Orígenes.
Probablemente los tiempos malos vengan con las manos llenas de sueños que en un determinado momento han permanecido a nuestro lado. Cortados en pedazos, van siendo tirados a lo largo del largo pasillo que va hacia mi recámara. Soy un Hijo de la Hoja, y creo que contar algunas de mis memorias es una verdadera razón para tomar algunos pedazos de esos sueños teñidos de realidad. Curiosamente, nosotros los humanos tenemos tanta fe que al pasar del tiempo, aún con las heridas en nuestro pecho y probablemente, con el alma retorcida y dividida podemos mirar hacia el futuro.
Probablemente mi nombre no es muy importante. Sólo soy testigo de que lo que ha pasado a través de generaciones. He visto alzarse distintas murallas, orgullosas y con grandes metas caer débiles ante la ambición de los más poderosos. El costo de la sangre varía de acuerdo a las edades, pero ¿ no es el mismo rojo el que tiñe los campos?
He nacido en tiempos de guerra. Las miradas perdidas de cada persona de mi clan marcaron mi niñez. La escasez con la que se vive es algo que no se olvida fácilmente, y sobretodo que se adhiere a tu alma tal cual lo hace mi existencia a estas páginas vacías. Es lo primero que se conoce, y por ende, lo primero que puedes considerar tuyo.
La guerra es dura. Degrada la humanidad, degrada el orgullo, degrada aquella capacidad que en opinión de especialistas solo tiene el ser humano, la capacidad de reír. La de reír con el alma. También hace que el llanto se pretenda suprimido. Aunque, años después, me he dado cuenta de quien no llora al exterior, sangra por dentro. En el alma.
Las carencias son inimaginables, con razón, dicen que el hombre es que siente menos que la mujer. Pues, en aquellos tiempos las únicas sensaciones que podías tener eran tres o tal vez cuatro, la euforia de saberte a punto de la batalla, el hambre del día a día, el alivio bañado de una breve esperanza de un final próximo y por último, la ausencia. La única excepción a ese mundo dividido y poco matizable era la ausencia, vivida en todas sus variables y por lo tanto en sus dolores. La ausencia de una persona, la ausencia de un futuro, la ausencia de la certeza de despertar por la mañana. Y es eso lo que me permito reprocharle a los jóvenes de esta nueva era en donde la paz ha calmado el destino.
Mi madre desde pequeño me enseñó que no necesitas de nadie para sobrevivir al mundo. Me enseñó con claridad el precio de una vida cualquiera, tomada por un kunai, arrebatada por una explosión, tomada por las enfermedades, tomada por cualquier insignificancia. Tan frágil y en aquellos años tan breve. Me enseñó en los pocos años que me acompañó en mi camino la lección más valiosa que regiría cada acción y que creo, estas líneas son la primera violación a ese principio inescrutable. Las personas son tal cual las rocas, todas iguales, no podrá afectar la pérdida o alejamiento de algunas, sin embargo, son las situaciones de las que puedes tomar algo, ventaja, desventaja, terror, seguridad. Es aquello que con seguridad se arrebata, con o sin violencia. No hay condición alguna que esté fuera de este principio.
Mi padre siempre corto de palabras me enseñó otra lección muy importante. Sólo existe un tipo de personas, todos son lobos con diferentes disfraces.
Pero mis años han terminado por generar estas líneas que no hacen más que preguntar directamente al recuerdo de estas valiosas lecciones si realmente han tenido la razón. Comprendo que cada era genera sus propios conceptos y que desecha otros.
Permítanme abrir esa amalgama de recuerdos que tiende a desmembrar la propia existencia. Mi existencia.
Permítanme preguntar y responder vagamente, porque finalmente soy tal cual como ustedes, un testigo, un testigo con muchas preguntas.
