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Peridot elevó la vista, recorriendo el edificio al otro lado de la calle con la mirada. Ese era su sueño.

Desde que tenía ocho años, deseaba tener su propio departamento para ella sola. Amaba a sus padres e incluso quería un poco a su hermano mayor, pero no por eso toleraba que invadieran su espacio personal tal como su habitación lo era, cosa que hacían la mayoría del tiempo, sin siquiera pedir permiso para entrar.

Cruzó la calle decidida. Quería ver uno de los departamentos con los que tanto había soñado de cerca, quería entrar y explorar cada habitación, cada rincón, conocer cada contacto eléctrico, contar los azulejos del baño, ver, por fin, la vista desde una de las ventanas de la habitación y no ver la habitación desde la ventana del autobús.

Al cruzar las puertas se acercó al recepcionista, un hombre que parecía ya haber vivido cuarenta años, de un cabello oscuro medianamente corto, ojos color aceituna ocultos tras un par de gafas, justo como los de ella, una nariz recta levemente achatada, una barba de candado ocultando sus delgados labios y un traje negro puesto; Peridot era demasiado observadora.

-¿Puedo ayudarla en algo?- Saludó el hombre con una amable sonrisa aunque, Peridot lo sabía, parecía preguntarse qué hacía una adolescente ahí. Porque, a pesar de ser universitaria en cuarto semestre, ella seguía viéndose como una chica de quince años por algún motivo que la genética ocultaba.

-Buenas tardes, me preguntaba si… podría visitar uno de sus departamentos- pidió, no estando segura de haber usado las palabras correctas.

El hombre enarcó una ceja, la examinó unos segundos más y pareció haber entendido algo.

-¡Oh! Por supuesto, permítame guiarla- le sonrió con mayor amabilidad, como si hubiese usado palabras mágicas.

El recepcionista rodeó el mostrador y caminaron, hombro con hombro, hacia el elevador. Presionó uno de los pisos y las puertas se cerraron; fueron segundos de incomodo silencio en los que ella no sabía qué decir o si debía siquiera decir algo. Cuando aclaró su garganta y entreabrió los labios las puertas se abrieron, dejándola estupefacta.

-Creo que estará cómoda, en un momento vendrá- el hombre cerró las puertas del elevador una vez que ella estuvo fuera, dejándola confundida y sin respuesta alguna a su interrogante: ¿Vendrá? ¿Quién?

Sacudió la cabeza unos segundos después, y examinó el lado derecho de la habitación. Parecía ser la sala de estar, la pared era hecha de ladrillos y, pegado a esta, estaba un sofá color rojo sobre una alfombra de color hueso, de frente al sofá había una televisión el doble o quizá el triple de grande de la que tenía en casa; su vista viajó al otro extremo de la habitación donde parecía estar la cocina, por el contrario de la sala, la pared parecía de azulejo grisáceo oscuro, un refrigerador pegado a la pared, al lado de este había una barra que cortaba al llegar a la estufa y al lado una alacena grande, de frente un desayunador donde estaban colocadas tres sillas altas de madera. Sí, era demasiado observadora.

Avanzó por la enorme habitación hasta llegar al enorme ventanal que daba a la calle, escuchando el eco que producían sus pisadas contra el piso de madera. El estar en el catorceavo piso sólo volvía la vista más mágica de lo que de por sí ya era; el atardecer surcaba el horizonte frente a sus verdosos ojos, las luces de la ciudad comenzaban a encenderse y eso sólo le incitaron más, de ser posible, a conseguir su propio departamento lo más pronto posible.

Agradecía que el cielo le hiciera amar su carrera en robótica, pues sabía que los robots eran el futuro y, su enorme intelecto y amor hacia la tecnología, se lo facilitaban.

El ruido de una puerta cerrándose la hizo volver a la realidad, volteó velozmente. Una chica apareció y las mejillas de Peridot se tornaron carmín al notar que la chica no llevaba mas que una toalla envolviendo su cintura y otra con la que secaba su cabello que apenas le censuraba los pechos.

Un gritillo de sorpresa salió de lo más profundo de su garganta, llamando la atención de la chica quien no parecía sorprendida con su presencia. La chica pareció examinarla detenidamente mientras Peridot trataba, enormemente, de no hacer lo mismo.

-Le dije que…¡Vamos, esto es demasiado!- la chica la señaló, parecía hablar consigo misma pues Peridot no entendía ni una palabra de lo que decía –Como sea, ven- La chica señaló una de las habitaciones con la cabeza, suponía Peridot, para que la siguiera. Y así lo hizo. No sabía que se arrepentiría después.

La habitación a la que la rubia entró parecía ser donde la otra chica dormía, quizá fue la enorme cama en medio de la habitación la que se lo dijo.

-¿Qué hacemos aquí?- la chica finalmente dejó la toalla sobre una silla, haciendo que Peridot desviara la mirada a otro punto de la habitación pues el cabello de la extraña era demasiado corto para cubrirle.

-Llegaste más temprano de lo que esperaba, pero entre más pronto terminemos mejor, tengo cosas que hacer- cómo la rubia estaba viendo en otra dirección, no pudo oponer resistencia cuando la otra la jaló con fuerza y la arrojó a la cama.

-¿Qué estás…?- su voz fue callada por un beso.

La extraña se posicionó sobre ella, impidiéndole cualquier intento de escape cuando comenzó a subir la mano por debajo de su camisa con estampados de videojuego mientras su lengua invadía su boca. Peridot intentó detenerla, pero la otra era más fuerte de lo que parecía.

Su boca, de forma demandante, recorrió la suya. Intentó apartarla hasta que se quedó sin fuerza. La desconocida se separó un segundo de sus labios y comenzó a besar su cuello. Peridot se opondría con palabras si tan sólo no fuera tan sensible como para gemir con cada lengüetazo que daba la otra.

-Sabes bien… y actúas aún mejor- Peridot quería preguntarle de qué demonios estaba hablando pero cuando intentó hablar su voz la había abandonado.

¿Por qué demonios la boca y las manos de aquella extraña se sentían tan bien? Ambas mantuvieron contacto visual mientras la chica descendía hasta llegar al descubierto estómago de la rubia. Le besó el abdomen y fue ascendiendo en un camino de húmedos besos mientras la mente de Peridot recorría sus facciones que había memorizado en ese par de segundos.

Un par de ojos azules tan oscuros que parecían un par de océanos, un cabello castaño y una piel medianamente tostada fue todo lo que pudo rememorar antes de sentir como era despojada de su corpiño de un movimiento. ¡¿Cuándo había perdido su camisa?!

-Son pequeños- Por alguna razón de lo único que se sentía avergonzada era de aún usar corpiño pues, a pesar de ya tener diecinueve años, seguía sin poder llenar siquiera la copa A.

-Oye… no…- Trató de jalar del cabello de la castaña para que se alejara de sus pechos, pero las lamidas que daba a sus pezones causaron que terminara haciendo la acción contraria.

-¿Acaso hay alguna parte de ti que no sepa bien?- elogió, causando que el carmín en las mejillas de Peridot se intensificara.

Toda aquella situación era rara, nueva y, por alguna extraña y quizá retorcida razón, placentera para la rubia. ¿Por qué no la detenía? Ni siquiera sabía su nombre. Quizá tenía algo que ver que era la primer persona en verla con deseo; cosa que sus compañeros siempre le habían negado desde que supo lo que era el deseo sexual.

La castaña atacó su otro pecho, causando la misma reacción en Peridot. Estaba dispuesta a dejarse llevar por la situación hasta que fue consciente que la muchacha había desabotonado su pantalón y estaba adentrándose en su calzoncillo.

-Voy a averiguarlo- Y cuando intentó introducir un dedo en su intimidad, la cordura y sensatez de Peridot volvieron.

-No- la empujó tan fuerte que la castaña cayó de la cama –no, no, no, no, no- volvió a ponerse su camisa y salió de la cama –no, no, no…- volteó a ver a la chica que seguía en el suelo, parecía estupefacta -¡NO!- salió de la habitación echa una bola de furia.

Llegó al elevador mientras seguía repitiendo la misma palabra una y otra vez hasta la recepción, donde el recepcionista la miró extrañado.

-¿Qué clase de lugar maneja usted?- le preguntó igual de molesta que hace unos segundos, incluso un poco más de ser posible –No me mudaría aquí ni en diez mil años- y con esa frase salió del lugar.

-¿Mudarse?- pasaron más de treinta minutos y el recepcionista seguía extrañado, preguntándose qué querría decir aquella joven hasta que otra rubia extraña entró.

-Ey, Don, he venido a… visitar uno de sus departamentos- leyó del teléfono –me parece que en el piso catorce- la rubia se recargó contra el mostrador mientras esperaba, mascando chicle.

El hombre se golpeó la frente, unos segundos después, al finalmente entender que había enviado a la chica equivocada al departamento erróneo.


Bueno, este es el primer capítulo de mi segundo long-fic en el que he estado trabajando un tiempo. Honestamente no tengo un titulo pensado, así que lo dejaré como lo he guardado hasta ahora.

Espero lo disfruten y quieran seguir a nuestra protagonista en lo que está por venir. No duden en dejar sus comentarios, por favor UuU. Esperen seguir sabiendo de mí :D

Disclaimer: Los personajes de Steven Universe no me pertenecen, son de Rebecca Sugar. Yo sólo me abasto con ellos para mis locas ideas.

Hasta pronto.