía saber quien era aún.

Seguí con la mirada al mi joven Amo, a quien Claude sujetaba con tanta adoración. Mis hermanos, con movimientos copiados al mío, dirigieron sus ojos hacia él.

- Ciel… - dijo Thompson.

- …Phantomhive- Dijo Cantebury.

-Así es.

Mi voz sonó distinta a la suya. Miré a mis hermanos con indiferencia, sintiéndome consternado de repente.

Les mandé desaparecer al instante y así lo hicieron.

Solo. Así estaba siempre.

Pese a que ellos fueran mi sombra, no eran más que partes de mi. Mi mente, eso eran ellos. Siempre cuchicheando, siempre pegados a mi, protegiéndome.

Simples cópias, dobles. Dos extremidades mías, las cuales podía mover a placer.

Sin embargo… hacía tiempo que no me veía realmente solo. Como simple compañía, les creé, desdoblando mis dos mitades, creando otros dos seres exactos.

Les quería.

Les amaba. Habían cobrado una vida y personalidad propias, lo cual me hacía depender más de ellos.

- Volved – les mandé, antes de que se fueran.

Fuimos a nuestros aposentos.

Habían tres camas, dos de ellas, con las mismas sábanas que el primer día. La del centro, sin embargo, yacía deshecha y mal montada. Me senté en el centro. Ellos, sin que yo pensara o ordenara nada, se sentaron a mi lado, abrazándome entre sus manos cálidas.

Cerré los ojos, y llevé mi consciencia hacia uno de sus cuerpos, mientras que yo, me quedé plácidamente dormido entre sus brazos.

Era el único don destacable que tenía. El poder dormir.

Carecía de sueños, ya que mis hermanos velaban mi noche, inmóviles a mi lado, acariciándome el rostro para que durmiera mejor. Sus pensamientos, vivencias, eran las que recorrían mi mente entonces.

Me desperté sin sentirme cansado en absoluto en cuanto las mentes de mis hermanos vieron a Hanna entrar por la puerta.

- Ne, ne – dijo con su dulce voz- Timber-chan.

Me incorporé y la miré. Esa déspota, esa demoniaca mujer.

- Hanna-sama – hice una reverencia.

El sello del contrato que tenía en mi pecho empezó a brillar, traspasando mis ropas de sirviente. La miré, preguntándome cual sería su orden ahora.

Maldito el momento en el que acepté servirle…

- Timber-chan – repitió, acercándose a mi. Puso un dedo en mi pecho, desbotonándome la camisa con sus uñas largas.

Apreté los puños, mirándola a los ojos, cuyas pupilas se tornaron brillantes y felinas.

Ella me quitó el chaleco lentamente, sujetándome la mirada, mientras me quitaba la camisa también.

Entonces bajó la cabeza para lamer mi pecho, en donde una estrella de diez puntas brillaba de color rojo oscuro.

Sin poder evitarlo le aparté la cara de un manotazo, sintiéndome humillado.

Ella levantó la vista, su expresión dulce se volvió seria y perversa.

- No te defiendas ni una vez más – ordenó, y mi emblema del contrato brilló en la palma de su mano, que extendió hacia mi.

La orden hizo que las palabras salieran solas de mis labios.

- Yes, my Queen.

Acto seguido caí de rodillas, totalmente sumiso a su voluntad.

Recibí una paliza fuerte, que me hizo bastante daño, pues la orden era clara: No podía defenderme. Ni siquiera traspasar mi dolor a mis hermanos para aliviarlo, quienes miraban indiferentes a Hanna desde la cama. El contrato SIEMPRE iba por delante. De repente todo acabó.

- Bonito espectáculo – dijo la voz grave de Claude.

Hanna se giró de repente, y con su faz inocente tartamudeó:

- C-claude…- se relamió mi sangre de las uñas oscuras, y salió del cuarto, mirando al demonio perversamente.

-Thompson, Cantebury – dijo – Arreglad a Timber y servid al joven Amo de una vez.

- Yes, my Master – dijeron, y nuestros otros emblemas brillaron en el cuello.

Se levantaron, haciendo movimientos simétricos.

Me cogieron y me desnudaron, limpiándome la sangre seca. Mis heridas ya habían desaparecido. Miré al techo mientras mis hermanos me limpiaban y vestían. Cantebury me peinó lentamente, acariciándome el pelo. Cerré los ojos y los volví a abrir, mirándole a los suyos, con expresión de pena.

Cantebury era el más dulce.

Me acarició la mejilla y sonrió, algo imprópio ante otras personas que no fueramos nosotros tres. Entonces me besó la nariz con dulzura.

- Todo va bién – afirmó.

Le abracé.

Mientras Cantebury me abrazaba, Thompson limpiaba.

Thompson era el más frío de todos.

Me miró y siguió haciendo su trabajo, sin siquiera dirigirme una palabra.

Enrabiado de repente, mi mente ordenó que Thompson fuera más cariñoso, y acto seguido le tenía encima de mí, besándome la frente y abrazándome.

Aterrado, me solté de ellos.

Todo lo que hacían, todo lo que decían era invención mía. Tenían una personalidad que yo les había puesto. Eran mis dos caras. La fría, irreverente, seria. La cariñosa, dulce y atenta.

No eran más que mi reflejo, eran yo.

Pero les amaba. Tenían un piloto automático que permitia que vivieran junto a mi sin necesidad de que yo les ordenara nada. Pero en el fondo… en el fondo estaba solo. Ellos no eran nadie.

Esa gran verdad me aterrorizaba.

Salí corriendo de allí.

- Timber – me llamó Claude- Lleva el almuerzo al joven amo.

- Yes, my Master.

- Y tus hermanos ¿Dónde están?

Le miré.

- Hoy estoy yo solo.

Me miró serio.

- Está bien, haz tu trabajo de una vez.

Claude era comprensivo en ese sentido. El ignoraba a Cantebury y a Thompson, pues percibía que eran parte de mi y prefería darme las ordenes a mi, excepto en momentos como en los de la habitación. No le molestaba que yo tuviera a menudo mis crisis internas, más bien no le importaba en absoluto…

Subí las pastas y los tés al comedor, donde Ciel Phantomhive me esperaba.

Entré haciendo una reverencia, y proseguí a servir el almuerzo a mi nuevo Amo sin mirarle a la cara. No me importaba en absoluto su alma, hacía tiempo que había renunciado a comer, de modo que me limité a comportarme como un vulgar sirviente.

Oí como el conde comía a mordiscos pequeños mientras le servía el té.

En acabado, me quedé de pie, esperando a que acabara.

- Oi – dijo el conde. Giré la cabeza al instante. – No me has traído el periódico.

Deslicé mi mano por detrás de mi espalda, sacando un periódico de la nada y dejándolo encima de la mesa.

Él no se soprendió en absoluto. No parecía impresionarle nada relacionado con los demonios.

- Oi – repitió, esta vez sujetando la taza de té - ¿Y el azúcar?

Me miró mal. Azucar. Por supuesto.

Volví a hacer lo mismo que antes, esta vez poniendo la cantidad exacta de azúcar dentro del té.

Él dio un sorbo que acto seguido escupió por toda la mesa.

Asombrado, me pregunté que iba mal.

- ¡Esto está demasiado dulce! – gritó.

Ah. Ese era el azúcar que le gustaba a Alois Trancy, no a él.

Le retiré de inmediato la taza y la reemplacé por una nueva, llenándola de nuevo, pero esta vez dejé el tarro del azúcar cerca para que se sirviera él mismo.

Mientras bebía, no dejaba de mirarme. Me miraba de tal manera que parecía que quisiera que le dijera "¿pasa algo?". Sin embargo, mantuve mi mirada ausente.

Cuando hubo acabado, se levantó y al pasar por mi lado, brandió la mano por delante de mi. Le miré y él dijo.

- Las disculpas silenciosas no son tu fuerte.

Oh.

- Lo siento, joven Amo – susurré.

Él pareció turbarse ligeramente al oír mi voz, pero no dijo nada más y se fue, con Claude pisandole los talones.

-Timber-chan-me llamó la odiosa vocecilla de Hanna.

Me giré, indiferente.

- Debemos limpiar todo esto antes de la hora de la comida - me ordenó. Ella simplemente se quedó mirandome mientras yo hacía todo el trabajo. Harto de hacerlo solo, llamé a mis hermanos, cuyos cuerpos restaban immóviles aun en nuestro cuarto.

Vinieron al instante, mientras yo dejaba de hacer las tareas, me quedé con Hanna observandoles.

- Te he dado una orden expresa a ti, Timber, no a ellos. -dijo Hanna, con expresión dulce.

- Ellos soy yo - dije en voz alta, y mis hermanos se giraron a mirarme, con expresion de dolor. Les aparté la mirada, y Hanna se rió de sus caras.

- ¿Te das cuenta de que absurda es tu situación? - inquirió burlonamente - Enamorado de tu propia creación. Tan dependiente de ti mismo.

Se empezó a reir.

Gruñí por lo bajo y siseé.

- Yo no me dejaría mandar por un demonio con el que no estoy contratado como Claude.

Su expresión se volvió furiosa, y acto seguido me cogió del cuello, empotrandome con fuerza contra el suelo.

- No pronuncies su nombre en vano, estúpido. No me obligues a castigarte de nuevo...

Sonrió lascivamente pero me soltó pronto.

- Venga, ordena esto de una vez - y señaló el salon, saliendo por la puerta.

Me levanté del suelo lentamente, maldiciendo mis decisiones.

Mis amos ahora eran Claude y Hanna, ambos auténticos demonios cuya única finalidad era comerse cuantas más almas mejor.

Sin embargo, bajo promesas falsas de grandes festines accedí a servir a Hanna en tiempos antiguos. Despues... toda ella cambió en cuanto Luka Macken entró en su vida. Más vil, más cruel, solo vivia ahora para reunir el alma del pequeño con la de Alois Trancy, cuyas pregarias a Claude, mi otro amo, no fueron escuchadas.

Claude, el traidor, asesino de su propio amo... jamás había conocido a tales demonios.

Obsesionados con una alma. Matando por una alma. Despues... existía otro espécimen curioso llamado Sebastian Michaelis. Ah, le conocía.

Sí... por supuesto que le conocía.

Antaño habíamos compartido más de lo común, sin embargo de eso hacía un largo tiempo. Tanto... como para que él hubiera olvidado.

Incluso había llegado a luchar con él bajo las ordenes de Claude. No le dejé perder.

Me sentía atado a tres demonios.

A Hanna; sus ordenes me obligaban a matar a todo aquel que se interpusiera entre ella y el alma de Alois Trancy.

A Claude; sus ordenes me obligaban a matar a todo aquel que se interpusiera entre él y el alma de Ciel Phantomhive.

Y finalmente... A Sebastian Michaelis, cuya sangre corría por mis venas.

Todos ellos luchaban por un solo cuerpo, el cuerpo al que yo reverencié en ese instante, el rostro que me miró al traspasar la puerta de la entrada con una mirada fría y calculadora.

- Bienvenido de nuevo a casa, Bocchan - susurré."